lunes, 25 de mayo de 2020

Día de la Patria

El 25 de mayo es una de las dos fechas nacionales argentinas. Es habitual el saludo “¡Feliz día de la Patria!” intercambiado entre personas de patriotismo reconocido o acendrado; que no es casi ninguna de las ocupan, al presente, posiciones de las llamadas de “pública espectabilidad”. Diríase más bien lo contrario; porque lo que la Patria significa en la Argentina ha sido desplazado en la idiosincrasia de esta chusma políticocircenseconómica por la distopía, de momento triunfante, de un mundo de prisioneros y esclavos al servicio de los políticos y los ricos enragés. Lo más lejos posible de la Patria soñada por los argentinos.

Por lo tanto, decir ahora “Feliz día de la Patria” sería un contrasentido, mientras la nuestra continúe secuestrada por una banda universal de atrevidos ladrones y masoncetes de tarima y pizarrón que han ocupado, patética y prácticamente, todos los países católicos del mundo. Es llamativo que el país, la Patria, con la cual se han ensañado más particularmente sea la Argentina, que es la que sufre el confinamiento ilegal más extenso en la geografía y en el tiempo, y el más duro de todos los existentes, la que tiene las autoridades civiles y religiosas más furiosamente provirus, es decir, antiargentinas, pese a la existencia de las ya, ahora, innegables evidencias de la inmensa mentira urdida para generar este encierro. Las evidencias son los casos del país vecino, Uruguay, en el cual no ha sucedido ninguna catástrofe sanitaria de ninguna especie, pese a no haber dispuesto el confinamiento obligatorio y policial de todos sus habitantes —algo así como el 8% del total de la Argentina— como mandaba la OMS. Parece que en Europa, este ejemplar sitial lo ocupa Suecia, para probar a los europeos que los encierros obligatorios no son la solución.

En la Argentina, la debacle económica no se ha hecho esperar y el gobierno de ocupación ha demostrado su sinigual indiferencia por la suerte, real y nada ficticia, de millones de familias argentinas condenadas a la pobreza, a la desesperación y a la locura de un futuro incierto que, seguramente, no merecían ni buscaban. El punto de mira no es el drama de estas clases; ni tampoco salud que, fracamente, está muy, pero muy lejos de ser una causa real, por mil razones que ya hemos explicado aquí y las que suplirá el innegable ingenio nacional, además de la más evidente de todas, que es la desproporción absoluta entre la finalidad declarada y los medios arbitrados, se está detrozando una entera clase social —acaso la más laboriosa y materialmente útil de todas ellas, siendo que todas son indispensables al tejido social— con la vergonzosa colaboración de los servicios policiales del estado, que durante mucho tiempo han alardeado de una supuesta vocación de servicio ciudadana, para revelarse ahora lo que en realidad son. Por lo demás, los números de supuestas víctimas no cierran por ningún lado; el cacareado momento de expansión siniestra de la ola de contagios nunca ha llegado. Los muertos previstos y anunciados a voces sin cuento, no aparecen y, aún, se sospecha seriamente que muchos de los contados como víctimas del siniestro e inubicable virus, son en realidad meras víctimas de sus miserias humanas como la edad, o las enfermedades de cualquier clase. Es decir, han sido la muerte común de gente común, pero utilizada para aterrorizar a sus semejantes sobrevivientes... para exhibirlos como perrillos falderos con bozal; o barbijo, que para el caso, es el símbolo del aherrojamiento tanto lo uno como el otro.

Estadísticamente, en la Argentina hay unas 930 defunciones por día, o poco más. Es la tasa normal de decesos, según índices de hace más de dos años, que es lo último que disponemos. El total de las supuestas víctimas de esta pandemia (que no es), no llega ni a la mitad de las muertes diarias en tiempos de absoluta normalidad —aunque muchos hayan olvidado que el único destino cierto y normal del hombre, es la muerte— luego de más de 65 días de confinamiento absoluto, forzado, enfermante, enfermizo y obligatorio. ¿Éxito de la política sanitaria o fenomenal engaño....? En el día de la Patria, respóndase el lector esta pregunta ¡Viva la Patria!

