lunes, 29 de junio de 2009

¡Fiesta Cívica! ... el día después

«El día después» es de ordinario el del decaimiento, la depresión y la tristeza. Se trate del ocaso del “optimismo” —ese imbécil y falso entusiasmo de creer asequible una posibilidad incierta e improbable que no debería razonablemente esperarse— de una elección política, o del final, nada glorioso y quasi vergonzoso, pero seguramente menos indecente, de una borrachera. «El día después», es el reproche de una conciencia insatisfecha con la inconsciencia de la fechoría mal urdida y peor ejecutada. Y el sabor amargo de una derrota pregustada ya en el derroche moral de una conquista efímera.

Abajo va puesto, entonces, un modesto sufragio para sobrellevar el dolor de lo presente.

Se ha esbozado la naturaleza de la política en una concepción católica. Pero ¿es posible realizar una política cristiana?

Según se insinúa (...), querer volver a una política cristiana sin el Espíritu cristiano que mueve las almas no sólo es imposible, sino que sería lo más pernicioso que pudiera acontecer a una nación y a la misma política cristiana. Sería reproducir el grave error de la Acción Francesa. Ideólogos que fabrican una política de encargo, sin metafísica, teología ni mística.

Si es así, ¿para qué, entonces, estas páginas de política cristiana? Misterio fecundo será siempre si logramos llevar a otros la convicción de que la política, tal como la quiere la Iglesia, no es posible sin Jesucristo. El es Vida, Verdad y Camino, y no hay nada, absolutamente nada, que sea en verdad humano que pueda lograr su integridad sin El. Más: todo lo humano que sin El nazca y se desarrolle caerá bajo la protección del diablo. La política, pues, la política concreta, militante, del mundo moderno, que debió ser cristiana, y por malicia del hombre no lo es, está amasada en cenizas de condenación.

Pero he aquí que este mundo se deshace. El hombre moderno había cifrado su ideal en realizar el “homo oeconomicus”, el hombre regido por sus necesidades económicas. Y creyó haber triunfado. Despliegue gigantesco de industrias, obra del hombre y para el hombre.

Pero llegamos a un punto en que el “homo oeconomicus” siente que todo en él es barro. Se deshace este mundo imbécil que pretendió ser cómodo sin Jesucristo. No que Cristo le haga cómodo, pues la Cruz es lo opuesto al “confort” de los burgueses. Pero la locura de la Cruz, al mismo tiempo que restituía al hombre a la participación sobrenatural de la vida de la Trinidad, le salvaba la integridad de su propia condición humana, hacía posible su vida en el destierro,

La Iglesia y Cristo, su cabeza, nunca han prometido más de lo que la realidad presente permite. “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Se nos prometió, es verdad, el reino de los cielos y no la comodidad de la tierra. Mas por añadidura se nos aseguraba la habitabilidad de este valle.

Los pretendidos filósofos, en cambio, los teóricos de la política liberal y socialista, nos prometieron el paraíso en la tierra y nos han dado un confortable infierno aquí abajo y la garantía del inextinguible fuego en la vida venidera.

Por fortuna para el hombre, para los auténticos derechos del Hombre, que no son otros que los derechos de Cristo —Salvador del hombre—, este mundo estúpido se deshace. En ésta su liquidación se salvarán las piedras de un mundo nuevo. Este mundo nuevo no lo elaborarán ni la economía, ni la política, ni la ciencia, ni siquiera la sabiduría metafísica. Sólo la teología, la sabiduría divina, en su realización auténtica que es la mística o sabiduría de los santos, podrá con su hálito trocar la muerte en vida. Un poderoso soplo de santidad ha de reanimar los despojos del mundo moderno.

¿Y los católicos? ¿Andaremos, mientras tanto, afanosos por tomar posiciones a la derecha, en el centro, o a la izquierda?

¿A la derecha, en el centro, o a la izquierda de quién?

Nos rodea la podredumbre, ¿y pretendemos situarnos en el centro, o a sus lados?

Dejémosles a los mundanos estos términos, y dejémosles que tomen posiciones en las filas del diablo.

¿Haremos alianza con el fascismo o con la democracia? ¿Propiciaremos las conquistas modernas del sufragio femenino? ¿Trataremos de cristianizar el liberalismo, el socialismo, la democracia, el feminismo?

Sería más saludable que nos cristianicemos nosotros mismos. Seamos católicos. Y como católico significa únicamente santo, tratemos verdaderamente de ser santos.

La santidad es vida sobrenatural. No consiste en hablar y pensar de la santidad. Es vida. Si es cierto que toma raíces en la fe, o sea en el conocimiento sobrenatural de Jesucristo, no culmina sino en la Caridad, que es el amor de Dios sobre todas las cosas y del prójimo por amor de Dios.

La vida católica, plenamente vivida en el ejercicio de la caridad, nos impondrá, por añadidura, una fisonomía católica en las manifestaciones puramente humanas de la vida: en arte, ciencia, economía y política. La sobreabundancia de la caridad dará lugar a un arte, ciencia, economía y política católicas.

