lunes, 29 de octubre de 2007

El Infierno está que arde ...

En una ceremonia oficial realizada en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Iglesia beatificó ayer, domingo, a 498 mártires del comunismo durante el período 1934 a 1939. Con lo presente, suman más de 1.000 el número de los canonizados y beatificados en éste y el anterior pontificado, que entregaron su vida en testimonio de Cristo en la España comunista de aquellos años. Algo más que los que obtuvo la persecución de Diocleciano.

Alguno que otro, presuntuosos de su falsa buena memoria, ha soltado por ahí, junto con el azufre indisimulable de su aliento, que el régimen surgido del Alzamiento nacional de 1936 había fusilado a 18 sacerdotes; el propósito evidente es contextualizar el sacrificio de los mártires en una lucha meramente civil para sostenerse, así, la tesis de la relativa ambigüedad de la posición de sendas partes en conflicto y —como quien se pasea por la Historia rapiñando cosillas de aquí y de allí, como en una verdulería— desmitificar el aplastante número de elevados a los altares y el hecho evidente de la motivación estrictamente religiosa de los asesinatos. Como no es cuestión atinente al asunto, no nos molestaremos en negar los fusilamientos de los 18 religiosos por los nacionales; pero tampoco pasaremos adelante sin hacer una modesta y doble declaración, a fin de dejar cerrado el punto: los comunistas mataron unos 7.000 religiosos y sacerdotes, del total de 16.000 víctimas mortales comprobadas y comprobables asesinadas en España expresamente por odio a la fe, entre 1936 y 1939, por comunistas, anarquistas, brigadistas y todos los ístas que se quiera imaginar, contra las ¡18 víctimas! que podrían exhibir estos resentidos olvidadizos. Si dicen —como lo hacen ahora y seguirán haciendo— que lo que importa es el hecho y no la cantidad, habrá que preguntarles por qué sus siniestros defendidos no se conformaron y detuvieron la matanza luego de los primeros asesinatos de sacerdotes, digamos unos 10 ó 20, sino que continuaron su camino de sangre hasta el exterminio de todos los miles nombrados, si con los primeros dejaban sentado el hecho de su interés. Pero sobre todo ello, que siendo patético es anecdótico, queremos afirmar que la Iglesia, que es la única que puede juzgar y fallar estos casos en forma definitiva, en el de los de los religiosos y eclesiásticos españoles beatificados y canonizados —y que abarca desde niños hasta un venerable anciano de 100 años— ha declarado solemnemente que han sido martirizados por odio a la Santa Fe y que ello, unido al insoportable perdón que brindaran a sus asesinos, basta para fijar la primer y tajante diferencia entre unos y otros; sin desmerecer a los no beatificados, pero sin hacer de éstos mártires y sin negar que sean o pudieran ser, solamente, pobres víctimas de alguna injusticia en el mejor de los casos. O como dijera de 16 de los 18 sacerdotes fusilados por las tropas nacionales el Embajador de Estados Unidos, Mr. Bowers: «esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis estaban luchando para salvar a la religión cristiana del comunismo». Este embajador lo dijo todo; pero en particular, que no fueron muertos por odio a su sacerdocio sino por política.

Un fusilamiento “político” ...

