lunes, 16 de noviembre de 2020

“Padeció Bajo Poncio Pilato” de Vittorio Messori

H mos leído el libro de Vittorio Messori “Padeció bajo Poncio Pilato”, aprovechando el tiempo remanente que nos ha acordado nuestra presente condición de presidiarios sin condena ni prisión preventiva judicial. Una idea clara y explícita en el libro y sobre la cual no abundan muchos pensadores modernos, es la de la Paternidad divina referida a cada uno de nosotros en particular e incuestionablemente inaugurada por Cristo, el Hijo de Dios Encarnado, en el Nuevo Testamento; porque en el judaísmo, Dios es ciertamente llamado Padre por las Sagradas Escrituras, pero refiriendo siempre a una paternidad colectiva, es decir, como padre del pueblo elegido y, en forma tal que, mediante adjetivos, Dios aparezca como un Padre distante y todopoderoso, justo hasta lo vengativo. Anota el escritor que la referencia a Dios como “Padre” en el Antiguo Testamento no supera las 14 veces y, siempre, presentado como lejano, remoto e inalcanzable. En cambio, en el Nuevo Testamento, en Cristo es el Padre de cada uno de nosotros, e inclusive es llamado Abbá por Jesús, o sea Papito, Quien anima a los Apóstoles y a sus seguidores a tener a Dios como Padre de cada cual, diferenciando esa paternidad colectiva referida a un pueblo, la que queda actualizada, en Su Persona, como una efectiva Paternidad individual, no ya puramente del común. Así, la mención de Dios como Padre próximo y cercano, en los Evangelios llega casi a las 200 citas; y si bien el término hebreo Abbá se usa una sola vez, se repite no obstante en San Pablo y se utiliza en su forma griega en los demás Evangelios, pero respetándose siempre ese significado cariñoso e infantil inaugurado y enseñado por Jesús. San Pablo lo dice claramente: “A Dios lo llamamos Abbá, Padre”.

Esta novedad del trato a Dios Padre y de Dios Padre, inaugurada en los Evangelios, es clara consecuencia de la Encarnación del Hijo de Dios, verdad teológica aceptada sencilla pero profundamente por los Padres de la Iglesia —misterio de filiación que se perpetúa en los Sacramentos— y perdida de vista cada vez más velozmente por el modernismo, quedando de hecho suprimida.

Dedica además algún espacio al juicio o asamblea que condenó al Señor, ilegítima, ilegal y hasta perjudicial para la tradición judía, pero sin otorgale la profundidad que acuerdan a su ensayo los hermanos Agustín y Joseph Lémann en “La Asamblea que condenó a Jesucristo”, obra que recomendamos en grado sumo y se puede encontrar en castellano editada por Criterio Libros y que, en Buenos Aires, se consigue en el Club del libro Cívico de Claudio Díaz.

Messori arremete contra el destructivo método “histórico crítico” tipo bultmanniano (lo cual es muy de agradecer), que so pretexto y a fueza de positivismo, cientificismo y racionalismo tanto ha dañado la fe y, ciertamente, lo hace desde una perspectiva muy, pero muy bien documentada. Aunque recurre con demasiada frecuencia a menciones más bien modernas (o modernistas) que no surgen ni siquiera implícitamente del contexto de la Revelación —las Escrituras o la Tradición— como las recurrentes citas al “colegio apostólico”, que es una noción tan moderna como su raíz protestante y democrática; aceptada inclusive de hecho y practicada por las Iglesias orientales cismáticas, en los denominados sínodos nacionales “autocéfalos”, pero sin que se le vea por ningún lado relación alguna con los textos sagrados ni con la tradición apostólica y católica. Que se lo mencione en el Concilio Vaticano II no supone ni permite aceptar que tenga lugar de tradición católica. La bolilla negra se la lleva la aceptación acrítica de una presunta distinción entre “las religiones” —en plural en el libro— judía y cristiana porqué, por más que se aceptase (y no sin reservas) que el cristianismo ha tenido lugar en un contexto religioso y cultural judío, está demostrado por el P. Julio Meinvielle que la religión judía nunca existió ni existe como tal autónomamente, sino que —cuanto religión— se trata en puridad de un cristianismo preliminar truncado por los errores y miopía de los jerarcas judíos del tiempo de Jesús, que no vieron que en Él se hacían presentes cumplidamente todos los signos proféticos. Porque los judíos eran depositarios de la Promesa divina sobre la venida del Redentor, que inicialmente aceptaron; la Promesa del Cristo, hecha en primer término a Adán en las puertas del Paraíso y, más tarde, renovada a Abrahám; por lo tanto, han sido “cristianos in fieri”, desde que el Señor los apartara para Sí como pueblo elegido y los hiciera depositarios de sus promesas, cerrando con ellos una Alianza, la Antigua, mas incompletos hasta la Primera Venida del Ungido y fuera de ella, a causa de su rechazo al Mesías; pero cristianos, no solamente judíos, porque no existe una religión judía por sí sola, sino una única Religión Mesiánica prometida a Adán por Dios e instalada por Él mismo en el seno del pueblo hebreo, que como queda dicho, que lo apartó para Sí a fin de que de su simiente naciera el Redentor. Así pues, no existe propiamente hablando una “religión judía”, sino una única religión cristiana, una Religión de la Promesa, la del Mesías, del Ungido, que está completa recién con Su Primera Venida, o incompleta, o mejor dicho: truncada, en la estéril espera posterior de los judíos. La incompleta o trunca es la parte judía o que podríamos llamar “período judío del cristianismo”, el cual equivocadamente todavía espera la Primera Venida del Mesías y lucha denodadamente contra el catolicismo precisamente por esta causa; y la parte completa, es la que aceptó la venida del Mesías y su Salvación, su Iglesia, Su Cuerpo Místico, con la doctrina cristiana y sus Sacramentos y la que en consecuencia aguarda la Segunda Venida del Señor, que es impensable sin su Primera Venida, sin la Encarnación del Verbo de Dios que lo hace posible. Cuanto menos religión cristiana completa hay, es decir, cuanto menos Cristo haya o cuanto más sea rechazado, más Anticristo hay y más cercano está su advenimiento. Por eso el triunfo religioso del judaísmo, es decir la proliferación de la noción de “pueblo elegido judío”, sin Redentor a la vista y cuyo Padre colectivo es el Dios creador, no solamente rechaza la Paternidad Divina auténtica inaugurada por y en Jesús, el Mesías, sino que acerca la aparición del Anticristo. Es por esto que, después de 2.000 años sin profetas, sin milagros, sin jueces, sin tierra prometida, algunos judíos han abandonado la religión de sus padres, la de la Promesa, y han optado en su desazón por adoptar un error teológico venenoso, cual es afirmar que ellos, en tanto pueblo judío, son aquel mismo Mesías prometido, autoconstituyéndose en pueblo mesiánico por sí mismo, de manera que ya no se debe espera la llegada de otro Mesías personal, Salvador, Redentor. Otras ramas del judaísmo siguen heroicamente con su paciente espera del Mesías y, finalmente, unos pocos han aceptado que Jesús de Nazareth era el Mesías prometido, pero a falta de profetas verdaderos, no hanse atrevido a cruzar el Mar Rojo hacia la Iglesia, que es el Cuerpo Místico del Redentor, tal como había profetizado San Pablo (2 Corintios 3,14 “Pero se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece”). Sobre esto hay una excelente intuición de Carlos Disandro en la introducción a su “Santa Hildegarda y su visión del Anticristo”; este autor, tan poco ecuánime en cuestiones teológicas, sin ninguna duda tuvo algunas intuiciones geniales y esta, es una de ellas.

«En estos tiempos apocalípticos, cuyos signos son releídos por innumerables corrientes culturales, según hermenéuticas a veces contrapuestas, distingo tres grandes orientaciones provisorias, dignas de mayor profundización, que aquí no cuadra.
1) La que podríamos llamar posición clásica en la Iglesia y en la cristiandad, cuyo ejemplo típico encontramos en el texto de Santa Hildegarde y que en síntesis se expresaría así: el fundamento de toda la creatura, de toda la historia, de toda la revelación, de toda la beatitud, originaria, incoativa o culminante, es la primera venida de Cristo, lo que nosotros llamamos de modo comprensivo el mysterio de la Encarnación. En esa primera venida se cumplen ya todos los requisitos y contenidos de la consumación, y es precisamente el debilitamiento de esta experiencia lo que acelera el advenimiento del Anticristo y por ende la segunda venida del Señor. En otras palabras, la escatología está realizada, es preciso convivirla en la historia, cuyo despliegue es en cierto modo cumplimiento temporal de esa realización...»

En su justiciero afán por desmontar la fábula modernista (especialmente la de Alfred Loisy) sobre los Evangelios tomados como una simulación, como un fraude creado para demostrar que en Jesús se cumplían todas las profecías, esto es, la tesis que sostiene que se inventaron los hechos evangélicos para hacerlos encajar con la profecía, Messori intenta demostrar lo contrario, vale decir, que en Jesús no se cumplirían perfectamente todas las profecías, lo cual contradice expresamente la S. Escritura: «era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lucas 24: 44). Creemos que no llega a comprender que, en realidad, esta herejía no hace sino rendir involuntaria pero justiciera y cumplidamente los honores correspondientes a un hecho que es innegable: en Cristo, efectivamente, se cumplieron todas las profecías, que los judíos se negaron a acreditar y ver y por eso extraviaron su camino y el del pueblo que les seguía, hasta que Dios quiera abrirles los ojos. Anteponiendo las doctrinas de los “doctores” al texto de las Escrituras pura y simple, los judíos no pudieron ver los signos proféticos que se cumplían en Cristo; aunque Santo Tomás afirma que los doctores sí comprendieron el cumplimiento de las profecías, y de allí la gravedad de su pecado. Y por eso los falsos doctores del Modernismo no tuvieron otra alternativa que, no pudiendo suprimir las fuentes de la Revelación, intentar envenenarlas con invenciones y “ciencia” falsaria. En tiempos del Señor, era preciso suprimir un abuso, no la Escritura y su acabado perfeccionamiento en la Encarnación del Verbo de Dios. Hoy, impedidos de suprimir la Escritura, intentan quitarle su vigor sagrado.

