El cardenal brasileño Claudio Hummes, ex arzobispo de San Pablo y designado hace poquísimo tiempo como Prefecto de la Congregación para el Clero, ha debido salir a dar claridad a unas palabras suyas, anteriores, vertidas en ocasión de un reportaje que ¡oh, imprudente y novel funcionario vaticano! concediera a un diario de su última sede arzobispal, que es posiblemente una de las más populosas del mundo católico. En su necesaria aclaratoria, exigida por la torre de murmuraciones en torno a la supuesta derogación del celibato sacerdotal que dejara a su paso el "interviú", deja bien sentadas dos cosas; o hechos, si se quiere: Primero, que la Iglesia no tiene previsto en su agenda el tratamiento de cualquier medida que suponga una relajación del celibato sacerdotal, según se halla disciplinado en la actualidad; y segundo, que aunque es verdad que esta práctica es puramente disciplinar en la Iglesia, su fundamento es de origen divino, aunque él, algo mundanizado, dijo que su fundamento es "teológico y espiritual", lo cual no es del todo preciso. El mundo, escandaloso y muchachista e hipócritamente preocupado por la merma de sacerdotes, piensa que la escasez de vocaciones sacerdotales se debe, principalmente, a esta característica que —creen ellos— es un antinatural cercenamiento de una tendencia física y moral de la cual el hombre está fuertemente impregnado y hacia la cual tiene una tendencia invencible, razón por la cual, el sacerdocio ordenado no prospera a la hora de elegir profesión, ni resulta ser una "opción" de suficiente atractivo.
Como se comprenderá, el argumento sirve también para "entronizar" de rondón, la cuestión de la ordenación femenina.
Como el lector habrá comprendido ya, estos críticos tienen la razón en todo cuanto dicen, motivo por la cual están completamente equivocados.
Si descartamos el argumento histórico, que indica el continuo crecimiento vocacional coexistente con el celibato práctico desde los albores mismos de la Iglesia, y más todavía a partir de la universalización de la disciplina celibataria para la Iglesia latina, lo cierto es que, como también afirma el entrevistado acudiendo a un argumento sociológico, las causas de las deserciones vocacionales deberían buscarse en otro lado, como en la secularización y haciendo notar el cardenal prefecto el contraste con las denominaciones religiosas no católicas, que no exigen el celibato a sus clérigos, y que tampoco tienen vocaciones.
El verdadero secreto de esta cuestión está en una razón más sencilla, más sublime, no defectiva sino efectiva, e infinitamente menos ruinosa para el prestigio sacerdotal: El celibato se justifica y explica en la perfecta imitación de Cristo, a Quien cada ordenado queda configurado totalmente, en su potestad sacerdotal, por causa precisamente del sacramento del Orden Sagrado. Como Cristo es varón, y la elección divina para la casta sacerdotal, desde Aarón para acá, recae esencialmente en el linaje humano masculino en vista y previsión del Sacertote por antomasia, el hipotético sacerdocio femenino es sencillamente imposible y cualquier conato de ordenación de mujeres, inválido sin perjuicio del sacerdocio genérico de todo bautizado que se adquiere por medio de los demás sacramentos, a partir del bautismo, y que comprende también a las mujeres como a todos los demás no ordenados.
El seguimiento del consejo evangélico, que es recomendable aunque facultativo para cualquier bautizado, es convenientemente preceptivo en algunos aspectos de su vida para el ordenado, en tanto su obrar in Persona Christi capitis, le exige la máxima configuración a la Cabeza a la cual adhiere y en cuyo poder obra.
Está claro que esta mística unión en el sacerdote, que justamente, se dice, desplaza hasta la esencia del hombre para instalar la de Nuestro Señor, es hoy incomprensible para muchos, incluyendo prelados y cardenales prefectos, poco afectos al misterio y las uniones sacramentales.
