martes, 24 de marzo de 2020

Tropiezos

No vivimos días apacibles. Lo que otrora fueran días penitenciales voluntarios aconsejados por la Iglesia, han devenido en obligatorios y en la celda de cada cual. Se crea o no en los terroríficos términos en que nos dirigen sus nada inocentes mensajes la Organización Mundial de la Salud —órgano de la ONU para la difusión del abortismo y el feminismo— lo cierto es que el asunto este avanza lenta pero seguramente. Mas no en todas partes igual. Y esto es lo llamativo.

México comenzó con su cosecha de enfermos pocas semanas después que Italia. Con una población que supera los 120 millones de habitantes y casi 2 millones de kilómetros cuadrados, según las fuentes habitualmente desinformativas debería estar “ahorita mismo” cursando una etapa desastrosa de la enfermedad a la cola de la península mediterránea, como correspondería a un ajuste previsto a la disciplina universal instalada en estos últimos meses. Pero críticas más o menos a quien hasta hace pocas semanas era adulado por la prensa izquierdista por sus supuestas ideas de avanzada y reformistas, lo cierto es que a este momento, horas finales del día 24 de marzo, México cuenta 367 casos de infección y cuatro víctimas fatales.

Inversa proporción a la tremendas críticas que ha merecido el presidente López Obrador, quien se ha mantenido firme en su rechazo a las políticas mundiales de control poblacional terrorista y ha garantizado en general a su pueblo que seguirá así mientras se pueda y, después, se irá viendo. Es un desafío a la OMS, a la ONU y a todas las siglas que manifiestan al NOM. El hombre es un pragmático, como dicen ahora y tiene criterio propio para estas cosas. Siguiendo el caso del cuco que se utiliza para aterrar a todos los confines de la tierra, Italia, México debería contar pues una enorme cantidad de infectados y muertos. Pero no es así y los hechos parecen negarle la razón al sometimiento y la docilidad ideológica que imprime la tiranía de las organizaciones internacionales.

Un caso notable, tal como lo ha resaltado un medio local hace unas horas.

“Casualidá”, refunfuña el escéptico mirando de soslayo, salvo que prefiera, como han hecho muchos analistas, coleccionistas habituales de connotados fracasos, poner la legitimación de sus opiniones en el futuro, época para la cual, si no sucediese lo que predicen, el mundo habría olvidado sus sandeces y les autorizaría seguir dictando sus majaderías sin temor al ridículo.

Pero lo realmente llamativo es otra cosa.

Este señor, López Obrador, a quien nadie en su sano juicio llamaría “católico” ni nada que se le parezca, en una conferencia de prensa donde ha comunicado que México mantendría su criterio propio para enfrentar la peste, ha exhibido orgullosamente dos Detentes que, asegura, le han hecho llegar personas del pueblo y que él siempre lleva encima; tanto como para mostrarlos recién sacados de su billetera. Estos sacramentales están profundamente unidos a la tradición católica ibérica y por supuesto, mexicana, como nadie bien informado ignorará, pues eran públicamente llevados al pecho por los soldados cristeros en la epopeya de los años '20 del siglo pasado contra la Masonería o por los soldados carlistas en la Cruzada Española de 1936.

Es imposible no quedarse impresionado por este gesto del Presidente de México. Que haya llamado a estas pequeñas insignias “amuletos” y hasta que las haya comparado con otros objetos probablemente idolátricos —asigún afirman los cronistas, no siempre veraces—, no quita que el hombre invocara al Sagrado Corazón de Jesús como lo haríamos nosotros. No es irrelevante que México haya sido consagrado al Sagrado Corazón el día 11 de octubre de 1924 por los Obispos católicos de entonces, ni tampoco que posea el monumento al Sagrado Corazón más importante de América en el Cerro “El Cubilete”, santuario que fuera dinamitado por las tropas de Plutarco Elías Calles en 1928 y reconstruído a partir de 1944. La Consagración fue renovada dos veces más por los obispos, en 2006 y en 2013.

Será esto todo lo casual que se quiera, pero son hechos sólidos y verdaderos. Claro, para nosotros no son casualidades de ninguna forma, pero vaya uno a decírselo a quien tiene necesidad de saberlo y obligación de hacerlo, sin recibir miradas socarronas y pestíferas acusaciones.

Dos cosas más todavía.

Como no se nos ocurre, al menos por ahora, que los Obispos de la Argentina fueran capaces de hacer una cosa así, le proponemos al Presidente Alberto Fernández que lo haga él; garantizándole que, llevándolo a cabo con la suficiente seriedad y renunciado públicamente a sostener el crimen del aborto, la Argentina será preservada de los efectos pestíferos de esta infección y sobre todo de las consecuencias sociales y económicas de las desastrosas acciones que se están llevando a cabo. Quien no tenga fe, no hay razón para que se sienta agraviado por ello; quien la tenga, tendrá no solamente un consuelo necesario en esta hora, sino la seguridad del auxilio del Cielo del que tan precisados estamos.

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