Pero en general, debe aceptarse este libro como una importante y hasta determinante contribución al estudio ortodoxo de los Evangelios y aunque se echen en falta, junto a algunas máculas como las que hemos señalado arriba, un remato parusíaco que aparece fatalmente a las puertas de nuestros días. ¿Qué se puede esperar de este mundo donde el Tiempo de la Paciencia Divina inaugurado por el Señor en la Cruz, dé paso al tiempo de la Segunda Venida...?

Madeleine Chasles, en su librito “El que vuelve”, felizmente reeditado entre nosotros por Vórtice, afirma que Cristo tras Su Resurrección, vivió cuarenta días con los suyos, hasta la Ascensión. Enfrenta este hecho a aquellos que se oponen a la idea que los que han sido transformados por el arrebato, pudieran acaso convivir con los viadores en un mundo transformado donde, muchos, serán beneficiados por este nuevo estado mientras la restante humanidad vivirá de manera semejante a la anterior —que es la presente— aunque sin la constante mortificación del pecado, sin su aguijón diría San Pablo, o bien muy reducida o hasta suprimida, consecuencia de lo cual es la desaparición de la tristeza y el presentimiento pesimista de la muerte, pues habrá sido vencida como anticipa el Apóstol.

¿Y los judíos?

Pues deberán convertirse; al menos, los sinceramente apegados a la tradición mosaica deberán hacerlo al manifestárseles el Señor en su Segunda Venida o, inclusive, antes de eso gracias a algún portento del estilo de los profetizados en Garabandal por Nuestra Señora, como el Aviso o el Milagro. Algunos no creen en esta aparición de la Ssma. Virgen. Los judíos tampoco lo creen. Nosotros simplemente lo vemos como algo lógico y necesario y perfectamente en línea con el plan de Dios de hacer todo, pero absolutamente todo lo que sea preciso para la salvación de las almas más recalcitrantes.

Como las nuestras.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Los pasitos de Bergoglio

El Nuevo Misal Italiano, aprobado por la Conferencia Episcopal de aquel país y por el papa Bergoglio para su uso “obligatorio” —despóticos progres parlanchines de libertar y tolerancia, nunca jamás harán uso de su propio discurso ...— por todo el clero local, establece algunas novedades que ofrecen cierto interés a los observadores de la Revolución anticristiana. En Primer Lugar, se modifica la traducción del Paternóster, que (“finalmente y como acertadamente ha notado el papa Francisco”) la penúltima petición sea más conforme con la teología católica. Y pensar que en dos mil años nadie se dió cuenta ...

Y en Segundo Lugar, se pretende darle más importancia a las lecturas, lo que hodiernamente se llama con perfecta improcedencia pero con manifiesto espíritu protestante “Liturgia de la Palabra”, pues resalta la inncesaria, aunque innegablemente conveniente, participación popular en las lecturas de la Santa Misa y las pone indebidamente a la altura de la Liturgia Eucarística propiamente dicha. Con esto, se da amplia difusión y mayor cabida, de hecho y de derecho, a la herejía protestante contenida en el Concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum 21 y repetida ad pedem litteræ en el Catecismo juanpablista, § 103, que expresa esto: «Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21)». No se puede “venerar” de igual modo a la Escritura y a la Persona Divina, como no se puede igualar la obra con Su Autor; por lo demás, al Cuerpo y Sangre del Señor no se lo “venera”, se lo adora. Y a las Escrituras no se las adora, se las venera mediante la FE. Así pues, otra frase herética sutilmente anfibológica y equívoca del canallesco CVII, conato innegable de protestantización del dogma católico.

Esto no es nuevo en la inacabable y perpetua “reforma litúrgica” iniciada en 1967 con la Misa Normativa y abierta en flor en 1969 con el Novus Ordo. Poco a poco —algunos altares kikos neocatecumenales son prueba acabada de ello al ubicar en sus Sagrarios un espacio equivalente al del Tabernáculo para exhibir un Libro Sagrado— se ha ido desmereciendo el respeto debido a la Sagrada Eucaristía para transferirlo idolátricamente a las Escrituras, cuya parte en la Santa Misa, importante desde siempre, se ha pretendido sea por sí misma una Liturgia autónoma, una malignamente llamada “Liturgia de la Palabra” por oposición a la Liturgia Eucarística propiamente dicha que, en cuanto Sacramento que es, no puede ser igualado al mensaje en el cual se anuncian los canales ordinarios de la Gracia, que es lo que en la Iglesia es la Liturgia. No se trata de ideas nuestras ni tampoco de una paranoia de la que debamos rendir cuenta. Quien quiera saber si esta breve pero jugosa sentencia de Dei Verbum sobre la presunta igualación de la Escritura a la Eucaristía, para desmerecer esta última, ha dado motivo a múltiples equívocos, consulte el documento de la por entonces Sagrada Congregación para el Culto Divino de 25 de mayo de 1967, Eucharisticum Mysterium, n. 9: A.A.S. 59 (1967), p. 547, donde se tiene que resolver la cuestión de si la frase de Dei Verbum en cuestión debe aceptarse en su sentido literal o no. La cuestión, pues, no es nueva.

Nuestro informante, el siempre entusiasta de novedades Sandro Magister, nos revela que este papel preponderante de la Sagrada Escritura en la Santa Misa, se hará efectivo mediante “la variedad y riqueza de las Oraciones Eucarísticas, como por la casi doscientas nuevas oraciones de comienzo de la Misa, inspiradas cada una de ellas en el Evangelio del domingo, y por las Antífonas de Comunión también vinculadas al Evangelio del día.” También habrá importantes concesiones al lenguaje de género retorcido: «En el “Confiteor” al comienzo de la Misa, a los “hermanos” se agregarán las “hermanas”, en obsequio a los actuales imperativos lingüísticos (el destacado nos pertenece): “Confieso a Dios todopoderoso y a vosotros, hermanos y hermanas, que he pecado mucho…”. Y así cada vez que en la edición típica latina del Misal aparece la palabra “fratres”.»

Pero la perla de la soncera se la llevará la “novedosa” traducción de la penúltima petición del Paternóster (et ne nos inducas in tenationem) que, según parece ser por inspiración de Bergoglio, “ahora” deberá leerse “no permitas que caigamos en tentación”... como si alguna vez en la vida se hubiera dicho de otro modo. Pero la “reforma” solo tiene por sentido desprestigiar a la Iglesia del pasado por su “mala” o equívoca traducción del Padrenuestro, como si, por ejemplo en castellano, no se hubiese rezado siempre, pero siempre siempre “y no nos dejes caer en la tentación...”, o como si Santo Tomás de Aquino, en su famosísimo “Padre Nuestro” comentado, no hubiera traducido esta penúltima petición tal cual como acabamos de señalar, sin incurrir en la vulgaridad de atacar la traducción tradicional de la Iglesia ni, muchísimo menos, la forma latina típica, que no encuentra objetable en lo más mínimo. El comentario a esta sexta petición del Padrenuestro no deja lugar a dudas que, en la Iglesia, este párrafo siempre ha sido entendido en la forma en que se reza en castellano. Así pues, lejos de constituir una novedad, hubiese sido un error haber modificado el Padrenuestro para que coincidiese con una traducción literal del Evangelio y no de su sentido, tal cual lo anotara Santo Tomás de Aquino 800 años ha, en el lugar apuntado. Pero lo importante es sostener la Revolución: revolver todo el tiempo, mover aquello que por definición y por referencia al Dios inmóvil, su Autor, quieto y sin mudanza debería quedar (Carta de Santiago, 1, 17: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación»); convertir a la Liturgia y a la Santa Religión en un arenal permanentemente en movimiento, reformado —Ecclesia semper reformanda est, el ideal protestante— y revuelto, y atacar todo, pero todo cuanto fuera posible, la Sagrada Eucaristía, que es Lo Central Absoluto de la Religión verdadera.

De la misma materia es el reciente “comentario” incidental de Bergoglio acerca de los homosexuales: tres gotitas de un veneno casual con un efecto (dice el cardenal Gerhard Müller) devastador.

Así pues, otro pasito más: dos pasos para adelante y, algún que otro pasito sin importancia para atrás, como en un baile trágico cuyo desenlace no es el romance o la dama conquistada, sino el salto definitivo al precipicio sin final del fuego avernal. Por lo menos, hasta que el dueño de la música orden parar el desastre. No sabemos cuándo será. Pero sabemos que sucederá.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Dos Reinos

Cuenta don Enrique Díaz Araujo que su hermano Edgardo acuñó una frase que, probáblemente sin darse cuenta, se volvería inmortal: “La larga legión de perdedores, que hicieron que esta tierra aún subsista”; que podríamos traducir caprichosamente como “Por ese puñado de perdedores que ha logrado mantener viva, hasta ahora, la esperanza en la Segunda Venida”. La frase de Díaz Araujo no dice eso, pero tal cual es su sentido último y como se refiere a los nacionalistas en la intención de su creador, que han ofrendado, a veces a sabiendas, sus fracasos temporales en el altar de un provenir dichoso y lleno de esplendor que nunca verían —como el buen ladrón, San Dimas— y como los nacionalistas son católicos y curiosamente, mantienen una porfiada confianza en la Segunda Venida de Nuestro Señor, que acaso sea la llama de su intensidad parusíaca... pues que así representan a todos los católicos de buena fe. Y los católicos de buena fe son aquellos de fe verdadera que es como decir, fe íntegra, por que sin integridad, la fe no es buena ni verdadera.

Estos prolegómenos se alargan en la medida siempre cortita de nuestra esperanza y van trayendo desgracias grandes, no del todo manifiestas, pero desgracias al fin. Esta tiranía que vivimos, tal como la hemos definido en algunas entradas anteriores, es acompañada por la anarquía más feroz y que pone a prueba la Esperanza más pintada ¿Pruebas? Pues al canto: Cada intendente, cada gobernador, cada autoridá distribuye y dispensa sus decretazos según su gusto, generalmente de ínfima prosapia, colaborando en la creación de un auténtico “reino de taifas” en la Argentina. Cada uno interpreta las normas inconstitucionales del gobierno como le place; así, hay provincias donde rige un alocado toque de queda ¡desde las tres de la tarde! Hora simbólica si las hay, especialmente para los católicos, si los hay... Si parece sugerida por Belcebú. En otros lugares se prohibe la circulación de la forma más completa; en otros, el ingreso de foráneos, que son considerados así inclusive quienes viven fuera de las pedanías municipales, como la pobre y sacrificada gente del campo argentino, que ve así obstaculizada la satisfaccción de sus necesidades más elementales. Son considerados “outsiders”, orcos o zombis, que la sociedad “decente” quiere evitar a todo trance. Lo mismo se diga de los habitantes de pueblos o ciudades vecinas, separados de sus proveedores y, lo que es peor, de frecuentar a su familia, por las insensateces criminales de cada emir de pueblo chico.