La exclusión de las mujeres no se trata solamente, como se ha dicho en el pasado, de una simple, misteriosa e inexplicable "decisión divina" que, por simple obediencia, debe acatarse; como el misterio de la Encarnación del Verbo, del cual depende, y dentro de la economía de la Revelación, la decisión divina es perfectamente comprensible, desde que, como afirma el Apóstol, todas las cosas creadas son por, para y en Cristo, siendo Él la cabeza de todo ello. La mujer para el varón, el varón para Cristo, y Cristo es de Dios. Así dicen los Apóstoles ¿son machistas... ? La pregunta es estúpida, y no tiene la menor importancia si se quiere ver el asunto desde tan desarreglada perspectiva, por que aquí, lo que vale, es comprender cómo lo hizo (o cómo lo ve) Dios y no como lo vemos nosotros. Dios creó toda la especie humana en nuestro padre Adán, y de él, se siguió todo el humano linaje, incluso Cristo. Pero siendo Cristo el centro de todo lo creado, es natural y explicable que debieran dedicársele a Él las primicias, sin mengua de la santidad de los restantes integrantes de la especie. ¿No honramos acaso a la Madre de Dios, con semejante título, en primerísimo e incomparable lugar? ¿No es ella la Reina del Cielo y de la Tierra? ¿No es, acaso, nuestro "rocío del Cielo" (rorate cæli) del fin de los tiempos ... ?
Hablemos claro de una vez: subordinación no es inferioridad, ni es causa de agravio, por que no entraña mal ni defecto alguno. ¿Agravióse la Virgen Bendita por tener que obedecer a su Castísimo esposo San José ... ? ¿Acaso Cristo la instituyó sacerdotisa? Por su lado, la castidad, y el celibato sacerdotal en particular, son esencialmente oblativos y suben, como dulce perfume, a los pies del Altísimo como ofrenda aceptable junto, con, cabe y por, los Méritos de Su Hijo. El salmista recuerda que Dios no quiere sacrificios, sino corazones ardientes de amor por Él. Algo debe valer esto ante el Trono Divino, para que el demonio le dedique tantos pertrechos y tropa; y macaneo, siendo que, después de todo, se trata de una renuncia voluntaria (perdón por el pleonasmo) y no de una imposición. Y desde luego, el sentido de que se da en la prensa amarillista (véase que nuestra página es ligeramente ocre) a la expresión "relajación del celibato", no es otra que la simple y llana derogación de 6º Mandamiento de la ley de Dios, para sacerdotes ...
La causa de la falta de vocaciones la dejamos para otro artículo. Es que el problema del sacerdocio ordenado es sobrenatural, y dentro de ese orden deben explicarse y resolverse sus contingencias; para entender el celibato hay que ser católico, aunque se pertenezca formalmente a otra denominación. Lo cual comprenden muy bien los perseguidores de la Iglesia, que sacrifican a su mono de Dios cuanto sacerdote se les pone delante, por que creen que es otro Cristo en la tierra; o acaso, lo saben. Como decía hace un tiempo el padre Amorth, exorcista de Roma: "No conozco ningún demonio que sea ateo".
Como se comprenderá, el argumento sirve también para "entronizar" de rondón, la cuestión de la ordenación femenina.
Como el lector habrá comprendido ya, estos críticos tienen la razón en todo cuanto dicen, motivo por la cual están completamente equivocados.
Si descartamos el argumento histórico, que indica el continuo crecimiento vocacional coexistente con el celibato práctico desde los albores mismos de la Iglesia, y más todavía a partir de la universalización de la disciplina celibataria para la Iglesia latina, lo cierto es que, como también afirma el entrevistado acudiendo a un argumento sociológico, las causas de las deserciones vocacionales deberían buscarse en otro lado, como en la secularización y haciendo notar el cardenal prefecto el contraste con las denominaciones religiosas no católicas, que no exigen el celibato a sus clérigos, y que tampoco tienen vocaciones.
El verdadero secreto de esta cuestión está en una razón más sencilla, más sublime, no defectiva sino efectiva, e infinitamente menos ruinosa para el prestigio sacerdotal: El celibato se justifica y explica en la perfecta imitación de Cristo, a Quien cada ordenado queda configurado totalmente, en su potestad sacerdotal, por causa precisamente del sacramento del Orden Sagrado. Como Cristo es varón, y la elección divina para la casta sacerdotal, desde Aarón para acá, recae esencialmente en el linaje humano masculino en vista y previsión del Sacertote por antomasia, el hipotético sacerdocio femenino es sencillamente imposible y cualquier conato de ordenación de mujeres, inválido sin perjuicio del sacerdocio genérico de todo bautizado que se adquiere por medio de los demás sacramentos, a partir del bautismo, y que comprende también a las mujeres como a todos los demás no ordenados.
