miércoles, 25 de julio de 2007

Santiago el Mayor

Los Hechos de los Apóstoles y la Tradición coinciden en que Santiago, el hermano de Juan Evangelista, fué ejecutado en Jerusalém hacia el año 44 de nuestra era, por orden de Herodes Agripa, bajo la incitación de los judíos. El lugar elegido para el suplicio del Hijo del Trueno, arrojada fuera toda casualidad creída ingenuamente por incautos y pretensiosos, fue el mismísimo monte Calvario, cuyas piedras retuvieran aún la Preciosísima Sangre del Mesías, derramada sobre la Calavera y los despojos de Adán.

La misma Tradición, sostiene que sus reliquias fueron llevadas, en accidentado periplo, hasta Galicia por sus discípulos, muchos de los cuales le siguieran, pocos años antes, como compañeros de viaje por las remotas y aún salvajes tierras de Hispania, a fin de adquirir prosélitos para el Divino Maestro y siguiendo una interior e indubitable inspiración. Algunos historiadores modernos, como el gallego don Claudio Sánchez Albornoz, han puesto en crisis la afirmación que sostiene este hecho y, por consiguiente, han declardo inverosímil que los despojos mortales que guarda la Basílica gallega fueran las reliquias del Primer Apóstol mártir; para ello, han debido recurrir a una supuesta historia, aún más inverosímil, que propone que los huesos compostelanos serían los del obispo español Prisciliano, muerto en pública ejecución en Alemania, a mediados del siglo IV, por obscuras razones.

Sin embargo, la Tradición del viaje de Santiago a España, causa motiva oculta que parece serlo de todas estas discusiones, como que es señal irrefutable de una predilección divina difícil de seguir traicionando, se mantiene incólume; principalmente, por los rastros inequívocos de esta predilección; que en España, sobre ser abundantes, son siempre milagrosos.

Santiago Apóstol
por Rivera

Como al pasar, destacamos dos casos: el primero, la extraordinaria Reconquista, una Cruzada netamente nacional que, a destiempo, o a contratiempo y despechando las restantes empresas continentales de idéntico propósito pero desolado final, fue coronada por el éxito militar, político y religioso más impresionante de toda Europa; y segundo, el notable caso del Santuario mariano del Pilar de Zaragoza —la añeja Cesaraugusta de los tiempos apostólicos— en el cual el Apóstol Jacobo recibiera la visión de la aún terrenal Madre de Dios para brindarle consejo, apoyo y protección divina y ordenarle que volviera a Jerusalém y que, símbolo y todo como ha sido por espacio de cientos de años de una Fe única, y de la constancia con que la Divina Providencia ha buscado poseer primero y retener después, la península ibérica, ha sido milagrosamente preservada de las bombas con que los sicarios del Adversario intentaran demolerla en muchas ocasiones, entre 1936 y 1939. Bombas que, impactando en el edificio sin explotar, se conservan en el Santuario para testimonio. Desde luego que, si se prefiere, se puede seguir pensando en la ubicua casualidad como causa de estos milagrosos hechos ordenados a la preservación de España católica (a la par que confirmación sobrenatural de la epopeya peninsular jacobea), pero al precio de desmentir aquella misma “ciencia” bajo cuyos auspiciosos pliegues se ampara un irracional negacionismo. A no dudar: Santiago, el Pilar y los santuarios respectivos, son en su conjunto una rotunda y dolorosa pateadura que la Misericordia Divina pone en las carnosas mientes de los miserables.

La casualidad es el argumento predilecto, casi único, de la insensatez, puesto que antepone al natural y férreo curso de las cosas, el sobrehumano desprecio por la evidencia más concluyente; algo así como invocar a la superstición grandota, para aplastar a las supuestamente más pequeñas.

La heroica presencia del tronante Apóstol hiende la ordinaria superficialidad con que algunos (malos) españoles de hoy en día, buscan librarse de un modo de ser religioso e histórico tan vital, inaplazable y necesario, como que promete el “no ser”, a todos aquellos que pretendan abjurar de ser como Dios los quiso.

