Un tal Enrique T. Bianchi, nos anuncia * hace unos días en cierto diario porteño, que las malhadadas diferencias “culturales” entre el varón y la mujer, pronto quedarán abrogadas definitivamente por los efluvios benéficos de cierta novedosa cultura “ONUsiana” que, a grandes y torpes saltos (y esto de torpe, se lo decimos en su más prístina acepción), va machucando a su paso todas las leyendas, mitos, prejuicios y demás pajaronadas en las que creyeran nuestros antepasados. Que además eran unos sonsos, a quienes acusa de ser inconscientes de su propio modo de pensar, del cual habríanse hallado como prisioneros, y que predica de la mujer casi lo mismo que dice el más famoso tango de Pascual Contursi, aunque expresado sin tanta solidez, gracia ni melancolía; y trae a rebato unos párrafos sueltos, completamente fuera de contexto, del doctor Angélico, que más todavía nos persuaden de la sinrazón del autor del artículo.
Como en el caso de todos su cómplices de fechas hodiernas, no debe buscarse en el artículo una refutación racional, ni siquiera en grado de tentativa, de las poderosas razones que dan los santos citados arriba, por que el prejuicio cultural moderno, sea atavismo o lo llamen como lo llamen, no es racional, sino substancialmente mitológico, de manera que es inconmovible.
Las cosas no tienen ser, según nos lo pruebe una inspección ontológica fundada en la razón, sino que este dato nos lo proporcionará la idea, el prejuicio, o ... ¡la conveniencia!; hasta aquellos viejos burladores de la eficacia de la razón, nuestros antiguos adversarios el nominalismo y el idealismo, han sido superados por esta, ahora sí, “invencible” estupidez del pensamiento lineal y único actual (que es exactamente lo contrario al pensamiento), suma de todos los errores filosóficos anteriores y que descarta, “a priori”, el empleo de la razón como herramienta del intelecto y como argumento convictivo, reemplazándola por el mito. Así, al carácter mitológico de la “inferioridad” de la mujer en la sociedad cristiana (¿a quien se le escapa que todas las citas de Bianchi omiten cuidadosa y especialmente, el mundo antiguo, o moderno, pagano, donde la condición de la mujer era realmente de inferioridad?), fruto del oscurantismo, la superstición y el fetichismo de los católicos, especialmente de los que se dejaron guiar por San Pablo “el misógino”, quienes habrían creído que la mujer era un varón frustrado, y no valía por sí misma gran cosa, es una etapa que, gracias a la ONU, estaría a punto de concluir. Estupideces más o menos, es lo que dice el artículo. De la existencia de verdaderas diferencias de orden natural, ni una palabra: ¡no es marketinero decirlo! De si varón y mujer son las dos formas de ser hombre, tampoco, nada.
Y desde luego, se omite indicar que, gracias a estas consideraciones que San Agustín, San Pablo y Santo Tomás, entre otros, habrían vertido sobre la mujer, y a imitación de la elevada consideración evangélica que mereciera siempre la Madre de Dios, María Siempre Virgen, la mujer adquirió en, y gracias, al cristianismo católico (el único verdadero), un lugar y una consideración social y cultural que su impedimenta natural jamás le permitiera gozar.
—¡Pero qué bestia! ¡Entonces, Ud. sostiene, con esto de "impedimenta natural", que la mujer es realmente inferior al varón ...!
