viernes, 22 de junio de 2007

Más sobre el Limbo

En dos entradas anteriores (aquí y aquí), nos ocupamos de un documento de la Comisión Teológica Internacional registrado confusamente por algunos medios electrónicos y escritos, cuyo dictamen pretendía dejar vacío el Limbo, o sea, aquel lugar al cual serían destinados los justos difuntos, que no han sido incorporados a la Iglesia de Cristo por medio del Bautismo.

El famoso documento aún no se había publicado en aquellos días, y así lo dijimos expresamente; no sin antes indicar que, como los propios integrantes de la Comisión lo manifestaran, su contenido no era vinculante, ni dogmático y ni siquiera sentencia probable de la Iglesia; sino y únicamente, una “reflexión teológica”, algo así como un macaneo libre y sin consecuencias .

El documento íntegro ahora está publicado, por lo menos en italiano e inglés, en la página de la Comisión.

Pero la conmoción provocada por la noticia siguió sumando víctimas bienintencionadas, como parece surgir de la página noticiosa de ACIPRENSA, y del silencio consiguiente a su auténtico libramiento al público. El sitio amigo Rorate Cæli, en una entrada reciente, pasa concienzuda revista a la frívola sentencia final que, supuestamente, corona un documento innecesario; sentencia que no agrega, quita o añade nada a lo que ya decía el Catecismo, aunque sí declara que sus conclusiones, aún modestísismas como son, contradicen la doctrina cierta de ... de todos los Doctores de la Iglesia.

Quien quiera tomarse el trabajo inútil de leerlo íntegro, provisto de un traductor de italiano, puede hacerlo en la página de referencia que hemos indicado arriba.

De todas formas, nos hacemos un deber advertir a nuestros lectores que los dictámenes de la Comisión Teológica que se pueden econtrar en la página antedicha, actualmente cuatro, son de escaso, nulo o hasta negativo valor doctrinal; como una muestra (y bastante fea por cierto) puede leerse el Documento llamado “Memoria y Reconciliación”, un mamarracho plagado de errores bíblicos, inexactitudes teológicas y semánticas y monumentales falsedades históricas; y de una “teología” notable por su ausencia más completa y absoluta; y dónde la permanentemente confusión entre el Cuerpo Místico de Cristo con sus integrantes, y aspirantes a integrantes, es casi la regla. Con estos antecedentes, por nuestra parte, ciertamente modesta, no le extenderemos carta de credibilidad a la dicha Comisión, pese a poderse encontrar en ella algunas cosillas interesantes, pero de escasísimo valor propiamente teológico.

¿Ya lo leyó? Bien: allá Usted. Ahora lea atentamente el recuadro que sigue:

De la Alocución Singulari quadam, de 9 de diciembre de 1854: «... En efecto, por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse; que ésta es la única arca de salvación; que quien en ella no hubiere entrado, perecerá en el diluvio. Sin embargo, también hay que tener por cierto que quienes sufren ignorancia de la verdadera religión, si aquélla es invencible, no son ante los ojos del Señor reos por ello de culpa alguna. Ahora bien, ¿quién será tan arrogante que sea capaz de señalar los límites de esta ignorancia, conforme a la razón y variedad de pueblos, regiones, caracteres y de tantas otras y tan numerosas circunstancias? A la verdad, cuando libres de estos lazos corpóreos, veamos a Dios tal como es (1Jn 3,2), entenderemos ciertamente con cuán estrecho y bello nexo están unidas la misericordia y la justicia divinas; mas en tanto nos hallamos en la tierra agravados por este peso mortal, que embota el alma, mantengamos firmísimamente según la doctrina católica que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo (Ep 4,5): Pasar más allá en nuestra inquisición, es ilícito».

De la Encíclica Quanto conficiamur moerore, a los obispos de Italia, de 10 de agosto de 1863 «...Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria»

Nuestro Señor Jesucristo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará.» (Mc 16, 15-16)

San Pío X

Pío XI en Casti connubii: «Y con ser cierto que los cónyuges cristianos, aun cuando ellos estén justificados, no pueden transmitir la justificación a sus hijos, sino que, por lo contrario, la natural generación de la vida es camino de muerte, por el que se comunica a la prole el pecado original; con todo, en alguna manera, participan de aquel primitivo matrimonio del paraíso terrenal, pues a ellos toca ofrecer a la Iglesia sus propios hijos, a fin de que esta fecundísima madre de los hijos de Dios los regenere a la justicia sobrenatural por el agua del bautismo, y se hagan miembros vivos de Cristo, partícipes de la vida inmortal y herederos, en fin, de la gloria eterna, que todos de corazón anhelamos.»

San Pio X, Catecismo Mayor: «546. Los sacramentos más necesarios para salvarnos son dos: el Bautismo y la Penitencia; el Bautismo es necesario a todos, y la Penitencia es necesaria a todos los que han pecado mortalmente después del Bautismo.»

Idem: «563. Hay que darse prisa en bautizar a los niños, porque están expuestos por su tierna edad a muchos peligros de muerte, y no pueden salvarse sin el Bautismo.»

Queda claro, en primer término, que el Magisterio de la Iglesia se ha ocupado del problema con variopinto lenguaje, pero una única doctrina. Y finalmente y para terminar el asunto, que esta nueva boutade de la Comisión Teológica Internacional, es un argumento más en favor de su supresión.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

La cuestión esta cerrada:

Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -Predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del próximo domingo, Natividad de San Juan Bautista.



