Robert Brasillach era un joven escritor y periodista francés, que sufrió el infortunio de unir su talento literario a una causa grande; lo que se dice hoy en día, en sentido elogioso, un escritor comprometido. Le causaba repugnancia el mundo decadente que le tocó vivir —había nacido en marzo de 1909— y le hacía ascos al plácido escepticismo, verdadera acedia desalmada, que respiraba su Francia natal de la primera posguerra. Con serena amargura y desesperanza plagada de spleen, sus contemporáneos miraban pasar el horror vano de un tiempo sin grandeza, sin epopeya ni lucha, definitivamente entregados a la miseria de un mundo sin Cielo.
El cine lo entusiasmó y a los 26 años, en colaboración con su amigo y cuñado Maurice Bardèche, escribió una obrita crítica que todavía se lee con interés y prueba el acierto con que juzgó el futuro del arte en ciernes. No habiéndole aprovechado el don teologal de la fe —vaya uno a saber por qué— la Cruzada española lo entusiasmó, al menos, por su quijotesca y señorial parada, y con su amigo Henri Massis, escribió “Los cadetes del Alcázar”, impresionado homenaje a la gesta encabezada por Moscardó, que su sentido épico compara con Troya, la Batalla de Viena o el cerro de Massadá. Y acierta de nuevo, por que aunque hoy se continue discutiendo si el Alcázar de Toledo fue un error táctico o no, nadie discute que fue un acierto simbólico, que es el terreno más firme donde se gana una guerra. Ya sabría, más adelante, qué funesto presagio era para él esta rancia verdad que mostraba sin pudor.
Su entrega al combate contra todo lo que consideraba los males del mundo, desde los balcones de la Action Française, fue total e inteligente, aunque no lo fuera demasiado la heterogénea selección resultante: la socialdemocracia, el protestantismo, los trusts económicos, el comunismo, la masonería, el judaísmo, la democracia, la Iglesia católica ...
Su patriotismo innato lo llamó a las armas en 1940, y marchó al frente; la derrota lo humilló como a todo buen francés, y sufrió prisión de guerra; pero igual que todo buen francés, comprendió que buena parte del desastre, sino todo, era debido a las malas artes de comunistas, liberales, socialistas y mercachifles irresponsables que asumieron el poder político de Francia en 1936 y provocaron un estéril (o acaso interesado) enfrentamiento con Alemania, en inferioridad tal de condiciones que llevaron a su pais al humillante final; que ni siquiera el apresurado reemplazo de los criminales políticos por el héroe retirado, Philippe Petain, pudo impedir.
Su vuelco hacia la cooperación con Alemania, a partir de este instante, es total; comprende que el nuevo orden que ofrece el triunfo germano a una Europa desmoralizada y derrotada de antemano por su propia inopia, podría ser el comienzo de un resurgimiento continental que desplace los poderes que él detesta. Y escribe; escribe sobre todo y para todos, como queriendo recuperar el tiempo que los gobiernos malos y la guerra han hecho perder a Europa y a Francia. Por su parte, ha dejado casi completamente atrás el catolicismo “cultural” de su maestro, el monárquico Maurras, y ha ido acercándose a un neopaganismo culto. Pero no pensamos que abandonara del todo el catolicisimo; o tal vez, solamente lo deseamos.
Y llega la Libération, es decir, la segunda derrota de Francia en menos de cuatro años y medio; pero esta vez, a manos de los Aliados.
Algunos redactores de su revista son aprisionados y asesinados por la horda de la Libertad y la Democracia; él podría salvarse, pero el Gobierno de Francia liberada toma en rehén a su madre y a su hermana, y no duda en entregarse para salvarlas.
Después de unas horas de parodia judicial, en la cual participan como cómplices futuros personajones del régimen, es condenado a muerte, por el delito de ... escribir.
Robert Brasillach es el único escritor condenado a muerte, por ser escritor. En su juicio, es brillantemente defendido por el genial abogado Isorni —todo un carácter: había defendido comunistas durante Vichy y defenderá colaboracionistas durante De Gaulle, incluído el propio Mariscal Petain; cuando le preguntaban de qué lado estaba, sostenía que del lado de los detenidos ...
La acusación es de traición y entendimiento con el enemigo, dos “delitos” que, después de la derrota y consiguiente rendición, no tienen sentido ni explicación por que son sencillamente imposibles de cometer. Pero la asombrosa parodia, ni siquiera precedida de una modesta instrucción, requiere un final rápido y violento, que impresione los ánimos antes que los intelectos; después de todo, si Francia ya tenía tan buenos gobernantes como De Gaulle y la Resistencia marxista ¿para qué necesitaba intelectuales? Cuando los mejores escritores de Europa piden al general presidente la gracia de la vida del joven periodista, que después de todo no mató a nadie y hasta se expuso en el campo de batalla, algo que el soberbio espantajo que ahora rige los destinos de Francia no podía decir de sí mismo, se les responde que no es posible acceder, por que la muerte de Brasillach es un símbolo y un escarmiento a la “responsabilidad de los intelectuales”. Simone de Beauvoir, que sigue de cerca el juicio a Brasillach, considera que es “un juzgamiento simbólico, no judicial”.