Precisamente es éste el programa de la acción católica, a la que con instancias supremas nos invita el vicario de Cristo. Acción católica, no acción nuestra, no acción de los católicos como si fuesen una agrupación partidaria que tiene que defenderse como se defienden los burgueses o socialistas y comunistas.

Acción católica: esto es, acción del Padre por Jesucristo que vive sobrenaturalmente en el alma cristiana; acción santa y santificadora; acción imposible de realizarse aunque se posea una ciencia y habilidad muy grande de las cosas de religión, mientras no se esté en contacto con Jesucristo; acción cuya eficacia no está en proporción del movimiento o de la energía desplegada, sino de la santidad de que se vive.

Acción católica, que es el apostolado de los laicos con la jerarquía. Pero que es apostolado, o sea actividad de la santidad interior que, por su sobreabundancia, se derrama y comunica.

Acción católica: he ahí la posición indispensable de los católicos. Adviértase bien: indispensable.

¿Será, entonces, necesario que los católicos abandonemos las luchas en el mismo terreno político y económico y nos concretemos tan sólo a la acción católica?

La acción católica es la posición indispensable, pero no exclusiva. Ella es primera, de suerte que no podemos ocuparnos en otra actividad si resulta en su detrimento, y toda otra actividad debe ejercérsela en cuanto tienda, directa o indirectamente, a auxiliar a la acción católica. Lo exige el sentido de la jerarquía de las obras. Jerarquía no es absorción ni negación, sino afirmación de los derechos autónomos en la unidad del conjunto.

Salvada, entonces, esta primacía de la acción católica, los católicos, teniendo en cuenta las exigencias de su fe y de su misión, y las posibilidades de su propia vocación, pueden dedicarse especialmente a forjar la ciudad católica en nuestras sociedades descristianizadas. El programa de la ciudad católica para los tiempos actuales está ya elaborado. En documentos públicos, León XIII, San Pío X, Pío XI, Pío XII y Juan XXIII han dado las bases de un orden social cristiano de la sociedad. Ningún problema fundamental, económico o político ha sido omitido. Sólo falta que los católicos, con seriedad y honradez, asimilen esa doctrina que constituye el derecho público cristiano. Digo con seriedad y honradez, porque, desgraciadamente, los católicos, en lugar de escuchar atenta y fielmente a los Pontífices, sin mezclar con lo que ellos dicen sus propias concepciones, a veces hacen una mezcla de principios cristianos con liberalismo, socialismo y comunismo, que resulta un peligroso explosivo.

Una vez asimilados los principios que han de regir la ciudad católica, hay que diseminarlos en todos los ambientes y capas sociales. Esta es, por excelencia, la obra de la ciudad católica.


Pbro. Julio Meinvielle, en «Concepción católica de la política»

martes, 9 de junio de 2009

Brevísimo relato del estado de situación de la Iglesia

or medio de una nota firmada por su Secretario, monseñor Camile Perl, la comisión Ecclesia Dei ha indicado que el Rito Ambrosiano de Milán, está amparado por la disposición de la constitución apotólica en forma de motu proprio “Summorum Pontificum”. Es particularmente sugestiva la redacción del documento, por que hace empleo de una doctrina muy razonable y sensata, tanto como dejada de lado por una multiplicidad de obispos a lo largo y ancho de todo el planeta. Dícese allí que si se ha liberado el uso del rito romano, considerado el más elevado en dignidad entre todos lo de Occidente, la regla vale con más razón para los restantes ritos latinos; deducción que se sigue del texto y natura del motu proprio y aunque no figuren expresamente mencionandos otros ritos latinos concretos.1

Pero impresiona aún más todavía, que el Padre J. Moore, un norteamericano que sede en Milán, haya desistido de seguir celebrando tan venerable rito por temor a un enfrentamiento con su arzobispo, que se opone con toda su fuerza a que esta tradicional manera de celebrar los Sagrados Misterios sea restablecida en su diócesis. El P. Moore rige una casa de estudios y la consulta sobre la vigencia del rito Ambrosiano, como los lectores pueden verificar por sí mismos, fue realizada con miras a la enseñanza litúrgica. Todos recordamos que, meses atrás, desde la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, se recomendaba vivamente la enseñanza y aprendizaje del Rito Tradicional en los Seminarios y casas de formación de sacerdotes.

El cisma occidental, que con tanta pena anticipáramos hace un par de años como consecuencia fatal de los intentos del Sumo Pontífice de cerrar las llagas abiertas en la Iglesia por el Progresismo, se ha acelerado, como da cuenta la creciente rebelión de los episcopados de Alemania, Austria, Holanda y algunos otros aislados que desacatan en forma permanente las directivas, tanto litúrgicas como doctrinales, de la Santa Sede.