Esperamos haber sido claros, porque lo que ocurrió en España aquellos años no fue solamente un artero, premeditado y profusamente difundido ataque a la nación española, sino principalmente una persecución religiosa en debida forma, de manera tal que sería torpeza o malicia un negacionismo antihistórico o, siquiera, el menor atisbo del modernísimo e inmoral “equilibrismo” o contextualismo, consistentes en pretender compensar entre sí estos 7.000 asesinatos, más los de las restantes 300.000 de víctimas civiles y militares tras las líneas rojas cometidos sobre todo entre 1936 y 1937, con los fusilamientos que el régimen franquista impuso a ciertos delincuentes durante y después de la guerra civil. El mismo hecho de su diferente cronología predica esta verdad, si no se quiere apelar al argumento de su aplastante superioridad numérica y la saña enloquecida con que fueron cometidos. Pero sobre todo, milita en favor de los mártires otro contexto tan evidente como olímpicamente ignorado: la vesánica locura disparada desde la república contra todo aquello que fuera signo, símbolo o tuviera alguna apariencia de catolicismo; por poner un ejemplo (si no bastara el famosísimo de la fotografía), en Cartagena no quedada ni un sólo templo católico en pie cuando entraron las fuerzas nacionales, ni tampoco, nada en absoluto del ajuar de las iglesias destruidas. ¿Qué perentoria necesidad, como no fuera el odio inexorable que sube del infierno, pudo justificar esta inmensa tragedia? ¿Qué excusa existe para intentar poner en el mismo platillo, de la Gloria ya declarada, a ambos bandos, el uno descarada y manifiestamente sacrílego, el otro yendo a la muerte con palabras de perdón, confesión de la Fe verdadera e inimitable alegría cristiana? ¿Y cuál de los dos “bandos” ofreció su perdón al otro, y cuál dellos respondió con su resentimiento, su odio, su “Memoria” esquizofrénica y su hemipléjica moral de situación?

Y por eso, por esa gigantesca e inocultable desproporción, las iras del báratro han inundado por estos días la prensa en general con toda clase de infundios y mentiras, fuera silenciando las beatificaciones —excurso fallido, si los hay—, fuera contrariándolas como si de actos políticos (ciertamente, con 70 años de demora ...) se trataran. Consta, por lo demás, que ceñir la persecución religiosa en España al trienio de la guerra civil es, además de una inexactitud lo menos culposa y sospechosa de parcialidad, un arma de doble filo; si es verdad, se justifica indirectamente el Alzamiento, al dejar establecida una causa autónoma de suficiente gravedad y expedito el camino a la resistencia a la opresión. Pero además, se ignora que el anticlericalismo español y el asesinato de religiosos o el robo, profanación o incendio de bienes y edificios religiosos, viene fomentádonse sin prisa pero sin pausa y en creciente aumento desde el Trienio liberal de 1823 y la Revolución de 1834; y en el siglo XX, la Semana Trágica de 1909, las jornadas del 10 y 11 de mayo de 1931 o la Revolución de Asturias de 1934, injustificables excesos que también han entregado sus decenas de mártires a la Iglesia y su parte de gloria al catolicismo en España. Y que no pueden explicarse precisamente como una reacción circunstancial ante el Alzamiento. En cuanto al período de éste, es conocidísima la memoria sobre la cuestión y situación de la Iglesia, elevada por Manuel de Irujo al Gobierno republicano que él mismo integraba como ministro sin cartera y luego de Justicia ¡nada menos!, a mediados de 1937:

La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a cabo —los organismos oficiales los han ocupado en su edificación obras de carácter permanente. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda.

Y es que el asunto, como queda patentizado por la confesión de los propios inculpados, no menos que por la declaración de heroicidad de las virtudes y la libranza del derecho a la veneración popular, no es de ningún modo político: Aunque se pudiese, sin mentir en nada, llamar a estos muertos “mártires de la guerra civil”, o de España, o de la Cristiandad, puesto que son todo eso y mucho más, no sería justo con ellos, pues sería una verdad a medias o, acaso, una mentira bien disfrazada. Pues lo que interesa ahora por aquí, es que son derechamente “mártires de Cristo” y de su Iglesia; testigos heroicos e inmediatos, irrecusables y veraces de la Realeza y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, de su Señorío de allí arriba y de aquí abajo y de la Santidad de la Iglesia. Y aceptar esto, en pleno siglo XX y XXI, convengamos en ello, para el demonio es mucho pedir.

