EL NOTICIARIO OFICIAL de la Santa Sede ha anunciado que, el próximo 13 de marzo, se dará a publicidad la Exhortación Apostólica relativa al último Sínodo de Obispos, que tratará sobre la Eucaristía y las modalidades actuales de su celebración.
Se espera que el Santo Padre reitere el carácter sacrificial de la Santa Misa y dicte algunas instrucciones que, aunque según parece y por desgracia no vendrían acompañadas de fuerza jurídica, serán tendientes a devolverle la dignidad al Sacrificio Perpetuo y a terminar, en la medida de lo posible, con los abusos, innovaciones y modificaciones en la Liturgia que se han venido produciendo ininterrumpida y crecientemente desde 1970.
Muchos obispos, poco interesados en la digna celebración de la Santa Misa, ven con temor el momento de esta publicación, que los dejará en situación de desobediencia ficta y a muchísimos prelados de todo el mundo, que han fomentado o tolerado las irregularidades litúrgicas desde la desafortunada reforma de 1969. Calificativo que se desprende de las recientes y muy pesimistas declaraciones de Mons. Malcolm Ranjith sobre los resultados prácticos de este significativo episodio histórico (ver entrada anterior), que de hecho ha alejado los fieles de las Iglesias. Desde estas páginas hemos insistido mucho acerca del carácter sagrado de la Liturgia, es decir, sobre su origen divino y culturalmente indisponible, circunstancia que la debería haber puesto fuera del alcance de algunas modificaciones tan innecesarias como profundas, como la de 1969; y más aún de aquellas otras que con clandestinidad manifiesta la han desnaturalizado y convertido en un descontrolado terreno de ingeniería religiosa.
La misma Iglesia, en su Catecismo Universal, § 1125, advierte que ni su Suprema autoridad, el Papa, tendría potestad suficiente para modificar aquello que es únicamente depósito divino y no derecho propio o propiedad originaria, y por consiguiente insusceptible del triple ius: ius utendi, ius fruendi et ius abutendi, sino únicamente de los dos primeros en cuanto depósito divino que es, y cuya eficacia satisfactiva ante el Padre está dada, principalmente, por habernos sido enseñada y entrega por Jesucristo, el Señor; y porque Él mismo sacrificaba así al Padre, Quien ha puesto en Él toda su complacencia por toda la eternidad.
La Liturgia, sin Cristo como Altar, Sacerdote Eterno y Víctima (y de consiguiente sin sacerdocio sacramental u ordenado, plenamente consciente de su primaria y esencial misión sacrificial), no es propiamente Liturgia, acto latréutico eficaz y santificador, sino mera obra humana insuficiente; acaso más o menos simpática, pero no por eso solo agradable a Dios ni eficaz ante Él por sí misma, como sí lo es aquella que Jesús nos ha dejado.
Sobre éstos y parecidos tópicos, militará el texto de la Exhortación Sacramentum Caritatis —tal el nombre elegido por Su Santidad— que, si mucho no nos equivocamos, tendrá en el mundo católico el mismo eco que la muy reciente instrucción del Dicasterio para el Culto Divino, sobre la traducción auténtica de la fórmula contenida en el texto típico para la Consagración de la Preciosísima Sangre de Jesús; o sea, ninguno.
Y también, pensamos, tendrá el efecto de despejar ciertas dudas acerca de la eventual publicación de un Motu Proprio del Papa reinante, que dejaría sin efecto las restricciones impuestas a la celebración de la Misa Tradicional por otro instrumento anterior, Ecclesia Dei afflicta, sancionado bajo el pretexto de darle mayor amplitud a los derechos dispuestos para siempre por la Bula Quo primum tempore de San Pio V.
La Liturgia Sagrada ha sido y es uno de los puntos de mayor, o el de mayor, diferenciación entre los sectores eclesiásticos en supuesta pugna: los tradicionalistas (o integristas) y los progresistas, al punto que los distanciamientos que han causado la defensa a ultranza de una y otra postura, parecen realmente insalvables al presente sin la directa intervención de la Santa Sede.
