domingo, 26 de abril de 2020

Problemas en puerta...

Esta epidemia de sorpresas aún no termina. Al compás del desplome del escaso crédito de los gobiernos que han implementado la “cuarentena” al revés, es decir para aprisionar a los sanos y no para aislar a los enfermos; se han propuesto disimularlo a fuerza de noticias falsas, reportajes fementidos y heroísmos de cartoon, de opereta ... bufa, pero de trágicas consecuencias. Estrictamente hablando, este mecanismo de domesticación social requiere una elaborada técnica de un crescendo dramático de anuncios y noticias alarmantes (“¡Todavía falta lo peor...! ¡Los próximos meses serán catastróficos, usté no sabe ...! Esto, va para largo...”), las que, no obstante que serían olvidadas a las pocas horas de ser proferidas, dejarán la deseada secuela de angustia y temor; pese a poder comprobarse con relativa facilidad su falsedad o simplemente su exageración, que al final el efecto es lo mismo. Junto a esto, le técnica sugiere la imposición de nuevas rutinas “legales” —desmoralizantes, faltaba más...— o giros inesperados que cercenen aún más las ya ilegítimamente reprimidas libertades, para que la sociedad perciba que toda espectativa de una pronta solución se vuelve cada vez más inalcanzable; el método es igual a como se domestica, se amansa un animal salvaje. Que es lo que somos en la consideración de los ... gobernantes.

Ya hay reacciones en muchos lugares; en Estados Unidos el “lockdown” es fuertemente impugnado; en las penínsulas latinas de Europa o en la Argentina, donde la paciencia popular ha tocado su punto más bajo; y de forma peligrosa. Hace pocas horas, el diputado italiano Vittorio Sgarbi ha denunciado en la Cámara de Diputados italiana, que la cifra de muertes por el coronavirus en su país, es un fraude, y que los muertos reales apenas rebasan los 900 casos; nadie le ha contestado ni le ha redargüido de falsdedad... Aquí se puede ver un video del episodio. La resistencia contra esta tortura ilegal llega a extremos muy altos. Rorate Cæli, esa tan meritoria página en inglés sobre la Tradición Católica, ha publicado un estudio muy sintético acerca de la inmoralidad del encerramiento indefinido; la asociación que nuclea a los médicos italianos han publicado recientemente una declaración severísima con el encierro y todo el procedimiento supuestamente sanitario del gobierno. Con razón el gobierno de la OMS en la Argentina ha buscado y logrado cerrar el Congreso como parte de su golpe de Estado, a fin de paralizar del todo sus sesiones o, al menos, hacerlas virtuales, por internet, que es como decir inexistentes o ineficaces...

En esta página hemos preferido sin embargo hablar de la inmoralidad del simple encierro, cualquiera fuese su término y circunstancias. Hace unas semanas, al comenzar esta locura hemos escrito sobre lo mismo, afirmando que no solamente era inmoral, sino ilegal, como probara más tarde un distinguido jurista invitado, y hasta perjudicial en altísimo grado y en muchos sentidos. Mucho más perjudicial que los supuestos males que deseábanse conjurar. Ahora, esto ya no cuela más, por que su sentido revoluconario se comienza a percibir y es preciso disimularlo, lo que ha exigido a los Gobiernos pasar a una etapa menos forzada o menos violenta, anunciando con bombos, platillos y más macaneos estrepitosos, que “ellos”, o mejor aún su meritísima actuación, habría logrado doblegar la mortífera singladura del impiadoso cuanto inhallable virus. Pues es claro que no en todos lados se acepta este precepto del Gran Hermano de igual grado.

