martes, 31 de marzo de 2020

Dios en Buenos Aires

Nos informa Paco Pepe desde su “aislamiento social” que a partir de una iniciativa del Cardenal Primado de nuestro querido vecino Oriental, el Uruguay, los párrocos han salido a las puertas de sus Iglesias llevando respetuosamente, como es debido, al Santísimo Sacramento en procesión, para bendecir a toda la población. Realmente un acto católico; inesperado por su procedencia insólita y angustiosamente anhelado donde sigue faltando y era razonable esperarlo.

El ejemplo lo ha dado el recién estrenado cardenal Daniel Sturla, un salesiano a quien el papa Francisco acaba de designar como arzobispo de Montevideo, a principiosde este año.

Sabemos que en otros lugares de América católica, como Panamá, hechos semejantes se han verificado. En ciertos sitios de la Argentina también... pero a escondidas de los, en general, inhallables antístites.

¿Le costaría mucho al Cardenal arzobispo de Buenos Aires montarse a un carro de Bomberos —que no dudamos este Honorable Cuerpo le facilitaría sin ninguna dificultad, si de ellos dependiese...— o a un helicóptero acondicionado a tal fin, con la Custodia y el Santísimo Sacramento y recorrer los 100 barrios porteños, bendiciéndolos...?

No es cosa tan dificultosa ni atentatoria contra ningún dogma liberal; al contrario, el Concordato entre la Santa Sede y la Argentina de 1966 garantiza a la Iglesia Católica la perfecta libertad de culto y una jurisdicción amplia y libre en el ejercicio de su misión. Lo cual significa, en pocas palabras, que el Gobierno no puede legislar nada sobre los actos públicos de culto, porque no tiene competencia. No creemos que a ningún gobierno impío le importe un bledo esta o cualesquier otra legislación sobre los derechos del pueblo, visto que el único respetable y prevalenciente es el propio de imponer despóticamente lo que se les dé la real gana. Hasta eso de sacar a Dios de Buenos Aires podría haber sido un acto fallido o, si se prefiere, una profecía... Pero esa es otra historia.

De momento, esta ciudad anhela adorar a Su Salvador en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y, como corolario, poder recibir en Pascua la absolución sacramental y, desde luego, la Santa Comunión.

Su Eminencia tiene la palabra:



lunes, 30 de marzo de 2020

“Aislamiento social”

En los aciagos días que corren, se invoca con insistencia sospechosa la locución aislamiento social, asociada a una supuesta necesidad explícita de “solidaridad social”, requerida en las circunstancias actuales. Quien no se prestare a este aislamiento, se convertiría por esta causa en un archienemigo social, haciéndose acreedor a la más indignada repulsa pública; sin descontar las amenazantes sanciones que promenten los gobiernos a quienes infringiesen esta imposición —ciertamente tiránica. Además de ser objeto de persecución policial, encierro y capitis deminutio máxima.

Es lo que, con todo rigor y derecho, podríamos denominar una salvajada.

Digámoslo sin retaceo alguno: el aislamiento social es un gran mal en sí mismo, superior a cualesquier otros males posibles, reales o imaginarios, como el demoledor ataque que es a las necesarias virtudes sociales, o sea políticas, de la concordia, la piedad, la liberalidad y la indulgencia heredadas de Roma; de consiguiente, un atentado directo y certero al bien común propiciado desde las esferas gobernantes por medio de amenazas y diseminado interesada o irresponsablemente —¿de qué otro modo hacen las cosas casi siempre?— por los medios de difusión. La vida política es un intento permanente, constante y necesariamente vigoroso de ascenso común hacia una vida virtuosa, por cuanto los gobernantes deben poner con empeño los medios propicios para lograrlo constituyéndose, así, en autores de la vida social. Este organismo vivo requiere un mínimo de virtud indispensable o, simultáneamente, una cierta tolerancia del mal, a sabiendas que la naturaleza humana herida por el pecado original no puede siempre y en todo, obrar con perfecta sabiduría y rectitud y, por lo tanto, cualquier exageración o dureza conllevaría la disolución social por ser una herida de un tejido social que, como lleva implícito su nombre, es portador de virtudes, flaquezas y heroísmos en su camino ascendente; apoyándose un punto en todos los demás. La famosa y nunca suficientemente vilipendiada tolerancia cero es, por estas razones, un disparate político, un agravio a la vida comunitaria y un mal congenial a su cuna anglosajona, que lo único que logra es debilitar esos puntos del tejido social haciéndolos tensos y rígidos donde debería existir la necesaria elasticidad que caracteriza a todo ser vivo. Mas favorecer directa y abiertamente el mal en sí mismo es una locura y una acción neta subversiva que quita toda legitimidad al gobierno que la lleva a cabo y lo destituye, ontológicamente, de aquella auctoritas, vale decir, de esa condición de autor permanente de la unidad, solidaridad y bonanza social que legitima su condición de gobernante.

