Hoy, entre los estertores agónicos del romanticismo liberal y la nunca suficientemente certificada defunción del comunismo, se cumple un aniversario más, del aplastamiento soviético del levantamiento anticomunista de Budapest, durante los meses de octubre y noviembre de 1956.
Pocos lo recuerdan y, muchos más, no quisieran recordarlo; los húngaros, traicionados varias veces por "occidente" entre 1923 –fecha desde la cual más o menos formalmente quedó sin efecto la monarquía apostólica de los Habsburgo– y 1946, en que fueron entregados por los "aliados" a la voracidad demoníaca del imperio rojo, se levantaban contra la opresión comunista confiados ¡nada menos! que en el auxilio que les prestaría el "occidente", sedicente "democrático" y partidario de la libertad.
Ilusionados por dos siglos de toneladas de propaganda falluta y cantando "La Marsellesa" por las calles de una ciudad abarrotada de entusiasmo por la ayuda que, creían, les prestarían Francia, Inglaterra o Estados Unidos, y vacía de los recursos militares con qué enfrentar los tanques soviéticos, que ya se preanunciaban, los húngaros se lanzaron a una excitante aventura religiosa, patriótica y verdaderamente Occidental y cristiana, confiados en el auxilio que alguien, alguna vez, les debería prestar en nombre de los principios que decíanse sostener. Tal como creyeran que había ocurrido en el París en 1789, los revoltosos forzaron los –esta vez sí– repletos calabozos de la policía política comunista, mas sin poder llegar a su más profundos estratos, de los cuales, según se dice, se oían angustiosos reclamos de libertad por las alcantarillas de la ciudad ...
Duró dos meses la ilusión de libertad; y la tragedia se avizoró cuando, cansados de esperar el auxilio que nunca llegaría del oeste, ni siquiera como pañuelo de lágrimas, y salvo el exasperante reclamo de Su Santidad Pío XII cerca de los gobiernos "occidentales" a fin de interceder por la Hungría heroica, comenzaron a oirse los rumores de guerra del este, el "punto cardinal flaco" de una Europa que, pese a nuestros deseos, poco tardará ya en pagar sus hipocresías, sus traiciones y su espíritu mercachifle, vulgar y antipatriótico, que trocó a cambio del puesto de honor que Dios le ofreciera en el concierto de los hijos de Noé.
La fantasía terminó rápida, abrupta y trágicamente, gracias a la resuelta intervención de los "camaradas" comunistas rusos, que invadieron Hungría, asesinaron a todos aquellos que se les oponían en las calles, detuvieron a los líderes Imre Nagy y el mayor Pal Malete (asesinados en prisión dos años más tarde, después de un "proceso" al estilo de Nürmberg, o Saddam Husseim, o lo que Ud. quiera poner aquí como simulacro de "poder judicial") e instalaron un gobierno títere. El arzobispo primado, cardenal Mindzsenty, se encerró como refugiado en la embajada de Estados Unidos, hasta que una deshonrosa transacción, muchos años después, lo expulsara de su país, de su martirial refugio y de su sede apostólica. Miles de refugiados cruzaron la frontera de la hermana Austria, nación con la cual los húngaros compartieron centurias de honores imperiales y desventuras religiosas. Por fin, como en otros oscuros tiempos, en que el turco hollaba los feraces pastos de la estepa húngara a causa de la traición de "occidente", el silencio de la muerte cayó sobre estos héroes.
La "paz" de Yalta y Potsdam seguía en pié. La alianza angloprotestante y soviética y la correlativa división del mundo en "provincias" infranqueables, no se rompería por un episodio tan menor, ni por salvar de la ruina un paisito tan inverosímil como Hungría. Que después de todo, había peleado en la fuerra del lado de los nazis y además ... ¡eran tan católicos!.
Ningún país "occidental" dió razón de su abandono, su cobardía y, lo que es peor, de su abierta complicidad con el comunismo satánico de Moscú. No valen los argumentos de la "era stalinista", por que el Pepe de Hierro había partido a la flameante casa de su padre hacía pocos años y, ahora, gobernaba la URSS el histérico Kruschov; y el infaltable Politburó, por supuesto. Ni tampoco valen las tardías lágrimas que hoy, en el aniversario del horror, vierten los cocodrilos de "occidente", ante una gesta de la cual no quisieron participar y que, seguramente, colaboraron en aplastar. Nadie como los heroicos y demasiado ilusos húngaros, supo por entonces qué quería decir Pío XI 20 años antes, cuando llamó "intrínsecamente perverso" al comunismo en su encíclina Divini Redemptoris. Calificativo que bien podríamos extender a sus cómplices de entonces y de ahora. Pero, es claro, aún faltaban por venir la Camboya de Pol Pot y otras delicadezas de la marea roja.
Están de moda los pedidos públicos de perdón que a nosotros, por nuestros pecados, por nuestra ignorancia y por la inmensa carga negativa que el siglo XX nos puso a cuestas, nos huelen a demagogia, a hipocresía y a propaganda; admitimos sin embargo, que en algunos casos hayan sido sinceras estas penitencias; pero seguimos esperándola de los comunistas y de "occidente" por su responsabilidad en la instalación del comunismo. Y hoy, en este aniversario, que es la prueba cruel de esta complicidad, sería una buena oportunidad.