Íbamos a cerrar esta entrada con ese grito que empaña nuestras gargantas. Pero nos pareció incompleto. Le faltaban dos cosas, o una sola, decisiva. Durante muchos años, la izquierda se ha ido apropiando de nuestras banderas, las del patriotismo católico argentino, que llamamos nacionalismo, para hacerlas suyas y lucrar con su fementida defensa. Que no obstante reconocemos, en algunos pocos, ha podido ser sincera. No más. Hoy continuamos, reasumimos nuestra defensa de las libertades cívicas como un rasgo indeclinable de nuestro patriotismo y de nuestra catolicidad. La única intolerancia la dedicamos al Estado opresor, maligno y enemigo de Dios y la Patria; y a los taimados que lo apoyan o consienten. Y como prueba del sentimiento que nos embarga, y como ha sido siempre nuestro gusto ilustrar nuestras entradas con alguna imagen alegórica, dejamos puesta al medio de nuestra entrada una dellas; triste por cierto, pero pletórica del tremendo realismo y la veracidad indisputada que nos exige la Verdad. Es que allí se ve cómo nos roban la Patria y a la Religión, todo a una.

jueves, 14 de mayo de 2020

Ayunos ... de religión

Francisco Bergoglio, actual Obispo de Roma, ha convocado para el día de hoy, jueves, a una jornada de “ayuno y oración” a todas las religiones para implorar a “Dios creador” —Quien a estas alturas, las del Altísimo, debe estar enojadísimo con este sujeto— por toda la humanidad actualmente transida por las circunstancias que son de público conocimiento.

Sea dicho sin sorna alguna, nos preocupan muchísimo más las cuestiones y circunstancias que NO son de público conocimiento o que, acaso siéndolo, no son reconocidas o aceptables al mundo moderno, posmoderno o, simplemente, posma como el que habitamos cotidianamente. La supresión de los Sacramentos dispuesta por muchísimos obispos y la imposición clandestina, despótica y sacrílega de la Sagrada Comunión en la mano, son circunstancias del dominio público pero no de demasiada atención pública. Muchos prefieren continuar con el morboso deporte de seguir contabilizando muertos cotidianos antes que pensar en la Vida Verdadera, en la Vida Eterna, que se la están escamoteando de entre las manos... de entre las almas adormecidas por el sopor de la tontera más fenomenal que hayamos presenciado en nuestra vida. Que no es precisamente corta ni huera de estupideces.

Volviendo a la sacrílega convocatoria, está prevista como una consecuencia de la sugerencia que le formulara un llamado Alto Comité para la Fraternidad Humana —que si no es masón, quiere parecerlo con semejante nombrecito— para este 14 de mayo a ver si rejuntan “creyentes de todas las religiones”, que se reunirán “en un día de oración, ayuno, y obras de caridad, para implorar a Dios que ayude a la humanidad a superar la pandemia del coronavirus”. Desde luego, eso no es católico para nada y representa, volvemos a repetirlo, algo sacrílego; no es una obra de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, porque la Iglesia no se junta con herejes sino que les enseña, los convoca amorosamente a la Fe verdadera; no se sienta con creyentes en otras religiones que, en todo caso, son el también amado objeto de los desvelos en la predicación de la Verdad por parte de la Iglesia de Cristo. No; la Iglesia reza en Cristo y por Cristo; la Santa Misa, hace procesiones, hace penitencia en el Confesionario y no en las gradas de ninguna institución profana o pagana, e impetra fuertemente a la Medianera de todas las Gracias, la Madre de Dios, con las oraciones que Ella enseñara a santo Domingo de Guzmán, y cuyo día ayer mismo fue el objeto de un burdo y miserable titeo por parte de quien mayor deber tenía de custodiarlo. Como advierte San Pablo en 1 Corintios 10, 20, los paganos adoran a los demonios y no a Dios; por lo cual convocar a todos los creyentes encierra el peligro, nada remoto ni improbable, de compartir las oraciones que se dirigiesen al maligno. ¿Y las sectas cristianas...? Que les apañe su dios muchachista, a menos que decidan inclinarse respetuosamente ante Dios, Uno y Trino, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía que confecciona Su Iglesia verdadera. Engañarlos con esta convocatoria a ellos, cristianos al fin, y a los paganos, es un pecado gravísimo que no quedará sin retribución, equiparable a la sacrílega “pachamamimaquia” organizada por el actual convocante vaticano. Y allá ellos quienes decidan secundarlo; que si es por ignorancia o buena fe, Dios los perdone y los auxilie, porque Dios reconoce a los Suyos; y si es por simple espítitu de novedad, que es una falta grave de presunción, que se las arreglen con el Creador para darLe explicacones en el Día Aquél... Mas si es por malicia... pues ya saben.