El creciente impulso que han adquirido todos los movimientos tradicionales dentro de la Iglesia, informales o no y, en especial el acercamiento de la Fraternidad San Pío X al Papa Benedicto XVI, ha congelado la sangre en las venas de los sublevados y, por esta razón, han arreciado los ataques de todo tipo, tanto contra el Papa como contra las disposiciones vaticanas que se consideran contrarias al “espíritu” del Concilio Vaticano II (versión modernista, es claro). A la vez, la unidad de la susodicha Fraternidad San Pío X, el más notorio y supuestamente monolítico movimiento antimodernista en la Iglesia, es blanco de toda clase de ataques y bombardeos mediáticos, con el fin de levantar la sospecha interna contra sus autoridades, fomentar la división entre sus miembros y obtenerse la consiguiente depresión de los integrantes y seguidores. Y así, dispersarlos definitivamente.

De momento, la falta de regularidad canónica de dicha asociación (o lo que sea que esta es) es una verdadera bendición para ellos, por que los ataques deben realizarse necesariamente desde fuera y no es posible imponérseles ninguna clase de cuña jurídica interior; puesto que, desde la óptica de los modernistas y de ciertos círculos vaticanos, se trataría tan solo de un movimiento puramente cismático que está fuera de la Iglesia; y que no ha merecido nunca, ni merecerá ahora, el trato demagógico y untuoso que se ha dado a verdaderos cismáticos como los protestantes; para citar solo un ejemplo. De manera que resulta imposible, desde todo punto de vista, ingerir en su funcionamiento y constitución interna, sin previamente admitírselos con capacidad plena dentro de la estructura jurídica de la Iglesia, algo que todavía se ve lejano. Los ataques contra dicha Fraternidad no deben considerarse, por lo tanto, cuestiones aisladas o ajenas al Cuerpo mismo de la Iglesia, porque demuestran a las claras que el modernismo conoce con bastante aproximación su talón de Aquiles; y reconoce desde dónde podría provenir la restauración eclesiástica que tanto desea impedir, y cuáles serían los peligros para la futura religión sincretista que tanto anhela construir.

En su concepción, típicamente horizontal y humanista, descreen del origen divino y, consiguientemtne, del auxilio sobrenatural que socorre a la Iglesia y, nos parece, la ven ya humanamente derrotada —en lo cual no les falta mucha razón— por lo que deben evitar a todo trance la restauracíon de una Doctrina y una Liturgia que, como quiera que sea, conocen de antemano es capaz de re-suscitar flores de santidad y el infalible espíritu misional que ha hecho de la Iglesia, al menos en el orden histórico, una institución única, mártir y de permanente predominio espiritual.

La denigración constante de la doctrina por medio de su relativización y de la santidad de los más sagrados ministerios, tarea que corre normalmente a cargo de algunos purpurados infiltrados en la Iglesia que pretenden poner en crisis la doctrina divina, haciendo llover dudas sobre la autenticiad, firmeza e inamovilidad de las fuentes de la Revelación, son más de lo mismo: lobos disfrazados de pastores que, a la postre, se ven confundidos cada vez que el Vicario de Cristo toma la palabra y dice lo que hay que decir, tal como debe decirse.

La Iglesia, a despecho de cuanta supuesta regla natural o pretendidamente “científica” ha osado ponerle límites, fué siempre un lugar donde se dieron feliz encuentro el misterio y el milagro, y muestra al presente su subsistencia misma como el hecho más asombroso de la época. A los conatos, intentos y atentados de ponerle fin desde fuera, siempre ha respondido con crecientes conversiones y mayor santidad, de lo cual es eficaz y sangriento testigo el siglo XX; a este último intento, que creemos final, de ponerle fin desde adentro, ha respondido de una manera que asombra aún más: Ha tomado fuerzas de donde parecía no haberlas más (incluyendo el destacable hecho de que S. S. felizmente reinante haya considerado conveniente desautorizar al otrora cardenal J. Ratzinger) y ha dado otro inesperado salto hacia arriba.

Los progresistas en particular y los modernistas en general, no creen que la Iglesia sea obra de Dios, obra permanente de Dios, que en todo tiempo la auxilia y la recrea desde la nada que somos sus miembros inferiores, resucitando permanentemente el Cuerpo Místico de Su Hijo, que es la Cabeza invisible.

De hecho, los modernistas no creen esto pero, según parece, quien sí lo creería sería el autor último de los ataques contra la Sagrada Liturgia que hemos presenciado —y sufrido— estos últimos años, en particular, a partir del desembargo de la Liturgia Tradicional, punto de inflexión del ataque contra el Papado y la Iglesia toda. Alguien sabe que la fortaleza de la Iglesia está en la Presencia de Cristo en medio de ella; y que esa Presencia es Eucarística.

Esta lucha presente, de la cual todo, absolutamente todo depende, parece tener poco sentido para el mundo: una Misa más o una Misa menos no hace demasiado a favor ni en contra, según lo juzgan aquellos que no ven la Iglesia sobrenaturalmente; y esta visión sobrenatural se obtiene exclusivamente desde la Fe y no por otros medios, salvo los milagros. Y el caso, es que Nuestro Señor se preguntó si habría Fe sobre la tierra cuando Él volviera.



1. Gentileza de Secretum meum mihi>. Volver arriba

lunes, 25 de mayo de 2009

¡Bien por Aguer!