Es prácticamente un hecho que muchísima gente ha roto la prisión domiciliaria por pura necesidad económica porque, si no se trabaja, se mueren ellos y sus familias. La respuesta de los intendentes del conurbano bonaerense es demostrar que están resueltos a convertirse en otros tantos sheriffs de Nottingham; a cualquier precio y caiga quien cayese, que parece ser ésta la aceptable justa entre gobernadores e intendentes para ver quién se lleva la presea del más cruel e injusto; que para eso son lo son... Otros, han roto las cadenas por razones puramente salutíferas (no que la causa anterior no lo fuera también, en sí misma), porque estar encerrado tanto tiempo sin ninguna distracción, sin contacto humano y familiar, es fatal y enfermante. Y otros, sencillamente por hartazgo y por ese empeño simple, admirable y criollo de exhibir su espíritu de contrariedad ante cualquier tentativa despótica. A estos últimos se les ha dirigido un sutil, sordo pero sibilino reproche desde unos hasta ahora impensables recovecos antaño “católicos” que ahora, presumiendo de un tomismo que no pasa de pura temulencia; y de ortodoxia, a la cual dejan menos que renga, protestan que las leyes del gobierno es moralmente necesario acatarlas, bajo pena de pecado... y de muerte. Y por supuesto, bajo pena de coraje, que estos sujetos no muestran ni que les maten. A esos les respondimos con nuestra anterior entrada, que los deja sin argumento ninguno, al quedar demostrada la triste verdad que encierra esta encerrona: la de un golpe de Estado, completamente ilegal y fuertemente inmoral, como además se demuestra en el artículo de Rorate Cæli que copiamos arriba. Tomismo y ortodoxia que se confunden llamativamente con insensatez y complicidad; pero más todavía con autojustificación y cobardía.

Al Gobierno le quedan entonces dos caminos; y sólo dos. O emplea la violencia contra los “infractores”, que en realidad son pura y simplemente “libertadores”, según lo que nos fuera explicado hace pocas horas por un destacado constitucionalista argentino; mas este es un camino que no tiene retorno y es de consecuencias imprevisibles, que además se confunde, mutatis mutandi, con ese gran cuco de todos los gobiernos progresistas: La odiosa Represión de los años '70, cuya similitud de situaciones con lo presente es patética ... para ellos. Había allí una emergencia nacional —bastante más tangible que el presente enemigo invisible, a través de una campaña explosivamente publicitaria emprendida por las organizaciones armadas terroristas—; se suspendieron algunas garantías constitucionales y se limitaron algunos derechos —no tantos como ahora e, inclusive, con el correcto dictado del Estado de Sitio por parte del Gobierno de Perón— para sostener, facilitar y permitir el uso de la fuerza represiva, la cual fue de una intensidad más o menos paralela pero de sentido contrario a la desplegada por los batallones marxistas. El aparato militar de las organizaciones terroristas fue desmontado, en efecto, pero prácticamente todos los oficiales participantes que aún conservaban la vida en los primeros años del siglo XXI, terminaron presos por haber empleado esa fuerza desplegada por el Estado, fuera de forma legítima o de cualquier otra forma; tanto por el gobierno peronista, con Perón mismo al frente (ninguno de cuyos colaboradores pasó ni una tarde en una comisaría por haber participado y, tal vez, urdido, la “guerra sucia”), o el gobierno de Videla, mal llamado militar. Después de todo y a diferencia de lo presente, fue una guerra y no una clase de ballet; pese a lo cual le fuimos opositores, no obstante nuestra juventud. Los mismos peronistas de las juventudes de aquel entonces, son ahora los gobernantes y funcionarios encargados de estrangular a la población argentina. Simplemente queríamos dejarlo asentado. El otro, el segundo camino que decimos, es intentar subirse a la cresta de la ola y comenzar a hacer lo mismo que los emprisionados: liberar zona tras zona o actividad por actividad, copiando más o menos el trazado del despliegue social y, de ser posible, adelantándosele en algo pero sin soltar nunca, de ningún modo, la correa atada al cuello de 44 millones de compatriotas.