Por nuestra parte, no siendo viernes penitencial —otro casual desarreglo: un jueves penitencial...— lo dedicaremos a la honesta francachela, que haberlas las hay y su mérito tienen —que Nuestro Señor comparó el Reino de los Cielos con un banquete— en la cual comeremos y beberemos en honor de los buenos amigos, a quienes honraremos (desde nuestras celdas domiciliarias) con buenos manjares y buenos vinos; no sea que nos confundan con los integrantes de algún sospechoso “Alto Comité” de pelafustanes y gazmoños de logia. Despues de todo, un banquete bien servido y mejor regado, es exactamente lo contrario de una licenciosa orgía, pecaminosa y sacrílega, tanto como un hombre virtuoso es exactamente lo contrario de un puritano. Porque es de saberse que los cristianos verdaderos, es decir los católicos, hace muchos años que estamos viviendo, tanto nos gustase como si no, una larguísima cuaresma crudamente penitencial. Y un recreo, con protesta incluida, no nos viene nada mal.

martes, 12 de mayo de 2020

Fátima y las ultimidades del mundo

Mañana es el día de la Virgen de Fátima. El mundo, consternado como se halla por la terrorífica pero cada vez menos creíble amenaza de un virus que se pretende coronado, no le presta demasiada atención a otros signos, presentes en todas partes, mundiales digamos, que son aún más horrendos: La suspensión de la Religión católica en muchos lugares; y lo que es peor: de la mano del Papa y los Obispos (con algunas excepciones, es cierto).

En nuestros días —y en la Argentina en particular— las medidas de aislamiento social, presentadas como la inmejorable manera de detener el avance del fenomenal virus, han cedido un poco; un poco a la presión social y otro tanto a la imposibilidad real y concreta de controlar un país de semejante extensión geográfica (casi 3.000.000 de km2) y relativamente poca población, con la ridiculez de imponer una restricción —de su legalidad, ni hablemos— que es imposible hacer cumplir. Como quiera que sea, al aflojar la presión, los gobiernos han caído en situaciones jocosas que, a poco que se analicen, dejan a la vista las verdaderas intenciones de sus perpetradores; o si se prefiere decirlo de otra forma, queda en claro que este bichito, sea que exista o no, no pasa de ser una excusa en toda la línea. Por de pronto, se han “autorizado” las caminatas en proximidades del propio domicilio, que no excedan los 500 metros; no se ha podido determinar si esta “concesión” ha sido recomendada por los “científicos”, que habrán descubierto, quizá, que el virus no contagia en zonas contiguas al domicilio de los habitantes .... También se han permitido los paseos familiares los fines de semana; acaso por que el virus, progresistón como es y consciente de sus derechos laborales, descansa completamente los sábados y domingos y no contagia a nadie. Tampoco contagia en los supermercados, almacenes, verdulerías, fruterías, cierto tipo de negocios donde se despachan comidas o productos de primera necesidad, como las farmacias; y por supuesto ¡cómo no! tampoco contagia en los bancos...