Desde luego, era un fenómeno previsible dentro del marco anárquico en que se desenvuelve esta tiranía. Pero lo más grave es el sentimiento o más bien la realidad que oculta aunque sin mucho disimulo: Un gigantesco “sálvese quien pueda” que tira, como la cabra al monte, a la desintegración de la sociedad argentina, por miedo o por simple cálculo, que al final da lo mismo en punto a sus consecuencias. Y apunta a la desintegración, como revela la más completa falta de un ideal común, mientras los siniestros planes de los jefazos van tomando su sombría forma.

Escribe Castellani:
«una sociedad cualquiera debe conspirar a algo común y para ello debe estar gobernada. Ese algo no puede ser la mera conservación de la misma sociedad; y mucho menos (si es religiosa) el rejunte de dinero, o de la “falsa gloria que dan los hombres”... Sin conspiración a un Ideal, toda sociedad se va contra un escollo. Conspirar a algo y gobernar, significa tener los ojos constantemente puestos en el fin común y medir con él todas las cosas. Porque la sociedad no es tal sino por causa de una obra que hacer en común. La raza, el idioma, la religión, las fronteras son los elementos materiales de una nación; lo formal es el “quehacer colectivo”. Quitado esto, languidece y se hunde la sociedad. El hombre va en la sociedad como la gota en la nube viajera. Pero para esto es menester que viaje la nube. Si la nube se estanca, la gota se pudre o se disuelve con acompañamiento de tronidos. Pues bien, eso le está pasando ... por falta de visión ideal arriba: no hay obra común, ni quehacer colectivo. Somos una nube de tronados. Agudísima fue la conocida cifra política de Saavedra Fajardo: una flecha vertical y debajo el lema: “O sube o baja”. Eso es una sociedad. No es una cosa sino un movimiento. Es en todo instante algo que viene de —y va hacia. Córtese por una hora la vida de un Estado civil que lo sea realmente, y se hallará una unidad de convivencia que parece fundada en tal o cual elemento material: sangre, idioma, fronteras naturales. Una interpretación estática nos llevaría a afirmar: eso es el Estado. Pero pronto advertimos que esa agrupación humana está haciendo algo en común: conquistando otros pueblos, defendiendo sus intereses, fundando colonias, independizándose o federándose. Es decir, que en toda hora está superando el principio material de su unidad. Ese términum ad quem define un Estado. Cuando ese impulso al más allá cesa, la sociedad automáticamente sucumbe, su unidad se torna sólo aparente, su convivencia empieza a minarse por dentro, desfallecen las dos bases fundamentales del consorcio social: la justicia, que socialmente se llama derecho, la caridad, que socialmente se llama concordia... No somos una sociedad, sino un montón de gente.»

Era imposible decirlo más claro ni mejor, aunque en el caso argentino, la responsabilidad recaiga completamente en las mal denominadas “autoridades”, que no son autoras de nada sino al contrario, que por no serlo y propender solamente a su bien personal —efímero y catastrófico para ellos y, por redundancia natural, para la sociedad que NO rigen pero encabezan— demuelen o postergan el bien común. Y esto de postergarlo, es más una expresión de deseos nuestra que la aniquilante realidad a la vista.

Eso es en el presente la sociedad argentina (mal) gobernada: una empresa común que ha dejado de serlo, que se hunde por no conspirar a algún bien en común por pequeño que fuese, superior a su propia subsistencia; una cosa inmóvil y no en movimiento, que tiende desesperadamente a lo que cree es su pura conservación pero que, en verdad, lleva en su entraña sangrante la amenaza de su ruina perpetua. El entretenimiento predilecto de intendentes, gobernadores y cualquier pillín con un pelito de autoridad, es crear la mar de dificultades a los argentinos con prohibiciones ilegales, protocolos que violan el más elemental sentido común e, inclusive, los deberes jurados de ciertos profesionales e inventándose supuestas conductas exigidas para el control de esta fantasmal “pandemia”... de macaneadores; además de humillar hasta lo indecible a la Iglesia Católica —a ver si alguno se va a atrever a suspender los actos de culto sabatino de los “hermanos mayores” de Juan Pablo II— proscribiendo cualesquier actos del rito católico, procesiones históricas, como el Milagro de Salta, suspendida con el inestimable concurso del ordinario del lugar o vilipendiar a aquellos que se han atrevido a desobedecer semejante desatino. Porque escribámoslo con orgullo: todavía hay quienes piensan que obedecer a Dios es anterior y necesario a cierto justo acatamiento que merecen los hombres con autoridad, aún desoyendo las supuestas órdenes de los gobernantes.

Pero qué se va a hacer; a muchos “fieles” de hoy, estén consagrados o no, no logramos verlos negándose heroicamente a sacrificar incieso ante los emperadores de turno; de este turno finisecular no ya pagano, sino antiteo, de fin de una Era mejor dicho. Ni siquiera recordándoles que la amenaza por no hacerlo ya no son los leones, sino el arañazo de unos gatitos peronistas que, fuera de sus proverbiales amenazas e improperios, no tienen la boca para morder, sino para blasfemar....

Y aquí seguimos los perdedores de siempre, esperando contra toda esperanza, que el Señor de las Esperanzas venga a decirles: “¡Hasta aquí llegaron!”. No importa si lo veremos o no. No importa que se nos conceda el ser parte inicial de esa nueva Era. Solo basta seguir esperando a que llegue y entregar nuestra guardia con lo que, ahora, prácticamente se ha vuelto certeza. Certeza además de que Dios protege a los suyos, los preserva de la tribulación y los ampara bajo las plumas de sus alas, no permitiendo que los alcance la maldad, la peste o caigan en la red del cazador, haciéndolos marchar incólumes entre áspides y víboras, pisoteando dragones a su paso... (Salmo 90) Así somos los perdedores de Dios.

Exsurge Dómine...!

sábado, 22 de agosto de 2020

De Bautismos y de traiciones, felonías y otras mariconerías

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha dado un paso importante y feliz: ha prohibido —indirectamente por supuesto— los Bautismos donde la fórmula comenzase con un sospechoso y muy comunitario “nosotros” (como el bolero), en lugar del tradicional “YO”, indicativo con mayor precisión y exactitud que quien imparte ese Sacramento es Cristo mismo, en Persona, utilizando las manos del accidental ministro y el agua. Esta advertencia debe considerarse definitva y, como diremos enseguida, supone que deberían repetirse los bautismos realizados de mala manera. No es la única novedad de estos aciagos y raros días que corren, como a la dispararada, hacia un final que, aunque algunos consideran abierto, neologismo por incierto, nosotros pensamos que es absolutamente único e irrepetible. Repasemos pues, alguna de las novedades y sus significados posibles.

Ya habíamos incursionado en esta cuestión hace unos años, acerca del Bautismo, a raiz de una declaración anterior de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2008, por cuyas disposiciones se declaraba ineficaz el que se impartía sin recurrirse a la fórmula tradicional: «Yo te Bautizo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Lo cual no deja de ser notable, en medio de una general abdicación de responsabilidades que caracteriza la alta jerarquía de la Iglesia en nuestros días; se han puesto todos de rodillas, es cierto... pero ante el mundo.

Pero es claro que los católicos no somos los únicos que damos en eso de tropezar chiquicientas veces con las mismas piedras. Esto viene, cuándo no, de Yankilandia, donde algunas sectas protestantes, rápidamente copiadas por despersonalizados clérigos católicos, pretenden impartir este Sacramento acudiendo a un “sentido comunitario” más del agrado comunistodemocrático hoy tan en boga, lo que se dice con tanta propiedad Progresista. Mirad si no, amables, tolerantes y nada codiciosos lectores, lo que está pasando en San Rafael, Mendoza, Argentina, donde el propio Obispo ha informado que a fin de este año en curso, cerrará el Seminario Diocesano; el cual, bueno es decirlo, es el mejor y más abundamentemente surtido de vocaciones de la Argentina y uno de los más frecuentados de todo el mundo —¡40 seminaristas para una diócesis que apenas sobrepasa los 100.000 habitantes!— de manera que, luego de esto, no será creíble cualquier lamento jerárquico sobre la exigüidad de las vocaciones fundamentado (¡cuándo no! La culpa siempre la tienen los demás ...) en la omnipresente culpa ilevantable de los laicos, que no atinaríamos a responder a la ejemplar singladura exhibida por el clero... Estrictamente, el clero se exhibe bastante poco estos días, salvo los honorables y auténticos héroes que llevan los Sacramentos a todas partes. Por vaya uno a saber qué escondida suerte de casualidades, casi todos ellos andan de lustrosa y ajada sotana; aunque muchas veces la calle no los vea así con suficiente diafanidad. ¿Será un signo más de estos tiempos...?

¡Psssssttt....!

¿No es esto seguir dando tumbos? Pero imaginemos el escenario: Un déspota ínfimo por epíscopo; una herencia de multitud de vocaciones verdaderamente apostólicas, arrebatadas al Cielo por monseñor León Kruk hace más de 30 años con una vida honorable, humilde, agradecida... ¡santa! y lleno de celo apostólico y de almas para Dios. Un enanito verde (famoso conjunto mendocino de rock nacional) muerto de envidia por no trepar hasta la altura que él cree merecer —algo que, por definición, queda siempre mucho más arriba de lo que pudiéramos sospechar, aún siendo generosos— y un encargo mefistofélico cuyo objetivo final no es otro que la demolición de la Iglesia...

—¡Alto, alto, alto....! ¿Qué tiene que ver una cosa con l'otra?

Pues todo; que vemos repetirse la táctica del Comunismo, que es la del demonio: Un paso atrás y dos adelante. Aquí, el paso atrás es la nota, asombrosa para los días que corren, sobre el Sacramento del Bautismo. Dos pasos pa'lante, un Seminario menos en la Argentina, país asombroso si los ha habido alguna vez, donde sus propios habitantes no comprenden ni mínimamente su propia importancia cósmica, tan insignificantes ellos son o creen ser, no obstante las muestras más que evidentes de su existencia.