¡Santiago, y cierra España!



lunes, 23 de julio de 2007

Otro Aviso importante

Santa Brígida de Suecia

Un maligno y persistente enfado electrónico nos ha puesto en mora con nuestra bitácora. Rogamos a nuestros lectores, que han demostrado su generosidad ilimitada acompañándonos, que se estiren un poco más y soporten este embargo que, suponemos, no durará más que algunas horas. O acaso, un par de días más, mientras recuperamos algunas fotografías e imágenes que teníamos destinadas a ilustrar las notas de esta página. Muchas gracias y que Santa Brígida, patrona del día de hoy por quien tenemos especial devoción, los bendiga desde el Cielo.



viernes, 20 de julio de 2007

Aviso importante

En la entrada anterior intitulada Summorum Pontificum, el enlace que remitía al texto latino del Motu proprio del mismo nombre, ha sido convenientemente actualizado, pues el Servicio Informativo Vaticano ha reutilizado la dirección del enlace para otra noticia que no se refería al decreto papal relacionado.

El resto, ha quedado como se hallaba en su origen. En breve, si Dios quiere, publicaremos algunas reglas sencillas para su interpretación práctica tomadas de otras páginas interesantes.



miércoles, 18 de julio de 2007

El nombre de “Guadalupe”

Un muy apreciado lector nos solicitó que diéramos aquí, entrada y espacio a una colaboración suya sobre el nombre de Gudalupe, la Virgen Patrona de América; nunca imaginamos, al recibir el aviso, que tendríamos el raro gusto de leer una tan interesante como bien documentada exposición sobre asunto tan misterioso. De modo que al placer de conceder lo que con tanta amabilidad se nos pedía, agregamos el de hacerlo con un objeto de crecido interés propio y cuyo valor intrínseco no requiere ser encarecido en lo más mínimo. El enlance es este de aquí, y la entrada es de la autoría de don Luis de Guerrero Osio y Rivas, de México.

Y si se nos permite la intromisión de un pequeño comentario de nuestra propia cosecha, quisiéramos agregar que el intento, plenamente logrado, era probar la singularísima intervención del Cielo en todo lo que rodeara y concernía a la Emperatriz de América, como lo demuestra la nada azarosa coincidencia de circunstancias puestas de manifiesto por el autor. Y también, vemos que se rescata la Independencia americana como un designio divino contra el torpe y masónico gobierno de los Borbones, y no como lo quieren presentar los sutiles venenos anglios, cual resultado de ideológicas pretensiones; y en esta tesis, es claro el autor. Los dejamos con él.



viernes, 13 de julio de 2007

Subsistit in ...

Un triste día de 1972, que por la fecha debía serlo de alegre festejo, mientras Giovanni Battista Montini, a quien el mundo conocía mejor como “Su Santidad el Papa Paulo VI”, celebraba el día del Pontífice de aquel año, se le oyó exclamar las palabras más amargas que se han escuchado de boca de un Vicario de Cristo.

Él, que con un entusiasmo indoblegable había continuado la obra iniciada por el Papa Juan XXIII, concitando a todos los Obispos del mundo, reunidos en Roma desde 1963 en un Concilio Ecuménico, II del Vaticano, para remozar la Iglesia y relanzar el Mensaje de Cristo, se veía ahora burlonamente forzado a reconocer que, habiendo esperado en vano la llegada de una época de floreciente religiosidad, una soleada primavera de la Iglesia, se enfrentaba a una sorpresiva y fría era de nebulosas, plagada de dudas, de contestación, protesta y confrontación, que aparentaban tener por único fin, la destrucción de la Casa de Dios, como él mismo ha constatado poco tiempo antes. Culpa de ello al adversario, a quien llama “el diablo”, por haber realizado su obra de muerte y división, prácticamente sin oposición alguna interna de importancia, hasta allegarse inclusive al propio estrado del Altar: “El humo de Satanás —corrobora el horrorizado testigo— ha entrado en la Iglesia de Dios por algún resquicio” («da qualche fessura sia entrato il fumo di Satana nel tempio di Dio»); no lo dice como una interrogación —como se pretenderá hacerlo aparecer años después— ni al modo de San Pedro —cuya fiesta está celebrando— como una advertencia: llanamente, realiza ante su atónito público, una dolorosísima y espantosa verificación: El demonio se está apoderando de la Iglesia. Por eso, agrega allí mismo sin otro trámite: “Creíamos que el Concilio traería días soleados para la Historia de la Iglesia. Por el contrario, son días repletos de nubes, tormentosos, con niebla, días de ansiedad e incertidumbre”. Por los ojos de Pablo, otra vez Pedro está llorando su negación.