Pero en las Iglesias católicas el virus contagia muchísimo y, desde luego, es fatalmente mortal; sobre todo, durante la celebración de la Santa Misa. Pero curiosamente, cede completamente en su contumelia —acaso inspirado por unas humanitarias convicciones aún no debidamente exploradas— cuando dichos templos fueran utilizados para vacunar unos 61.000 personas de edad madura solamente en Mendoza —circunstancias en las cuales se han presentado situaciones de hacinamiento de personas mayores en paños menores, haciendo patente el respeto nulo que por ellas se profesa— o para dar de comer a “gente pobre”. Desde luego, esta férrea prohibición de asistir a Misa se encuentra fuertemente custodiada por los Obispos, sino directamente inspirada por ellos; no solamente en los países donde rige el insano y despótico “aislamiento social” de la OMS; sino en aquellos lugares donde es meramente voluntario, como el Uruguay.

En Portugal, que ni llega a los 100.000 km2 y raspando pasa de los diez millones de habitantes, las cifras de contagio son variables y, hasta cierto punto, poco confiables. El encerramiento no es tan férreo como en otras partes, razón por la cual el Gobierno ha organizado un dispositivo cerrojo sin precedentes en toda Europa, consistente en enviar 3.500 agentes de policía... ¿a dónde? ¡A Fátima, por supuesto!... La finalidad es clarísima: impedir que los peregrinos lleguen a los oratorios del Santuario de Nuestra Señora la fiesta del 13 de mayo. En principio, la tolerante y melosa Ministra de Sanidad, la comprensiva socialista Marta Temido —ya se sabe cuán generosos han sido siempre los socialistas con la religión católica, como en la vecina España entre 1936 y 1939— había autorizado la peregrinación, a condición que se respetasen ciertas normas sanitarias; nada claras por lo demás... Pero el clarividente obispo local, Monseñor Antonio Marto, acompañado en la decisión por el Rector del Santuario de Fátima, resolvieron suspender la asistencia de peregrinos a la Fiesta de la Patrona de Portugal y el gobierno socialista, solícito como ha sido siempre a los deseos de los líderes del Catolicismo (y tal como hiciera con los tres pequeños pastorcitos en 1917: encerrarlos en una celda con criminales adultos...), han resuelto poner a disposición de esta medida la friolera de 3.500 policías armados hasta los dientes. Con la advertencia de que “tomarán las medidas necesarias” para impedir a los peregrinos visitar a su Madre. Por lo tanto ahora, la policía portuguesa auxiliará al gobierno zurdito para encerrar, no ya a los tres niños videntes de Fátima, no; sino a diez millones de portugueses que quieren ir a honrar a su Madre.

Lo único que no nos queda suficientemente claro después de una cosa así, es cómo es posible que haya todavía quienes piensen que esto es “nada mas” que una epidemia de un virus tan, pero tan afín con los sentimientos izquierdistas de todo el orbe, y no una sencilla, diáfana y precisa persecución religiosa. En la cual han tomado parte principalísima, y esto sí que es una novedad en la Historia de la Iglesia, la casi totalidad de los Obispos del mundo; fuera prestando su consentimiento a las violencias ejercidas desde gobierno civil —algo sin precedentes en las persecuciones— o abiertamente complicándose en ellas. Como quiera que sea, han abrogado de hecho la Santa Misa en casi todo el mundo católico, acudiendo inclusive a fórmulas claramente burlescas e irritantes, como aquella según la cual se reprocha a la feligresía que “no tiene derecho a la Misa”... Y que la hemos oido en muchos lugares y a muchos pseudo “pastores”.

