Mientras una parte de la población del hemisferio sur, cuyo potencial de decisión es determinante, está sumida en esa muerte temporaria que son las vacaciones, reduciendo al mínimo su estado de alerta y su capacidad de reacción, los gobiernos y las multinacionales traman sus infamias.
En la Argentina, el gobierno zurdoliberal del infame K., planea sigilosamente el desarme de la población, a fin de reducirla a una situación inferior a la esclavitud —recordemos que una de las características de los hombres libres, ha sido siempre el derecho inalienable de tener y portar armas, algo que ya está limitado en la Argentina—, tal como lo hicieran los norteamericanos al invadir Santo Domingo en 1916, o la KGB en todos dominios, o la Gestapo en los países invadidos, o la horrorosa “Stasi”, que era la policía alemana comunista. Es una práctica habitual en los depredadores de pueblos; y nos referimos a las dos cosas: tanto el desarme de la población, como el hacerlo con subrepción, a escondidas. Así, toda una comunidad quedará exactamente inerme ante la delincuencia común y política que se avecina, con el fútil pretexto de que las armas ... ¡son mortíferas!.
Sería conveniente que tanto las mal llamadas “autoridades” como los delincuentes, comenzaran a dar el ejemplo ... Si las armas son malas para la población, con cuyo voto se establece la legitimidad del Gobierno, no se comprende con qué autoridad se podría privar de ellas al pueblo y mantenerlas para los empleados del Gobierno, a no ser que se adhiera a la tesis hegeliana de Max Weber, de que el Estado debe poseer el “monopolio de la fuerza”, hiótesis reñida con las bases del régimen democrático y propia de cualquier tiranía, moderno Leviathán, que reclama para sí derechos y ventajas que contrarían notoriamente el Bien Común, y a la mismísima causa de su ser. La contradicción de negar a la causa lo que podrían muy bien hacer los efectos, no se sostiene, sino bajo la más tronante tiranía autocrática.
A la par, el Gobierno insiste en su política de destrucción demográfica nacional, pretendiendo instalar en la sociedad un debate que nunca existió y que no es ni será jamás necesario: la eutanasia, tal como lo anticipáramos unas entradas atrás. Todos tienen claro el principio moral que permite, lícitamente, prescindir de los llamados “medios extraordinarios” para conservar la salud, que sean caros o no, mantienen arificialmente la continuación de la vida en situación desesperada. Pero esta dispensa moral del empleo de esos medios extraordinarios, no es igual a la procuración lisa, llana y directa de la muerte, como sería suspender la alimentación, la respiración, cualquier nutrición ordinaria, como el agua o el suero, o directamente provocar la muerte mediante envenamiento o asfixia o cualquier otro medio apto. Tal vez lo que estos criminales quieran, sea emular al que ellos denominan primer mundo, ¡donde es delito mantener la vida!
Nos informa un periodista portugués, que allí se prepara un plebiscito para introducir el aborto, práctica que aún hoy, gracias a la promesa de la Virgen de Fátima, a 50 años de gobierno católico y a la tesonera decisión del pueblo portugués, aún no ha entrado.
La diferencia entre ese primer mundo y nosotros, es que allí, por lo menos, se mantienen algo vivas algunas formalidades, y le preguntan a uno qué quiere hacer de su vida. El sentido de democracia, como un respeto elemental a la decisión popular, aunque vacío de sentido moral, al menos funciona en lo formal. Tanto en Brasil como en Portugal, no se postulan “debates nacionales” como prolegómeno a una decisión autocrática y funesta impartida desde el gobierno sin consenso popular. En todo caso, se prefiere la vía de la consulta popular, antes que un sospechoso “debate nacional” ex post facto, para cuando ya no tiene sentido alguno y no existe interés ni posibilidad de un impedir un mal, sino como la duermevela de la escasa voluntad popular, en aquello que lícitamente le interesa y debe ser oida. La Constitución argentina contiene mecanismos de consulta popular que los políticos cuidadosamente omiten emplear, a fin de dominar mejor a sus supuestamente libres ciudadanos y concretar sin tropiezos su voluntad despótica.
Los resultados negativos que en las naciones más semejantes a la Argentina han sido la consecuencia de estas consultas, advierten precisamente sobre la casi segura negativa a dejarse dominar por este maniqueísmo de muerte y destrucción que ha traído un gobierno nacido contra expresas disposiciones legales, y que se cierne sobre la nación, como el maquiavélico enemigo de todos sus bienes dichosos.