Ni qué decir de la herida que se infiere a la virtud Cristiana de la Caridad, vulnerada por este funesto egoísmo social postulado y organizado desde el gobierno mismo, que consiste en volverle la espalda a nuestros hermanos de desgracia con el pretexto de la solidaridad social y la salud, como si la salud de los demás fuera de menor valor que la propia. Y que es como justificar un asesinato con el subterfugio de salvaguardar la vida. «Es mejor que estén dos que uno solo; tendrán la ventaja de la unión. Si el uno cae, será levantado por el otro. ¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante!» Ecl 4,9-12. «El hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad fortificada» Prov 18,19. En eso nos convertimos: en una ciudad abierta y en constante peligro. Y como si no fuera que Nuestro Señor Jesucristo consideró Su propia Vida, que es nada menos que la Vida misma de todo lo creado, como anuncia el principio del Evangelio de San Juan, digna de ser oblada para devolver la salud perdida a todo el género humano. Cierto pontífice jerosomilitano pronunció, según narra ese mismo evangelista, la frase trágica pero sin duda profética: Es necesario que uno muera para que se salven todos. La cual dió lugar a un crimen tremendo para quien lo instigó, para quien lo prohijó y para quien lo ejecutó; pero no obstante las Heridas de Nuestro Señor son la honra del pueblo cristiano y la fuente misma de Su Iglesia. Y no son otra cosa que el fruto de su donación personal para la salvación nuestra. Por eso esto de ahora es un crimen, y lo es de lesa Caridad, sobre la cual escribe Santo Tomás: la razón del amor al prójimo es Dios, pues lo que debemos amar en el prójimo es que exista en Dios. Es, por lo tanto, evidente que son de la misma especie el acto con que amamos a Dios y el acto con que amamos al prójimo. Por eso el hábito de la caridad comprende el amor, no sólo de Dios, sino también el del prójimo; S. Th, II, IIæ, q. 25, a. 1. El amor de caridad es nada menos que amistad, y en este caso concreto, vera amistad social, por medio de la cual se le desea al amado todos los bienes posibles.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.

El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.

Hace pocos días recibíamos en nuestros teléfonos celulares —hodiernos sucesores inanimados del juglar medieval— advertencias sobre la necesidad de “denunciar” a quienes violasen las reglas de “aislamiento social”; traducido a la realidad: atacar a quien se comporte como una persona civilizada. Se comprende que un enfermo deba guardar por sí mismo o por la fuerza de la autoridad, un aislamiento que se dicta en su favor y para beneficio de la sociedad toda; mas sin privarlo de lo que es necesario para vivir; y para sobrevivir. En primer lugar, el afecto de sus familiares y amigos. Pues no: aquí se manda que deba prevalecer la regla del egoísmo y del abandono y del apartamiento; la regla del “enfriamiento de la caridad”. Equivalente a decir que el aislamiento es de por sí, una condena social anticipada —tanto se la observe como si no—, por el delito común de no haber logrado superar el género humano la mera posibilidad de una enfermedad que, como fuera que se la quiera ver, no es más que otra consecuencia del pecado original que todos llevamos a cuestas. En Italia y España, nos cuentan, ha habido desgarradores casos de abandono de enfermos a las sombras de la muerte, sin parientes al pié de la cama, sin confesor ni Sacramentos y con el seguro destino de un crematorio antiséptico. Juan Manuel de Prada los denomina, con justicia sin igual, “morideros”; precedidos en muchísimos casos por esas horrendas gestorías modernas de depresión, abandono y tristeza que llamamos aquí geriátricos y allí, ni idea. Lo horroroso es que muchas o todas estas personas tienen hijos, hermanos o parentela que no los quieren entre ellos a pesar que le son deudores, o sea deudos, pero que son igualmente sometidos al “aislamiento social” preventivo porque aquellos a quienes le cambiaban los pañales de chicos, ahora son amnésicos y desagradecidos adultos. Si esto no clama al Cielo, decidme qué...