Persecución en la cual no han faltado elementos delictivos y criminales, como las acusaciones que comienzan a sonar en España acerca de la complicidad del Gobierno central y de algunos gobiernos locales, en la muerte de varios miles de ancianos internados en geriátricos, que jamás han recibido ayuda ni tratamiento. Ni tampoco, a causa de múltiples cobardías, han recibido la visita de sus familiares en sus últimas horas, ni los Sacramentos de la Iglesia, ni el Viático... nada de nada.

Pues aquí estamos: En vísperas de Fátima y sin el consuelo visible de nuestra Madre del Cielo, porque la colusión entre los príncipes de este mundo y los pastores que son peores que lobos, nos lo han quitado todo. Pero de Dios nadie se ríe. Ni quienes siguen negando, acaso por temor a la verdad y a las tremendas consecuencias que ella encierra, que estamos viviendo tiempos finales apocalípticos; ni quienes arrogándose facultades políticas que nunca han tenido ni debido tener, han aherrojado en sus casas a millones de personas, reduciéndolas a la intranquilidad, la desesperación y la pobreza; ni peor aún aquellos que, habiendo recibido y aceptado dignidades sacerdotales en la Iglesia de Cristo, se han prestado canallesca y miserablemente a los designios finales de satanás.

sábado, 9 de mayo de 2020

Postrimerías

Una aliada antaño improbable, en estos días que corren parsimoniosos y aburridos, ha sido la computadora. De modo que hemos visto cosas buenas, otras apenas recomendables y cosas definitvamente prescindibles; cosas malas, a Dios gracias, no hemos visto. No que no las haya ¡que va! sino porque no hemos querido verlas. La edad, el tedio que nos provocan y el rechazo a la vulgaridad son remedios asaz fuertes contra el vicio de ver cosas malas, que por tanto no es virtud sino pura necesidad.

Caso Uno

Días pasados hemos tropezado con un artículo de Monseñor Héctor Aguer para Infocatólica, donde pretende explicar —y lo logra exitosamente, como él bien sabe hacerlo— por qué Dios castiga a quienes obran mal, pues lo impera la Justicia Divina. Sabiamente, recuerda que Dios no condena al infierno a los pecadores que mueren impenitentes, sino que ellos mismos van allí como quien busca su propio lugar en la Creación, el lugar que libremente ha decidido elegir. El artículo repasa cosas de las Sagradas Escrituras, hace citas en hebreo y en griego y menciona al “Dios de Israel” como una distinción admisible al Padre Eterno de la Santísima Trinidad. Porque hay quienes creen que hay una “religión judía”, anterior y antecedente de la Religión Católica; nosotros no. Pensamos que la Iglesia arrancó apenas incoada en el Paraíso mismo, pasó por los tiempos antediluvianos sin llegar a cuajar, vio el Diluvio —ejemplo perpetuo y monumental del castigo divino— y más tarde, la vocación de Abrahám. El articulista parece creer en otra versión, la que actualmente es más ... oficial. Aquella de la religión judía, de la Escritura judía —no “la Escritura”, a secas, de ellos, la nuestra y para todos, porque viene de Dios como don salvífico universal—. Viene por los judíos, claro. Pero para todo el universo. Pese a ciertas concesiones poco claras a un incipiente ecologismo de bandera inocua, nada logra obscurecer el buen tino general, eso sí, algo culterano, salvo lo que diremos enseguida.