Todo esto, súmase a un mundo donde la regla número uno es, créase o no, la emasculación de la sociedad. La incepción —qué palabrota, ¿eh?— de ese mundo epiceno ha sido desde hace décadas, quizá unas siete, el arcano de los avances de los estados sobre los habitantes, a fin de neutralizar todo conato de masculinidad bajo el pretexto del paternalismo o el machismo y aplanar todo arresto varonil con policías, cárcel y sobre todo, las intolerables monsergas de puritanos o veganos de ocasión. Las cosas más varoniles por natural afinidad —las armas, el tabaco, el alcohol, ¡hasta la sal! por señalar algunas— son genéricamente denegadas o restringidas y han sido puestas en mora por una sociedad cada vez más mujeril y, por cierto, menos social. No para dar lugar a lo femenino, no se crea; que eso es la siempre nobilísima aptitud para recibir la fecundación y es, por natura concomitante, cocreador; no, es para dar paso a lo asexuado, informe o, por decirlo de una buena vez, deforme. Pensamos que C. S. Lewis podría haber llamado a su magnífica obra “La abolición del hombre”, como La abolición del varón. Satanás usó a la mujer para llegar hasta el varón. Ahora igual: las mujeres (o lo que queda de ellas) fungen de sacerdotisas de esta nueva religión bestialmente genital (sin excluir una sodomía quasi oficial) pero vastamente asexuada ¿se puede creer? Pues es así.

La mascarita, careta o “barbijo” obligatorio es una prueba eficiente por sí misma de lo que decimos. Cualquiera sabe que no sirve para nada, a no ser que su portador sea un enfermo y aliente sobre un organismo sano pero en peligro, como resulta el caso del quirófano, donde quién usa la caretita es el que quiere evitar contagiar a un organismo debilitado. Pero con el uso de este horroroso adminículo, antinatural, peligroso y desde luego, insano, no se pretende impedir ningún contagio. Su sentido es el mismo que tiene en el Islam, donde es obligado para las mujeres, recibiendo el nombre de “chador”; que no tenemos la menor idea qué es lo que quiere decir. Pero es evidente que su primer designio es el incógnito, la anulación de la cara y por tanto, de lo más propio de la persona, a la cual se hace caer en el más autista anonimato; que todos estén contra todos es la primera consecuencia; que nadie se fije en los demás. Al propio tiempo, es signo de silencio obligatorio, de prohibición de hablar. O sea, más simbólico no podía ser, si se comprende lo que queremos decir y, sobre todo, lo que nos quieren hacer entender...

Hay que agregarle el estado de tiranía estatal decretado en casi todos los países de Occidente, donde de un papirotazo se han suprimido todos los derechos y libertades básicas: trabajar, transitar, vistar uno a su madre o a su hermano o a sus nietos, seguido de un extensísimo etcétera. Gobiernos y sujetos de partido que hasta ayer eran vituperados por su corrupción, su deshonestidad o su proverbial molicie, o por ser notorios asiduos a la más encumbrada inopia intelectual y moral, han sido convertidos por diabólicas artes en héroes nacionales, nuevos Sanjorges abatiendo dragones de microscopio o Sansónes sin Dalilas, con mucho pelo pero inertes, por lo demás... Ni una ceja de sospecha se ha levantado, ni los habituales e históricos quejosos de los “derechos humanos” —monipodio encabezado por esos mismos políticos y una prensa zurda de variopinto pelaje, siempre presta a atacar a la autoridad verdadera, a defender cualquier maldad o a desenterrar varones ilustres— han mosqueado lo más mínimo, aviniéndose a un estado de cosas jamás conocido, sobre todo por su universal extensión...

Allá, en nuestra ahora remota mocedad, oíamos a un distinguido filósofo decirnos a cada paso: —Todo corre a su compleción. Que es lo mismo que afirmar que las cosas inacabadas se disparan hacia su fin y, como el proverbial pingo del paisano, saca fuerzas de su nada cuando husmea su potrero natal. La Redención está inacabada; no lo decimos nosotros sino Nuestro Señor en San Lucas, 21; 28 que cuando muchas de estas cosas estén ocurriendo, no desesperemos sino más bien alegrémonos, porque “la redención está cerca”. ¿Cómo puede ser ésto...? ¿No es cierto acaso que la Redención ya tuvo lugar a causa de la Encarnación, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo...? Cierto; pero según explica Santo Tomás de Aquino en la Catena Áurea*, en el lugar propio de esta perícopa, la redención acaecida hasta el presente es la del alma, faltando completarla con la del cuerpo; y apoya esta afirmación en un texto patrístico que, desde luego, hace suyo con su certeza infalible de místico y doctor. Y que no se trata de la resurrección de todos los muertos —que de todos modos sucederá en su día— lo prueba el hecho que lo afirmado por San Pablo es que la muerte deberá ser vencida, es decir, que será borrada completamente del sino terrible de la humanidad viviente; si se pensara que esto significa solamente que toda la humanidad deberá resucitar, no se eliminaría a la muerte, sino primero toda la vida, condición necesaria para que la resurrección fuese universal. Nos parece que eso es hacer trampa con Saulo de Tarso. La tajante afirmación del Apóstol supone dos cosas necesarias: Que la muerte todavía exista cuándo y para que pueda ser vencida, para lo cual es preciso que haya vida y no de cualquier clase, sino vida mortal; y que la vida que subsista tras esta victoria sobre la muerte, no le esté ya más sujeta. De otra forma, la muerte no sería verdaderamente vencida, es decir extinguida del horizonte humano, porque seguiría existiendo. San Pablo no habla de remediar la muerte por medio de la resurrección, sino de su vencimiento, de su extinción como tal. Más todavía: (I Cor, 15; 51) nos revela un secreto, afirmando que “algunos no morirán sino que serán transformados” y que, al parecer, la transformación será a causa del “arrebato” de algunos vivos —cuyo número no está revelado— cuando las fuerzas infernales parezcan arrasarlo todo. No está claro si será o no el comienzo de una nueva Era ** que llamaremos el Reino de Cristo; Castellani piensa que es así y al parecer, lo hace en compañía de todos los Padres de la Iglesia que enseñaban lo mismo. Lo que no cabe dudar son dos cosas: Una, que habrá un Reino de Cristo, que no será lo último y final aunque durará acaso para siempre, pues todavía deberá ser entregado al Padre. Y dos, que ante ese final habrá quienes continúen con vida y no mueran, por que el Credo católico lo afirma sin lugar a dudas: Nuestro Señor volverá “a juzgar vivos y muertos”, así que es de fe que algunos no morirán y que habrá vivos cuando el Señor vuelva a juzgar. ¡Porque la muerte habrá sido vencida! Y no es razonable pensar que, una vez que vuelva el Señor, podrá sostenerse ni la muerte, ni la acción del diablo sobre el mundo, que su Retorno habrá hecho desaparecer.

Esta decadente renuncia de algunos pastores a su misión apostólica, aún siendo francamente aterradora, encuentra su correlato en las Palabras del Salvador cuanto anuncian un hecho del final de una Era y el comienzo de otra, toda Suya y de Nuestra Señora que, ahora, vemos más cercana. Como el miope que va distinguieno las formas a medida que se acerca al objeto de su mirada imperfecta.

¿Y estos pastores tránsfugas que tienen que ver?

Pues que será el oficio de las piedras gritar, cuando La Piedra y otros pastores callen.




*. Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, edición de los “Cursos de Cultura Católica”, Buenos Aires, 1946, págs. 475/477;...San Eusebio: Cuando hayan pasado todas las cosas materiales aparecerán las inteligibles y celestiales, a saber: el reinado de aquel siglo que nunca habrá de concluir, y entonces se concederán las promesas ofrecidas a los dignos. Por esto dice: “Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad,” etc. Una vez recibidas las promesas que esperamos del Señor, seremos reanimados los que antes andábamos abatidos, y levantaremos nuestras cabezas, en otro tiempo humilladas, porque viene nuestra redención que tanto esperábamos; esto es, aquella que toda criatura desea... Teofilactus: Esto es, la perfecta libertad del cuerpo y del alma, así como la primera venida del Salvador tuvo por objeto la reforma de nuestras almas, la segunda tendrá lugar para la reforma de nuestros cuerpos...

** Id. id. cita anterior; ...San Eusebio: También llama así a la generación nueva de la Iglesia santa, manifestando que habrá de durar el pueblo de los fieles hasta el tiempo en que habrá de ver todas estas cosas y contemplará con sus propios ojos el cumplimiento de las palabras del Salvador... Teofilactus: Como les había predicho perturbaciones, guerras y trastornos, tanto de los elementos como de las demás cosas, para que no se sospechase que la misma cristiandad habría de perecer añade: “El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán”; como diciendo: y si se conmueven todas las cosas, mi fe no faltará; en lo cual da a entender que la Iglesia será preferida a toda criatura, porque la criatura sufrirá alteración y la Iglesia de los fieles y las predicaciones del Evangelio subsistirán. ...San Gregorio, ut sup: “El cielo y la tierra pasarán”, etc. Como diciendo: Todo aquello que para nosotros es durable no lo es eternamente sin mudanza; y todo lo que parece pasar conmigo será fijo y permanente; porque mi palabra que pasa expresa sentencias inmutables y permanentes... Beda: El cielo que pasará no es el etéreo de las estrellas, sino el aire del que toman el nombre las aves del cielo. Pero si la tierra ha de pasar, ¿cómo dice el Eclesiastés: “Mi tierra subsiste eternamente” (Ecle 1,4)?. Pero por una clara razón, el cielo y la tierra pasarán en cuanto a la forma que ahora tienen, pero en cuanto a la esencia subsistirán siempre.




lunes, 25 de mayo de 2020

Día de la Patria

El 25 de mayo es una de las dos fechas nacionales argentinas. Es habitual el saludo “¡Feliz día de la Patria!” intercambiado entre personas de patriotismo reconocido o acendrado; que no es casi ninguna de las ocupan, al presente, posiciones de las llamadas de “pública espectabilidad”. Diríase más bien lo contrario; porque lo que la Patria significa en la Argentina ha sido desplazado en la idiosincrasia de esta chusma políticocircenseconómica por la distopía, de momento triunfante, de un mundo de prisioneros y esclavos al servicio de los políticos y los ricos enragés. Lo más lejos posible de la Patria soñada por los argentinos.