En la forma extraordinaria de la Liturgia latina y que es la únic que conocieron estos mártires, ayer Domingo, se celebró la Fiesta de Cristo Rey, fiesta mayor que en la forma ordinaria ha pasado al último domingo de noviembre. En su Encíclica Quas Primas, por la cual se instituye la Fiesta, afirma el papa Pío XI que Cristo es rey deste mundo por tres motivos, a saber: por filiación y derecho de primogenitura, por derecho de conquista a precio de sangre y por derecho de rescate a precio de Su Vida, y por derecho de excelsitud, en cuanto es el hombre más perfecto que haya existido jamás y en quien existe una supereminente Caridad, propia de la Unión Hipostática, que lo eleva por encima de todo lo creado y lo hace merecedor, en justicia, del reino terrenal. Recuerda el Papa que, siendo Cristo Ungido del Padre y Uno con Él, es por justa causa supremo legislador y supremo juez y que como tal, lo confiesan las Sagradas Letras. Y en efecto, lo vemos legislando y premiando a quienes lo obedecen: Quienes guarden sus preceptos demostrarán que Lo aman y guardarán la Caridad (Jn 14,15; 15,10). Los mártires son los primeros en la hora del Amor a Dios, y la conservación de la Caridad, la recibirán eternamente como recompensa por su perseverencia heroica en la Fe; por que la Fe es el principio y la Caridad el Fin.

¿Son acaso y en algún sentido “políticos” estos martirios? Acaso lo fueron en un sentido mucho más espiritual del que supusieron sus victimarios de sangre y los más insidiosos, los de hogaño, aquellos que ponen en crisis su virtud heroica con argumentos facciosos y rastreros; y en todo caso, en un sentido que se les oculta casi totalmente. Continua diciendo el Papa Pío XI:

... erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.

En algo presintieron bien sus asesinos, pues aquellos gloriosos mártires luchaban por su Rey, un rey eterno y terrenal que sobre los sanguinarios también extendía sus reales manos enclavadas, y cuyo cetro se extiende desde las cosas del cielo a todas las creadas, sin excepción. El Padre Castellani, en un brevísimo comentario sobre la realeza de Cristo, nos recuerda que cuando Cristo afirma ante Pilato que Su reino no es de este mundo, no dice que no se extienda hasta aquí abajo sino que no está causado ni originado aquí, pero que Su potestad lo alcanza a este mundo en el cual es Rey de Reyes con toda justicia, como que para eso mismo ha nacido y venido; por lo cual no ha querido dejarse coronar por los judíos que lo buscaban para hacerlo Rey, pues no necesitaba un título pasajero como el que da el mundo, como no había aceptado el que le ofreciera el maldito en el Desierto, por que la unión hipostática era supereminente causa para ser Rey por toda la eternidad y no, acaso, por el breve término una vida.

Una vida que, por eso mismo, gustoso daba Él —que no se la quitarían de no haberlo permitido— por obediencia al Padre y para satisfacción de Su Justicia.

Lo mismos pensamientos que tendrían los 498 nuevos mártires agregados al martirologio por S. S. Benedicto XVI.

Y seguro, víctimas del mismo odio ruin y desesperado del Enemigo acechante y fracasado.


4 comentarios:

Muret dijo...

Gracias por el artículo. Muy bueno.
Y, además, vista la reacción de los "medios" (que casi son fines) ante esta masiva beatificación, no me extrañaría que las próximas beatificaciones se hagan en silencio, a escondidas; que el sopapo al mundo que fueron estas lo hará gritar escandalizado.
Saludos cordiales

Anónimo dijo...

Estimado Ludovico: Muy buena nota. Estos días en medios progres, especialmente en nuestra madre patria, se está hablando de los supuestos "mártires" republicanos, los famosos curas vascos fusilados por Franco. Por ejemplo, ver este artículo de Xabier Arzalluz [http://www.izaronews.com/
NEWS%2007/9%20octubre/
arzalluz%20damnatio%20memoriae.htm].