Esto es “aislamiento social”, un simple, llano, y vulgar caso de ese enfriamiento de la Caridad profetizado como una de las señales del final de este mundo; que bien podría pasar de una buena vez. Es cierto que no es igual en todas partes y que las causas de la enorme mortandad ofrecida por estas dos pobres naciones que mencionamos, son muy distintas entre sí y con relación a la situación en otros países; no tenemos noticia que aquí suceda con esa atroz intensidad devastadora lo que nos han narrado amigos españoles o italianos. Criticamos, sí y con gran pasión, el torcido criterio rector para combatir una crisis sanitaria cuyos orígenes son cada vez más obscuros y con estadísticas cada vez menos creíbles.

Todo el tratamiento de esto, además de su connatural inepcia, ha sido capaz para crear riesgos sociales alarmantes —tal vez sean en el futuro algo peor, pero desde nuestro propio aislamiento no estamos en condiciones de juzgarlo con certeza y mucha experiencia sobre esto, a Dios gracias, no hay— y no solamente los previsibles daños psicológicos y sanitarios que, con el tiempo, se irán destapando como otras tantas pestes que, cual serpientes insidiosas, amenazan el talón social tras la crisis presente. El problema del aislamiento y el tremendo mal que es siempre el fomento de la delación, más el abatimiento oficial de la sensatez y lo salvaje del tracto elegido, no pasará sin dejar esa borra maliciosa de desconfianza y desunión social; suspicacias de unos hacia otros y el advenimiento de un espíritu fosco y cerril —en cuántos, no sabemos— que es la consecuencia natural del apartamiento social y del regreso paulatino a la sociedad tribal.

Ni horas hace, un mensaje encapsulado en electrónico envase nos presentaba un notable episodio nocturno: vecinos de la misma manzana céntrica cuyas ventanas miraban hacia el pulmón común, se han puesto a cantar, a vitorear, a saludarse y todas esas cosas que esta locura no los deja hacer a la vista general. El diario que miente (¿otro más?) ha dado cuenta de esta singular práctica social. Esta emocionante y espontánea búsqueda de intimidad, urbana y concéntrica; explosiva, alegre y criolla, nos da no solamente plena razón en nuestra argumentación, sino fuerza y esperanzas ante el desasosiego de las noticias y el aislamiento lejano en que hemos quedado capturados.

Renglón aparte merece el desastre económico que esto ya ha significado para la Nación y en especial, las familias, sobre todo para las de menores recursos. La suspensión de los pagos, la carestía, el desabastecimiento y la pobreza desesperante, aún la de los más laboriosos, son los sombra de los horrores que se ven en lontananza, a hombros de una epidemia que no fué, pero que unos intereses atrevidos, audaces y criminales han llevado en andas del pánico y el terror más elemental (e ilegal, claro), al estrado de la locura nacional. Donde se hubiese requerido mesura, prudencia, serenidad y mil virtudes más de las que tiene que tener cualquier varón que se precie de tal ante la desgracia y el peligro, solo se han presentado el botaratistmo y una recepción acrítica —y sospechosa— de “las recomendaciones de la OMS”. El ridículo asistencialismo oficialista le ha puesto la tapa de hipocresía a esta olla del diablo, insigne burla a todo un pueblo que no ha recibido de sus gobernantes más que desgracias, groserías y saqueos desde que este cuadrúpedo cronista tiene memoria. Pero ya se sabe que el diablo hace sus fechorías y, tapando la olla, corre a esconderse; pero deja la cola afuera, que es de dónde lo agarra la Justicia Divina.