Por lo tanto, decir ahora “Feliz día de la Patria” sería un contrasentido, mientras la nuestra continúe secuestrada por una banda universal de atrevidos ladrones y masoncetes de tarima y pizarrón que han ocupado, patética y prácticamente, todos los países católicos del mundo. Es llamativo que el país, la Patria, con la cual se han ensañado más particularmente sea la Argentina, que es la que sufre el confinamiento ilegal más extenso en la geografía y en el tiempo, y el más duro de todos los existentes, la que tiene las autoridades civiles y religiosas más furiosamente provirus, es decir, antiargentinas, pese a la existencia de las ya, ahora, innegables evidencias de la inmensa mentira urdida para generar este encierro. Las evidencias son los casos del país vecino, Uruguay, en el cual no ha sucedido ninguna catástrofe sanitaria de ninguna especie, pese a no haber dispuesto el confinamiento obligatorio y policial de todos sus habitantes —algo así como el 8% del total de la Argentina— como mandaba la OMS. Parece que en Europa, este ejemplar sitial lo ocupa Suecia, para probar a los europeos que los encierros obligatorios no son la solución.

En la Argentina, la debacle económica no se ha hecho esperar y el gobierno de ocupación ha demostrado su sinigual indiferencia por la suerte, real y nada ficticia, de millones de familias argentinas condenadas a la pobreza, a la desesperación y a la locura de un futuro incierto que, seguramente, no merecían ni buscaban. El punto de mira no es el drama de estas clases; ni tampoco salud que, fracamente, está muy, pero muy lejos de ser una causa real, por mil razones que ya hemos explicado aquí y las que suplirá el innegable ingenio nacional, además de la más evidente de todas, que es la desproporción absoluta entre la finalidad declarada y los medios arbitrados, se está detrozando una entera clase social —acaso la más laboriosa y materialmente útil de todas ellas, siendo que todas son indispensables al tejido social— con la vergonzosa colaboración de los servicios policiales del estado, que durante mucho tiempo han alardeado de una supuesta vocación de servicio ciudadana, para revelarse ahora lo que en realidad son. Por lo demás, los números de supuestas víctimas no cierran por ningún lado; el cacareado momento de expansión siniestra de la ola de contagios nunca ha llegado. Los muertos previstos y anunciados a voces sin cuento, no aparecen y, aún, se sospecha seriamente que muchos de los contados como víctimas del siniestro e inubicable virus, son en realidad meras víctimas de sus miserias humanas como la edad, o las enfermedades de cualquier clase. Es decir, han sido la muerte común de gente común, pero utilizada para aterrorizar a sus semejantes sobrevivientes... para exhibirlos como perrillos falderos con bozal; o barbijo, que para el caso, es el símbolo del aherrojamiento tanto lo uno como el otro.

Estadísticamente, en la Argentina hay unas 930 defunciones por día, o poco más. Es la tasa normal de decesos, según índices de hace más de dos años, que es lo último que disponemos. El total de las supuestas víctimas de esta pandemia (que no es), no llega ni a la mitad de las muertes diarias en tiempos de absoluta normalidad —aunque muchos hayan olvidado que el único destino cierto y normal del hombre, es la muerte— luego de más de 65 días de confinamiento absoluto, forzado, enfermante, enfermizo y obligatorio. ¿Éxito de la política sanitaria o fenomenal engaño....? En el día de la Patria, respóndase el lector esta pregunta ¡Viva la Patria!

Íbamos a cerrar esta entrada con ese grito que empaña nuestras gargantas. Pero nos pareció incompleto. Le faltaban dos cosas, o una sola, decisiva. Durante muchos años, la izquierda se ha ido apropiando de nuestras banderas, las del patriotismo católico argentino, que llamamos nacionalismo, para hacerlas suyas y lucrar con su fementida defensa. Que no obstante reconocemos, en algunos pocos, ha podido ser sincera. No más. Hoy continuamos, reasumimos nuestra defensa de las libertades cívicas como un rasgo indeclinable de nuestro patriotismo y de nuestra catolicidad. La única intolerancia la dedicamos al Estado opresor, maligno y enemigo de Dios y la Patria; y a los taimados que lo apoyan o consienten. Y como prueba del sentimiento que nos embarga, y como ha sido siempre nuestro gusto ilustrar nuestras entradas con alguna imagen alegórica, dejamos puesta al medio de nuestra entrada una dellas; triste por cierto, pero pletórica del tremendo realismo y la veracidad indisputada que nos exige la Verdad. Es que allí se ve cómo nos roban la Patria y a la Religión, todo a una.

jueves, 14 de mayo de 2020

Ayunos ... de religión

Francisco Bergoglio, actual Obispo de Roma, ha convocado para el día de hoy, jueves, a una jornada de “ayuno y oración” a todas las religiones para implorar a “Dios creador” —Quien a estas alturas, las del Altísimo, debe estar enojadísimo con este sujeto— por toda la humanidad actualmente transida por las circunstancias que son de público conocimiento.

Sea dicho sin sorna alguna, nos preocupan muchísimo más las cuestiones y circunstancias que NO son de público conocimiento o que, acaso siéndolo, no son reconocidas o aceptables al mundo moderno, posmoderno o, simplemente, posma como el que habitamos cotidianamente. La supresión de los Sacramentos dispuesta por muchísimos obispos y la imposición clandestina, despótica y sacrílega de la Sagrada Comunión en la mano, son circunstancias del dominio público pero no de demasiada atención pública. Muchos prefieren continuar con el morboso deporte de seguir contabilizando muertos cotidianos antes que pensar en la Vida Verdadera, en la Vida Eterna, que se la están escamoteando de entre las manos... de entre las almas adormecidas por el sopor de la tontera más fenomenal que hayamos presenciado en nuestra vida. Que no es precisamente corta ni huera de estupideces.

Volviendo a la sacrílega convocatoria, está prevista como una consecuencia de la sugerencia que le formulara un llamado Alto Comité para la Fraternidad Humana —que si no es masón, quiere parecerlo con semejante nombrecito— para este 14 de mayo a ver si rejuntan “creyentes de todas las religiones”, que se reunirán “en un día de oración, ayuno, y obras de caridad, para implorar a Dios que ayude a la humanidad a superar la pandemia del coronavirus”. Desde luego, eso no es católico para nada y representa, volvemos a repetirlo, algo sacrílego; no es una obra de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, porque la Iglesia no se junta con herejes sino que les enseña, los convoca amorosamente a la Fe verdadera; no se sienta con creyentes en otras religiones que, en todo caso, son el también amado objeto de los desvelos en la predicación de la Verdad por parte de la Iglesia de Cristo. No; la Iglesia reza en Cristo y por Cristo; la Santa Misa, hace procesiones, hace penitencia en el Confesionario y no en las gradas de ninguna institución profana o pagana, e impetra fuertemente a la Medianera de todas las Gracias, la Madre de Dios, con las oraciones que Ella enseñara a santo Domingo de Guzmán, y cuyo día ayer mismo fue el objeto de un burdo y miserable titeo por parte de quien mayor deber tenía de custodiarlo. Como advierte San Pablo en 1 Corintios 10, 20, los paganos adoran a los demonios y no a Dios; por lo cual convocar a todos los creyentes encierra el peligro, nada remoto ni improbable, de compartir las oraciones que se dirigiesen al maligno. ¿Y las sectas cristianas...? Que les apañe su dios muchachista, a menos que decidan inclinarse respetuosamente ante Dios, Uno y Trino, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía que confecciona Su Iglesia verdadera. Engañarlos con esta convocatoria a ellos, cristianos al fin, y a los paganos, es un pecado gravísimo que no quedará sin retribución, equiparable a la sacrílega “pachamamimaquia” organizada por el actual convocante vaticano. Y allá ellos quienes decidan secundarlo; que si es por ignorancia o buena fe, Dios los perdone y los auxilie, porque Dios reconoce a los Suyos; y si es por simple espítitu de novedad, que es una falta grave de presunción, que se las arreglen con el Creador para darLe explicacones en el Día Aquél... Mas si es por malicia... pues ya saben.

Por nuestra parte, no siendo viernes penitencial —otro casual desarreglo: un jueves penitencial...— lo dedicaremos a la honesta francachela, que haberlas las hay y su mérito tienen —que Nuestro Señor comparó el Reino de los Cielos con un banquete— en la cual comeremos y beberemos en honor de los buenos amigos, a quienes honraremos (desde nuestras celdas domiciliarias) con buenos manjares y buenos vinos; no sea que nos confundan con los integrantes de algún sospechoso “Alto Comité” de pelafustanes y gazmoños de logia. Despues de todo, un banquete bien servido y mejor regado, es exactamente lo contrario de una licenciosa orgía, pecaminosa y sacrílega, tanto como un hombre virtuoso es exactamente lo contrario de un puritano. Porque es de saberse que los cristianos verdaderos, es decir los católicos, hace muchos años que estamos viviendo, tanto nos gustase como si no, una larguísima cuaresma crudamente penitencial. Y un recreo, con protesta incluida, no nos viene nada mal.

martes, 12 de mayo de 2020

Fátima y las ultimidades del mundo

Mañana es el día de la Virgen de Fátima. El mundo, consternado como se halla por la terrorífica pero cada vez menos creíble amenaza de un virus que se pretende coronado, no le presta demasiada atención a otros signos, presentes en todas partes, mundiales digamos, que son aún más horrendos: La suspensión de la Religión católica en muchos lugares; y lo que es peor: de la mano del Papa y los Obispos (con algunas excepciones, es cierto).