Como si los intelectuales de antes de la guerra, los que la estimularon criminalmente, no tuvieran nada que ver, y toda la culpa debiera recaer en los que, derrotados, se conformaron con su suerte como justamente merecida y trataron de virarla a mejor. Parecería que hasta la palabra hipocresía sabe a poco.
Entre la condena y el asesinato, escribe un cantico a la alegría de morir bien: “No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el «mal gusto», céntrate en la «broma». Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.
Y en la madrugada de un 6 de febrero, rodeado de todas las solemnidades con que los franceses suelen aparejar sus más escandalosos crímenes, es fusilado en una fortaleza militar.
Brasillach no fue asesinado para castigo de sus supuestos delitos, sino por que era una permanente acusación viva, lanzada al rostro culpable de alguno de los enemigos que tanto combatió; su sangre era, pues, el símbolo de un triunfo que las armas no habían querido ofrecer a esta nación que ya no confiaba sus victorias a Dios, sino a sus caballos de guerra, sus armas y sus soldados, que en seis semanas habían desaparecido bajo la “sorpresa divina” de la guerra relámpago alemana. ¡La terrible Alemania, azote de Dios, victoriosa sobre Francia otra vez ... ! Ciertamente azote de Dios fue para una Francia decadente, irresponsable, ensoberbecida y masónica; e ignorante de que Dios, teniendo como buen Padre el azote en una mano, corre con la otra para abrazar al hijo que le pide perdón, arrojando el látigo lejos de Sí.
La rabia es más homicida que todas las demás pasiones juntas. De hecho, muchos escritores contemporáneos hicieron lo mismo que él, como el laureado Maurice Blanchot, aunque probablemente con algo más de cálculo y menos, mucho menos de la inocencia infantil con que el autor de “Cartas en prisión” y “Poemas de Fresnes” perfumaba todas sus cosas.
La rabia ... y el trauma de que la democracia liberal haya sido la causa de la peor humillación de la historia de Francia, de la derrota y la ocupación, y del síndrome “Vichy”, que enlodarán los siguientes 60 años de historia, sumándose a una desgracia nacional que se reavivará en cada uno de los enfrentamientos internos para constituirse, a partir de entonces, en una suerte de jugo vital pero veneoso de la vida nacional francesa.
Así que, por ser el símbolo de una justa derrota y de un posible renacimiento que no fue, o no quiso ser, Brasillach se convirtió en el único escritor de mala muerte que existe.
El cine lo entusiasmó y a los 26 años, en colaboración con su amigo y cuñado Maurice Bardèche, escribió una obrita crítica que todavía se lee con interés y prueba el acierto con que juzgó el futuro del arte en ciernes. No habiéndole aprovechado el don teologal de la fe —vaya uno a saber por qué— la Cruzada española lo entusiasmó, al menos, por su quijotesca y señorial parada, y con su amigo Henri Massis, escribió “Los cadetes del Alcázar”, impresionado homenaje a la gesta encabezada por Moscardó, que su sentido épico compara con Troya, la Batalla de Viena o el cerro de Massadá. Y acierta de nuevo, por que aunque hoy se continue discutiendo si el Alcázar de Toledo fue un error táctico o no, nadie discute que fue un acierto simbólico, que es el terreno más firme donde se gana una guerra. Ya sabría, más adelante, qué funesto presagio era para él esta rancia verdad que mostraba sin pudor.
Su entrega al combate contra todo lo que consideraba los males del mundo, desde los balcones de la Action Française, fue total e inteligente, aunque no lo fuera demasiado la heterogénea selección resultante: la socialdemocracia, el protestantismo, los trusts económicos, el comunismo, la masonería, el judaísmo, la democracia, la Iglesia católica ...
Su patriotismo innato lo llamó a las armas en 1940, y marchó al frente; la derrota lo humilló como a todo buen francés, y sufrió prisión de guerra; pero igual que todo buen francés, comprendió que buena parte del desastre, sino todo, era debido a las malas artes de comunistas, liberales, socialistas y mercachifles irresponsables que asumieron el poder político de Francia en 1936 y provocaron un estéril (o acaso interesado) enfrentamiento con Alemania, en inferioridad tal de condiciones que llevaron a su pais al humillante final; que ni siquiera el apresurado reemplazo de los criminales políticos por el héroe retirado, Philippe Petain, pudo impedir.