... Grondona no estuvo mal, tampoco. Se merecen un reconocimiento.

jueves, 21 de mayo de 2009

Paranoia sospechosa

“Occidente” —vocablo que al presente alude exclusivamente a un término geográfico determinado sin ninguna connotación cultural— es cada día más, víctima de su propia desintegración espiritual.

En los primeros días de mayo, una simple gripe, manipulada escandalosa y abiertamente por los medios de difusión y las oficinas estatales o internacionales de salud, echó a los brazos del terror más cobarde a la mitad de la población de esta “ecuméne”; mientras, probablemente, la otra mitad se moría ... de risa. El cardenal arzobispo de México llegó a suspender las celebraciones litúrgicas, algo semejante a lo que, hace 80 años, provocó un levantamiento popular y martirial conocido como Cristíada mexicana.

Hoy, sabemos algo más sobre estas aterrorizantes pandemias, o acaso ataques inducidos, y no podemos sino verlos con desconfianza y con ojos más que cautelosos. Nuestro pais presenció hace un par de años un gigantesco plan público de vacunación contra la rubeola, cuya estridente y casi inmediatamente descubierta finalidad, era provocar la esterilidad a la población femenina, por medio de componente letales ocultos en las vacunas que obstaculizaban la anidación en caso de embarazo, tal como quedó demostrado en algunos debates públicos; y pese a la complicidad de los medios de difusión, que tras las primeras escaramuzas, decidieron suspender el tratamiento del asunto. En EE. UU., gracias a la inculpación oficial de un funcionario yanki del más alto nivel del ... ¡Departamento de Guerra Bacteriológica!, oportunamente arrepentido (y más oportunamente suicidado o asesinado el año pasado), sabemos que los famosos atentados con ántrax de 2001 fueron una producción montada por una dependencia oficial norteamericana, como habia sugerido unos años antes una publicación inglesa después del “atentado”.

¿Ocurrirá dentro de algún tiempo lo mismo, con las catátrofes sanitarias en curso presente?

Ahora, llega el turno a las gripes las que, con asombrosa puntualidad, por cierto: algo indigna para el supuesto carácter de seres irracionales de sus minúsculos/as causantes, aparecen y desaparcen en oportunísimas ocasiones brindado a los Gobiernos de esta porción de la galaxia, excusas de alto voltaje para manejar a designio a las poblaciones indígenas y crear telones de humo y planes de vacunación masiva de inapreciables consecuencias. Y hablando de humo ¿quién no recuerda las misteriosas humaredas de por aquí, producidas en los meses de abril y mayo del año pasado, y que dejaron pálido el suave rosicler de los amaneceres rioplatenses?

Así, tuvimos universal consternación por las gripes Aviaria, Porcina, Española y todos los calificativos que quisieron darle a estas humildes e irracionales cepas, constituídas en enemigos públicos archipeligrosos, sus imaginativos creadores. Estos sí, racionales al punto de pasarse de vivos. Este sistema de permanentes “Alertas Médicas” ha sido muy redituable políticamente y de suma utilidad a la hora de reducir más las defensas sociales, antes que el sistema inmunológico individual.

Detrás de todo esto avizoramos la maligna intención que fogonea el aborto, el antinatalismo y todas las prácticas contra la vida que se desarrollan al presente con la total complacencia o complicidad oficial en casi todo ... Occidente. Siempre se encuentran respaldando cualesquier medidas “sanitarias” extremas, las viejas conocidas nuestras, las asociaciones y ONG's de planificación familiar (ojo: racista y selectiva) como la Planned Parenthood de Margaret Sanger, una feminista simpatizante del Ku Klux Klan que quería utilizar el control de la natalidad para “resolver los problemas raciales”.

De allí a aquí, un solo paso, fácil de dar cuando el santo temor de Dios ha dado paso a la soberbia del Otro.

Ahora, una extraña cepa de gripe, dotada de un aún más extraño y esotérico nombre, ha afectado una unidad militar española. El nombrecito no indica otra cosa que la famosa, ubicua y desconcertante “gripe porcina”, la cual, en realidad, tiene el característico aroma de chanchada que permea todos estos alertas exagerados y mortales. Pero mortales para el uso de la razón, no para la vida misma, como se informa aquí.

Esta proliferación de enfermedades catastróficas se presenta (y algunos disidentes, también, aunque mucha razón lleven) como un conveniente reemplazo a la ya envejecida antinomia maniquea que ofrecía la lucha contra el Comunismo, o contra el terrorismo islámico (visto además que la principal víctima del terrorismo, por ahora, parece ser el mundo islámico) y se asoma, además, como precursora de alguna novedad sincretista religiosa, política o ambas, que vendría a “restablecer” el orden y la paz general, destruido o amenazado por el desorden financiero universal y la codicia de los grandes fabricantes de producto químicos y farmacéuticos, la inepcia o inmoralidad de los gobiernos y la falta de reacción de los pueblos; pero a cambio de alguna concesión religiosa, algún “pequeño sacrifiio” que, desde luego, vendría en detrimento del catolicismo, acusado de manera grave y concordante de mil vicios y complicidades en el desastre anunciado. Releyendo al P. Castellani, se serena uno pensando que la hecatombe final, prevista en las Sagradas Letras y que aprovechará el Anticristo para manifestarse, será obra de los hombres y no de Dios, que rescatará a su Iglesia in extremis.