En nuestros días —y en la Argentina en particular— las medidas de aislamiento social, presentadas como la inmejorable manera de detener el avance del fenomenal virus, han cedido un poco; un poco a la presión social y otro tanto a la imposibilidad real y concreta de controlar un país de semejante extensión geográfica (casi 3.000.000 de km2) y relativamente poca población, con la ridiculez de imponer una restricción —de su legalidad, ni hablemos— que es imposible hacer cumplir. Como quiera que sea, al aflojar la presión, los gobiernos han caído en situaciones jocosas que, a poco que se analicen, dejan a la vista las verdaderas intenciones de sus perpetradores; o si se prefiere decirlo de otra forma, queda en claro que este bichito, sea que exista o no, no pasa de ser una excusa en toda la línea. Por de pronto, se han “autorizado” las caminatas en proximidades del propio domicilio, que no excedan los 500 metros; no se ha podido determinar si esta “concesión” ha sido recomendada por los “científicos”, que habrán descubierto, quizá, que el virus no contagia en zonas contiguas al domicilio de los habitantes .... También se han permitido los paseos familiares los fines de semana; acaso por que el virus, progresistón como es y consciente de sus derechos laborales, descansa completamente los sábados y domingos y no contagia a nadie. Tampoco contagia en los supermercados, almacenes, verdulerías, fruterías, cierto tipo de negocios donde se despachan comidas o productos de primera necesidad, como las farmacias; y por supuesto ¡cómo no! tampoco contagia en los bancos...

Pero en las Iglesias católicas el virus contagia muchísimo y, desde luego, es fatalmente mortal; sobre todo, durante la celebración de la Santa Misa. Pero curiosamente, cede completamente en su contumelia —acaso inspirado por unas humanitarias convicciones aún no debidamente exploradas— cuando dichos templos fueran utilizados para vacunar unos 61.000 personas de edad madura solamente en Mendoza —circunstancias en las cuales se han presentado situaciones de hacinamiento de personas mayores en paños menores, haciendo patente el respeto nulo que por ellas se profesa— o para dar de comer a “gente pobre”. Desde luego, esta férrea prohibición de asistir a Misa se encuentra fuertemente custodiada por los Obispos, sino directamente inspirada por ellos; no solamente en los países donde rige el insano y despótico “aislamiento social” de la OMS; sino en aquellos lugares donde es meramente voluntario, como el Uruguay.

En Portugal, que ni llega a los 100.000 km2 y raspando pasa de los diez millones de habitantes, las cifras de contagio son variables y, hasta cierto punto, poco confiables. El encerramiento no es tan férreo como en otras partes, razón por la cual el Gobierno ha organizado un dispositivo cerrojo sin precedentes en toda Europa, consistente en enviar 3.500 agentes de policía... ¿a dónde? ¡A Fátima, por supuesto!... La finalidad es clarísima: impedir que los peregrinos lleguen a los oratorios del Santuario de Nuestra Señora la fiesta del 13 de mayo. En principio, la tolerante y melosa Ministra de Sanidad, la comprensiva socialista Marta Temido —ya se sabe cuán generosos han sido siempre los socialistas con la religión católica, como en la vecina España entre 1936 y 1939— había autorizado la peregrinación, a condición que se respetasen ciertas normas sanitarias; nada claras por lo demás... Pero el clarividente obispo local, Monseñor Antonio Marto, acompañado en la decisión por el Rector del Santuario de Fátima, resolvieron suspender la asistencia de peregrinos a la Fiesta de la Patrona de Portugal y el gobierno socialista, solícito como ha sido siempre a los deseos de los líderes del Catolicismo (y tal como hiciera con los tres pequeños pastorcitos en 1917: encerrarlos en una celda con criminales adultos...), han resuelto poner a disposición de esta medida la friolera de 3.500 policías armados hasta los dientes. Con la advertencia de que “tomarán las medidas necesarias” para impedir a los peregrinos visitar a su Madre. Por lo tanto ahora, la policía portuguesa auxiliará al gobierno zurdito para encerrar, no ya a los tres niños videntes de Fátima, no; sino a diez millones de portugueses que quieren ir a honrar a su Madre.

Lo único que no nos queda suficientemente claro después de una cosa así, es cómo es posible que haya todavía quienes piensen que esto es “nada mas” que una epidemia de un virus tan, pero tan afín con los sentimientos izquierdistas de todo el orbe, y no una sencilla, diáfana y precisa persecución religiosa. En la cual han tomado parte principalísima, y esto sí que es una novedad en la Historia de la Iglesia, la casi totalidad de los Obispos del mundo; fuera prestando su consentimiento a las violencias ejercidas desde gobierno civil —algo sin precedentes en las persecuciones— o abiertamente complicándose en ellas. Como quiera que sea, han abrogado de hecho la Santa Misa en casi todo el mundo católico, acudiendo inclusive a fórmulas claramente burlescas e irritantes, como aquella según la cual se reprocha a la feligresía que “no tiene derecho a la Misa”... Y que la hemos oido en muchos lugares y a muchos pseudo “pastores”.

Persecución en la cual no han faltado elementos delictivos y criminales, como las acusaciones que comienzan a sonar en España acerca de la complicidad del Gobierno central y de algunos gobiernos locales, en la muerte de varios miles de ancianos internados en geriátricos, que jamás han recibido ayuda ni tratamiento. Ni tampoco, a causa de múltiples cobardías, han recibido la visita de sus familiares en sus últimas horas, ni los Sacramentos de la Iglesia, ni el Viático... nada de nada.

Pues aquí estamos: En vísperas de Fátima y sin el consuelo visible de nuestra Madre del Cielo, porque la colusión entre los príncipes de este mundo y los pastores que son peores que lobos, nos lo han quitado todo. Pero de Dios nadie se ríe. Ni quienes siguen negando, acaso por temor a la verdad y a las tremendas consecuencias que ella encierra, que estamos viviendo tiempos finales apocalípticos; ni quienes arrogándose facultades políticas que nunca han tenido ni debido tener, han aherrojado en sus casas a millones de personas, reduciéndolas a la intranquilidad, la desesperación y la pobreza; ni peor aún aquellos que, habiendo recibido y aceptado dignidades sacerdotales en la Iglesia de Cristo, se han prestado canallesca y miserablemente a los designios finales de satanás.

sábado, 9 de mayo de 2020

Postrimerías

Una aliada antaño improbable, en estos días que corren parsimoniosos y aburridos, ha sido la computadora. De modo que hemos visto cosas buenas, otras apenas recomendables y cosas definitvamente prescindibles; cosas malas, a Dios gracias, no hemos visto. No que no las haya ¡que va! sino porque no hemos querido verlas. La edad, el tedio que nos provocan y el rechazo a la vulgaridad son remedios asaz fuertes contra el vicio de ver cosas malas, que por tanto no es virtud sino pura necesidad.

Caso Uno

Días pasados hemos tropezado con un artículo de Monseñor Héctor Aguer para Infocatólica, donde pretende explicar —y lo logra exitosamente, como él bien sabe hacerlo— por qué Dios castiga a quienes obran mal, pues lo impera la Justicia Divina. Sabiamente, recuerda que Dios no condena al infierno a los pecadores que mueren impenitentes, sino que ellos mismos van allí como quien busca su propio lugar en la Creación, el lugar que libremente ha decidido elegir. El artículo repasa cosas de las Sagradas Escrituras, hace citas en hebreo y en griego y menciona al “Dios de Israel” como una distinción admisible al Padre Eterno de la Santísima Trinidad. Porque hay quienes creen que hay una “religión judía”, anterior y antecedente de la Religión Católica; nosotros no. Pensamos que la Iglesia arrancó apenas incoada en el Paraíso mismo, pasó por los tiempos antediluvianos sin llegar a cuajar, vio el Diluvio —ejemplo perpetuo y monumental del castigo divino— y más tarde, la vocación de Abrahám. El articulista parece creer en otra versión, la que actualmente es más ... oficial. Aquella de la religión judía, de la Escritura judía —no “la Escritura”, a secas, de ellos, la nuestra y para todos, porque viene de Dios como don salvífico universal—. Viene por los judíos, claro. Pero para todo el universo. Pese a ciertas concesiones poco claras a un incipiente ecologismo de bandera inocua, nada logra obscurecer el buen tino general, eso sí, algo culterano, salvo lo que diremos enseguida.

Lo que llama la atención es cierta frase al comienzo de la exposición, que preferimos citar completa para dejar constante su contexto:

«Acabo de recibir esta consulta: ¿Se puede pensar que la pandemia desatada por el Covid - 19 sea un castigo de Dios?. Yo añadiría a la pregunta: ¿sensatamente?. Así se excluye desde el comienzo tanto el fundamentalismo desorbitado que agita terrores apocalípticos, cuanto el relativismo incrédulo del católico «progresista», que descarta con una sonrisa la cuestión in limine. Basta hojear en la Biblia los relatos del peregrinaje del pueblo de Dios registrado en los libros del Éxodo, los Números, y el Deuteronomio, para encontrar numerosos testimonios de la actitud divina ante la infidelidad, reiterada y contumaz, de los judíos. La noción de castigo va asociada a una imagen de Yahweh, que incluye el desfogue de su ira... »

Y leída que sea con atención la frase: se excluye desde el comienzo ... el fundamentalismo desorbitado que agita terrores apocalípticos nos toca a nosotros preguntar a nuestra vez: ¿sensatamente?...

Es que no deja de extrañar a quien viene siguiendo serenamente los primeros trinos del texto, en el sentido propuesto por el redactor: es un hiato inesperado, una declaración no pedida ni fácilmente explicable en el contexto presentado por el autor; un tropezón, vamos. ¿Qué es el “fundamentalismo apocalíptico”..? ¿Porqué el fundamentalismo apocalíptico desorbitado agita terrores inicuos? ¿Porqué qué un “fundamentalismo desorbitado”, puede conducir a un terror apocalíptico ...? ¿Qué terrores hay en el Apocalipsis que puedan ser agitados por una desorbitación del fundamentalismo... ? El “fundamentalismo” ¿es bueno o malo...?; debe ser bueno, pues el que critica el autor es el “desorbitado”. ¿Qué terrores encierra el Apocalipsis? ¿Es un Libro de Terrores...? ¿Qué debe excluirse y porqué...? Como se ve, la frase deja en el aire muchas preguntas, retóricas claro, fruto de la presentación intempestiva de variadas perspectivas a la inspección más o menos rigurosa de la cuestión que se quiere dejar ir.