Abajo copio la respuesta que le da en el Foro Carlista [http://www.network54.com/Forum/
66218/message/1193751578/
Lo+que+no+cuenta+Arzallus] Don Carlos Ibáñez Quintana, ex presidente de la Junta de Gobierno de la C.T.C.:

"Lo que no cuenta Arzallus. Que Ariztimuño fue hecho prisionero cuando iba en barco de Francia a Bilbao. Poco antes había escrito en Euzkadi de Bilbao incitando a los jóvenes nacionalistas, que dudaban, a que tomasen las armas en defensa de la República. Que dos sacerdotes de Rentería se presentaron en Oyarzun a los requetés diciéndoles que Rentería estaba abandonada. Una sección de requetés fue enviada y cayó en una celada, resultando aniquilada. Los sacerdotes fueron fusilados. Que Mendicute en un mitin nacionalista había dicho que "eso de que el Corazón de Jesús reinará en España es una patraña, porque ni España puede llegar a tanto, ni el Corazón de Jesús tan bajo". Del resto de los fusilados, casi todos habían tenido alguna participación en la lucha a favor de los rojos. Con esto no justificamos la pena que se les impuso que pudo ser excesiva en algunos casos. Todos aquellos sacerdotes pusieron en un mismo plano el amor a la patria inventada por Sabino, que el amor a Dios. Otros muchos estaban en la misma situación. Se ocupaban más de la política que de la Fe. Y se siquieron ocupando los supervivientes, que eran todos los demás. Así hemos llegado hoy a la triste situción de la Iglesia en el Pais Vasco. Arzallus no menciona a los siguientes sacerdotes nacionalistas notorios fusilados por los rojos: Victor Alegría Uriarte, en el Cabo Quilates; Benito Atucha Aguirrecelaya, en Ceánuri; Rufino Ganuza Rodríguez de San Pedro, en el Cabo Quilates;
Fermín Gorostiza Iturrita en Usánsolo. Arzallus se calla que si ha llegado a ser personalidad es gracias a su paso por la Compañía de Jesús que le sufragó los estudios. Y ello fue posible porque lo primero que hicieron los sublevados fue permitir a España el regreso de la misma. Entre esos sacerdores que tuvieron que ejercer su apostolado por otras tierras de España, puedo aportar el testimonio de D. José María Duñabeitia, que celebraba en Durango las misas del día de los Mártires de la Tradición y del 25 de septiembre, cuando los demás curas se negaban a hacerlo. Regresando a Bilbao, después de una de esas misas me contó que había estado en un pueblo de la Mancha donde le habían dedicado una calle, por su labor durante el tiempo de destierro. "Si aquella condena sirvió para que ho desarrollara una labor de hombre de Dios, que les dejó agradecidos a mis feligreses, ¡Bendita condena!" Como vemos, algunos sacerdotes nacionalistas dieron más importancia a su carácter sagrado que a la política. De entre los capellanes de gudaris puede que llegue a los altares el pasionista Aita Patxi. Quien entre los curas "progres" de Vizcaya, nacionalistas, era calificado como "un tabarra" por la insistencia con que encarecía el rezo del Santo Rosario. Las circunstancias personales que concurren a el Sr. Arzallus, le convierten en una de las personas menos adecuadas para tratar de éstos temas como lo hace."

†Crux-εEt-ΩGladius. dijo...

muy buen articulo...
solicito permiso para reproducirlo...
benito

filoromuss@gmail.com

Ludovico ben Cidehamete dijo...

Estimado Benito:
Desde luego que puede publicarlo, reproducirlo o darle la difusión que le parezca. Es sobreentendido en esto de los blogs que siempre se puedan robar los artículos, con licencia y mención de la fuente.
A Muret y Cruz y Fierro, gracias por su visita; y sobre todo, a CyF, por las interesantes aclaraciones sobre los "mártires de los rojos", como me decía un fraile carmelita vasco, que se jactaba de haber sido fusilado por los rojos y los nacionales. Evidentemente, sin gran éxito, pues los vascos son duros de morir: "no me muero ni que me maten", decía Muñoz Seca parodiando a un vasco. Y éste fraile que digo, además de ser un magnífico confesor, fue muy ilustrativo ...
Y murió en Buenos Aires y no en el paredón.
Cordiales saludos
L. b-C.