Pero aún no hemos resuelto definitivamente si los disidentes y paranoicos no seríamos nosotros. Pero sí, que deseamos seguir siendo católicos. Pase lo que pasare.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El aborto en el Derecho Positivo Argentino

No bien regresamos a este medio, encontramos a nuestra disposición una esperada obra que, no por repetidamente anunciada, resultó menos interesante ni menos gratificante. Se trata de “El aborto en el Derecho Positivo argentino”, escrito eruditísimo preparado por el doctor Ricardo Bach de Chazal que abarca todo lo imaginable que, en materia jurídica, pueda interesar al tema presentado. Se destaca de entrada la mesura escolástica con que el autor trata los argumentos adversarios, sin entrar prácticamente nunca en el terreno ad hominem; lo cual, visto el horripilante marco fáctico de la obra, es digno de todo encomio y difícilmente imitable.

Hay que declarar con toda firmeza antes de seguir que, en este problema del aborto, rigen más la hipocresía, la malicia y el engaño que el derecho o la razón; pero una forma muy eficaz, quizá la más eficaz, de desenmascarar estos vicios es, precisamente, un estudio enjundioso, valiente y profundo del crescendo, jurídico y emocional, con que se ha querido presentar este horror entre nosotros, abriendo un debate que nadie pedía y ofreciendo falaces “soluciones”, infames de todo punto de vista. El autor no trepida en llamar a las cosas por su nombre y, a expensas de resultar ocasionalmente algo pesada la lectura —de todos modos no es un libro de literatura de diversión, exactamente, sino una obra científica— repasa con extensa minuciosidad todas las reglas legales que ha sido preciso pasar a cuarteles de invierno para poder instrumentar, aunque sea del modo clandestino y tramposo en que se ha hecho, los preparativos para la previsible despenalización del aborto. El repaso de los casos judiciales que hacían lugar a estos homicidios agravados —auténticos crímenes perpetrados con la complicidad de los jueces— proporciona una radiografía completa de las argucias, falacias y mentiras, además de las gravísimas omisiones y fallas jurídicas, de que se ha valido el poder institucional para hacer pasar estos hechos criminales.

Este libro, además de indispensable y necesario en toda biblioteca como volúmen de consulta permanente y seguro, es único por la extensión temática. No conocemos, dentre la extensa bibliografía sobre esta penosa hecatombe herodiana que asola el mundo, una obra jurídica tan completa y tan bien fundamentada; la cual, por añadidura, podrá servir a profesionales y estudiosos de otras latitudes por el nutrido aparato crítico que la acompaña y complementa, sin dejar de mencionar el estudio histórico que ocupa un entero capítulo y precede al estudio del título, propiamente dicho.

La editorial de la Universidad Católica Argentina presenta la obra en un formato de fácil manejo, tipografía bien adecuada a la densidad del tema tratado (aspecto técnico poco frecuentado en obras de esta clase) y, además de una razonable extensión, un índice bien estructurado.

Una última nota, que nos parece importante destacar aunque no tenga relación directa con la obra o el autor, es que la oferta de este libro en algunas librerías lo encasilla en el rubro de “Bioética”, algo que, ciertamente, no es. Es una obra jurídica y hasta de moral, si se prefiere, por que el homicidio de un descendiente no nacido, no es propiamente un asunto de bioética sino un problema penal de escandalosas proporciones morales y sobrenaturales, al resultar una oposición directa y desafiante a la Divina Providencia. Y en último y naturalista análisis, un problema político de moral cuyas consecuencias apuntan a tal grado de envilecimiento de la sociedad, que sitúan al testigo imparcial frente al hecho mismo de la extinción voluntaria del género humano.

lunes, 18 de mayo de 2009

Un negro presente

El tilingaje que estaba de fiesta con el negro Obama debe detenerse, leer esta noticia e ... irse a pasear. Lo creen un verdadero iluminado cosa que, de un modo menos edificante que lo que se piensa, es casi una verdad. Después de todo, Luzbel es el ángel de la luz; y algo de lumbre todavía será capaz de dar.

Mucha gente sabe, o debería saberlo y si no lo sabe, que se instruya, que las autoridades de la Universidad católica de Notre Dame, en South Bend, Indiana, en Estados Unidos, invitaron al susodicho iluminado a la ceremonia anual de graduación; ocasión que, como la pintan calva, no desperdició el encandilado para hablarle a la Iglesia —¡tan luego él!— de tolerancia, un principio que en los Estados Unidos es prácticamente desconocido; o no se usa, o queda reducido a los amigos. En el sentir del orador la dicha tolerancia, desde luego, debería dirigirla la Iglesia hacia los pobres e incomprendidos pecadores, en general, a los cuales, en lugar de amonestar para reconducirlos a la Vida Eterna por medio del ejercicio de la vida virtuosa, debería consentirles todas sus faltas sin ninguna advertencia, reproche ni aviso sobre la Muerte, el Juicio o el Infierno.