Lo que llama la atención es cierta frase al comienzo de la exposición, que preferimos citar completa para dejar constante su contexto:

«Acabo de recibir esta consulta: ¿Se puede pensar que la pandemia desatada por el Covid - 19 sea un castigo de Dios?. Yo añadiría a la pregunta: ¿sensatamente?. Así se excluye desde el comienzo tanto el fundamentalismo desorbitado que agita terrores apocalípticos, cuanto el relativismo incrédulo del católico «progresista», que descarta con una sonrisa la cuestión in limine. Basta hojear en la Biblia los relatos del peregrinaje del pueblo de Dios registrado en los libros del Éxodo, los Números, y el Deuteronomio, para encontrar numerosos testimonios de la actitud divina ante la infidelidad, reiterada y contumaz, de los judíos. La noción de castigo va asociada a una imagen de Yahweh, que incluye el desfogue de su ira... »

Y leída que sea con atención la frase: se excluye desde el comienzo ... el fundamentalismo desorbitado que agita terrores apocalípticos nos toca a nosotros preguntar a nuestra vez: ¿sensatamente?...

Es que no deja de extrañar a quien viene siguiendo serenamente los primeros trinos del texto, en el sentido propuesto por el redactor: es un hiato inesperado, una declaración no pedida ni fácilmente explicable en el contexto presentado por el autor; un tropezón, vamos. ¿Qué es el “fundamentalismo apocalíptico”..? ¿Porqué el fundamentalismo apocalíptico desorbitado agita terrores inicuos? ¿Porqué qué un “fundamentalismo desorbitado”, puede conducir a un terror apocalíptico ...? ¿Qué terrores hay en el Apocalipsis que puedan ser agitados por una desorbitación del fundamentalismo... ? El “fundamentalismo” ¿es bueno o malo...?; debe ser bueno, pues el que critica el autor es el “desorbitado”. ¿Qué terrores encierra el Apocalipsis? ¿Es un Libro de Terrores...? ¿Qué debe excluirse y porqué...? Como se ve, la frase deja en el aire muchas preguntas, retóricas claro, fruto de la presentación intempestiva de variadas perspectivas a la inspección más o menos rigurosa de la cuestión que se quiere dejar ir.

Caso Dos

Pocos días atrás el P. Olivera Ravassi le ha hecho un interesante reportaje al Padre Horacio Bojorge, a quien hemos mencionado y acogido en esta página desde hace más de doce años por su inteligente y perpetua dedicación a las almas y a la preservación de la Religión verdadera. De él oímos y alguna vez también leímos en “Teologías deicidas”, aquella fantástica y perfecta síntesis de la lucha entre el modernismo y la Tradición: El campo de batalla es, precisamente, la Parusía. El modernismo no cree que sea otra cosa que un mero recurso literario referido a cosas pasadas, antiguas; o en el mejor de los casos, un símbolo de la lucha perpetua entre el bien —que algunos llaman Dios— y el mal —que algunosotros llaman el diablo. De dónde provengan esas nociones de bien y mal en pugna, no es algo que interese demasiado al estudioso porque, en definitiva, si no se cree en un orden moral eterno, objetivo, perpetuo e irreformable, sino que, como esos ojos relativistas e inmanentistas —con raspaditas o salpicaduras racionalistas— la moral simplemente no existe y en todo caso, si existiese, sería algo cambiante, relativo o pura moral de circunstancias, que les da lo mismo. Exactamente lo mismo. Por eso dicen cosas asombrosas sobre los Mandamientos de la Ley de Dios, tergiversando su cumplimiento después de haber traicionado su sentido. La Liturgia ya no es objetiva o, al menos, no debería serlo, porque es obra de los hombres y no una donación divina... ¿Todo esto se deriva de no creer en la Parusía... no estará exagerando? Pues no; si Cristo no va a volver es que la Primera Vez no vino o fué un mero “Cristo histórico”, un símbolo religioso urdido por las primeras comunidades cristianas y no el Hijo de Dios hecho hombre; así, todo vale, cualquier cosa es posible y haremos lo que nos dé la gana; pero ¡ojo! no todos, sino los que tengamos cómo hacerlo, es decir los poderosos y los ricachones. Porque los demás harán solamente lo que se les diga... Simple ¿no?