Ya cuatro años antes, no sin desagrado y con bastante sorpresa, ha constatado con intensa alarma la existencia de un trasfondo barroso que lo aturde y aniquila su voluntad, y ha tenido que comenzar a hablar de autodemolición de la Iglesia ante los aún más aturdidos seminaristas lombardos: «La Chiesa attraversa, oggi, un momento di inquietudine. Taluni si esercitano nell’autocritica, si direbbe perfino nell’autodemolizione. È come un rivolgimento interiore acuto e complesso, che nessuno si sarebbe atteso dopo il Concilio. Si pensava a una fioritura, a un’espansione serena dei concetti maturati nella grande assise conciliare. C’è anche questo aspetto nella Chiesa, c’è la fioritura. Ma poiché “bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”, si viene a notare maggiormente l’aspetto doloroso». Autodemolición: es un término tremendo, por que exige perentoriamente pensar en que la complicidad interna ha hecho expugnable la fortaleza, y ha rasgado la túnica inconsútil en varios lugares, permitiéndose el ingreso del diablo desde adentro. Pero él es el Papa, y aunque su torturada personalidad no crea que se pueda hacer cosa alguna, al menos no callará, y hasta él mismo se acusa; de hecho, resulta ser el Pontífice que con mayor precisión ha diagnosticado los males que sufría la Iglesia y quien con más frecuencia ha hablado de ello, acudiendo siempre a palabras, términos y tropos que señalan inequívocamente entrega, cobardía y por fin: la traición.

Anche nella Chiesa regna questo stato di incertezza. Si credeva che dopo il Concilio sarebbe venuta una giornata di sole per la storia della Chiesa. È venuta invece una giornata di nuvole, di tempesta, di buio, di ricerca, di incertezza. Predichiamo l’ecumenismo e ci distacchiamo sempre di più dagli altri. Cerchiamo di scavare abissi invece di colmarli.

Come è avvenuto questo? Il Papa confida ai presenti un suo pensiero: che ci sia stato l’intervento di un potere avverso. Il suo nome è il diavolo, questo misterioso essere cui si fa allusione anche nella Lettera di S. Pietro. Tante volte, d’altra parte, nel Vangelo, sulle labbra stesse di Cristo, ritorna la menzione di questo nemico degli uomini. «Crediamo in qualcosa di preternaturale venuto nel mondo proprio per turbare, per soffocare i frutti del Concilio Ecumenico, e per impedire che la Chiesa prorompesse nell’inno della gioia di aver riavuto in pienezza la coscienza di sé. Appunto per questo vorremmo essere capaci, più che mai in questo momento, di esercitare la funzione assegnata da Dio a Pietro, di confermare nella Fede i fratelli. Noi vorremmo comunicarvi questo carisma della certezza che il Signore dà a colui che lo rappresenta anche indegnamente su questa terra». La fede ci dà la certezza, la sicurezza, quando è basata sulla Parola di Dio accettata e trovata consenziente con la nostra stessa ragione e con il nostro stesso animo umano.

Pocas entregas atrás, recordábamos que San Agustín encuentra justo que Dios, que es omnipotente, demuestre esta infinita potestad, principalmente, cuando saca bienes de males, por que desta forma altera inclusive la causalidad natural de las cosas, pero sin alterar nada en realidad; que es como decir (si no fuera una herejía hecha y derecha) que el mal casi le viene como anillo al dedo, para probar su infinita sabiduría y poder. Montini, quien carecía de la más mínima confianza en sí mismo y cuya elección por Dios como Papa fue para él mismo, según nos cuentan sus amigos, un misterio jamás dilucidado del todo, tuvo de todas formas la dignidad y el buen gusto de no convocar ninguna comisión especial para evaluar la crisis y efectuar el diagnóstico, consciente de la traición que lo rodeaba: con toda sencillez, y armado exclusiva y solitariamente de su atormentada y anulante personalidad, enfrentó el humo de Satán como pudo y supo, que fue bastante mal según parece; y a sabiendas —refiere Jean Guitton— que su extremadamente dubitativo carácter le impedía adoptar cualquier remedio eficaz, por lo que suponía haber sido misteriosamente preferido por Dios, para Su mayor gloria, justamente por su apabullante nulidad, como intuyó en sus últimos meses de vida. Y, así, entregó su alma al Creador. Desta manera, pues, tan sencillamente terrorífica, quedó configurada y diagnosticada una enfermedad nueva, inaudita en la Iglesia de Cristo, como era esa paulatina destrucción desde adentro y hacia afuera, como si estuviera minada por sus propios miembros; como si aquello que le había sido dado para su bien, fuera ahora la misma causa de su mal.