El presidente yanki abogó por un diálogo entre estas hipotéticamente equivalentes “partes”, entre los que piden y los que rechazan el pecado del aborto. Por que, desde luego, la tolerancia predicada desde el presidencial estrado tenía destinatarios específicos; y eran los abortistas. Y el reproche, para los católicos. No hemos sido capaces de recojer, de la maraña de palabras de este funionario norteamericano que fuera recibido con una cerrada ovación (eso dicen los diarios al menos) en esta Universidad católica, una prédica semejante que beneficiara a los no abortistas, a los que luchan por la vida. Peor aún, el presidente indicó que, a su jucio “existe odio” de ambas partes, lo cual es tanto como afirmar que un predicador que, por razón de su oficio, lanza sus denuestos contra el pecado y crea una advertencia beneficiosa para el pecador, es tan odioso como aquél que practica el vicio. Escasa sensibilidad moral y lógica utilitarista, llaman a esto allí. Al que tenga hígados y tiempo para perder, lea a Santayana, un español devenido filósofo yanki y entederá mejor qué cosa es esto del utilitarismo y que papelito juega la Moral en todo esto.

Pero el presidente se las traía: una manifestación pacífica de antiabortistas, entre cuyo número se hallaba el sacerdote católico Norman Weslin, portando al hombro una enorme Cruz, y la archifamosa Norma McCorvey, la señora “Roe” del aún más famoso caso de la Corte Suprema norteamericana “Roe vs. Wade”, que fue el puntapié inicial al desparramo del aborto en todo aquel país, esperaban el arribo del invitado de honor de este día para poner a prueba su tolerancia.

Así que un gesto de tolerancia, ambos, el anciano sacerdote —sotana, faja, dignidad extraordinaria— y la señora McCorvey, fueron esposados y detenidos por la policía de Obama acusados de cualquier estupidez, que para algo están hechas las leyes obscuras o antipáticas con las que funciona la policía. No fueron solos a la celda: nos informa Associated Press que siguieron su camino 25 personas más, todas ellas prueba irrefutable de la magnánima tolerancia presidencial, dignidad investida por este hombre que, según el rector de la Universidad que presentara al orador, “no es alguien que le deja de hablar a los que no están de acuerdo con él”.

Pero claro: a cierta distancia y rejas de por medio, qué embromar, a ver si se desacatan, todavía....

Después de ver el video, uno se pregunta si el negrazo de uniforme que aferra las manos del sacerdote, que son las mismísimas de Cristo, y la chirusa que lo auxilia son conscientes de lo que están haciendo y a quién le están poniendo las manos encima. El Centurión del Gólgota, un pagano de ley, no pudo menos que caer de rodillas y alabar al Hijo de Dios al que acababa de crucificar; dicen que se convirtió ahí mismo y no era para menos. Estos pobres insensatos, en cambio, están anestesiados por la disciplina rigurosa que se les impone y obedecen cualquier cosa que se les mande sin medir que se convierten en instrumentos de actos aborrecidos por Dios. Al final de la escena, se puede ver también como un enorme sujeto, que intenta circular en la dirección en que se han llevado arrastrando al Padre Weslin, es a la vez detenido y esposado, como para que no queden dudas de quién ej la autoridá, como decía el policía paraguayo, y cuál es la tolerancia predicada por el orador del día.

Uno piensa con tristeza en aquellos que piden “darle más facultades a la policía”, urgidos por su propia cobardía frente a un sospechoso desenfreno de la delincuencia ¡Dénle nomás, insensantos, poder a estos pobres infelices, que serán en breve los agentes del Anticristo y sus propios verdugos! Pero piensen que curarse en salud, es rasgo de una elevada inteligencia práctica.

Estos pocos yankis protestones nos parecen lo más rescatable, lo más digno, de un país que al parecer no tiene rescate posible y sí es poseedor de un muy escaso sentido de la dignidad; por que no respetándola en el ocasional contrincante, poco o nada queda de la propia.

Vayan nuestros ruegos al Altísimo por estos valientes y envidiables testigos de Jesucristo y de la santidad y libertad de la Iglesia.

Y por aquí, ponerse las barbas a remojar. Y rezar otro poco, a ver si nos queda algún curita déstos.

jueves, 30 de abril de 2009

¡Visión ...!

Para los cada vez más numerosos cultores de lo oculto, existe el impenetrable misterio de las sueños. Acaso Napoleón haya sido el hombre connotado de fama que tal vez con más ahinco, se dedicó al intento de descifrar esta extraña porción de la realidad humana que, sea realidad ella misma o mera fantasía, no deja de ocupar y preocupar mentes brillantes y hasta Libros Sagrados; en los cuales, ora se prohibe terminantemente su interpretación, ora se alaba al prudente intérprete de los sueños ajenos, habitualmente acudidos en regias cámaras. Como si Dios diera a los reyes algo que prohibe expresamente a los restantes mortales, y que a osadas y con notable evidencia y encarnizamiento, niega a los presidentes y otras variantes menores de jefes y jefezuelos de Estado

Se vamo' por la' rama', se vamo'.