Caso Dos

Pocos días atrás el P. Olivera Ravassi le ha hecho un interesante reportaje al Padre Horacio Bojorge, a quien hemos mencionado y acogido en esta página desde hace más de doce años por su inteligente y perpetua dedicación a las almas y a la preservación de la Religión verdadera. De él oímos y alguna vez también leímos en “Teologías deicidas”, aquella fantástica y perfecta síntesis de la lucha entre el modernismo y la Tradición: El campo de batalla es, precisamente, la Parusía. El modernismo no cree que sea otra cosa que un mero recurso literario referido a cosas pasadas, antiguas; o en el mejor de los casos, un símbolo de la lucha perpetua entre el bien —que algunos llaman Dios— y el mal —que algunosotros llaman el diablo. De dónde provengan esas nociones de bien y mal en pugna, no es algo que interese demasiado al estudioso porque, en definitiva, si no se cree en un orden moral eterno, objetivo, perpetuo e irreformable, sino que, como esos ojos relativistas e inmanentistas —con raspaditas o salpicaduras racionalistas— la moral simplemente no existe y en todo caso, si existiese, sería algo cambiante, relativo o pura moral de circunstancias, que les da lo mismo. Exactamente lo mismo. Por eso dicen cosas asombrosas sobre los Mandamientos de la Ley de Dios, tergiversando su cumplimiento después de haber traicionado su sentido. La Liturgia ya no es objetiva o, al menos, no debería serlo, porque es obra de los hombres y no una donación divina... ¿Todo esto se deriva de no creer en la Parusía... no estará exagerando? Pues no; si Cristo no va a volver es que la Primera Vez no vino o fué un mero “Cristo histórico”, un símbolo religioso urdido por las primeras comunidades cristianas y no el Hijo de Dios hecho hombre; así, todo vale, cualquier cosa es posible y haremos lo que nos dé la gana; pero ¡ojo! no todos, sino los que tengamos cómo hacerlo, es decir los poderosos y los ricachones. Porque los demás harán solamente lo que se les diga... Simple ¿no?

¿Bojorge dice todo eso? No, la verdad que no. Pero son las consecuencias fatales de negarle a la Iglesia su fin total, único y definitivo, que es arrastrar todo hacia el Cielo como a su fin último, adónde Cristo nos ha precedido para prepararnos un lugar junto al Padre y del cual tiene que volver a buscarnos, como ha prometido; pero si a la humanidad se le niega su destino celestial recuperado tras la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de N. S. Jesucristo, que necesariamente debe concluir con la Historia en algún momento porque la Historia ha sido hecha para Él, por Él, que es su centro, la historia no tiene otro sentido que la realización personal... y terrenal. El fin será instalarse bien en este mundo, no aspirar al que viene. En cuanto a si hay o no signos apocalípticos, esos mismo que espantan a mons. Aguer, menciona el P. Bojorge la experiencia de un sacerdote colega: “Con relación a la pachamama en el Vaticano, el día de Pascua y viendo al Papa Francisco solo en la enorme plaza, he sentido una fuerte impresión, que Cristo decía «Han impurificado mi templo. Por eso Me he retirado con mis ovejas»”. ¿Será el katejón?. Y en otro pasaje explicó que: “En Uruguay el confinamiento es voluntario... pero... con la Argentina ha habido un gran ensañamiento por que es la tierra de María, porque el aborto ha fracasado...”.

Se trata de dos cosmovisiones distintas y hasta nos atrevemos a decir: De dos Iglesias distintas. La primera, de la mano de un distinguidísimo y sin duda esforzado prelado argentino, ahora jubilado, que era el crédito de los conservadores de la Iglesia en la Argentina y representa el pensamiento del sector que, sin haberse arrepentido un ápice de las barbaridades postconciliares, abomina del mal modo compadrito progresista, del revoltijo litúrgico desmadrado o de las inevitables aberraciones morales surgidas en los últimos años en el seno de la Iglesia, al compás del definitivo triunfo de la “teología” modernista y el viraje antropológico a lo Rahner. Por que en el fondo, monseñor Aguer —por quien hemos profesado siempre un sincero de indeclinable afecto a causa de su entereza y bondad personal— es un modernista moderado, porque eso es todo, o lo más, que hay como mentalidad predominante en la Iglesia hoy en día, si se excluye al tercermundismo más revolucionario. El jesuita en cambio, con todo lo que se critica a su Orden en los días que corren, mantiene intacta su fe en la Segunda Venida. Pertenece por derecho y decisión propios a la Iglesia de la Promesa, la que espera en estado de oración y pacientemente la realización del tiempo y que el Señor, como Lo ha prometido y los signos parecen anunciar —ahora sí— sin equívocos, vuelva para instaurar todo en Él, por Quien todas las cosas fueron hechas, como afirma San Juan.

Un camino conduce, por desgracia, a la apostasía o ya es, para muchos, una apostasía completa y formal, porque se niega lo que Cristo anunció que llevaría a cabo como culminación de la Redención o, lo que es igual, se niega a Cristo o se niega a la Cruz; y no hay el Uno sin la otra. Y sin Cruz no hay Resurrección; por consiguiente, se termina negando el valor de la vida sacramental, que no es otra cosa que un anticipo participativo, invisible cuanto se quiera, de la Vida Trinitaria y, por lo tanto, una continuación de la Encarnación del Verbo. El otro es el sendero angosto y espinoso del silencio, la oración confiada y, para qué negarlo, una no poco atormentada (por los virus reales o imaginarios) constancia en la Fe y una perseverancia en la Esperanza, con todos los altibajos provocados por una desacralización que, en este momento, significa pura, simple y crudamente privación de los Sacramentos.

domingo, 3 de mayo de 2020

de Prada: Carta del sobrino a su diablo (IV)

En alguna entrada del pasado hemos declarado que éramos como la urraca: ladrona y perseverante en su latrocinio. Sin embargo, como en el vicio del pecador está presente el homenaje a la virtud, hoy le pedimos permiso implícito a don Juan Manuel de Prada para dejar aquí asentada su magnífica Carta...

4 de mayo de 2020, por Juan Manuel de Prada

Has de saber, amadísimo tío, que en mis aventuras por la España coronavírica me subo mucho, por puro afán de travesura, a los autobuses, aprovechando las horas de mayor concurrencia. Entonces, en mitad del trayecto, me quito la mascarilla, para regocijarme con las reacciones de pavor y angustia de los pasajeros, a quienes desde hoy sus gobernantes, con el respaldo de los «expertos», les exigen ir embozados; los mismos expertos y gobernantes que antes lo consideraban inútil y hasta ridículo.

Algún día tendrás que lamerme devotamente los bajos, por someter a estas gentes a la superstición científica, que además de convertirlas en zascandiles trémulos que acatan órdenes contradictorias, las aparta de nuestro Enemigo. Reconozco, por supuesto, el mérito de los carcamales que inspirasteis a aquel fraile agustino protestón y rey de la gayola la idea disparatada de que el pecado original había limitado la razón humana. Desde entonces, muchos sabios decidieron prescindir de las verdades metafísicas, conformándose con explorar las ciencias físicas. A estos sabios les prometisteis que la dedicación a la ciencia los convertiría en dioses. Pero muchos de ellos, en lugar de abjurar del Enemigo, acabaron reconociendo su grandeza; porque, como dijo algún capullo, «el primer sorbo de la copa de la Ciencia aparta de Dios, pero cuanto más se bebe de ella... más claro se ve en su fondo el rostro del Creador». Como tú sabes mejor que nadie, titajo Escrutopajo, la Verdad no se puede contradecir a si misma; y la ciencia y la fe, si son verdaderas, acaban siempre coincidiendo en sus conclusiones, aunque difieran en sus métodos y en sus objetivos formales.

No se trata de exaltar las ciencias físicas en detrimento de las metafísicas, carcamalote de mis entretelas, sino de convertir la ciencia en superstición, haciendo creer fatuamente a los botarates que ni siquiera han probado de ella un sorbo que ya se han bebido la copa completa. Y a continuación, se encumbra como sacerdotes de esta superstición a unos «expertos» que transmiten a la plebe las instrucciones disfrazadas de ciencia que convienen en cada momento al gobernante de turno. Instrucciones que, aunque sean paparruchas cambiantes, las masas comulgarán fervorosas, porque la superstición científica se ha convertido entretanto en religión sustitutoria de las masas. Y como bien sabes, titete Escrutopete, «sólo se destruye lo que se sustituye».

Así, la confusión mental generada por los «expertos», además de convertir a los hombres en plastilina que el tirano de turno puede modelar a placer, les impide distinguir la ley moral que nuestro Enemigo grabó en sus almas, así como las consecuencias ineluctables de quebrantarla, que son las que han traído esta plaga coronavírica. Porque (como a veces intuyen toscamente los ateos, cuando dicen que el planeta se rebela contra nuestros abusos) todo mal de naturaleza es efecto impepinable del mal moral; he aquí la verdad que he logrado ocultar a estas pobre gentes, mientras se quitan y se ponen la mascarilla. Pero a veces, en medio de mi triunfo, me asalta una tristeza irremisible; pues todo nuestro triunfo, titito Escrutopito, sólo servirá a la postre para apresurar la catástrofe final y la consiguiente rehabilitación sobrenatural. Hasta nosotros, titote malote, estamos trabajando para nuestro Enemigo. A veces, cuando nadie me ve, deseo fervientemente morir, como antaño deseaban los santos. Porque tú y yo, titirrititín mío, sabemos que la muerte no es un castigo, sino una promesa; una promesa de la que tú y yo hemos sido excluidos para siempre. Perdóname, pero la teología siempre me pone triste; y nadie sabe más teología que nosotros, los diablos.

domingo, 26 de abril de 2020

Problemas en puerta...

Esta epidemia de sorpresas aún no termina. Al compás del desplome del escaso crédito de los gobiernos que han implementado la “cuarentena” al revés, es decir para aprisionar a los sanos y no para aislar a los enfermos; se han propuesto disimularlo a fuerza de noticias falsas, reportajes fementidos y heroísmos de cartoon, de opereta ... bufa, pero de trágicas consecuencias. Estrictamente hablando, este mecanismo de domesticación social requiere una elaborada técnica de un crescendo dramático de anuncios y noticias alarmantes (“¡Todavía falta lo peor...! ¡Los próximos meses serán catastróficos, usté no sabe ...! Esto, va para largo...”), las que, no obstante que serían olvidadas a las pocas horas de ser proferidas, dejarán la deseada secuela de angustia y temor; pese a poder comprobarse con relativa facilidad su falsedad o simplemente su exageración, que al final el efecto es lo mismo. Junto a esto, le técnica sugiere la imposición de nuevas rutinas “legales” —desmoralizantes, faltaba más...— o giros inesperados que cercenen aún más las ya ilegítimamente reprimidas libertades, para que la sociedad perciba que toda espectativa de una pronta solución se vuelve cada vez más inalcanzable; el método es igual a como se domestica, se amansa un animal salvaje. Que es lo que somos en la consideración de los ... gobernantes.