Así que hemos podido ver desplegarse conjugadamente ante nuestros ojos, todo el arsenal táctico de los movimientos subversivos: Reduccionismo, emocionalismo, cifras apabullantes medio tramposas y un ensañamiento dialéctico maniqueo y colérico.

Con la ayuda de Dios, la firmeza de nuestro pueblo sano —que es mucho y apabullante mayoría, aunque su bonhomía natural sea propensa al engaño— unido y organizado podrá salvar la situación. Una vez más.

viernes, 27 de marzo de 2020

Lo Imprevisto (para las horas inciertas)



Señor, nunca me des lo que te pida.
Me encanta lo imprevisto, lo que baja
de tus rubias estrellas, que la vida
me presente de golpe la baraja

contra la que he de jugar. Quiero el asombro
de ir silencioso por mi calle oscura,
sentir que me golpean en el hombro,
volverme, y ver la faz de la aventura.

Quiero ignorar en dónde y de qué modo
encontraré la muerte. Sorprendida,
sepa el alma, a la vuelta de un recodo,
que un paso atrás se le quedo la vida



Conrado Nalé Roxlo, argentino, 1898-1971



miércoles, 25 de marzo de 2020

Auxilios celestiales

Cierto día del mes de Julio del año 2018, un Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tomó una decisión que dejó perplejos y enojados a todos los zurdos que habitualmente lo rodean, lo alimentan, lo defienden y justifican sus peores fechorías (que no han sido pocas).

El hombre no tuvo mejor idea que consagrar su Gobierno, su persona y la Ciudad que gobernaba al Sagrado Corazón de Jesús, en presencia del Arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, del Regimiento de Patricios de Buenos Aires y numerosa concurrencia allí presente.

El berrinche que se agarraron todos los zurdos del país fue monumental.

Y la críticas más ácidas estuvieron dirigidas contra la Iglesia y no nada de reproches contra este Jefe de Gobierno. Era previsible. Como hemos adelantado en nuestra entrada anterior, esta reacción no es racional: Quien no tenga fe o practique una religión distinta o no practique ninguna, no tiene motivo para sentirse agraviado, por que esta Consagración no significará nada para él. Pero si su religión es el anticatolicismo, entendemos mucho mejor aquellos enojos, ahora olvidados.

Pero el hecho ha permanecido tal cual se lo hiciera; y creemos que Dios no lo echará de lado, porque cualquiera que hubiese podido ser la causa que movió al autor de esta Consagración, a la hora de su efecto no tiene relevancia de ninguna especie, dado que las autoridades públicas manifiestan sus acciones de forma exterior y objetiva por razón de su oficio público sin importar su interés particular, fuera éste coincidente o no y, por lo mismo, con prescindencia de sus intenciones. En todo caso sus intenciones íntimas militarán decisivamente en su virtud personal, a no dudar, si hubiese ido en ellas su conformidad con el acto exterior. No obstante, no gobiernan por un derecho propio sino por delegación del Cielo, como recordase Jesús a Pilato en tremendas circunstancias, sin que el Gobernador de Judea pudiese impugnar lo que acababa de oir ni, tal vez, lo comprendiese demasiado. Por lo tanto, esos actos son plenamente eficaces en el sentido declarado, exteriorizado, con exclusión de toda otra consideración.

De manera que Buenos Aires, ciudad que lleva el nombre de la Bendita Madre de Dios y habiéndose invocado para ese acto el auxilio el Corazón Inmaculado de María, tal como lo indicara el Jefe de Gobierno, ha quedado consagrada al Corazón Sacratísimo de Jesús.

Eso es inapelable.

