martes, 9 de junio de 2009

Brevísimo relato del estado de situación de la Iglesia

or medio de una nota firmada por su Secretario, monseñor Camile Perl, la comisión Ecclesia Dei ha indicado que el Rito Ambrosiano de Milán, está amparado por la disposición de la constitución apotólica en forma de motu proprio “Summorum Pontificum”. Es particularmente sugestiva la redacción del documento, por que hace empleo de una doctrina muy razonable y sensata, tanto como dejada de lado por una multiplicidad de obispos a lo largo y ancho de todo el planeta. Dícese allí que si se ha liberado el uso del rito romano, considerado el más elevado en dignidad entre todos lo de Occidente, la regla vale con más razón para los restantes ritos latinos; deducción que se sigue del texto y natura del motu proprio y aunque no figuren expresamente mencionandos otros ritos latinos concretos.1

Pero impresiona aún más todavía, que el Padre J. Moore, un norteamericano que sede en Milán, haya desistido de seguir celebrando tan venerable rito por temor a un enfrentamiento con su arzobispo, que se opone con toda su fuerza a que esta tradicional manera de celebrar los Sagrados Misterios sea restablecida en su diócesis. El P. Moore rige una casa de estudios y la consulta sobre la vigencia del rito Ambrosiano, como los lectores pueden verificar por sí mismos, fue realizada con miras a la enseñanza litúrgica. Todos recordamos que, meses atrás, desde la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, se recomendaba vivamente la enseñanza y aprendizaje del Rito Tradicional en los Seminarios y casas de formación de sacerdotes.

El cisma occidental, que con tanta pena anticipáramos hace un par de años como consecuencia fatal de los intentos del Sumo Pontífice de cerrar las llagas abiertas en la Iglesia por el Progresismo, se ha acelerado, como da cuenta la creciente rebelión de los episcopados de Alemania, Austria, Holanda y algunos otros aislados que desacatan en forma permanente las directivas, tanto litúrgicas como doctrinales, de la Santa Sede.

El creciente impulso que han adquirido todos los movimientos tradicionales dentro de la Iglesia, informales o no y, en especial el acercamiento de la Fraternidad San Pío X al Papa Benedicto XVI, ha congelado la sangre en las venas de los sublevados y, por esta razón, han arreciado los ataques de todo tipo, tanto contra el Papa como contra las disposiciones vaticanas que se consideran contrarias al “espíritu” del Concilio Vaticano II (versión modernista, es claro). A la vez, la unidad de la susodicha Fraternidad San Pío X, el más notorio y supuestamente monolítico movimiento antimodernista en la Iglesia, es blanco de toda clase de ataques y bombardeos mediáticos, con el fin de levantar la sospecha interna contra sus autoridades, fomentar la división entre sus miembros y obtenerse la consiguiente depresión de los integrantes y seguidores. Y así, dispersarlos definitivamente.

De momento, la falta de regularidad canónica de dicha asociación (o lo que sea que esta es) es una verdadera bendición para ellos, por que los ataques deben realizarse necesariamente desde fuera y no es posible imponérseles ninguna clase de cuña jurídica interior; puesto que, desde la óptica de los modernistas y de ciertos círculos vaticanos, se trataría tan solo de un movimiento puramente cismático que está fuera de la Iglesia; y que no ha merecido nunca, ni merecerá ahora, el trato demagógico y untuoso que se ha dado a verdaderos cismáticos como los protestantes; para citar solo un ejemplo. De manera que resulta imposible, desde todo punto de vista, ingerir en su funcionamiento y constitución interna, sin previamente admitírselos con capacidad plena dentro de la estructura jurídica de la Iglesia, algo que todavía se ve lejano. Los ataques contra dicha Fraternidad no deben considerarse, por lo tanto, cuestiones aisladas o ajenas al Cuerpo mismo de la Iglesia, porque demuestran a las claras que el modernismo conoce con bastante aproximación su talón de Aquiles; y reconoce desde dónde podría provenir la restauración eclesiástica que tanto desea impedir, y cuáles serían los peligros para la futura religión sincretista que tanto anhela construir.

