lunes, 29 de enero de 2007

Pío XII y la difamación comunista

En tiempos de nuestra infancia, cuando se decía algo malo de una persona buena, pensábamos, con el sentido común popular predominante, que «si alguien bueno hace algo incomprensible que otros dicen que es malo, por algo será»; lo cual era aplicación del antañón principio que establece que «cuando digáis algo malo de mí, a los que no me conocen no les importará, y los que me conocen ¡no lo creerán!».
Es probable que uno de los casos de difamación más intensos y más resistidos de los últimos años, haya sido el del Santo Padre Pío XII, sobre cuya actividad durante la guerra mundial de 1939 se han echado sombras de duda y de malicia como pocas veces se ha visto. Desde la gravísima acusación de complicidad con el nazismo en la persecución de los judíos, hasta la creación de la sospecha sobre su indiferencia sobre el problema, todos los estadios de la difamación han sido recorridos por los medios de prensa izquierdista, a una con sus pregoneros la prensa “intelectual” de Occidente, siempre servicial con la zurda.
Pero todo a su tiempo, se sabe: Ha quedado al descubierto que estas especies habían sido difundidas por los comunistas durante y después de la vida del egregio Papa.
Según las informaciones brindadas en un medio digital norteamericano, por el ex teniente general rumano Pacepa, de la KGB, por orden de Kruschev y bajo la diligente intervención de Yuri Andropov como director de la policía política comunista, se ideó, preparó y propagó la falsa noticia sobre la supuesta complicidad del papa Pacelli en la persecución antijudía nazi, por medio de la falsificación del contenido de innumerables documentos que el agente en cuestión copiaba desde el Vaticano, y remitía a la Central de Moscú, para tornarlos incriminatorios. La finalidad era desprestigiar al Papado y a la Iglesia Católica, partiendo del hecho probable de que, gracias a los nuevos aires de renovación que soplaban en el Vaticano a principios de los '60, no se asumiría seriamente la tarea de reivindicar el nombre de un papa ya muerto. Las revelaciones permiten asegurar que la famosa y difamatoria obra de teatro del alemán Rolf Hochhuth titulada “El vicario”, fue el camino elegido para difundir la especie calumniosa, sobre la base de un principio aceptado en la publicidad y que enseña que es más sencillo creer en la maldad, que en la santidad.
El libro de Hochhuth, publicado en 1963, el mismo año en que fue estrenada la obra teatral en Alemania con el apoyo económico de la KGB, fue llevado al cine en 2002 por el director comunista griego Costa Gavras, otro agente bolchevique en Occidente, con el aplauso de la prensa irresponsable y tilinga de muchas partes del mundo. Y por supuesto, resultó premiada por los fogoneros rojos de Occidente, pese a ser técnicamente deficitaria y no brillar por ningún lado.
Ahora se explican muchas cosas, muchos silencios, muchas complicidades internas (¡nunca faltan los entusiastas de la demolición!) y caen por tierra muchas inocencias ..., fraguadas sobre la presunta culpabilidad del santo papa.
Pío XII fue un gran papa, tal vez el último de los que merezcan llamarse Grandes en un auténtico sentido, además de un hombre muy previsor y advertido sobre las cosas que verían sus sucesores, que él trató de demorar, aún sabiéndolas inevitables. La, por lo menos, curiosa negativa a mantener una estable Secretaría de Estado, su personalísimo manejo de la Curia Romana y su cerrazón a toda reforma inspirada tanto en el espíritu de novedad como en un arqueologismo retrógrado, lo sitúan en un punto neurálgico de la Historia de la Iglesia como crítico acerbo de las novedades del inmediato porvenir.
La destrucción de su imagen resultó, así, doblemente “funcional”: a la izquierdización general del mundo de los años '60, como también al avance de ciertas tesis progresistas de cuño judaizante dentro de la Iglesia, cuyo surgimiento habría sido tenido en cuenta por el Kremlin como una garantía del éxito de la Operación, que llevaría el nombre de "Silla 12" o, al menos, como un obstáculo para la defensa eficaz del agraviado Papa.
Y lo cierto, es que nunca se benefició de la papolatría posterior, irónica y picarescamente interpuesta en beneficio propio, por quienes hacían de la contestación y la desobediencia habitual, una doctrina.

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