Ya hay reacciones en muchos lugares; en Estados Unidos el “lockdown” es fuertemente impugnado; en las penínsulas latinas de Europa o en la Argentina, donde la paciencia popular ha tocado su punto más bajo; y de forma peligrosa. Hace pocas horas, el diputado italiano Vittorio Sgarbi ha denunciado en la Cámara de Diputados italiana, que la cifra de muertes por el coronavirus en su país, es un fraude, y que los muertos reales apenas rebasan los 900 casos; nadie le ha contestado ni le ha redargüido de falsdedad... Aquí se puede ver un video del episodio. La resistencia contra esta tortura ilegal llega a extremos muy altos. Rorate Cæli, esa tan meritoria página en inglés sobre la Tradición Católica, ha publicado un estudio muy sintético acerca de la inmoralidad del encerramiento indefinido; la asociación que nuclea a los médicos italianos han publicado recientemente una declaración severísima con el encierro y todo el procedimiento supuestamente sanitario del gobierno. Con razón el gobierno de la OMS en la Argentina ha buscado y logrado cerrar el Congreso como parte de su golpe de Estado, a fin de paralizar del todo sus sesiones o, al menos, hacerlas virtuales, por internet, que es como decir inexistentes o ineficaces...

En esta página hemos preferido sin embargo hablar de la inmoralidad del simple encierro, cualquiera fuese su término y circunstancias. Hace unas semanas, al comenzar esta locura hemos escrito sobre lo mismo, afirmando que no solamente era inmoral, sino ilegal, como probara más tarde un distinguido jurista invitado, y hasta perjudicial en altísimo grado y en muchos sentidos. Mucho más perjudicial que los supuestos males que deseábanse conjurar. Ahora, esto ya no cuela más, por que su sentido revoluconario se comienza a percibir y es preciso disimularlo, lo que ha exigido a los Gobiernos pasar a una etapa menos forzada o menos violenta, anunciando con bombos, platillos y más macaneos estrepitosos, que “ellos”, o mejor aún su meritísima actuación, habría logrado doblegar la mortífera singladura del impiadoso cuanto inhallable virus. Pues es claro que no en todos lados se acepta este precepto del Gran Hermano de igual grado.

Es prácticamente un hecho que muchísima gente ha roto la prisión domiciliaria por pura necesidad económica porque, si no se trabaja, se mueren ellos y sus familias. La respuesta de los intendentes del conurbano bonaerense es demostrar que están resueltos a convertirse en otros tantos sheriffs de Nottingham; a cualquier precio y caiga quien cayese, que parece ser ésta la aceptable justa entre gobernadores e intendentes para ver quién se lleva la presea del más cruel e injusto; que para eso son lo son... Otros, han roto las cadenas por razones puramente salutíferas (no que la causa anterior no lo fuera también, en sí misma), porque estar encerrado tanto tiempo sin ninguna distracción, sin contacto humano y familiar, es fatal y enfermante. Y otros, sencillamente por hartazgo y por ese empeño simple, admirable y criollo de exhibir su espíritu de contrariedad ante cualquier tentativa despótica. A estos últimos se les ha dirigido un sutil, sordo pero sibilino reproche desde unos hasta ahora impensables recovecos antaño “católicos” que ahora, presumiendo de un tomismo que no pasa de pura temulencia; y de ortodoxia, a la cual dejan menos que renga, protestan que las leyes del gobierno es moralmente necesario acatarlas, bajo pena de pecado... y de muerte. Y por supuesto, bajo pena de coraje, que estos sujetos no muestran ni que les maten. A esos les respondimos con nuestra anterior entrada, que los deja sin argumento ninguno, al quedar demostrada la triste verdad que encierra esta encerrona: la de un golpe de Estado, completamente ilegal y fuertemente inmoral, como además se demuestra en el artículo de Rorate Cæli que copiamos arriba. Tomismo y ortodoxia que se confunden llamativamente con insensatez y complicidad; pero más todavía con autojustificación y cobardía.

Al Gobierno le quedan entonces dos caminos; y sólo dos. O emplea la violencia contra los “infractores”, que en realidad son pura y simplemente “libertadores”, según lo que nos fuera explicado hace pocas horas por un destacado constitucionalista argentino; mas este es un camino que no tiene retorno y es de consecuencias imprevisibles, que además se confunde, mutatis mutandi, con ese gran cuco de todos los gobiernos progresistas: La odiosa Represión de los años '70, cuya similitud de situaciones con lo presente es patética ... para ellos. Había allí una emergencia nacional —bastante más tangible que el presente enemigo invisible, a través de una campaña explosivamente publicitaria emprendida por las organizaciones armadas terroristas—; se suspendieron algunas garantías constitucionales y se limitaron algunos derechos —no tantos como ahora e, inclusive, con el correcto dictado del Estado de Sitio por parte del Gobierno de Perón— para sostener, facilitar y permitir el uso de la fuerza represiva, la cual fue de una intensidad más o menos paralela pero de sentido contrario a la desplegada por los batallones marxistas. El aparato militar de las organizaciones terroristas fue desmontado, en efecto, pero prácticamente todos los oficiales participantes que aún conservaban la vida en los primeros años del siglo XXI, terminaron presos por haber empleado esa fuerza desplegada por el Estado, fuera de forma legítima o de cualquier otra forma; tanto por el gobierno peronista, con Perón mismo al frente (ninguno de cuyos colaboradores pasó ni una tarde en una comisaría por haber participado y, tal vez, urdido, la “guerra sucia”), o el gobierno de Videla, mal llamado militar. Después de todo y a diferencia de lo presente, fue una guerra y no una clase de ballet; pese a lo cual le fuimos opositores, no obstante nuestra juventud. Los mismos peronistas de las juventudes de aquel entonces, son ahora los gobernantes y funcionarios encargados de estrangular a la población argentina. Simplemente queríamos dejarlo asentado. El otro, el segundo camino que decimos, es intentar subirse a la cresta de la ola y comenzar a hacer lo mismo que los emprisionados: liberar zona tras zona o actividad por actividad, copiando más o menos el trazado del despliegue social y, de ser posible, adelantándosele en algo pero sin soltar nunca, de ningún modo, la correa atada al cuello de 44 millones de compatriotas.

Pero este camino, que por supuesto no tiene el costo político tan elevado del primero (si dejamos un momento de lado el tormento infligido cotidianamente a los más pobres e indefensos, que consumen o han consumido sus magros ahorros para sobrevivir como pueden), exhibe de todas formas su costado flaco, su trampa; como si dijésemos sus partes carnosas abandonadas al escrutinio sublunar. La liberación paulatina de nuevas actividades económicas deja al descubierto que el encarcelamiento domiciliario no habría tenido en ningún momento, ni en realidad, aquella declarada finalidad de salvaguarda sanitaria de la población ni, acaso, favorecer el sospechoso “aplanamiento” de una terrorífica cuanto imprevisible (y nunca vista) curva de crecimiento de la enfermedad, operación detestable en tanto reveló sin tapujos que el encierro de 44 millones de argentinos respondía, como única causa a la vista, a la inoperancia del Estado, gestionado por los partidos políticos y puesta en evidencia por una crisis que, al menos por estas latitudes, fue bastante modesta por no decir casi inexistente.

Queda así al descubierto que existe una verdadera incompatibilidad, una desproporción entre el aprisionamiento de la población y la protestada finalidad sanitaria; una desproporción de medio a fines que dejaría al descubierto al criminal aislamiento social como un mero ensayo revolucionario, maniobra táctica de ingeniería social, antes que una imposición de finalidad sanitaria, por descabellada que pareciese ser.

Existe, por supuesto, una alternativa intermedia, que no es la tercera en disputa sino una mera prolongación de la agonía presente, para tantear hasta dónde resiste el cuerpo social argentino; creemos firmemente que algo de eso se está urdiendo, máxime que se compadece muy bien con la táctica de imponer antipáticas demoras a la solución final o postergar su anuncio o no brindar ninguna noticia seria sobre le enfermedad, los datos diarios (salvo un boletín publicado por Ginés que es para salvar la ropa), o el anuncio de sorpresivas nuevas exigencias, visto que la finalidad no es otra que desmoralizar.

De modo que, en resumidas cuentas parece ser que, según lo visto y provisto hasta hoy mismo, lo único que se ha hecho en forma efectiva —no de palabra, que de éstas hay excedentes excrementales por todas partes— fue, “aplanar” la curva económica a millones de personas con el mero pretexto del bicho maldito, ubicuo e invisible; y desde luego, mantener suspendido sine die el culto católico, no obstante haberse empleado los templos para vacunaciones masivas que, como hemos dicho poco ha, han presentado tales condiciones de desorganización que son un rotundo mentís a su declarado fin sanitario, solo comparable al lamentable espectáculo de la gente mayor y ancianos haciendo larguísimas colas en la calle para cobrar sus jubilaciones en las puertas de los bancos, hace dos semanas; y por supuesto, situaciones de suyo más desordendas que cualquier celebración de la Santa Misa. Que sigue suspendida con la cobarde participación criminal —consciente o no, tal vez nunca lo sepamos— de aquellos a quienes Dios instituyó pastores, para regir y apacentar (mantener en paz...) las Iglesias particulares y confirmar a los fieles en la fe. Que ironía del Señor: hoy es el Buen Pastor. En síntesis: Ninguna de las acciones del Gobierno ni sus cómplices ha sido porporcionada ni al mal que se dijo querer conjurar; ni, tan siquiera en apariencia, era eficaz para tal fin. Queda en pie, en cambio, que el riesgo de contagio no ha sido, o acaso nunca fue, el criterio rector para este feroz ensañamiento estatal contra el colectivo nacional, cuya causa entonces habría que buscarla en otra parte. No hay nada que hacerle; ya lo hemos dicho tantas otras veces que hasta da verguenza repetirlo: el diablo comete sus fechorías y corre a esconderse, pero deja la cola afuera.

Que es como decir el tafanario al aire, faltaba más...

Feliz día del Señor. Hoy es la Fiesta del Buen Pastor en la Liturgia tradicional.