Estas “rendijas”, o rajaduras, del Papa Paulo VI, han quedado abiertas desde entonces —sino desde antes— y el humo sulfuroso del adversario ha ingresado a designio hasta los tuétanos de la Iglesia, corrompiéndolo casi todo y aumentando hasta la saciedad los males descriptos por aquel Papa martirizado.

Y que sepamos, nunca nadie hasta ahora, se ha preocupado de cerrarlas como era debido; acaso, se han abierto más con el paso de los años y la lógica revolucionaria (“contestataria”, decía Paulo VI) de los miembros más bochincheros de la contra—Iglesia; sumado a la poca atención que se ha prestado, de hecho, a estas tremendas palabras de este aún más asombroso Vicario de Cristo. Hoy, a no ser por el clero “tradicionalista”, o al menos expresamente antimodernista, la clerecía sería un oficio prácticamente vacante por falta o deserción de las vocaciones, crecientemente desde 1969. Se cuenta que cuando Juan Pablo II asumió su pontificado, suspendió el trámite de más de 100.000 solicitudes de reducción al estado laical de otros tantos sacerdotes. La frecuentación de los Sacramentos se tornó tan rara como la predicación de su necesidad para la Salvación, y la Iglesia quedó convertida en una obra social de dimensiones universales...

Hasta ahora.

Ejerciendo Dios Nuestro Señor su potestad de confundir a sus enemigos, en 2005 fue electo Papa un antiguo teólogo modernista y asesor del Concilio que decíamos al comienzo, con casi ninguna formación tomista —se diría— aunque provisto de una fuerza crítica poco común para estos tiempos de relativismo y chanchullo. Su primer intervención, próximas las Navidades de su primer año como Papa, fue verificar que si la Iglesia fuese rupturista con la Tradición, con su pasado, poco crédito merecería Su Divino Fundador, que la habría dejado a la intemperie, y al voleo de los tiempos y las modas. Y así lo dijo. Enseguida, anunció la publicación de un libro propio dél, en el cual demostraba que, contrariamente a lo que sostiene la predominante hipercrítica bíblica católica criptoprotestante, Cristo Jesús, el Mesías, verdadero Dios y verdadero hombre, es el mismo y único personaje histórico que narran los Evangelios. Y si es así, resulta contrario a toda lógica creer que lo más —la Fe en el hombre Dios— salió de lo menos —las comunidades apostólicas primitivas— resultando más probable que haya sucedido a la inversa, o sea que las comunidades primitivas de los tiempos apostólicos, surgieron de la Divina Predicación. Nunca, pero nunca, insistiremos demasiado en la importancia de este “descubrimiento” llevado a cabo por un teólogo de formación pseudo protestante y alejado, tanto como se pueda estarlo sin dejar de ser católico, de las definiciones del Syllabus, el Concilio Vaticano I o el decreto Lamentabili, y acostumbrado a estudiar que la fe católica no es obra de Dios, ni la Iglesia el Cuerpo Místico de Su Divino Hijo, sino el concurso constante de los hombres en un mismo objeto de creencia. Digamos: algo así como una fe sociológica (si no fuera una estupidez la frase). Por que evidentemente, revela una inteligencia orientada por la FE; y eso, es un don del Cielo, como nos enseña la Sagrada Teología. Y además, es un cauterio seguro contra la herejía.

