¡Ay de nosotros, que siempre creímos que la Iglesia era indefectible, Santa e irreprochable, como la túnica inconsútil de Nuestro Señor realizada hilo a hilo por su Santísima Madre, y tuvimos que oir a un Papa pidiendo perdón por los pecados de la Iglesia! ¿Cómo fue posible?
Pues no, parece que el asunto no fué así, ni mucho menos. Poco tiempo atrás, Sandro Magister copió en una de sus interesantes entradas, unas esclarecedoras palabras sobre la costumbre de emitir genéricos pedidos de perdón, pronunciadas por S. S. Benedicto XVI a propósito de cualquier otra cosa, pero aplicables, por su evidente sentido paralelo, para estas otras cuestiones modernas tan disputadas. O no tan disputadas como mancilladas ¡qué embromar!
Pocos centímetros atrás, dimos cuenta de la pervesa engañifa que ha sido durante años el mito, de origen comunista, de la fantasiosa relación con el nazismo del santo Papa Pío XII.
También merecen un lugar en la galería de mitos anticatólicos, sección de los pecados de la Iglesia, la Conquista de América, tal vez el más cacareado de estos supuestos fallos; la Inquisición, la “situación” de las mujeres, y cualquier otra cosa que se ponga a tiro se preste al macaneo libre e irrestricto. Repetimos lo que dijéramos el otro día y, según la fuente respectiva, fuera oído de boca del gran Yuri Andropov, director de la KGB y sapientísimo político moderno: Se cree lo malo más fácilmente que lo bueno.
Es cierto que este mundito canalla no hace poco honor a la Iglesia al exigirle, como prueba de su santidad, ser testimonio vivo de su propia doctrina en el decurso de la Historia. Por que confrontar a la Iglesia con su propia dogmática, es declararla y aceptarla universalmente como verdadera dando la regla por buena; y es afirmar por concomitancia pero sin rodeos, que la Iglesia es santa, pues es quien sostiene y predica la Verdad. Verdad también, que no es nada nuevo para los católicos; pero sí para sus enemigos.
Y que presenta una paradoja digna de Nuestro Señor, que nos arroja primero como sal del mundo, para que después seamos pisoteados ... por nuestras faltas.
Ahora que ¡dejar que suceda al revés, es ir demasiado lejos!
El Papa ha dicho (aquí la fuente)
De consuno con una nueva (y esta vez pujante) crítica vaticana contra el “espíritu de Asis” (noticia Agencia Fides), el caso de la identidad e invariabilidad de la fe se presenta así al fiel, mucho más diáfano que hace algunos años, cuando por la devaluación y depresión permanente e indetenible de todo lo Sagrado, lo decente, lo honrado y lo verdadero, era arrastrada por las calles atada al carro triunfal de relativismo; por cierto, nada relativo a la hora de festejar su fementida victoria. No resistimos la tentación de copiar los párrafos determinantes del interesante artículo del Dicasterio Romano de Propagación de la Fe:
La Irracionalidad es el signo más característico de estos tiempos marcadamente mitológicos, o supersticiosos (es más o menos lo mismo), que parecen sufrir devociones por la precisión, odiando la exactitud.
Imposible ser más claro al respecto.
Pues no, parece que el asunto no fué así, ni mucho menos. Poco tiempo atrás, Sandro Magister copió en una de sus interesantes entradas, unas esclarecedoras palabras sobre la costumbre de emitir genéricos pedidos de perdón, pronunciadas por S. S. Benedicto XVI a propósito de cualquier otra cosa, pero aplicables, por su evidente sentido paralelo, para estas otras cuestiones modernas tan disputadas. O no tan disputadas como mancilladas ¡qué embromar!
Pocos centímetros atrás, dimos cuenta de la pervesa engañifa que ha sido durante años el mito, de origen comunista, de la fantasiosa relación con el nazismo del santo Papa Pío XII.
También merecen un lugar en la galería de mitos anticatólicos, sección de los pecados de la Iglesia, la Conquista de América, tal vez el más cacareado de estos supuestos fallos; la Inquisición, la “situación” de las mujeres, y cualquier otra cosa que se ponga a tiro se preste al macaneo libre e irrestricto. Repetimos lo que dijéramos el otro día y, según la fuente respectiva, fuera oído de boca del gran Yuri Andropov, director de la KGB y sapientísimo político moderno: Se cree lo malo más fácilmente que lo bueno.