Ánimo pues; esta batalla se está librando en este preciso momento entre las potencias infernales y el Rey del Universo; y estamos del lado vencedor.

martes, 24 de marzo de 2020

Tropiezos

No vivimos días apacibles. Lo que otrora fueran días penitenciales voluntarios aconsejados por la Iglesia, han devenido en obligatorios y en la celda de cada cual. Se crea o no en los terroríficos términos en que nos dirigen sus nada inocentes mensajes la Organización Mundial de la Salud —órgano de la ONU para la difusión del abortismo y el feminismo— lo cierto es que el asunto este avanza lenta pero seguramente. Mas no en todas partes igual. Y esto es lo llamativo.

México comenzó con su cosecha de enfermos pocas semanas después que Italia. Con una población que supera los 120 millones de habitantes y casi 2 millones de kilómetros cuadrados, según las fuentes habitualmente desinformativas debería estar “ahorita mismo” cursando una etapa desastrosa de la enfermedad a la cola de la península mediterránea, como correspondería a un ajuste previsto a la disciplina universal instalada en estos últimos meses. Pero críticas más o menos a quien hasta hace pocas semanas era adulado por la prensa izquierdista por sus supuestas ideas de avanzada y reformistas, lo cierto es que a este momento, horas finales del día 24 de marzo, México cuenta 367 casos de infección y cuatro víctimas fatales.

Inversa proporción a la tremendas críticas que ha merecido el presidente López Obrador, quien se ha mantenido firme en su rechazo a las políticas mundiales de control poblacional terrorista y ha garantizado en general a su pueblo que seguirá así mientras se pueda y, después, se irá viendo. Es un desafío a la OMS, a la ONU y a todas las siglas que manifiestan al NOM. El hombre es un pragmático, como dicen ahora y tiene criterio propio para estas cosas. Siguiendo el caso del cuco que se utiliza para aterrar a todos los confines de la tierra, Italia, México debería contar pues una enorme cantidad de infectados y muertos. Pero no es así y los hechos parecen negarle la razón al sometimiento y la docilidad ideológica que imprime la tiranía de las organizaciones internacionales.

Un caso notable, tal como lo ha resaltado un medio local hace unas horas.

“Casualidá”, refunfuña el escéptico mirando de soslayo, salvo que prefiera, como han hecho muchos analistas, coleccionistas habituales de connotados fracasos, poner la legitimación de sus opiniones en el futuro, época para la cual, si no sucediese lo que predicen, el mundo habría olvidado sus sandeces y les autorizaría seguir dictando sus majaderías sin temor al ridículo.

Pero lo realmente llamativo es otra cosa.

Este señor, López Obrador, a quien nadie en su sano juicio llamaría “católico” ni nada que se le parezca, en una conferencia de prensa donde ha comunicado que México mantendría su criterio propio para enfrentar la peste, ha exhibido orgullosamente dos Detentes que, asegura, le han hecho llegar personas del pueblo y que él siempre lleva encima; tanto como para mostrarlos recién sacados de su billetera. Estos sacramentales están profundamente unidos a la tradición católica ibérica y por supuesto, mexicana, como nadie bien informado ignorará, pues eran públicamente llevados al pecho por los soldados cristeros en la epopeya de los años '20 del siglo pasado contra la Masonería o por los soldados carlistas en la Cruzada Española de 1936.

Es imposible no quedarse impresionado por este gesto del Presidente de México. Que haya llamado a estas pequeñas insignias “amuletos” y hasta que las haya comparado con otros objetos probablemente idolátricos —asigún afirman los cronistas, no siempre veraces—, no quita que el hombre invocara al Sagrado Corazón de Jesús como lo haríamos nosotros. No es irrelevante que México haya sido consagrado al Sagrado Corazón el día 11 de octubre de 1924 por los Obispos católicos de entonces, ni tampoco que posea el monumento al Sagrado Corazón más importante de América en el Cerro “El Cubilete”, santuario que fuera dinamitado por las tropas de Plutarco Elías Calles en 1928 y reconstruído a partir de 1944. La Consagración fue renovada dos veces más por los obispos, en 2006 y en 2013.

