martes, 20 de febrero de 2007

Inquietante ecumenismo

EMOS insistido mucho en que, lo que en la Iglesia se llama ahora obscuramente “ecumenismo”, es sencillamente una formal abdicación del deber de ir y enseñar impuesto por el Divino Fundador a todos sus discípulos, los de todos los tiempos, y aunque fueran cardenales, y que ha merecido más de una vez el anatema apostólico.
La falta de identidad católica que, dijimos ayer, sería una de las principales causas de la falta de conversiones al catolicismo y, también, causa o concausa, al menos, del abandono de la Religión, es el principal efecto del relativismo religioso propiciado desde altas autoridades vaticanas y muchos obispos del mundo entero, contra las cuales el Santo Padre Benedicto XVI está empeñando su lucha y su magisterio. Dios, Nuestro Señor, lo guarde y le de fuerzas, por que no será fácil desarraigar toda esta maldad, sin correr el peligro de herir la buena cosecha.
Se nos ha pretenido refutar indicándonos que dicho relativismo, y su consecuencia, la falta de sentido misional de todos y en todos los actos de la Iglesia, no eran lo que había propiciado oficialmente la Iglesia Católica. Fuera de la exposición de textos magnos absolutamente adversos a esta tesis de nuestros impugnadores, quedan en el camino innumerables declaraciones que confirman esta apostasía instalada al lado mismo del Trono de Pedro.
El cardenal Kasper, un alemán presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, acaba de decir, con total diafanidad (o con perfecta desfachatez), que el Ecumenismo no es propiamente un llamado a todos los errados a la conversión a la Fe de la Iglesia verdadera, no es evangelización, no es Misión; sino una ... este ... una especie de ... ehhh, digamos como ...
Oigámoslo directamente a él (es un decir, no sujetaríamos nunca a nuestros amables lectores a una tortura semejante):
Al profundizar sobre el diálogo ecuménico, el Purpurado subrayó que éste “no tiene como objetivo primario el de inducir a los otros a convertirse a nuestra Iglesia, sino la conversión de todos a Cristo” y, por eso, “se ha dado el paso de la polémica al diálogo”.
Al insistir en la necesidad de que los cristianos testimonien la unidad y la reconciliación, el representante vaticano dijo que esta última “no elimina la alteridad del otro, no la absorbe ni la aspira, haciéndola desaparecer” 1. La unión de católicos, ortodoxos y protestantes, añadió, se hace necesaria ante el “vacío espiritual actual” fruto de una “civilización técnica, funcional y economicista”.
Todo lo cual nos sugiere algunos comentarios:
1) Nadie, seriamente hablando, puede creer o tiene alguna razón para creer, que exista o pueda haber alguna vez, algún estrato o espacio, institucional o místico, que viniese a ser supracatólico, supraprotestante o supraortodoxo, en el cual existan o puedieran existir coincidencias de cualquier tipo, posible de ser cursadas desde las actuales formas institucionales religiosas, y que no se den ordinariamente dentro de ellas, de las confesiones religiosas “tradicionales”, y que por lo tanto sea legítimo buscarlas prescindiendo de lo que es propio; el que creyese semejante cosa, simplemente sería un hipócrita al permancer en su “confesión” y carecería de autoridad para hablar a nombre de ella.
2) Tampoco lo hay por debajo de los espacios institucionales (si se me licencia para hablar como los progresistas ...), como lo han probado casi 50 años de “ecumenismo” postconciliar sin resultado práctico ninguno; y no “ecumenismo” estilo Pio XI en Mortalium animos, que siempre tuvo algún resultado, y lo sigue teniendo.
3) La declaración “Dominus Iesus” es terminante al diferenciar el estatuto que goza cada grupo de confesiones cristianas separadas de Roma. Mientras las Iglesias Orientales merecen el nombre de tales, a causa de la sucesión apostólica ininterrumpida que las encabeza y la vida sacramental que las nutre en la Gracia, las “denominaciones” surgidas de la Protesta de Lutero, son meras congregaciones religiosas sin ningún sentido eclesial propiamente dicho y jurídicamente hablando, no integran el Cuerpo Místico de Cristo.
4) De la exposición cardenalicia se desprende que, hoy, una conversión en regla, no sería para el neófito una adquisición plena de la filiación divina, una inserción en la vida de la Gracia o, por sobre todas las cosas, una agregación real y eficiente al Cuerpo Místico de Cristo, (el mismísimo que entrará al Cielo, a gozar y participar plenamente de la Vida Trinitaria, por Él, con Él y en Él); sino en todo caso un ramplón procedimiento humano, naturalísimo en márketine político o comercial, ora equivalente a absorver, ora a suprimir o hacer desaparecer la “alteridad” del otro ...
Desde luego que, con estas reglas tan poco “evangélicas”, es imposible salir a convencer a nadie de convertirse a Cristo y a su Iglesia, ni de abandonar el error, aún a expensas del martirio.
¿Por qué no hay conversiones ... ?
Pues por que algunos miembros de la Jerarquía, ya no creen que deban fomentarlas ni, consiguientemente, apoyar las Misiones. Y esto sucede por que no creen que exista un sólo camino de salvación; o sea, no creen en Cristo y en Su Iglesia.
¿Se desean sinceramente más conversiones? Comiéncese por tener un verdadero espíritu misionero, consistente en creer, hasta dar la vida por ello, que Cristo es el Salvador y la Iglesia el Camino preparado por Él, lo demás es añadidura y trabajo duro: Santo Tomás recuerda, al comentar el Evangelio de San Juan, que cuando Cristo dice “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, la mención del Camino hace referencia a su humanidad, en cambio que la Verdad y la Vida, se refieren a Él como término o Fin, o sea como Dios. Como hombre, Cristo funda y tiene un Cuerpo Místico, la Iglesia, que encabeza como Dios y cuya alma es el Espíritu Santo, y es así que Él es el Camino abierto, la ventana al Cielo, el único que llega hasta Dios, por que es Dios Él mismo. Luego, la Iglesia es el único camino al Cielo revelado por Dios.

Lo que exigiría, por de pronto, la remoción del mencionado cardenal y la sujeción del Consejo que preside al Dicasterio Propaganda Fide.
Después, vemos.


1: Es decir, que todas la religiones serían iguales, pues el diálogo tiene por fin una unidad supracatólica, “cristiana”, que no casa para nada con la noción (tradicional) de Iglesia católica como única verdadera, como única dentro de la cual hay Salvación verdadera ¿Se podrá pedir mayor prueba de relativismo, y de promoción del indiferentismo religioso, que la afirmación del cardenal? Y en todo caso, y si “la mayor” es verdadera: ¿Con qué autoridad se estaría realizando este diálogo, cuando el mandato del Fundador fue: “Id y enseñad” y no “Id y charlad”, sino una cuestión personal de algunos cardenales, y hasta Papas, que desgasta la Iglesia? Volver


2 comentarios:

Tito... dijo...

No sé si la remoción, pero un llamado al orden no vendría mal.
Saludos

Soldado Romano dijo...

EL Ecumenismo es el Demonio vestido con ropa Bonita.

es lo peor que le puede suceder a la Iglesia.

no se puede estar bien con Dios y con El Demonio.

se despide

EL Soldado Romano

http://elsoldadoromano.blogspot.com/