Una madre católica de un joven asesinado, en pleno juicio oral y público al asesino de su hijo, ha ofrecido al país "oficial", pendenciero, revanchista y ventajero de la “zurda progre” (como me dijo un vigilante porteño hace unos días) un ejemplo saludable y, en cierto modo, excepcional para los días cargados de odio que este (mal) Gobierno argentino hace correr, acercándose al asesino, al cual abrazó y ¡lo perdonó! Y le regaló un rosario, para que no quedara duda sobre el sobrenatural origen y causa del perdón que daba, ni tampoco, sobre su generosa extensión. El hombre deberá pagar su deuda con la sociedad, claro está; pero sabe que el Amor de Dios lo ha alcanzado en la cárcel, donde podrá llevar el Rosario que le ha entregado la madre de su víctima y contar gozoso, al paso de cada cuenta, un instante más de la Maternidad de la Madre de Dios. ¡Hijo, he ahí a tu Madre! No puedo reprimir el deseo de transcribir en toda su extensión una parte culminante de la noticia, según la publica un diario digital, por la ejemplaridad inmensa que encierra: “Fue un abrazo de profundo dolor, un abrazo que lo siento todavía en mi pecho, que me salió del corazón, de mi alma. Y no sé lo que le dije, pero fue algo así como, ¿a dónde vas a ir, qué va a ser de tu vida, quién te va a cuidar”, recordó la mujer. Suárez, que es docente, muy religiosa y tiene un programa en Radio Nacional de El Bolsón, recordó que “cuando él me mira y se le cae esa lágrima, yo ya tenía un rosario en mi mano, que pensaba dárselo porque había ido a una misa de San Cayetano en Bariloche y se me apareció la imagen de regalárselo”. La madre del joven asesinado dijo que también “pensaba cómo pudo haber desplegado tanta violencia, qué es lo que él habría recibido de toda esta sociedad que le tocó vivir” para reaccionar de ese modo. Suárez sostuvo que conocía el estado del sistema carcelario y que muchas “personas que están ahí tendrían el derecho a este perdón, que es reconocer el daño que se ha hecho y repararlo, y comprometerse a no hacerlo más”. También afirmó que tras ese episodio, “tenía dos caminos: o morir con mi hijo, o seguir con la fortaleza del espíritu; el camino de amar o odiar, y elegí amar”. Es así: elegir amar es arriesgado, doloroso y difícil, y elegir perdonar, también. No es cosa para cobardes ni flojos; sólo para corajudos, como la señora Suárez. Pero es llevarse la mejor parte, la del Cielo, por que no responde a una inclinación puramente natural sino a una inspiración divina asistida por la Gracia; en cambio, la de no perdonar es la parte del vil, del amargado, del triste, del derrotado; es una desgracia y un verdadero infierno terrenal. Las madres y abuelas intituladas de “Plaza de Mayo”, el (mal) Gobierno y muchos, pero muchos compatriotas nuestros, deberían imitar a esta extraordinaria mujer.
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