Será esto todo lo casual que se quiera, pero son hechos sólidos y verdaderos. Claro, para nosotros no son casualidades de ninguna forma, pero vaya uno a decírselo a quien tiene necesidad de saberlo y obligación de hacerlo, sin recibir miradas socarronas y pestíferas acusaciones.

Dos cosas más todavía.

Como no se nos ocurre, al menos por ahora, que los Obispos de la Argentina fueran capaces de hacer una cosa así, le proponemos al Presidente Alberto Fernández que lo haga él; garantizándole que, llevándolo a cabo con la suficiente seriedad y renunciado públicamente a sostener el crimen del aborto, la Argentina será preservada de los efectos pestíferos de esta infección y sobre todo de las consecuencias sociales y económicas de las desastrosas acciones que se están llevando a cabo. Quien no tenga fe, no hay razón para que se sienta agraviado por ello; quien la tenga, tendrá no solamente un consuelo necesario en esta hora, sino la seguridad del auxilio del Cielo del que tan precisados estamos.

sábado, 21 de marzo de 2020

Un día déstos...

No había mucho sobre lo cual escribir o había demasiado; es igual. Aquel silencio nuestro hoy lo rompemos con no poco temor y esperanza. Y porque los sucesos desencadenados estos días, sin lograr despertar nuestra perplejidad, nos ponen, sí, en estado de alerta.

Pretextando el salvaguardo de las vidas, la ciudad se ha convertido en un cementerio. No es uno cualquiera; de vez en cuando se oyen voces horrísonas como saliendo de alguna tumba de consorcio, apostrofando a quien ose caminar por la calle; parecen sonidos del odio, el egoísmo y el individualismo que dos siglos hace ya, se ha venido fomentando en las almas para deshacerlas, entumecerlas, ahuyentarlas.

Pero está claro para cualquiera que en los cementerios no hay un alma...

Esta supuesta peste ha hecho emerger lo peor de muchos. Es de esperarse que esta emergencia se balancee con la otra tabla del tobogán, la que hace surgir lo mejor de todos; mas no somos demasiado optimistas en ese sentido. Siempre hemos creído que la afamada “marca de la Bestia” en la mano, son las malas acciones, así como la de la frente son los malos pensamientos. Contra algún que otro maniqueísmo generalizado –pura y dura pereza intelectual– debe saberse que el bien es la esencia de todo hombre, hecho bueno por Dios N. S., pero el mal ¡el mal...! está adherido a sus pasiones –de suyo accidentales y ni buenas ni malas– como la garrapata al perro ocioso.

Virus más o menos, la humanidad presente no parece poseedora de aquellos rasgos de heroísmo, desprendimiento y hasta de una cierta caridad incoada que ofrecían a nuestra admiración inclusive muchos pueblos paganos de la antigüedad; no digo nuestros venerables antepasados cristianos, a quienes lo presente repugnaría en lo más hondo por su bajeza esencial.

Lo de hoy es peor que el paganismo; ellos tenían por lo menos el sentido sobrenatural –erróneo e idolátrico, sí, pero sobrenatural– de la vida, la muerte, el matrimonio, la nueva vida que viene... Nuestro tiempo sólo piensa en salvarse la vida, esa miserable vida de hombre moderno, rico o pobre, pero instalado en ese esponjoso “bienestar” que le mangonea el Estado democrático y que le brinda a cuentagotas a cambio de la entrega de los jirones pertinentes de su alma eterna. Bien decía un profeta contemporáneo que los enemigos del Alma eran tres: El demonio, el mundo, la carne y el estado.

Es lo que tenemos como saldo de esta supuesta epidemia o lo que en definitiva fuera, pues para epidemia mundial o pandemia no está suficientemente crecida y es menos que adolescente, con menos víctimas que la gripe tradicional, los accidentes de tránsito y, por supuesto, muchísimas menos que el aborto, pero suficientes para tremolar de miedo a media humanidad y, no menos cierto, hacer reir a la otra mitad, que no se resigna a llorar por esta causa. La cual mitad segunda no lo hace público para no soportar el escarnio de sus vecinos con los cuales convive, moribundos de terror y no de COVID-19, o el vejámen de los medios de perversión social. Lo cierto y verdadero es que en muchos países se ha establecido un régimen policial terrorista que ha obligado a todo el mundo a meterse en su casa y a no salir, so pena de intervención policial. ¿Hubiéramos creído posible hace un par de años atrás que se encerraría a cal y canto a los sanos, lo que siempre se hizo solamente con los enfermos...? Ni soñando. Y los vehículos y helicópteros policiales sobrevuelan a los prisioneros domiciliarios para hacer ostensión de su presencia y mantener domesticados a los gatitos.