Resultó quel hombre era consistente hasta la ... germanofilia, y consideró que no podía romperse la Tradición bajo ningún pretexto y restableció, pocos días atrás, la forma tradicional de elegir al Papa. El sábado pasado, saltando sobre sí mismo y sellando una rendija fenomenal, restauró en todo su esplendor la Liturgia Tradicional y, en especial, la Santa Misa, dando así un paso tan largo como el tiempo de la desazón de los últimos 40 años. O más. Ayer, hizo que la Curia romana repitiera en voz alta y clara, que la única Iglesia verdadera es la católica, apostólica y romana, (casi) sin dejar ningún tipo de recoveco (resquicio o rajadura) para la relativización desta esencial verdad, connatural con la Divina institución de la Iglesia. Cierto es, que se trata únicamente de una aclaración lingüística y no de un documento teológico —por otra parte innecesario. Pero si alguien pudiera creer poco clara esta afirmación, léanse las protestas de los protestantes, los anglicanos y ¡los budistas!, que la han entendido perfectamente bien, como que para ellos estaba destinada.

Las afirmaciones referidas a obscuros ecumenismos, pues, van encaminándose hacia el significado tradicional de este término, tal como la Iglesia lo ha entendido siempre (Mortalium animos).

Entre medio, ha restaurado la teología correcta y verdadera sobre el Santo Sacrificio de la Misa, como el Sacramento central de la Fe cristiana que es, y hacia el cual confluyen los demás, mediante una Exhortación Apostólica que ha tenido la virtud de cerrar —además de la boca de ciertos charlatanes profesionales dotados de profesorales dignidades— algunas rajaduras en la trabazón litúrgica básica; como por ejemplo, destacar que la Liturgia es objetiva, pues es la Oración de Cristo ante el Padre. No está nada mal.

Hoy mismo, sin respeto humano de ninguna especie, mutiló —no, cabezas esta vez, no— un papelón que hicieran los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, que bordeaba peligrosamente la insubordinación, la herejía, el sarcasmo y la insolencia, todo a una.

Hizo renunciar sin miramientos a tres obispos (uno dellos de una sede primada y cardenalicia) por haberle mentido el primero, y por maricuetes los otros dos; sellando desta manera la rajadura de las malas costumbres, que se había convetido en una lepra de la Iglesia; y de todo el mundo ¡vamos!.

Es cierto que Benedicto XVI no ha dejado expresamente declarado que la Iglesia de Cristo, más que “subsistir en”, ES la Iglesia católica. En realidad, ha hecho algo mucho mejor: lo ha probado, volviendo a presentar al mundo, en sus propias manos, la túnica inconsútil del Divino Fundador.


jueves, 12 de julio de 2007

Beato Ceferino Namuncurá

LA CONGREGACIÓN PARA LA CAUSA DE LOS SANTOS, ha anunciado que Su Santidad, Benedicto XVI, ha firmado el correspondiente decreto por medio del cual queda confirmada la cualidad requerida por la Iglesia para la declaración de beatitud del santito de las Tolderías, Ceferino Namuncurá.

El joven candidato, muerto en Roma el 11 de mayo de 1905 mientras intentaba prepararse para ser sacerdote salesiano, pues quería misionar entre sus hermanos de sangre, había nacido en Chimpay, en una toldería de indios “pampas” —una generalización que evoca la unión de tribus de ranqueles y pampas provocada por su abuelo Calfucurá— asentada sobre el gran codo del Río Negro, unos 18 años antes —se acepta como fecha probable de su natalicio el día 26 de agosto de 1886— hijo del cacique—coronel Manuel Namuncurá y de una cautiva chilena, de nombre Rosario Burgos. Namuncurá padre era hijo, a su vez, del fiero cacique Calfucurá, un verdadero azote de las Pampas.

El coronel Manuel Namuncurá y
su hijo Ceferino

Pero la obra civilizadora de los argentinos, en especial del Ejército y de la Iglesia, unidos de una forma que jamás debió abandonarse, llevó a las tolderías la civilización, la fe y ¡cómo no! la posibilidad de la santidad.

El cacique quiere lo mejor para su hijo y lo envía a Buenos Aires, a unos talleres de la Armada, para que aprenda un oficio, bajo la protección paternal del general Luis María Campos. Pero Ceferino no desea la vida militar ni ese oficio que su padre le depara: él quiere ser sacerdote, aunque todavía no conoce bien ni la lengua castellana, ni el latín. Su padre, entonces, le encomienda el chico a Luis Sáenz Peña, presidente de la Nación, quien lo coloca a estudiar, como interno, en el Colegio que los salesianos han abierto hace poco en el barrio de Almagro. Sus amigos y compañeros —el futuro Carlos Gardel es uno de ellos— lo recuerdan alegre, animoso y decidido a obtener su propósito. De los pocos que vivirá, son éstos sus años más fecundos y alegres, aunque la tuberculosis, el mal de su raza, haya clavado ya sus garras mortíferas en los frágiles pulmones del aprendiz.

