miércoles, 27 de abril de 2016

No he muerto: descansaba

a probada fidelidad a este blog de algunos lectores —que honra a su parte, que no la nuestra— exige alguna que otra explicación. Nada de disculpas ni justificaciones que no son nuestro estilo. Pero sí explicarnos, porque una ausencia de seis años redondos no es tan poca cosa como para entrar por la puerta como si nada hubiese pasado y preguntar despreocupadamente “—¿Qué hay de nuevo...?”.

La tarea intelectual, por poco que se valore lo que aquí se ha hecho y aún compadeciendo las limitaciones estratoféricas del autor, es desgastante, cansadora y pesada. No debería hacerse un intento de corte periodístico, como es este, sin ayuda del exterior, que es lo que dice Keynes hay que hacer cuando falla la economía de un país. Por guapo que uno se crea, la vida seguirá su curso y sus exigencias serán prioritarias para quien no tiene aseguradas la vianda, el techo y la honra.

Así pues, lo cierto es que descansábamos plácidamente. Y ese era todo el secreto de nuestra ausencia.

Un exceso de Fraternidad

Los amigos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X han sido puestos en una encrucijada por el sedicente papa Francisco. Se les ofrece, o se les impondrá —vaya uno a saber con este pontífice— un tipo de estructura jurídica semejante a una Prelatura personal, con el propósito de “restablecer” sólo Dios sabe qué plenitud unitaria echada en falta, o qué otra exigencia que los haría, si acaso, más plenamente católicos o menos “cismáticos”. Lo real es que la situación efectiva de esta esforzada asociación irregular nunca jamás ha sido debidamente aclararada por nadie, ni de adentro, ni de afuera, lo cual hace mucho más difícil juzgar el acierto o desacierto de un “Acuerdo” así como su conveniencia y, desde luego, su oportunidad. Y precisamente esta indefinición jurídica es lo que ha suscitado, junto a las sospechas fundadas en experiencias amargas anteriores y en toda clase de diatribas insensatas que han recaído gratuitamente sobre la organización, la resistencia interna de la muchachada, que busca para lo presente autoasignarse las banderías de “acuerdistas” y “antiacuerdistas”, según lo aconseje el propio juicio.

Por nuestra parte, hemos adelantado ya en el pasado nuestro parecer negativo frente a esta posibilidad, inclusive mucho antes del sorpresivo advenimiento de Jorge Mario Bergoglio como Obispo de Roma, apoyados en la prudencia que exige tan delicado asunto y, ahora no menos, en la personalidad y dudosa doctrina de quien concedería este novedoso status. Es cierto, por lo demás, que una lucha tan singularmente virulenta y duradera como la que ha llevado adelante esta Fraternidad no la creemos ni por un instante obra única y exclusiva de hombre, pero claramente signada por el favor divino en más de una ocasión, lo que demostraría también que el estado de situación presente es la voluntad divina. Sabemos inclusive de ciertos milagros a la antigua ocurridos en sus entrañas, llamémosle sociales, con sorpresa de muchos que seguían pensando que los amigos lefes eran cismáticos por que a algún masoncete se le había ocurrido afirmarlo trepado a un membrete y un sello de goma.

Siete años atrás, casi justitos, decíamos así:

A la vez, la unidad de la susodicha Fraternidad San Pío X, el más notorio y supuestamente monolítico movimiento antimodernista en la Iglesia, es blanco de toda clase de ataques y bombardeos mediáticos, con el fin de levantar la sospecha interna contra sus autoridades, fomentar la división entre sus miembros y obtenerse la consiguiente depresión de los integrantes y seguidores. Y así, dispersarlos definitivamente. De momento, la falta de regularidad canónica de dicha asociación (o lo que sea que esta es) es una verdadera bendición para ellos, por que los ataques deben realizarse necesariamente desde fuera y no es posible imponérseles ninguna clase de cuña jurídica interior; puesto que, desde la óptica de los modernistas y de ciertos círculos vaticanos, se trataría tan solo de un movimiento puramente cismático que está fuera de la Iglesia; y que no ha merecido nunca, ni merecerá ahora, el trato demagógico y untuoso que se ha dado a verdaderos cismáticos como los protestantes; para citar solo un ejemplo. De manera que resulta imposible, desde todo punto de vista, ingerir en su funcionamiento y constitución interna, sin previamente admitírselos con capacidad plena dentro de la estructura jurídica de la Iglesia, algo que todavía se ve lejano. Los ataques contra dicha Fraternidad no deben considerarse, por lo tanto, cuestiones aisladas o ajenas al Cuerpo mismo de la Iglesia, porque demuestran a las claras que el modernismo conoce con bastante aproximación su talón de Aquiles; y reconoce desde dónde podría provenir la restauración eclesiástica que tanto desea impedir, y cuáles serían los peligros para la futura religión sincretista que tanto anhela construir.
y no hallamos la razón para cambiar ni una iota.

A lo dicho solamente deberíamos agregar que la indefinición sobre el status real de la Fraternidad no se ha despejado en la más mínima parte, de manera que sigue siendo un misterio real cuál sería aquél, su déficit presente, que obsta para merecer el sellito anhelado de “comunidad plena” con la Iglesia. Este misterio es la causa profunda de las divisiones internas que un arreglo temprano posiblemente radicalizará, al no comprenderse, no verse por ningún lado, la utilidad real de un paso tan determinante como peligroso en las presentes circunstancias. Y ya se sabe a quién nos referimos.

El dedo de Fellay en el timbre correcto...

Sin duda que a instancias del ocupante de la Residencia de Santa Marta, es que ha sido la Argentina el campo de pruebas respecto a la Fraternidad; por de pronto y desde muchos años atrás, los matrimonios celebrados en los diversos prioratos eran insciptos en los registro de la Arquidiócesis de Buenos Aires a instancias del entonces cardenal arzobispo Bergoglio. Asimismo, el actual Ordinario de Buenos Aires, cardenal Poli, ha solicitado, ya poco más de un año ha, que las autoridades civiles reconocieran a la Fraternidad como Congregación religiosa. Entonces nos preguntamos ¿qué otra cosa haría falta...?

Deseamos lo mejor para la Fraternidad San Pío X y, deliberadamente, dejamos de lado ciertas honduras y matices de la cuestión que ofrecen, a nuestro pobre juicio, solamente argumentos para desbarrancar y nunca para acertar y que, sospechosamente, vemos como florecen en blogs que podríamos hasta llamar amigos, al menos en un sentido amplio, y que pujan —contra toda prudencia— para forzar el arreglo empantanándose en la actual situación irregular de la FSSPX. La cual, como acabamos de demostrar, ya no existe.