Pero este camino, que por supuesto no tiene el costo político tan elevado del primero (si dejamos un momento de lado el tormento infligido cotidianamente a los más pobres e indefensos, que consumen o han consumido sus magros ahorros para sobrevivir como pueden), exhibe de todas formas su costado flaco, su trampa; como si dijésemos sus partes carnosas abandonadas al escrutinio sublunar. La liberación paulatina de nuevas actividades económicas deja al descubierto que el encarcelamiento domiciliario no habría tenido en ningún momento, ni en realidad, aquella declarada finalidad de salvaguarda sanitaria de la población ni, acaso, favorecer el sospechoso “aplanamiento” de una terrorífica cuanto imprevisible (y nunca vista) curva de crecimiento de la enfermedad, operación detestable en tanto reveló sin tapujos que el encierro de 44 millones de argentinos respondía, como única causa a la vista, a la inoperancia del Estado, gestionado por los partidos políticos y puesta en evidencia por una crisis que, al menos por estas latitudes, fue bastante modesta por no decir casi inexistente.

Queda así al descubierto que existe una verdadera incompatibilidad, una desproporción entre el aprisionamiento de la población y la protestada finalidad sanitaria; una desproporción de medio a fines que dejaría al descubierto al criminal aislamiento social como un mero ensayo revolucionario, maniobra táctica de ingeniería social, antes que una imposición de finalidad sanitaria, por descabellada que pareciese ser.

Existe, por supuesto, una alternativa intermedia, que no es la tercera en disputa sino una mera prolongación de la agonía presente, para tantear hasta dónde resiste el cuerpo social argentino; creemos firmemente que algo de eso se está urdiendo, máxime que se compadece muy bien con la táctica de imponer antipáticas demoras a la solución final o postergar su anuncio o no brindar ninguna noticia seria sobre le enfermedad, los datos diarios (salvo un boletín publicado por Ginés que es para salvar la ropa), o el anuncio de sorpresivas nuevas exigencias, visto que la finalidad no es otra que desmoralizar.

De modo que, en resumidas cuentas parece ser que, según lo visto y provisto hasta hoy mismo, lo único que se ha hecho en forma efectiva —no de palabra, que de éstas hay excedentes excrementales por todas partes— fue, “aplanar” la curva económica a millones de personas con el mero pretexto del bicho maldito, ubicuo e invisible; y desde luego, mantener suspendido sine die el culto católico, no obstante haberse empleado los templos para vacunaciones masivas que, como hemos dicho poco ha, han presentado tales condiciones de desorganización que son un rotundo mentís a su declarado fin sanitario, solo comparable al lamentable espectáculo de la gente mayor y ancianos haciendo larguísimas colas en la calle para cobrar sus jubilaciones en las puertas de los bancos, hace dos semanas; y por supuesto, situaciones de suyo más desordendas que cualquier celebración de la Santa Misa. Que sigue suspendida con la cobarde participación criminal —consciente o no, tal vez nunca lo sepamos— de aquellos a quienes Dios instituyó pastores, para regir y apacentar (mantener en paz...) las Iglesias particulares y confirmar a los fieles en la fe. Que ironía del Señor: hoy es el Buen Pastor. En síntesis: Ninguna de las acciones del Gobierno ni sus cómplices ha sido porporcionada ni al mal que se dijo querer conjurar; ni, tan siquiera en apariencia, era eficaz para tal fin. Queda en pie, en cambio, que el riesgo de contagio no ha sido, o acaso nunca fue, el criterio rector para este feroz ensañamiento estatal contra el colectivo nacional, cuya causa entonces habría que buscarla en otra parte. No hay nada que hacerle; ya lo hemos dicho tantas otras veces que hasta da verguenza repetirlo: el diablo comete sus fechorías y corre a esconderse, pero deja la cola afuera.

Que es como decir el tafanario al aire, faltaba más...

Feliz día del Señor. Hoy es la Fiesta del Buen Pastor en la Liturgia tradicional.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Profético lo suyo...
Dos días de changüí y despues adentro otra vez...
El puestero.