La ideología, la estudipez, la mentira interesada o un plebeyo interés mortecino, han intentado desdibujar la ruda vida de la indiada en los tiempos en que llegó hasta la toldería el clarín de Occidente, pretendiendo convertirla en una especie de edén pagano. El indio pampa o ranquel, especialmente el de aquellas tribus que, como las del abuelo de Ceferino, dedicábanse a traficar hacia Chile lo robado en la Argentina, o vivían muchísimos años, como don Manuel, el padre de nuestro biografiado, a quien se suponía más que centenario (aunque la partida correspondiente acuse ¡97 años!) a la fecha de su muerte sobrevenida tres años depués de la de su hijo Ceferino, o perecían en la flor de la juventud, por causa de algún entrevero fiero con otra tribu o con el ejército, en Chile o la Argentina, o por que eran víctimas de alguna enfermedad fatal, como la viruela o la tuberculosis. La vida tribal era simplemente brutal, más animal que humana y los críticos que, hoy, desde la cómoda placidez de una regalona vida cristiana, blanca, huinca, pretenden mitificar la horrenda toldería como un dechado de virtudes paradisíacas liquidadas por el invasor llegado de un Occidente católico —del cual reniegan sin reconocer que de él viven, y que gracias a él pueden levantar su queja—, simplemente escupen al cielo. ¿Volverían a su vida “silvestre” y, desde ese testimonio, proclamar su fe? No lo han hecho, ciertamente.

Lo cierto es que las pestes, la constante guerra interna, la ausencia de todo sentido de pertenencia a una raza o a un pueblo, o del respeto a la propiedad tal como la conocemos los romanos de hoy, así como el escaso valor que, en su paganismo, asignaban a la vida propia o ajena, o a los vínculos familiares, hicieron de estas pobres criaturas víctimas propicias de Satán. Por lo cual, ni los “fusiles de repetición” (arma aún no inventada durante las primeras campañas al Desierto) ni los cañones “krupps” (los primeros de los cualles llegarían al país en tiempos en que Ceferino estuadiaba felizmente instalado en Buenos Aires) serían, como preferiría macanear la zurda, los que vencieron a esta indómita raza, sino su propia vida salvaje y su natural debilidad.

Se cuenta que no gustaban de vacunarse contra la viruela, enfermedad devastadora para su raza, por lo cual Juan Manuel de Rosas, en alguna de sus excursiones por la Pampa hacia los años ‘30 del siglo XIX, hubo de hacerse aplicar la vacuna antivariólica en solemne acto público, presenciado por más de 200 caciques y capitanejos entre los cuales, probablemente estaría el padre de Ceferino, para desafiar a su hombría y doblegar el temor a lo desconocido de estos hijos de la estepa americana.

Don Manuel, el padre de Ceferino, le entregó su hijo a los misioneros salesianos para su educación con entusiasmo tal, que hasta aceptó de estos sacerdotes un fortísimo consejo que, ni hoy, pensamos que lo darían con la misma valentía y confianza en la Providencia Divina: Le pidieron al cacique que se casara y el cacique aceptó, tomando por esposa, ante Dios, allá por el año 1900, a una de sus concubinas más jóvenes y contando él, por entonces, unos 90 años de edad.

Esta ambientación es preciso hacerla, por que la santidad no floreció en cualquier parte civilizada, o en alguna aldehuela española, italiana o francesa irrigada por casi dos mil años de catolicismo que, sino práctico, ofrecía al menos menos una cultura católica, sino en la Pampa brutal, uno de los últimos reductos de la barbarie más acabada que el hombre pudo conocer directamente en el mundo moderno. Aceptar que los aduares eran paraísos destruídos por el huinca, no solamente es una falsedad: es rebajar el inmenso mérito de Ceferino y mojar la pólvora que hacía verdaderamente explosivo el celo misionero de aquellos padrecitos únicos, maravillosos, que envió Dios a la Patagonia.