Pero hay un clamor que no tiene prensa ni audiencia: En la Argentina hay 10 millones de personas obligadas al paro forzoso que no cobran estipendio alguno, si no trabajan; para ellos la amenaza no es algún virus, remoto aún, sino el hambre, la desesperación y acaso el crimen; o sea el Estado democrático terrorista. El pretexto para ignorar su suerte y que se oye predicar a unos políticos habitualmente sociales y progres, titulares de una encomiable sensibilidad de cocodrilos, a los eclesiásticos “en salida” y unos gremialistas supuestamente combativos y parlanchines pero ahora misteriosamente silenciosos, es que “no se puede privilegiar la economía por encima de la vida”; lo cual, en boca de estos liberales marxistoides, materialistas recalcitrantes, es un agravio por la ironía burlesca que encierra. ¿Qué les ha importado jamás la vida a estos monigotes de satanás, mil veces abortistas, promotores de la genitalidad más brutal –y decimos brutal y no bestial, porque las bestias usan del sexo para conservar la especie–, cultores de la eutanasia y del desenfreno económico más indigno y cruel? No, no es algo que se pueda soportar sin ira, escuchar a los otrora profetas de la prioridad absoluta del liberalismo económico o del economicismo social –las dos caras de la medalla del materialismo crudo– mostrarse ahora como los protectores de una vida que han despreciado sin rubor ninguno y por todos los medios a su alcance. Se nos ocurre pensar que lo que frase tan rimbobante encierra es en realidad la expresión de una cruda verdad surgida del egoísmo a ultranza que es su regla vital liminar: la economía de los pobres no puede estar por encima de MI vida.

La verdad sin embargo es muy distinta: hay varios millones de cuentapropistas es decir, trabajadores independientes que viven de lo que producen y cobran su gaje día tras día para sobrevivir, con prescindencia o al margen de estos o cualesquier pensamientos teóricos económicos o filosóficos –de mala filosofía. No son asalariados, ni estipendiarios del gobierno envilecedor de turno sino gente laboriosa que vive de su trabajo personal. Profesionales, comerciantes, artesanos, transportistas, simples trabajadores que cotidianamente ganan su pan. En esta situación de histeria colectiva movida por el terror inseminado artificialmente, su suerte vale menos que “la vida de los otros”, como si la de ellos no fuera suficientemente valiosa y mereciera ser reducida, en esa ecuación y sólo Dios sabe por qué maligno arte del birlibirloque, a ese término difuso y tramposo “Economía”, trampeándose lo que en verdad es para ellos nada menos que el más importante sustento de la propia vida; o como si las potenciales víctimas del bicho fueran a ser tantas que superasen a los varios millones de despojados y potencialmente condenados a muerte. Sólo este crudo materialismo, dialéctico más que nunca, era capaz de causar semejante atrocidad. Mientras se emocionan cantando con la Negra Sosa que el mundo no les sea indiferente... Y es esta criminal indiferencia por la suerte de toda una clase social, justamente, sumado a la universal propagación del pánico por los medios de perversión social –televisión, radios y los misteriosos y mentirosos mensajes reenviados de las redes sociales– lo que nos lleva a pensar que esto, sea obra de quien fuera y terminase siendo lo que fuese, no es otra cosa que la consecuencia de una planificación demasiado minuciosa para ser espontánea o sobreviniente, destinada a provocar el caos social y la consiguiente imposición de una disciplina férrea a base del terror. Al final de la cual podría vislumbrarse la aparición de un todavía desconocido salvador...