¿Bojorge dice todo eso? No, la verdad que no. Pero son las consecuencias fatales de negarle a la Iglesia su fin total, único y definitivo, que es arrastrar todo hacia el Cielo como a su fin último, adónde Cristo nos ha precedido para prepararnos un lugar junto al Padre y del cual tiene que volver a buscarnos, como ha prometido; pero si a la humanidad se le niega su destino celestial recuperado tras la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de N. S. Jesucristo, que necesariamente debe concluir con la Historia en algún momento porque la Historia ha sido hecha para Él, por Él, que es su centro, la historia no tiene otro sentido que la realización personal... y terrenal. El fin será instalarse bien en este mundo, no aspirar al que viene. En cuanto a si hay o no signos apocalípticos, esos mismo que espantan a mons. Aguer, menciona el P. Bojorge la experiencia de un sacerdote colega: “Con relación a la pachamama en el Vaticano, el día de Pascua y viendo al Papa Francisco solo en la enorme plaza, he sentido una fuerte impresión, que Cristo decía «Han impurificado mi templo. Por eso Me he retirado con mis ovejas»”. ¿Será el katejón?. Y en otro pasaje explicó que: “En Uruguay el confinamiento es voluntario... pero... con la Argentina ha habido un gran ensañamiento por que es la tierra de María, porque el aborto ha fracasado...”.

Se trata de dos cosmovisiones distintas y hasta nos atrevemos a decir: De dos Iglesias distintas. La primera, de la mano de un distinguidísimo y sin duda esforzado prelado argentino, ahora jubilado, que era el crédito de los conservadores de la Iglesia en la Argentina y representa el pensamiento del sector que, sin haberse arrepentido un ápice de las barbaridades postconciliares, abomina del mal modo compadrito progresista, del revoltijo litúrgico desmadrado o de las inevitables aberraciones morales surgidas en los últimos años en el seno de la Iglesia, al compás del definitivo triunfo de la “teología” modernista y el viraje antropológico a lo Rahner. Por que en el fondo, monseñor Aguer —por quien hemos profesado siempre un sincero de indeclinable afecto a causa de su entereza y bondad personal— es un modernista moderado, porque eso es todo, o lo más, que hay como mentalidad predominante en la Iglesia hoy en día, si se excluye al tercermundismo más revolucionario. El jesuita en cambio, con todo lo que se critica a su Orden en los días que corren, mantiene intacta su fe en la Segunda Venida. Pertenece por derecho y decisión propios a la Iglesia de la Promesa, la que espera en estado de oración y pacientemente la realización del tiempo y que el Señor, como Lo ha prometido y los signos parecen anunciar —ahora sí— sin equívocos, vuelva para instaurar todo en Él, por Quien todas las cosas fueron hechas, como afirma San Juan.

Un camino conduce, por desgracia, a la apostasía o ya es, para muchos, una apostasía completa y formal, porque se niega lo que Cristo anunció que llevaría a cabo como culminación de la Redención o, lo que es igual, se niega a Cristo o se niega a la Cruz; y no hay el Uno sin la otra. Y sin Cruz no hay Resurrección; por consiguiente, se termina negando el valor de la vida sacramental, que no es otra cosa que un anticipo participativo, invisible cuanto se quiera, de la Vida Trinitaria y, por lo tanto, una continuación de la Encarnación del Verbo. El otro es el sendero angosto y espinoso del silencio, la oración confiada y, para qué negarlo, una no poco atormentada (por los virus reales o imaginarios) constancia en la Fe y una perseverancia en la Esperanza, con todos los altibajos provocados por una desacralización que, en este momento, significa pura, simple y crudamente privación de los Sacramentos.

domingo, 3 de mayo de 2020

de Prada: Carta del sobrino a su diablo (IV)

En alguna entrada del pasado hemos declarado que éramos como la urraca: ladrona y perseverante en su latrocinio. Sin embargo, como en el vicio del pecador está presente el homenaje a la virtud, hoy le pedimos permiso implícito a don Juan Manuel de Prada para dejar aquí asentada su magnífica Carta...