Su vuelco hacia la cooperación con Alemania, a partir de este instante, es total; comprende que el nuevo orden que ofrece el triunfo germano a una Europa desmoralizada y derrotada de antemano por su propia inopia, podría ser el comienzo de un resurgimiento continental que desplace los poderes que él detesta. Y escribe; escribe sobre todo y para todos, como queriendo recuperar el tiempo que los gobiernos malos y la guerra han hecho perder a Europa y a Francia. Por su parte, ha dejado casi completamente atrás el catolicismo “cultural” de su maestro, el monárquico Maurras, y ha ido acercándose a un neopaganismo culto. Pero no pensamos que abandonara del todo el catolicisimo; o tal vez, solamente lo deseamos.
Y llega la Libération, es decir, la segunda derrota de Francia en menos de cuatro años y medio; pero esta vez, a manos de los Aliados.
Algunos redactores de su revista son aprisionados y asesinados por la horda de la Libertad y la Democracia; él podría salvarse, pero el Gobierno de Francia liberada toma en rehén a su madre y a su hermana, y no duda en entregarse para salvarlas.
Después de unas horas de parodia judicial, en la cual participan como cómplices futuros personajones del régimen, es condenado a muerte, por el delito de ... escribir.
Robert Brasillach es el único escritor condenado a muerte, por ser escritor. En su juicio, es brillantemente defendido por el genial abogado Isorni —todo un carácter: había defendido comunistas durante Vichy y defenderá colaboracionistas durante De Gaulle, incluído el propio Mariscal Petain; cuando le preguntaban de qué lado estaba, sostenía que del lado de los detenidos ...
La acusación es de traición y entendimiento con el enemigo, dos “delitos” que, después de la derrota y consiguiente rendición, no tienen sentido ni explicación por que son sencillamente imposibles de cometer. Pero la asombrosa parodia, ni siquiera precedida de una modesta instrucción, requiere un final rápido y violento, que impresione los ánimos antes que los intelectos; después de todo, si Francia ya tenía tan buenos gobernantes como De Gaulle y la Resistencia marxista ¿para qué necesitaba intelectuales? Cuando los mejores escritores de Europa piden al general presidente la gracia de la vida del joven periodista, que después de todo no mató a nadie y hasta se expuso en el campo de batalla, algo que el soberbio espantajo que ahora rige los destinos de Francia no podía decir de sí mismo, se les responde que no es posible acceder, por que la muerte de Brasillach es un símbolo y un escarmiento a la “responsabilidad de los intelectuales”. Simone de Beauvoir, que sigue de cerca el juicio a Brasillach, considera que es “un juzgamiento simbólico, no judicial”.
Como si los intelectuales de antes de la guerra, los que la estimularon criminalmente, no tuvieran nada que ver, y toda la culpa debiera recaer en los que, derrotados, se conformaron con su suerte como justamente merecida y trataron de virarla a mejor. Parecería que hasta la palabra hipocresía sabe a poco.
Entre la condena y el asesinato, escribe un cantico a la alegría de morir bien: “No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el «mal gusto», céntrate en la «broma». Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.
Y en la madrugada de un 6 de febrero, rodeado de todas las solemnidades con que los franceses suelen aparejar sus más escandalosos crímenes, es fusilado en una fortaleza militar.
Brasillach no fue asesinado para castigo de sus supuestos delitos, sino por que era una permanente acusación viva, lanzada al rostro culpable de alguno de los enemigos que tanto combatió; su sangre era, pues, el símbolo de un triunfo que las armas no habían querido ofrecer a esta nación que ya no confiaba sus victorias a Dios, sino a sus caballos de guerra, sus armas y sus soldados, que en seis semanas habían desaparecido bajo la “sorpresa divina” de la guerra relámpago alemana. ¡La terrible Alemania, azote de Dios, victoriosa sobre Francia otra vez ... ! Ciertamente azote de Dios fue para una Francia decadente, irresponsable, ensoberbecida y masónica; e ignorante de que Dios, teniendo como buen Padre el azote en una mano, corre con la otra para abrazar al hijo que le pide perdón, arrojando el látigo lejos de Sí.
La rabia es más homicida que todas las demás pasiones juntas. De hecho, muchos escritores contemporáneos hicieron lo mismo que él, como el laureado Maurice Blanchot, aunque probablemente con algo más de cálculo y menos, mucho menos de la inocencia infantil con que el autor de “Cartas en prisión” y “Poemas de Fresnes” perfumaba todas sus cosas.
La rabia ... y el trauma de que la democracia liberal haya sido la causa de la peor humillación de la historia de Francia, de la derrota y la ocupación, y del síndrome “Vichy”, que enlodarán los siguientes 60 años de historia, sumándose a una desgracia nacional que se reavivará en cada uno de los enfrentamientos internos para constituirse, a partir de entonces, en una suerte de jugo vital pero veneoso de la vida nacional francesa.
