Con santa paciencia e hirviendo de una indignación que el tiempo no aplaca, como inocentemente habíamos creído, hemos esperado casi un mes antes de abordar ningún comentario sobre el repugnante episodio que protagonizaran en la Iglesia Catedral de Buenos Aires una innoble hortera, cuyos desafueros son ordinariamente fomentados desde los altos despachos gubernamentales, y una jerarquía eclesiástica nada viril y aún menos católica.
Gracias a la lenidad de las leyes eclesiásticas promulgadas por S. S. Juan Pablo II, el delito de profanación, esto es, el voluntario escarnio o destrucción de las cosas sagradas o destinadas al culto divino, ha pasado de ser una falta objetiva tipificada en las leyes universales, a constituir una figura relativa y, por ello, casi inexistente, cuya tipología y caracterización queda por completo en manos del ordinario del lugar, como tantas otras cosas. En el lenguaje corriente rioplatense, que es castellano clásico, la palabra “ordinario” designa tanto aquello que ocurre según el decurso natural o habitual de los acontecimientos, como también a algo bastardo, basto, moralmente pobre o decididamente grosero. En ambos quehaceres, o mejor dicho, en ambas acepciones parece haber querido destacarse la autoridad eclesiástica local, que ha tomado un torpe episodio —consistente en que la desgraciada arriba dicha, ha dejado fluir sus excrecencias fisiológicas (subproducto delator de un supuesto “ayuno”) junto al Altar Mayor de la Catedral, en repudio a no sé qué inacción gubernativa en la cual la Iglesia no tenía ni tiene nada que ver— como algo corriente, ordinario, y ha resuelto asumir una correaltiva actitud ordinaria y cobardona, negándose tan siquiera a comentar el repugnante hecho y mucho menos, desde luego, a plantear una reinvidicación, no ya un acto de reparación.
En condiciones tales ha tenido lugar este hecho, que hace pensar a la feligresía en la execración permanente de la Iglesia mayor de la capital rioplatense por partida doble: por el asqueroso atentado —que por sí mismo ha suscitado, inclusive, la hidalga reacción de un rabino— como por la dolosa morosidad de las autoridades católicas locales, cuyo titular, un cardenal, ha optado por guardar un ominoso y complaciente silencio. Y más, ha hecho recordar a muchos, el abrigo paternal con que, en un reciente pasado, acogiera benévolo las inicuas y antipatrióticas pretensiones de las huestes que lidera la incontinente y mendaz matrona, de marcado y confeso carácter marxista, apartándose a este propósito de su regular, permanente, habitual y ordinaria actitud de guardar un tranquilo y reposado silencio frente a cuestiones gravísimas de su inmediata atingencia. Como las litúrgicas, doctrinarias y propias de su condición de Pastor.
¿Qué más deberá soportar la castigada arquidiócesis de Buenos Aires y, por reflejo necesario, toda la grey en la Argentina, víctimas predilectas de una turba de criminales sacrílegos, homosexuales, marxistas y masones, entregada por sus propios guardianes al escándalo de una escarnecedora persecución que la deshonra ante los ojos de Dios y de los hombres?
Cristo mismo, en Su día, fué entregado a los servidores del patíbulo pagano por la jerarquía religiosa de su tiempo, que había sido instituida por Dios mismo en la persona y linaje de Aarón para sacrificar y adorar. Parecería que la actual jerarquía que, merced a la institución del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, y del Sacramento del Orden, tiene la misión de santificar —que incluye la de sacrificar y adorar—, proteger, vigilar, confirmar y regir al rebaño del Señor hasta su Vuelta, esta empeñada en repetir tan feroz hazaña.
2 comentarios:
Muy interesante el comentario. También muy interesante la página. He leído un comentario sobre la mía (Stat Veritas). He puesto a "El último Alcázar" en la sección de "Enlaces de interés".
Un cordial saludo,
Ad Jesum per Mariam
Mariano G. Pérez.
www.statveritas.com.ar
Comentando el último párrafo de éste "post", creo que sería apropiado citar al padre Castellani en su obra "Los Papeles de Benjamín Benavídes", capítulo I, cuándo habla de los "Signos" cercanos al fin de los tiempos. Parece concordar con éste último párrafo: "La Iglesia está enferma, la Iglesia ha sido atacada por dentro.
La Iglesia está enferma de la misma enfermedad de que enfermó la Sinagoga.
El mundo va pareciéndose cada día más al mundo al cual bajó el Hijo de Dios doloroso: tanto en la Iglesia como fuera de ella. Paganismo y fariseísmo.
No digo que haya defectado en la Fe, que haya de fallar en la Fe, pues posee contra eso la infalible prome¬sa divina.
Pero Pedro pecó tres veces contra la caridad; y Caifás profetizó criminalmente a pesar suyo. Y así será en el fin."
Un cordial saludo,
Mariano
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