Que otra vez, desde luego, será desperdiciada; por que está escrito que "Dios ciega a los que quiere perder".
Ilusionados por dos siglos de toneladas de propaganda falluta y cantando "La Marsellesa" por las calles de una ciudad abarrotada de entusiasmo por la ayuda que, creían, les prestarían Francia, Inglaterra o Estados Unidos, y vacía de los recursos militares con qué enfrentar los tanques soviéticos, que ya se preanunciaban, los húngaros se lanzaron a una excitante aventura religiosa, patriótica y verdaderamente Occidental y cristiana, confiados en el auxilio que alguien, alguna vez, les debería prestar en nombre de los principios que decíanse sostener. Tal como creyeran que había ocurrido en el París en 1789, los revoltosos forzaron los –esta vez sí– repletos calabozos de la policía política comunista, mas sin poder llegar a su más profundos estratos, de los cuales, según se dice, se oían angustiosos reclamos de libertad por las alcantarillas de la ciudad ...
Duró dos meses la ilusión de libertad; y la tragedia se avizoró cuando, cansados de esperar el auxilio que nunca llegaría del oeste, ni siquiera como pañuelo de lágrimas, y salvo el exasperante reclamo de Su Santidad Pío XII cerca de los gobiernos "occidentales" a fin de interceder por la Hungría heroica, comenzaron a oirse los rumores de guerra del este, el "punto cardinal flaco" de una Europa que, pese a nuestros deseos, poco tardará ya en pagar sus hipocresías, sus traiciones y su espíritu mercachifle, vulgar y antipatriótico, que trocó a cambio del puesto de honor que Dios le ofreciera en el concierto de los hijos de Noé.
La fantasía terminó rápida, abrupta y trágicamente, gracias a la resuelta intervención de los "camaradas" comunistas rusos, que invadieron Hungría, asesinaron a todos aquellos que se les oponían en las calles, detuvieron a los líderes Imre Nagy y el mayor Pal Malete (asesinados en prisión dos años más tarde, después de un "proceso" al estilo de Nürmberg, o Saddam Husseim, o lo que Ud. quiera poner aquí como simulacro de "poder judicial") e instalaron un gobierno títere. El arzobispo primado, cardenal Mindzsenty, se encerró como refugiado en la embajada de Estados Unidos, hasta que una deshonrosa transacción, muchos años después, lo expulsara de su país, de su martirial refugio y de su sede apostólica. Miles de refugiados cruzaron la frontera de la hermana Austria, nación con la cual los húngaros compartieron centurias de honores imperiales y desventuras religiosas. Por fin, como en otros oscuros tiempos, en que el turco hollaba los feraces pastos de la estepa húngara a causa de la traición de "occidente", el silencio de la muerte cayó sobre estos héroes.
La "paz" de Yalta y Potsdam seguía en pié. La alianza angloprotestante y soviética y la correlativa división del mundo en "provincias" infranqueables, no se rompería por un episodio tan menor, ni por salvar de la ruina un paisito tan inverosímil como Hungría. Que después de todo, había peleado en la fuerra del lado de los nazis y además ... ¡eran tan católicos!.
Ningún país "occidental" dió razón de su abandono, su cobardía y, lo que es peor, de su abierta complicidad con el comunismo satánico de Moscú. No valen los argumentos de la "era stalinista", por que el Pepe de Hierro había partido a la flameante casa de su padre hacía pocos años y, ahora, gobernaba la URSS el histérico Kruschov; y el infaltable Politburó, por supuesto. Ni tampoco valen las tardías lágrimas que hoy, en el aniversario del horror, vierten los cocodrilos de "occidente", ante una gesta de la cual no quisieron participar y que, seguramente, colaboraron en aplastar. Nadie como los heroicos y demasiado ilusos húngaros, supo por entonces qué quería decir Pío XI 20 años antes, cuando llamó "intrínsecamente perverso" al comunismo en su encíclina Divini Redemptoris. Calificativo que bien podríamos extender a sus cómplices de entonces y de ahora. Pero, es claro, aún faltaban por venir la Camboya de Pol Pot y otras delicadezas de la marea roja.
Están de moda los pedidos públicos de perdón que a nosotros, por nuestros pecados, por nuestra ignorancia y por la inmensa carga negativa que el siglo XX nos puso a cuestas, nos huelen a demagogia, a hipocresía y a propaganda; admitimos sin embargo, que en algunos casos hayan sido sinceras estas penitencias; pero seguimos esperándola de los comunistas y de "occidente" por su responsabilidad en la instalación del comunismo. Y hoy, en este aniversario, que es la prueba cruel de esta complicidad, sería una buena oportunidad.
Que otra vez, desde luego, será desperdiciada; por que está escrito que "Dios ciega a los que quiere perder".
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http://www.youtube.com/watch?v=5Hf68dNKNms&feature=related
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