De ninguna manera, pero sí que es distinta, menos robusta y más sometida a ciertas fuerzas de la tentación (como explican, precisamente, los doctores citados por Bianchi), frente a las cuales su natura más débil la vuelve más temerosa, indefensa y necesitada de protección. De hecho, posee mucha menos fuerza física que un varón y menor destreza técnica. Y también, de hecho, los que creemos a pié juntillas lo que afirman la Sagrada Escritura sobre la creación del varón y de la mujer y sus relaciones mutuas, estamos obligados a su protección por esta condena impuesta por Dios desde el Génesis; y que la subordinación de una al otro, no es a causa de una inferioridad o superioridad relativas, pues el fin sobrenatural de ambos, que es lo que determinaría una eventual superioridad de uno u otro sexo, es idéntico, sino a modo de una subordinación de relación, en orden a la perpetuación de la especie humana y la preservación recíproca. La tradicional manera de relacionarse el varón y la mujer, cualquiera sea su origen, es la que la historia demuestra como más adecuada para la estabilidad de la relación recíproca y la preservación de la especie humana. Cualquier novedad en este terreno, deberá ponerse bajo sospecha y ser tratada como un peligro para la continuidad de la naturaleza humana.
Así que lo que para destruir la relación natural entre el varón y la mujer, hay que atacar al género humano, negar la conveniencia de su perpetuación, matar la vida ...
Y fíjense sino será grave la situación, que el autor Bianchi, debe emplear todo el peso de un cargo público para dar algún prestigio a esto de deshacer una señora tradición, asentada nada menos que en setenta siglos de vida humana y en una letra de tango, que ni se anima a citarla ...
* Véase un ameno artículo sobre lo mismo en ENS
Como en el caso de todos su cómplices de fechas hodiernas, no debe buscarse en el artículo una refutación racional, ni siquiera en grado de tentativa, de las poderosas razones que dan los santos citados arriba, por que el prejuicio cultural moderno, sea atavismo o lo llamen como lo llamen, no es racional, sino substancialmente mitológico, de manera que es inconmovible.
Las cosas no tienen ser, según nos lo pruebe una inspección ontológica fundada en la razón, sino que este dato nos lo proporcionará la idea, el prejuicio, o ... ¡la conveniencia!; hasta aquellos viejos burladores de la eficacia de la razón, nuestros antiguos adversarios el nominalismo y el idealismo, han sido superados por esta, ahora sí, “invencible” estupidez del pensamiento lineal y único actual (que es exactamente lo contrario al pensamiento), suma de todos los errores filosóficos anteriores y que descarta, “a priori”, el empleo de la razón como herramienta del intelecto y como argumento convictivo, reemplazándola por el mito. Así, al carácter mitológico de la “inferioridad” de la mujer en la sociedad cristiana (¿a quien se le escapa que todas las citas de Bianchi omiten cuidadosa y especialmente, el mundo antiguo, o moderno, pagano, donde la condición de la mujer era realmente de inferioridad?), fruto del oscurantismo, la superstición y el fetichismo de los católicos, especialmente de los que se dejaron guiar por San Pablo “el misógino”, quienes habrían creído que la mujer era un varón frustrado, y no valía por sí misma gran cosa, es una etapa que, gracias a la ONU, estaría a punto de concluir. Estupideces más o menos, es lo que dice el artículo. De la existencia de verdaderas diferencias de orden natural, ni una palabra: ¡no es marketinero decirlo! De si varón y mujer son las dos formas de ser hombre, tampoco, nada.
Y desde luego, se omite indicar que, gracias a estas consideraciones que San Agustín, San Pablo y Santo Tomás, entre otros, habrían vertido sobre la mujer, y a imitación de la elevada consideración evangélica que mereciera siempre la Madre de Dios, María Siempre Virgen, la mujer adquirió en, y gracias, al cristianismo católico (el único verdadero), un lugar y una consideración social y cultural que su impedimenta natural jamás le permitiera gozar.
—¡Pero qué bestia! ¡Entonces, Ud. sostiene, con esto de "impedimenta natural", que la mujer es realmente inferior al varón ...!