Como siempre; las introducciones son dificultosas y ocurre, además, que el mundo onírico ofrece la más espectacular y formidable pesquisa que pensarse pudiera —más atractiva que el fondo del mar, más emocionante que el vacuo espacio interplanetario, más alucinante que la mente de un economista, más vertiginoso que el vacío de una homilía dominical— con insospechadas posibilidades de ... ¡Basta!

La materia de los sueños es tan inabarcable como el humano magín. Santo Tomás el doblemente grande, afirmaba que las posibilidades del intelecto humano eran ... infinitas. Si admitimos cierta razón de proporcionalidad entre la potencia del intelecto y los sueños —no con relación de necesidad por cierto, sino de ejemplaridad, puesto que muchos autores importantes hacen reposar el fenómeno onírico en la estimativa o su correspondiente humana, la cogitativa; y ésta, es una facultad del hombre quasi animal, o si se pefiere, el punto más elevado de la vida animal en el hombre— si admitimos esta proporcionalidad, decíamos antes del extenso aparte, las posibilidades de lo soñado serían, así, correlativas.

A pesar de lo cual, nuestra pobre opinión de la naturaleza humana, casi pesimista, diríamos y si esta palabreja cupiese entera en nuestro lenguaje, nos haría desesperar de que todos los hombres fuésemos capaces de soñar a lo grande, este pobre tecleante incluído en primerísimo término; a lo sumo, las posibilidades se agotarían en esa rotunda memez telerrepulsiva llamada “Bailando por un sueño”, lo que constituiría algo así como el cenit del potencial onírico del viandante común.

Pero ... ¡Falso lo nuestro! y la demostración contraria, para penuria de nuestra inocultable y escandalosa soberbia, ha venido de la mano de, nada menos, el famoso palimpsesto de las verdades modernas. Youtube.

Y así, de manera tan presencial como la pantalla de esta modesta computadora que nos asiste en nuestros desvaríos, tuvimos esta tremanda visión, completamente onírica.

Vimos varios obispos argentinos revestidos del hábito talar, con botones y faja morados y pectoral bien puesto, ordenadamente sentados y sin decir nada, mientras reciben instrucciones de Su Santidad el Papa Benedicto XVI.

Aquí los tenéis, ¡incrédulos!.

(No todos los días uno puede exhibir lo que soñó. Ni soñar lo que vió.)

martes, 21 de abril de 2009

Lugo

De Judas a esta parte, a ningún católico de ley le escandalizan los problemas de conducta de los eclesiásticos; ni siquiera, cuando se presentan como verdaderos vicios redhibitorios. Se sabe, por la narración evangélica, que la jerarquía religiosa de su tiempo envió a Jesús al cadalso del Gólgota sin miramientos y a fuerza de pura envidia, mentiras e hipocresía. No nos hacemos demasiadas ilusiones con respecto a la naturaleza humana —caída, claro. Ni en este sacro oficio ni en ningún otro más profano; sólo queda demostrado fehacientemente el sostén divino de la Iglesia, que sobrevive siempre a los pecados de sus miembros.

Nihil novum sub sole; unos mentían, cobraban infames recompensas o inventaban difamaciones contra el Justo, mientras otros se ganaban la santidad llorando amargamente sus negaciones y merecían con tan poco, retener las llaves del Cielo y de la Tierra hasta el fin de los tiempos.

Esto es así y nadie se asusta mucho cuando sucede; más bien, con españolísimo temple, desde estas páginas se ha hecho gala de buen humor y “sana crítica” —como dicen mucho y aplican poco los jueces argentinos— antes que derrochar hipocresía, mal gusto y lágrimas de cocodrilo, que no aprobamos aunque más no sea por buen gusto, antes que por virtud. Que las humanas debilidades resultan ser, a fin de cuentas, debilidades nomás y nosotros, no nada jueces y más débiles que otros.

Con gente amiga ... y cómplice

En el personaje de esta nota (que ningún recuerdo guarda de la belleza gallega de la ciudad epónima) resultan aún más hilarantes por su tormentosa relación con el catolicismo que poco ha abandonara de escandalosa y catastrófica manera, no sin antes arrancarle, Dios sabe cómo o por qué artísticos birlibirloques, nada menos que todo un episcopado, del que hubo de descender, según parece, al compás de los botones de sus recalentadas calzas.

Vamos pues, que por alguna razón no tan oculta los modernistas, aunque no solamente ellos, desean derogar (o desahogar) la castidad sacerdotal; no vaya a ser que el fin del mundo los agarre en falta. Lo cual implica que algo de fe les ha quedado encima, cuando la nada les acecha por debajo.

No; nada de todo esto nos escandaliza demasiado, supuesto que admitamos de antemano pasar por alto el tratamiento verdadermente infame que la prensa ha dado a todo lo vinculado a este sujeto y a este asunto, después de haberle elogiado sin demora ni medida al precalentado candidato a la Presidencia del Paraguay en los días más calientes (es un decir) de la elección que lo catapultó del turismo por los mullidos catres de su diócesis hasta la sede del ejecutivo guaraní.

Sin embargo, hay un problema que sí nos deja perplejos y hasta cierto punto, confundidos.