La preocupación de los Papas causada por los desastres antilitúrgicos de hogaño y que ha llevado a la Santa Sede al extremo de tener que pronunciarse en varias ocasiones sobre la validez de la Santa Misa nueva —admitiéndose así, implícitamente, que ésta se encuentra en crisis—, y manifestada en multitud de Cartas Apostólicas, Instrucciones, Exhortaciones, Encíclicas y una pléyade de documentos jamás aplicados con verdadero rigor jurídico ni convicción profunda, no ha sido de hecho compartida por la generalidad de los Episcopados nacionales, que consideran este sector de la Religión como de su exclusiva competencia, desde que ciertas liberales interpretaciones de algunos documentos del Concilio Vaticano II los animaran a proceder en tal sentido; aunque siempre, implícitamente, se aceptase al menos de forma, que la Santa Sede pueda declarar su primacía en este renglón, a condición de no intentar descender a las cuestiones particulares ni afectar las jurisdicciones locales.
Muchos sospechan que esta Exhortación, sumada al Motu Proprio que levantaría las ilícitas restricciones a la libre celebración de la Misa Tradicional y que sería de inmediata y directa aplicación a todas las diócesis del mundo, pondría fin a esta era actual, de vigor de este pernicioso statu quo permisivo, entre la Santa Sede y los Episcopados nacionales —creado a partir de las sucesivas abdicaciones de S. S. Paulo VI al derecho de corregir con energía y eficacia estos abusos—; en razón de todo lo cual se piensa, concluyendo, que Su Santidad Benedicto XVI, ha ingresado de manera extremadamente audaz a un terreno que, hasta hoy, se consideraba vedado a la inspección y rección directas e inmediatas de la Santa Sede, y peligroso e incierto para el Santo Padre.
Dios le dé fuerzas.
(Artículo corregido a las 1:15, del 7 de marzo de 2007, Fiesta Tradicional de Santo Tomás de Aquino)
Se espera que el Santo Padre reitere el carácter sacrificial de la Santa Misa y dicte algunas instrucciones que, aunque según parece y por desgracia no vendrían acompañadas de fuerza jurídica, serán tendientes a devolverle la dignidad al Sacrificio Perpetuo y a terminar, en la medida de lo posible, con los abusos, innovaciones y modificaciones en la Liturgia que se han venido produciendo ininterrumpida y crecientemente desde 1970.
Muchos obispos, poco interesados en la digna celebración de la Santa Misa, ven con temor el momento de esta publicación, que los dejará en situación de desobediencia ficta y a muchísimos prelados de todo el mundo, que han fomentado o tolerado las irregularidades litúrgicas desde la desafortunada reforma de 1969. Calificativo que se desprende de las recientes y muy pesimistas declaraciones de Mons. Malcolm Ranjith sobre los resultados prácticos de este significativo episodio histórico (ver entrada anterior), que de hecho ha alejado los fieles de las Iglesias. Desde estas páginas hemos insistido mucho acerca del carácter sagrado de la Liturgia, es decir, sobre su origen divino y culturalmente indisponible, circunstancia que la debería haber puesto fuera del alcance de algunas modificaciones tan innecesarias como profundas, como la de 1969; y más aún de aquellas otras que con clandestinidad manifiesta la han desnaturalizado y convertido en un descontrolado terreno de ingeniería religiosa.
La misma Iglesia, en su Catecismo Universal, § 1125, advierte que ni su Suprema autoridad, el Papa, tendría potestad suficiente para modificar aquello que es únicamente depósito divino y no derecho propio o propiedad originaria, y por consiguiente insusceptible del triple ius: ius utendi, ius fruendi et ius abutendi, sino únicamente de los dos primeros en cuanto depósito divino que es, y cuya eficacia satisfactiva ante el Padre está dada, principalmente, por habernos sido enseñada y entrega por Jesucristo, el Señor; y porque Él mismo sacrificaba así al Padre, Quien ha puesto en Él toda su complacencia por toda la eternidad.