En su concepción, típicamente horizontal y humanista, descreen del origen divino y, consiguientemtne, del auxilio sobrenatural que socorre a la Iglesia y, nos parece, la ven ya humanamente derrotada —en lo cual no les falta mucha razón— por lo que deben evitar a todo trance la restauracíon de una Doctrina y una Liturgia que, como quiera que sea, conocen de antemano es capaz de re-suscitar flores de santidad y el infalible espíritu misional que ha hecho de la Iglesia, al menos en el orden histórico, una institución única, mártir y de permanente predominio espiritual.

La denigración constante de la doctrina por medio de su relativización y de la santidad de los más sagrados ministerios, tarea que corre normalmente a cargo de algunos purpurados infiltrados en la Iglesia que pretenden poner en crisis la doctrina divina, haciendo llover dudas sobre la autenticiad, firmeza e inamovilidad de las fuentes de la Revelación, son más de lo mismo: lobos disfrazados de pastores que, a la postre, se ven confundidos cada vez que el Vicario de Cristo toma la palabra y dice lo que hay que decir, tal como debe decirse.

La Iglesia, a despecho de cuanta supuesta regla natural o pretendidamente “científica” ha osado ponerle límites, fué siempre un lugar donde se dieron feliz encuentro el misterio y el milagro, y muestra al presente su subsistencia misma como el hecho más asombroso de la época. A los conatos, intentos y atentados de ponerle fin desde fuera, siempre ha respondido con crecientes conversiones y mayor santidad, de lo cual es eficaz y sangriento testigo el siglo XX; a este último intento, que creemos final, de ponerle fin desde adentro, ha respondido de una manera que asombra aún más: Ha tomado fuerzas de donde parecía no haberlas más (incluyendo el destacable hecho de que S. S. felizmente reinante haya considerado conveniente desautorizar al otrora cardenal J. Ratzinger) y ha dado otro inesperado salto hacia arriba.

Los progresistas en particular y los modernistas en general, no creen que la Iglesia sea obra de Dios, obra permanente de Dios, que en todo tiempo la auxilia y la recrea desde la nada que somos sus miembros inferiores, resucitando permanentemente el Cuerpo Místico de Su Hijo, que es la Cabeza invisible.

De hecho, los modernistas no creen esto pero, según parece, quien sí lo creería sería el autor último de los ataques contra la Sagrada Liturgia que hemos presenciado —y sufrido— estos últimos años, en particular, a partir del desembargo de la Liturgia Tradicional, punto de inflexión del ataque contra el Papado y la Iglesia toda. Alguien sabe que la fortaleza de la Iglesia está en la Presencia de Cristo en medio de ella; y que esa Presencia es Eucarística.

Esta lucha presente, de la cual todo, absolutamente todo depende, parece tener poco sentido para el mundo: una Misa más o una Misa menos no hace demasiado a favor ni en contra, según lo juzgan aquellos que no ven la Iglesia sobrenaturalmente; y esta visión sobrenatural se obtiene exclusivamente desde la Fe y no por otros medios, salvo los milagros. Y el caso, es que Nuestro Señor se preguntó si habría Fe sobre la tierra cuando Él volviera.



1. Gentileza de Secretum meum mihi>. Volver arriba

2 comentarios:

Walter E. Kurtz dijo...

Excelente análisis.

Entre las iglesias particulares en vías de cisma, podríamos incluir a la de la Patagonia cuando salieron a apoyar a Mons. Melani.

info@DerechosDeDios.info dijo...

Vaya! parece que estamos en la misma linea...

Precisamente, yo escribi algo semejante cosa ha de 10 dias, en mi blog...

http://derechosdedios.info/b2evolution/index.php?title=errores-en-una-carta-de-la-congregacion-&more=1&c=1&tb=1&pb=1

Corn. Kurtz... cual es esa historia de Mons Melani?