El seguimiento del consejo evangélico, que es recomendable aunque facultativo para cualquier bautizado, es convenientemente preceptivo en algunos aspectos de su vida para el ordenado, en tanto su obrar in Persona Christi capitis, le exige la máxima configuración a la Cabeza a la cual adhiere y en cuyo poder obra.
Está claro que esta mística unión en el sacerdote, que justamente, se dice, desplaza hasta la esencia del hombre para instalar la de Nuestro Señor, es hoy incomprensible para muchos, incluyendo prelados y cardenales prefectos, poco afectos al misterio y las uniones sacramentales.
La exclusión de las mujeres no se trata solamente, como se ha dicho en el pasado, de una simple, misteriosa e inexplicable "decisión divina" que, por simple obediencia, debe acatarse; como el misterio de la Encarnación del Verbo, del cual depende, y dentro de la economía de la Revelación, la decisión divina es perfectamente comprensible, desde que, como afirma el Apóstol, todas las cosas creadas son por, para y en Cristo, siendo Él la cabeza de todo ello. La mujer para el varón, el varón para Cristo, y Cristo es de Dios. Así dicen los Apóstoles ¿son machistas... ? La pregunta es estúpida, y no tiene la menor importancia si se quiere ver el asunto desde tan desarreglada perspectiva, por que aquí, lo que vale, es comprender cómo lo hizo (o cómo lo ve) Dios y no como lo vemos nosotros. Dios creó toda la especie humana en nuestro padre Adán, y de él, se siguió todo el humano linaje, incluso Cristo. Pero siendo Cristo el centro de todo lo creado, es natural y explicable que debieran dedicársele a Él las primicias, sin mengua de la santidad de los restantes integrantes de la especie. ¿No honramos acaso a la Madre de Dios, con semejante título, en primerísimo e incomparable lugar? ¿No es ella la Reina del Cielo y de la Tierra? ¿No es, acaso, nuestro "rocío del Cielo" (rorate cæli) del fin de los tiempos ... ?
Hablemos claro de una vez: subordinación no es inferioridad, ni es causa de agravio, por que no entraña mal ni defecto alguno. ¿Agravióse la Virgen Bendita por tener que obedecer a su Castísimo esposo San José ... ? ¿Acaso Cristo la instituyó sacerdotisa? Por su lado, la castidad, y el celibato sacerdotal en particular, son esencialmente oblativos y suben, como dulce perfume, a los pies del Altísimo como ofrenda aceptable junto, con, cabe y por, los Méritos de Su Hijo. El salmista recuerda que Dios no quiere sacrificios, sino corazones ardientes de amor por Él. Algo debe valer esto ante el Trono Divino, para que el demonio le dedique tantos pertrechos y tropa; y macaneo, siendo que, después de todo, se trata de una renuncia voluntaria (perdón por el pleonasmo) y no de una imposición. Y desde luego, el sentido de que se da en la prensa amarillista (véase que nuestra página es ligeramente ocre) a la expresión "relajación del celibato", no es otra que la simple y llana derogación de 6º Mandamiento de la ley de Dios, para sacerdotes ...
La causa de la falta de vocaciones la dejamos para otro artículo. Es que el problema del sacerdocio ordenado es sobrenatural, y dentro de ese orden deben explicarse y resolverse sus contingencias; para entender el celibato hay que ser católico, aunque se pertenezca formalmente a otra denominación. Lo cual comprenden muy bien los perseguidores de la Iglesia, que sacrifican a su mono de Dios cuanto sacerdote se les pone delante, por que creen que es otro Cristo en la tierra; o acaso, lo saben. Como decía hace un tiempo el padre Amorth, exorcista de Roma: "No conozco ningún demonio que sea ateo".
2 comentarios:
No conocía este blog y gracias a Cruz y Fierro y a vos, me he llevado una gratísima sorpresa. Gracias.
En cuanto al comentario propiamente dicho, me gustaría simplemente agregar que ya está demostrado hasta el hartazgo que los vicios de los malos curas que pecan contra la pureza de sus órdenes, son estadísticamente iguales a los hombres casados (Weigel, George, "El coraje de ser católico"), y han comenzado a ocurrir con el relajamiento disciplinar de los seminarios más progresistas, puesto que son los ordenados en los 60 y 70 los que más incurren en ellas.
Saludos cordiales
Muchas gracias, amable Muret. Pronto agregaré algo más sobre esto. Ludovico B C.
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