4 de mayo de 2020, por Juan Manuel de Prada

Has de saber, amadísimo tío, que en mis aventuras por la España coronavírica me subo mucho, por puro afán de travesura, a los autobuses, aprovechando las horas de mayor concurrencia. Entonces, en mitad del trayecto, me quito la mascarilla, para regocijarme con las reacciones de pavor y angustia de los pasajeros, a quienes desde hoy sus gobernantes, con el respaldo de los «expertos», les exigen ir embozados; los mismos expertos y gobernantes que antes lo consideraban inútil y hasta ridículo.

Algún día tendrás que lamerme devotamente los bajos, por someter a estas gentes a la superstición científica, que además de convertirlas en zascandiles trémulos que acatan órdenes contradictorias, las aparta de nuestro Enemigo. Reconozco, por supuesto, el mérito de los carcamales que inspirasteis a aquel fraile agustino protestón y rey de la gayola la idea disparatada de que el pecado original había limitado la razón humana. Desde entonces, muchos sabios decidieron prescindir de las verdades metafísicas, conformándose con explorar las ciencias físicas. A estos sabios les prometisteis que la dedicación a la ciencia los convertiría en dioses. Pero muchos de ellos, en lugar de abjurar del Enemigo, acabaron reconociendo su grandeza; porque, como dijo algún capullo, «el primer sorbo de la copa de la Ciencia aparta de Dios, pero cuanto más se bebe de ella... más claro se ve en su fondo el rostro del Creador». Como tú sabes mejor que nadie, titajo Escrutopajo, la Verdad no se puede contradecir a si misma; y la ciencia y la fe, si son verdaderas, acaban siempre coincidiendo en sus conclusiones, aunque difieran en sus métodos y en sus objetivos formales.

No se trata de exaltar las ciencias físicas en detrimento de las metafísicas, carcamalote de mis entretelas, sino de convertir la ciencia en superstición, haciendo creer fatuamente a los botarates que ni siquiera han probado de ella un sorbo que ya se han bebido la copa completa. Y a continuación, se encumbra como sacerdotes de esta superstición a unos «expertos» que transmiten a la plebe las instrucciones disfrazadas de ciencia que convienen en cada momento al gobernante de turno. Instrucciones que, aunque sean paparruchas cambiantes, las masas comulgarán fervorosas, porque la superstición científica se ha convertido entretanto en religión sustitutoria de las masas. Y como bien sabes, titete Escrutopete, «sólo se destruye lo que se sustituye».

Así, la confusión mental generada por los «expertos», además de convertir a los hombres en plastilina que el tirano de turno puede modelar a placer, les impide distinguir la ley moral que nuestro Enemigo grabó en sus almas, así como las consecuencias ineluctables de quebrantarla, que son las que han traído esta plaga coronavírica. Porque (como a veces intuyen toscamente los ateos, cuando dicen que el planeta se rebela contra nuestros abusos) todo mal de naturaleza es efecto impepinable del mal moral; he aquí la verdad que he logrado ocultar a estas pobre gentes, mientras se quitan y se ponen la mascarilla. Pero a veces, en medio de mi triunfo, me asalta una tristeza irremisible; pues todo nuestro triunfo, titito Escrutopito, sólo servirá a la postre para apresurar la catástrofe final y la consiguiente rehabilitación sobrenatural. Hasta nosotros, titote malote, estamos trabajando para nuestro Enemigo. A veces, cuando nadie me ve, deseo fervientemente morir, como antaño deseaban los santos. Porque tú y yo, titirrititín mío, sabemos que la muerte no es un castigo, sino una promesa; una promesa de la que tú y yo hemos sido excluidos para siempre. Perdóname, pero la teología siempre me pone triste; y nadie sabe más teología que nosotros, los diablos.