Ceferino niño aún
con monseñor Cagliero

El hijito de la cautiva chilena Rosario Burgos y del autócrata pampeano, parte para Roma a principios del siglo nuevo ¡qué ilusión! Pero el viaje no es lo más extraordinario que le sucede y tiene una finalidad principalmente terapéutica, pues ha sido llevado para intentar una cura desesperada a la tisis casi terminal que aqueja al pupilo: Un día, su protector y guía, monseñor Cagliero, que lo quiere hacer estudiar el Seminario, lo presenta a San Pío X, uno de los Papas —y de los hombres— más extraordinarios que han existido. El encuentro entre los dos príncipes ha de haber emocionado profundamente a ambos: al hijo del señor de las Pampas y al Vicario de Cristo. Y a los presentes, a no dudar; a tal punto, que es ocasión aprovechada por los más dispares testigos para llenar páginas emocionantes de discutible gusto literario. Pero ambos estarán pensando, seguramente, en su ya próximo encuentro en el Cielo, ajenos al suceso mundanal que ofrece la circunstancia.

Y pocas semanas después, sobreviene la muerte. Y la Gloria del niño pampa.

La vida de Ceferino ha demostrado que la conversión y la santidad son posibles en cualquier situación, no obstante las máximas diversidades culturales concebibles y hasta las adversidades morales más intransigentes, pero a condición de mediar —eso sí— un apostolado eficiente, verdadero y corajudo y sin vueltas ni piruetas psicologistas ni subjetivistas. Heroico, digamos, al estilo incomparable de Don Bosco. Por que aunque la civilización grecorromana haya sido —y siga siendo— la materia apta de mayor excelencia que el critianismo haya podido encontrar en su camino, por Divina disposición, para su máxima fertilidad, el Evangelio y la Salvación son de hecho para todo el mundo, aunque no todo el mundo la aproveche o la acepte.

Esto es, pues, y si se quiere entender bien, la mayor prueba de ecumenismo católico que hemos encontrado en los últimos tiempos. ¡Bendito sea Dios, que lo hizo en estas tierras!



sábado, 7 de julio de 2007

Summorum Pontificum



Su Santidad, Benedicto XVI, por la Gracia de Dios Pontífice Romano y Sucesor de Pedro, ha ordenado publicar el día de hoy el Motu proprio, que lleva el nombre del título, por el cual queda restablecido el Ritual Romano, según el texto ordenado en 1962 por S. S. Juan XXIII.

A partir de ahora, casi todos los Sacramentos podrán volver a impartirse según aquel ritual, además de mantenerse el establecido en 1970 por S. S. Paulo VI como forma ordinaria, aunque en paridad de derecho con el Ritual anterior.

En el caso de la forma tradicional del Rito de la Santa Misa, el Romano Pontífice se ha limitado a indicar expresamente que jamás ha sido derogado y que los sacerdotes podrán continuar con su uso, sin necesidad de tener que recurrir a ningún permiso especial o autorización extraordinaria de la jerarquía; los fieles podrán asistir libremente a su celebración; y, donde no exista ya, pedirla al párroco, al obispo o a inclusive a la Santa Sede, sin necesidad de recurrir a trámites imprácticos, engorrosos o estériles, como sucedía hasta el presente por imperio de las anteriores normas pontificias que, de hecho, solamente limitaban el uso de estas formas litúrgicas jamás abrogadas por lo cual, por lo presente, quedan expresa y nominalmente reformadas.

El texto completo, en castellano, del Motu Proprio Summorum Pontificum, puese leerse en este enlace, de la página del VIP, Servicio informativo del Vaticano.

Los riesgos que encierra esta audaz iniciativa apostólica, el más grande y significativo acontecimiento católico —y por consiguiente, universal— destos últimos cuarenta años de peregrinación por el Desierto, y que por este acto parece tocar ya a su fin, los expone paternalmente su Santidad por medio de una Carta explicativa adjunta, que consideró necesario adunar al sencillo, claro y escueto texto legal —siguiendo una costumbre inaugurada en tiempos de S. S. Paulo VI, dada la generalmente traumática recepción pública de los textos legales.

Dios Nuestro Señor, bendiga a este valiente Pontífice, que nos ha devuelto el esplendor de la Santa Misa.