En la Argentina, el gobierno zurdoliberal del infame K., planea sigilosamente el desarme de la población, a fin de reducirla a una situación inferior a la esclavitud —recordemos que una de las características de los hombres libres, ha sido siempre el derecho inalienable de tener y portar armas, algo que ya está limitado en la Argentina—, tal como lo hicieran los norteamericanos al invadir Santo Domingo en 1916, o la KGB en todos dominios, o la Gestapo en los países invadidos, o la horrorosa “Stasi”, que era la policía alemana comunista. Es una práctica habitual en los depredadores de pueblos; y nos referimos a las dos cosas: tanto el desarme de la población, como el hacerlo con subrepción, a escondidas. Así, toda una comunidad quedará exactamente inerme ante la delincuencia común y política que se avecina, con el fútil pretexto de que las armas ... ¡son mortíferas!.
Sería conveniente que tanto las mal llamadas “autoridades” como los delincuentes, comenzaran a dar el ejemplo ... Si las armas son malas para la población, con cuyo voto se establece la legitimidad del Gobierno, no se comprende con qué autoridad se podría privar de ellas al pueblo y mantenerlas para los empleados del Gobierno, a no ser que se adhiera a la tesis hegeliana de Max Weber, de que el Estado debe poseer el “monopolio de la fuerza”, hiótesis reñida con las bases del régimen democrático y propia de cualquier tiranía, moderno Leviathán, que reclama para sí derechos y ventajas que contrarían notoriamente el Bien Común, y a la mismísima causa de su ser. La contradicción de negar a la causa lo que podrían muy bien hacer los efectos, no se sostiene, sino bajo la más tronante tiranía autocrática.
A la par, el Gobierno insiste en su política de destrucción demográfica nacional, pretendiendo instalar en la sociedad un debate que nunca existió y que no es ni será jamás necesario: la eutanasia, tal como lo anticipáramos unas entradas atrás. Todos tienen claro el principio moral que permite, lícitamente, prescindir de los llamados “medios extraordinarios” para conservar la salud, que sean caros o no, mantienen arificialmente la continuación de la vida en situación desesperada. Pero esta dispensa moral del empleo de esos medios extraordinarios, no es igual a la procuración lisa, llana y directa de la muerte, como sería suspender la alimentación, la respiración, cualquier nutrición ordinaria, como el agua o el suero, o directamente provocar la muerte mediante envenamiento o asfixia o cualquier otro medio apto. Tal vez lo que estos criminales quieran, sea emular al que ellos denominan primer mundo, ¡donde es delito mantener la vida!
Nos informa un periodista portugués, que allí se prepara un plebiscito para introducir el aborto, práctica que aún hoy, gracias a la promesa de la Virgen de Fátima, a 50 años de gobierno católico y a la tesonera decisión del pueblo portugués, aún no ha entrado.
La diferencia entre ese primer mundo y nosotros, es que allí, por lo menos, se mantienen algo vivas algunas formalidades, y le preguntan a uno qué quiere hacer de su vida. El sentido de democracia, como un respeto elemental a la decisión popular, aunque vacío de sentido moral, al menos funciona en lo formal. Tanto en Brasil como en Portugal, no se postulan “debates nacionales” como prolegómeno a una decisión autocrática y funesta impartida desde el gobierno sin consenso popular. En todo caso, se prefiere la vía de la consulta popular, antes que un sospechoso “debate nacional” ex post facto, para cuando ya no tiene sentido alguno y no existe interés ni posibilidad de un impedir un mal, sino como la duermevela de la escasa voluntad popular, en aquello que lícitamente le interesa y debe ser oida. La Constitución argentina contiene mecanismos de consulta popular que los políticos cuidadosamente omiten emplear, a fin de dominar mejor a sus supuestamente libres ciudadanos y concretar sin tropiezos su voluntad despótica.
Los resultados negativos que en las naciones más semejantes a la Argentina han sido la consecuencia de estas consultas, advierten precisamente sobre la casi segura negativa a dejarse dominar por este maniqueísmo de muerte y destrucción que ha traído un gobierno nacido contra expresas disposiciones legales, y que se cierne sobre la nación, como el maquiavélico enemigo de todos sus bienes dichosos.
2 comentarios:
No porque lo necesites sino porque lo mereces, aplaudo parado esta nota. Se necesita más gente que diga las cosas como deben ser dichas. Enhorabuena.
Gracias, Cruz y Fierro; "escuetamente, gracias".
L. b-C.
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