Es cierto que este mundito canalla no hace poco honor a la Iglesia al exigirle, como prueba de su santidad, ser testimonio vivo de su propia doctrina en el decurso de la Historia. Por que confrontar a la Iglesia con su propia dogmática, es declararla y aceptarla universalmente como verdadera dando la regla por buena; y es afirmar por concomitancia pero sin rodeos, que la Iglesia es santa, pues es quien sostiene y predica la Verdad. Verdad también, que no es nada nuevo para los católicos; pero sí para sus enemigos.
Y que presenta una paradoja digna de Nuestro Señor, que nos arroja primero como sal del mundo, para que después seamos pisoteados ... por nuestras faltas.
Ahora que ¡dejar que suceda al revés, es ir demasiado lejos!
El Papa ha dicho (aquí la fuente)
«El Papa Juan Pablo II, con ocasión del gran jubileo, exhortó muchas veces a los cristianos a hacer penitencia por las infidelidades del pasado. Creemos que la Iglesia es santa, pero en ella hay hombres pecadores. Es preciso rechazar el deseo de identificarse solamente con quienes no tienen pecado. ¿Cómo habría podido la Iglesia excluir de sus filas a los pecadores? Precisamente por su salvación Cristo se encarnó, murió y resucitó. Por tanto, debemos aprender a vivir con sinceridad la penitencia cristiana. Practicándola, confesamos los pecados individuales en unión con los demás, ante ellos y ante Dios. Sin embargo, conviene huir de la pretensión de erigirse con arrogancia en juez de las generaciones precedentes, que vivieron en otros tiempos y en otras circunstancias. Hace falta sinceridad humilde para reconocer los pecados del pasado y, sin embargo, no aceptar fáciles acusaciones sin pruebas reales o ignorando las diferentes maneras de pensar de entonces. Además, la 'confessio peccati', para usar una expresión de san Agustín, siempre debe ir acompañada por la 'confessio laudis', por la confesión de la alabanza. Al pedir perdón por el mal cometido en el pasado, debemos recordar también el bien realizado con la ayuda de la gracia divina que, aun llevada en recipientes de barro, ha dado frutos a menudo excelentes».
De consuno con una nueva (y esta vez pujante) crítica vaticana contra el “espíritu de Asis” (noticia Agencia Fides), el caso de la identidad e invariabilidad de la fe se presenta así al fiel, mucho más diáfano que hace algunos años, cuando por la devaluación y depresión permanente e indetenible de todo lo Sagrado, lo decente, lo honrado y lo verdadero, era arrastrada por las calles atada al carro triunfal de relativismo; por cierto, nada relativo a la hora de festejar su fementida victoria. No resistimos la tentación de copiar los párrafos determinantes del interesante artículo del Dicasterio Romano de Propagación de la Fe:
«Si el “espíritu de Asís” —del que con frecuencia se habla en los ambientes amantes del diálogo más que del nombre de Jesús— no se alimentara del Espíritu Santo, no tendría ningún sentido. El Espíritu Santo sopla por un lado para formar la Iglesia, Cuerpo de Cristo, por otro para que todos los hombres, religiosos y no religiosos, lleguen libremente a descubrir que están “ordenados” a Jesucristo en la Iglesia, como ha dicho el Concilio en la Lumen Gentium 2, 16 y el Papa Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam Suam. Se necesita por tanto, que también el “espíritu de Asís” se confronte con dicha verdad y se deje verificar y eventualmente modificar y purificar, para que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr 1 Tms 2,4) que buscan y que está encerrada en el nombre de Jesús.»Y sin duda, estos son los primeros resultados de la personal campaña de Su Santidad contra el relativismo religioso y filosófico, de la que ha dado personal y corajuda prueba en sus discursos de Ratisbona pocos meses atrás, al situar al Islam en su lugar propio de herejía cristiana, después de enseñar además y nada casualmente en el mismo sitio, que el evolucionismo es, sencillamente, irracional.
La Irracionalidad es el signo más característico de estos tiempos marcadamente mitológicos, o supersticiosos (es más o menos lo mismo), que parecen sufrir devociones por la precisión, odiando la exactitud.
Imposible ser más claro al respecto.
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