Así que, por ser el símbolo de una justa derrota y de un posible renacimiento que no fue, o no quiso ser, Brasillach se convirtió en el único escritor de mala muerte que existe.
3 comentarios:
Excelente nota. Personalmente Brasillach no me dice nada, pero sí es un ejemplo evidentísimo de la hipocresía de las izquierdas. Las mismas izquierdas que funcionaron como "quinta columna" de la invasión alemana (gracias al Pacto Molotov-Ribbentrop) y recién se pasaron a la résistance tras la invasión alemana de la U.R.S.S. Las mismas izquierdas que salieron despavoridas ante el avance alemás sobre París y entregaron el gobierno de forma totalmente irresponsable a un anciano héroe de la Gran Guerra. Las mismas izquierdas de donde procedieron muchos de los más inhumanos colaboradores nazis (de Laval para abajo) y que terminaron haciéndose con Vichy dejando a Pétain como mero observador de los acontecimientos.
Pero bueno, ya sabemos que hablar de los 100 millones de muertos del comunismo no es políticamente correcto.
Estimado Ludovico: Pucha, que tema tocaste!!. A mí me resulta difícil tomar una posición clara en esa etapa confusa de Francia. He visto de todo.
Mis suegros por ejemplo, casados a principios de los años 60, tuvieron que sortear cierta oposición de ambas familias porque la de él era “resistente” y la de ella “Petainista”. El tío de mi suegro murió fusilado por los alemanes cuando traba de pasar niños judíos a España (vivían en Bayonne). Mi suegro recuerda cómo sorteaban inspecciones de alemanes ya que sospechaban de estar escondiendo judíos (los tenía alojados su abuela en su cama, haciéndolos pasar por sus propios hijos, enfermos). Otro tío de mi suegra, a los 18 años, peleó en el ejército alemán en el frente ruso (vive todavía y en Argentina, aunque no quiere hablar mucho del tema, y tuvo que vivir más de 20 años fuera de Francia por estar buscado allí, con sus bienes expropiados).
De modo que en lo mi suegra cuelgan hoy retratos de Petain, y en lo de mi suegro, de De Gaulle.
Creo que es acertado decir que hasta el 44, el 90% de los franceses era Petainista. Después de dieron vuelta como panqueques y todo el mundo se hizo resistente. También creo que el partido comunista capitalizó una leyenda de resistente (cuando en realidad eran los menos numerosos), y la aprovechó para armar la vergonzosa “depuración” posterior a la guerra (todavía hoy no se sabe la cantidad de gente fusilada/asesinada por un “tribunal del pueblo” comunista, casi casi una nueva Vendee, salvando las distancias). De Gaulle apañó estos asesinatos.
De todo este horror, mi suegro, por ejemplo, no le perdona al viejo Mariscal haber firmado las órdenes de deportación de judíos franceses (y no franceses también, y se entiende su indignación). No hay excusas que valgan. Que su edad, que era para evitar males mayores, etc. Hay cosas por las que vale la pena morir. Sobre todo si uno es Mariscal de Francia.
En la familia de mi suegra, por otro lado, no perdonan la “depuración” (que sufrieron en carne propia), y los ideales traídos por bayonetas extranjeras a Francia de la mano de De Gaulle.
Cuando me toca terciar en estos debates, siempre digo que ambos tienen un poco de razón, ya que los Petainistas (a mi modesto entender) se equivocaron fiero con su “colaboración” con un régimen satánico (y el paganismo de este autor que citás parece confirmarlo), y los Gaullistas, se equivocaron fiero con los aliados que tuvieron y sus componendas “democráticas”.
En resumen: no puedo estar con Petain. A mi juicio se equivocó. Quizo salvar a Francia, un poco pomposamente (los cabildeos en Bayone, en el 40, fueron patéticos). Quizás Raymond Aron tenía razón cuando dijo que Francia no era un pueblo para llevar sus altares a ultramar. Pero aún a riesgo de querer quedarse en su casa, la actitud de Francia fue profundamente cobarde de tres maneras: 1) un armisticio indigno; 2) Una actitud de posguerra más indigno aún (Al final de la guerra Polonia tenía muchos más hombres en armas que Francia), y 3) Una colaboración indigna con un ocupante satánico, que sólo puede excusarse por cierta ignorancia. Ignorancia que no puede argumentar quien tenía la responsabilidad política, como Petain (y si era viejo, que se haga cargo de haber aceptado –más aún: buscado- un puesto para el que era incapaz).
En fin, estimado Ludovico, perdón por estas pobres reflexiones. Quizás puedas iluminarme más acerca de este tema.
Saludos cordiales
Apreciado Muret:
Le cotestaré con un artículo separado.
Cordiales saludos en Xto. N. Señor y María Ssma.
L. b-C.
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