La Jerarquía no ha dado el mismo tratamiento a este vulgar ejemplar de calentamiento global permanente, que al del aún para nosotros benemérito padre Marcial Maciel Degollado.

El Padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, una de las obras más pujantes de la Iglesia salida de las persecusiones religiosas mexicanas de principios del siglo XX y que sobreviviera con cierta holgura tradicional, o al menos: tomista, a la hecatombe postconciliar, era sobrino de un santo obispo (santo de verdad, canonizado y obispo de Veracruz, y de cuyo asesinato ¡acusaron al P. Maciel!) y del último general en jefe del Ejército cristero, e hijo, además, de una ejemplar mujer cuya causa de beatificación avanza con celeridad.

Ante las persecuciones, mostró siempre grandeza de ánimo, espíritu obediente y confianza en Dios; inclusive, cuando la Sede Apostólica le mandó retirarse sin, siquiera, poder exigir lo que cualquier otro pecador y hasta el peor delincuente puede pedir con todo derecho: un juicio justo.

Nunca protestó, nunca se defendió más de lo que debe hacerlo un caballero —soportarás los males que pudieres, pero solo los que debieres, se aconsejaba al gran Lucanor— y, por encima de todo, nunca sus acusadores presentaron otra cosa que difamaciones, adjetivos groseros y acusaciones a la Santa Madre Igleisa, hechos poco claros, testimonios notoriamente tergiversados y, sobre todo, una absoluta falta de coherencia y de explicaciones concretas entre sus acusaciones y su relación anterior con el acusado.

Ahora, pocos días atrás, aquellas acusaciones de supuesta homosexualidad fundadas en tan sospechosísimas fuentes, en acusadores que ninguna prueba han aportado nunca, se han engrosado con el “reconocimiento” público, expuesto inoportunamente por alguna rara autoridad de su Congregación, de haber sido responsable de la paternidad de un niño en el curso de los años noventa. Es decir, cuando el P. Maciel tendría, por lo bajo, unos 75 años de edad —había nacido en 1920—, lo cual sería una hazaña poco frecuente para cualquier varón, y más aún, con supuestos antecedentes de homosexualidad.

Pbro. Marcial Maciel Degollado

Desde luego y como era previsible, no aparecen las pruebas efectivas y conducentes: ni la madre, ni el hijo, ocultos, según se afirmara con insidiosa cautela, para “salvar la reputación de los inocentes”,como si fuera verdad admitida que la cómplice de este delito sacrílego pudiera proclamar su inocencia de manera incondicional, y a expensas que deste modo se mancillase, por contradistinción, la memoria de un sacerdote difunto, que ya no se puede defender. Mucho menos clara resulta, todavía, la razón por la cual se da al conocimiento público recién ahora esta supuesta noticia.

La manera abiertamente canallesca con que se ha tratado el capítulo Maciel nos persuade de, al menos, la culpabilidad de sus acusadores del delito de felonía; lo cual no es poca cosa cuando no se dispone de la prueba concluyente de la culpabilidad de un acusado que carece hasta de defensor de oficio. Y cuyo principal pecado, es no poder defenderse.

El caso del P. Maciel ha sido tratado con verdadera devoción masónica por todos los medios de difusión de la tierra; y la memoria de su persona, nunca se ha beneficiado del ramplón humor (efectivamente benéfico) que muestran los bien nacidos hacia las debilidades de los mayores. Al contrario, la solemnidad se le ha agregado al tratamiento del caso como si fuera congenial a la gravedad de las acusaciones contra tan ilustre fundador pese a su manifiesta falta de fundamento, y sin que hasta hoy partiera de ningún quijote conocido o algún deudo (los que le son deudores, estrictamente), defensa ni ensayo de tal ninguna.

No pasaremos sin protestar —no tanto su inocencia, que constándonos tan poco como su culpabilidad, hacia ella nos inclinamos primeramente por natural predisposición al bien— sino la unánime hipocresía del ostracismo moral decretado contra él por las usinas de mentiras habituales y a las cuales, pese a su condición de tales, nadie ha dudado en concederles crédito y, aún, secreto beneplácito, como si se tratase de sacarse definivamente de encima un pesado y molesto fardo. Nosotros, como se narrara del santo Apóstol Tomás el pasado Domingo en las lecturas del Rito romano ordinario —que por causa de nuestros pecados estamos quasi obligados a presenciar estos días por razones ajenas a nuestra voluntad—, sólo creeremos cuando veamos; declarando desde ahora que poco nos importa su inocencia o su culpabilidad en los casos en que lo señalan. Después de todo, son cosas humanas y no de Fe. Hablando de lo cual, llama también la atención la insistencia de los “mass media” en el hipotético carácter definitivo e inapelable de la condena al finado sacerdote, sin que, en verdad, ninguna autoridad eclesiástica haya dicho jamás palabra condenatoria alguna.

Y es que resulta más fácil creer que alguien Santísimo haya resucitado, que aceptar que alguien de tan buena madera haya sido un canalla. La historia, la Iglesia y la Divina Providencia dirán la palabra definitiva.

Mientras tanto ¡hála, charlatanes!