No se puede cerrar esta revista sin mencionar la tremenda apostasía generalizada demostrada por aquellos mismos que deberían ser soporte y custodios de la Fe, pero han dado por contento su trabajo con suspender el culto público en casi todo Occidente católico. El sueño del anticristo hecho realidad de la mano de un bicho discernible solamente en un microscopio o, acaso, en un estornudo seguido de tos seca. El primer paso, increíblemente, ha sido dado por la Conferencia Episcopal de Italia, país donde reside el Papa y quienquiera sea éste, pues por ahora tenemos nominalmente a dos que llevan tal nombre. Y el lugar donde parece ser, contando únicamente las fronteras políticas que son puramente ideales, que el famoso bicho se ha cobrado la mayor cantidad de vidas. Ciertamente, no más que otros infortunios u otras pestes pasadas y presentes, como la gripe común o Influenza que, por muchos cuerpos (Santo Dios, que horrible metáfora...) le lleva funeral ventaja y, por supuesto, muchísimas menos que el delito, el aborto, el suicido –notablemente incólume a la cabeza de las causas de muerte en España– o los riesgos del embarazo, por cierto más heroicos y encomiables.

Que lo mencionamos al pasar, nomás. Porque ninguna de estas causas ha sido tratada con el mismo status panicus que el innoble coronavirus ni ha merecido prácticamente ninguna profilaxis preventiva o defensiva en este apóstata mundo por la parte civil. No hemos presenciado, al menos en gran escala, rogativas ni Misas para aplacar la más justa que nunca ira de Dios, ni el tradicional y corajudo desafío de los clérigos a las leyes de los hombres cuando se tratase de traerle el Cielo a los hombres, a sabiendas que la Liturgia es una continuación de la Encarnación por otros medios, en medio de una tierra devastada. Ilusoriamente devastada, en realidad; por el terror a una muerte sin eternidad y por esa cobardía atroz como es querer vivir para siempre una vida insignificante con coche nuevo y medicina prepaga.

“¿Habrá fe en la tierra cuando vuelva el Hijo del hombre?”

Está escrito que Cristo vuelve como un ladrón, que llamará a la puerta, que es la llave de David, y que toda la creación suspira por ese día pero que habrá antes una inmensa apostasía. Y también que Dios protegerá a sus elegidos para preservarlos de la gran tribulación y de Su santa cólera. Lo cual significa también que los protegerá de la apostasía; de no, no habría a quien proteger.

Con San Juan Clímaco creemos que la esperanza es la imagen presente de los bienes ausentes; y si es cierto que Cristo no ha vuelto tantas otras veces que se creyó inminente su Venida no lo es menos que, cuando Él venga, nadie lo estará esperando. Ahora ya nadie Lo espera. Ni el Papa habla de eso. Pero que tiene que volver es un hecho, pues está también escrito que debe entregar Su Reino al Padre; y para que esto sea posible es necesario que Él reine; no Se va a presentar al Padre con las manos vacías. Pues para reinar tiene que volver.

No es que sepamos con certeza de hombres que nos hallamos ante la anhelada Parusía ¡qué más quisiéramos para esta hora; qué consuelo infinito sería saber que, al fin, todo esto no era más que el ocaso del mundo que pasa y adviento del que viene prometido y que lo presente será, al fin de cuentas, la olvidable y final tramoya que desencadenará la anhelada Segunda Venida! El precio de tal recompensa seguiría siendo desproporcionadamente bajo.

Pero las certezas de la Fe no son certezas de hombres. Son certezas para los hombres. Cuya aceptación no dependerá de microscopios chinos de ultimísima generación ni de suspicaces estornudos sobre las mangas, ni mucho menos de humanas claudicaciones pastorales o de calculadas y cándidas apostasías públicas ni del siempre renovado y usual terrorismo político democrático. Nada de todo eso sirve.

“...la corona de justicia me dará el Señor... en aquel día, y no solo a mí sino a todos los que hayan amado su venida (II Timoteo 4, 7-8).

La verdad es que no sabemos nada que no sepan los demás.

Pero por que amamos su Venida escribimos esto.