De ninguna manera, pero sí que es distinta, menos robusta y más sometida a ciertas fuerzas de la tentación (como explican, precisamente, los doctores citados por Bianchi), frente a las cuales su natura más débil la vuelve más temerosa, indefensa y necesitada de protección. De hecho, posee mucha menos fuerza física que un varón y menor destreza técnica. Y también, de hecho, los que creemos a pié juntillas lo que afirman la Sagrada Escritura sobre la creación del varón y de la mujer y sus relaciones mutuas, estamos obligados a su protección por esta condena impuesta por Dios desde el Génesis; y que la subordinación de una al otro, no es a causa de una inferioridad o superioridad relativas, pues el fin sobrenatural de ambos, que es lo que determinaría una eventual superioridad de uno u otro sexo, es idéntico, sino a modo de una subordinación de relación, en orden a la perpetuación de la especie humana y la preservación recíproca. La tradicional manera de relacionarse el varón y la mujer, cualquiera sea su origen, es la que la historia demuestra como más adecuada para la estabilidad de la relación recíproca y la preservación de la especie humana. Cualquier novedad en este terreno, deberá ponerse bajo sospecha y ser tratada como un peligro para la continuidad de la naturaleza humana.
Así que lo que para destruir la relación natural entre el varón y la mujer, hay que atacar al género humano, negar la conveniencia de su perpetuación, matar la vida ...
Y fíjense sino será grave la situación, que el autor Bianchi, debe emplear todo el peso de un cargo público para dar algún prestigio a esto de deshacer una señora tradición, asentada nada menos que en setenta siglos de vida humana y en una letra de tango, que ni se anima a citarla ...
* Véase un ameno artículo sobre lo mismo en ENS
4 comentarios:
Buen post.
Recomiendo un libro de Régine Pernoud sobre la verdadera condición de la mujer en la Cristiandad: "La mujer en los días de las catedrales" (o algo así).
Estimado Ludovico: ¡Sonoros y sostenidos aplausos!
¿No era Chesterton quien decía algo así como que los modernos quieren liberar a la mujer de sus maridos, que ellas eligieron, para casarla con el Estado, a quien no eligieron?
Saludos cordiales
Se llama "La mujer en el tiempo de las catedrales", y es un libro magnífico. Veré si lo encuentro traducido (bien traducido) y lo agrego a las lecturas recomendadas. Yo lo leí en francés (a los tumbos) allá por los '80, junto con otro título que ahora no recuerdo y era una conferencia de la historiadora francesa. Encuentro ahora un sitio que comenta el libro; aunque con una mínima lealtad de crítico, según veo.
De todas formas, la elevación evangélica de la mujer es un fenómeno histórico y religioso que se presenta con diferentes rasgos en el mundo hispano y el resto de Europa, más lenta para asimilar el Evangelio que la gloriosa España. Por eso, la Ley Sálica nunca fué española (por más que esta afirmación me gane el desprecio de mis amigos carlistas ...) y antes que sus hermanas europeas, la península tuvo reinas destacadas...; no: destacadísimas, en sus historia patria.
Para comprender este inciso de la historia social española, debe aceptarse como un apriori esencial la veneración que recibió siempre en las tierras del Lucero la Madre de Dios, así como el espíritu español que niega toda contradicción entre la Fe y la Vida.
Ortega y Gasset pudo escribir, con sabia precaución, que España, como verdadero imperio, "nunca tuvo ascos raciales", es decir, nunca consideró inferiores a los demás hombres por no ser como ellos, comprendiendo en esta designación a las mujeres, cuya exaltación obtuvo allí, terreno más propicio que en todo el mundo circunvecino.
Estas sintéticas razones, me parece, las tuvo el Creador a Su vista cuando le entrego el Nuevo Mundo.
Como bien dice Muret, la explotación maquiavélica del sencillo e inocente rencor de algunas mujeres contra el varón, las ha situado hoy en manos de explotadores, cafishos (que se dice en tierras del Plata) de ocasión, que utilizan esas pequeñas debilidades para su provecho político.
Y como para muestra vale un botón ...
L. b-C.
Yo leí una traducción de una editorial española durante algunas visitas a la librería El Ateneo de Santa Fe y Callao, algunos cafés por excusa. Con el Euro rondando los 4 pesos, no daba para comprarlo.
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