La Liturgia, sin Cristo como Altar, Sacerdote Eterno y Víctima (y de consiguiente sin sacerdocio sacramental u ordenado, plenamente consciente de su primaria y esencial misión sacrificial), no es propiamente Liturgia, acto latréutico eficaz y santificador, sino mera obra humana insuficiente; acaso más o menos simpática, pero no por eso solo agradable a Dios ni eficaz ante Él por sí misma, como sí lo es aquella que Jesús nos ha dejado.
Sobre éstos y parecidos tópicos, militará el texto de la Exhortación Sacramentum Caritatis —tal el nombre elegido por Su Santidad— que, si mucho no nos equivocamos, tendrá en el mundo católico el mismo eco que la muy reciente instrucción del Dicasterio para el Culto Divino, sobre la traducción auténtica de la fórmula contenida en el texto típico para la Consagración de la Preciosísima Sangre de Jesús; o sea, ninguno.
Y también, pensamos, tendrá el efecto de despejar ciertas dudas acerca de la eventual publicación de un Motu Proprio del Papa reinante, que dejaría sin efecto las restricciones impuestas a la celebración de la Misa Tradicional por otro instrumento anterior, Ecclesia Dei afflicta, sancionado bajo el pretexto de darle mayor amplitud a los derechos dispuestos para siempre por la Bula Quo primum tempore de San Pio V.
La Liturgia Sagrada ha sido y es uno de los puntos de mayor, o el de mayor, diferenciación entre los sectores eclesiásticos en supuesta pugna: los tradicionalistas (o integristas) y los progresistas, al punto que los distanciamientos que han causado la defensa a ultranza de una y otra postura, parecen realmente insalvables al presente sin la directa intervención de la Santa Sede.
La preocupación de los Papas causada por los desastres antilitúrgicos de hogaño y que ha llevado a la Santa Sede al extremo de tener que pronunciarse en varias ocasiones sobre la validez de la Santa Misa nueva —admitiéndose así, implícitamente, que ésta se encuentra en crisis—, y manifestada en multitud de Cartas Apostólicas, Instrucciones, Exhortaciones, Encíclicas y una pléyade de documentos jamás aplicados con verdadero rigor jurídico ni convicción profunda, no ha sido de hecho compartida por la generalidad de los Episcopados nacionales, que consideran este sector de la Religión como de su exclusiva competencia, desde que ciertas liberales interpretaciones de algunos documentos del Concilio Vaticano II los animaran a proceder en tal sentido; aunque siempre, implícitamente, se aceptase al menos de forma, que la Santa Sede pueda declarar su primacía en este renglón, a condición de no intentar descender a las cuestiones particulares ni afectar las jurisdicciones locales.
Muchos sospechan que esta Exhortación, sumada al Motu Proprio que levantaría las ilícitas restricciones a la libre celebración de la Misa Tradicional y que sería de inmediata y directa aplicación a todas las diócesis del mundo, pondría fin a esta era actual, de vigor de este pernicioso statu quo permisivo, entre la Santa Sede y los Episcopados nacionales —creado a partir de las sucesivas abdicaciones de S. S. Paulo VI al derecho de corregir con energía y eficacia estos abusos—; en razón de todo lo cual se piensa, concluyendo, que Su Santidad Benedicto XVI, ha ingresado de manera extremadamente audaz a un terreno que, hasta hoy, se consideraba vedado a la inspección y rección directas e inmediatas de la Santa Sede, y peligroso e incierto para el Santo Padre.
Dios le dé fuerzas.
(Artículo corregido a las 1:15, del 7 de marzo de 2007, Fiesta Tradicional de Santo Tomás de Aquino)
1 comentario:
Esperemos que se libere el Misal lo antes Posible
Deo Gratias¡¡¡¡
el soldado romano
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