* * *

Natividad de San Juan Bautista
Isaías 49, 1-6; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66.80



Juan es su nombre


En el espacio del XII domingo del Tiempo Ordinario, este año se celebra la Natividad de San Juan Bautista. Se trata de una fiesta antiquísima; se remonta al siglo IV. ¿Por qué la fecha del 24 de junio? Al anunciar el nacimiento de Cristo a María, el ángel le dice que Isabel, su pariente, está en el sexto mes. Por lo tanto el Bautista debía nacer seis meses antes que Jesús y de este modo se respeta la cronología (el 24, en vez del 25 de junio, se debe a la forma de calcular de los antiguos, no por días, sino por Calendas, Idus y Nonas). Naturalmente estas fechas tienen valor litúrgico y simbólico, no histórico. No conocemos el día ni el año exacto del nacimiento de Jesús y por lo tanto tampoco del Bautista. Pero, ¿esto qué cambia? Lo importante para la fe es el hecho de que ha nacido, no cuándo ha nacido.

El culto se difundió rápidamente y Juan Bautista se convirtió en uno de los santos a los que están dedicadas más iglesias en el mundo. Veintitrés papas tomaron su nombre. Al último de ellos, al Papa Juan XXIII, se le aplicó la frase que el Cuarto Evangelio dice del Bautista: «Hubo un hombre enviado por Dios; se llamaba Juan». Pocos saben que la denominación de las siete notas musicales (Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si) tienen relación con Juan Bautista. Se obtienen de la primera sílaba de los siete versos de la primera estrofa del himno litúrgico compuesto en honor al Bautista.

El pasaje del Evangelio habla de la elección del nombre de Juan. Pero es importante también lo que se escucha en la primera lectura y en el salmo responsorial de la festividad. La primera lectura, del libro de Isaías, dice: «El Señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó». El salmo responsorial vuelve sobre este concepto de que Dios nos conoce desde el seno materno:

«Tú mis vísceras has formado,
me has tejido en el vientre de mi madre...
Mi embrión tus ojos veían».

Tenemos una idea muy reductiva y jurídica de persona que genera mucha confusión en el debate sobre el aborto. Parece como si un niño adquiriera la dignidad de persona desde el momento en que ésta le es reconocida por las autoridades humanas. Para la Biblia persona es aquél que es conocido por Dios, aquél a quien Dios llama por su nombre; y Dios, se nos asegura, nos conoce desde el seno materno, sus ojos nos veían cuando éramos aún embriones en el seno de nuestra madre. La ciencia nos dice que en el embrión existe, en desarrollo, todo el hombre, proyectado en cada mínimo detalle; la fe añade que no se trata sólo de un proyecto inconsciente de la naturaleza, sino de un proyecto de amor del Creador. La misión de San Juan Bautista está toda trazada, antes de que nazca: «Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos...».

La Iglesia ha considerado que Juan Bautista fue santificado ya en el seno materno por la presencia de Cristo; por esto celebra la festividad de su nacimiento. Esto nos ofrece la ocasión para tocar un problema delicado, que se ha convertido en agudo a causa de los millones de niños que, sobre todo por la terrible difusión del aborto, mueren sin haber recibido el bautismo. ¿Qué decir de ellos? ¿También han sido de alguna manera santificados en el seno materno? ¿Hay salvación para ellos?

Mi respuesta es sin vacilación: claro que hay salvación para ellos. Jesús resucitado dice también de ellos: «Dejad que los niños vengan a mí». Según una opinión común desde la Edad Media, los niños no bautizados iban al Limbo, un lugar intermedio en el que no se sufre, pero tampoco se goza de la visión de Dios. Pero se trata de una idea que no ha sido jamás definida como verdad de fe por la Iglesia. Era una hipótesis de los teólogos que, a la luz del desarrollo de la conciencia cristiana y de la comprensión de las Escrituras, ya no podemos mantener.

Cuando expresé hace tiempo esta opinión mía en uno de estos comentarios dominicales, recibí diferentes reacciones. Algunos mostraban gratitud por esta toma de posición que les quitaba un peso del corazón; otros me reprochaban que entrara en la doctrina tradicional y disminuyera la importancia del bautismo. Ahora la discusión está cerrada porque recientemente la Comisión Teológica Internacional que trabaja para la Congregación [vaticana] para la Doctrina de la Fe ha publicado un documento en el que afirma lo mismo.

Me parece útil volver sobre el tema a la luz de este importante documento para explicar algunas de las razones que han llevado a la Iglesia a esta conclusión. Jesús instituyó los sacramentos como medios ordinarios para la salvación. Son, por lo tanto, necesarios, y quien pudiéndolos recibir, contra la propia conciencia los rechaza o los descuida, pone en serio peligro su salvación eterna. Pero Dios no se ha atado a estos medios. Él puede salvar también por vías extraordinarias, cuando la persona, sin culpa suya, es privada del bautismo. Lo ha hecho, por ejemplo, con los Santos Inocentes, muertos también ellos sin bautismo. La Iglesia siempre ha admitido la posibilidad de un bautismo de deseo y de un bautismo de sangre, y muchos de estos niños han conocido de verdad un bautismo de sangre, si bien de naturaleza distinta...

No creo que la clarificación de la Iglesia aliente el aborto; si así fuera sería trágico y habría que preocuparse seriamente, no de la salvación de los niños no bautizados, sino de los padres bautizados. Sería burlarse de Dios. Tal declaración dará, al contrario, un poco de alivio a los creyentes que, como todos, se cuestionan consternados por la suerte atroz de muchos niños del mundo de hoy.

Volvamos a Juan Bautista y a la fiesta del domingo. Al anunciar a Zacarías el nacimiento de su hijo, el ángel le dijo: «Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento» (Lucas 1, 13-14). Muchos en verdad se han alegrado por su nacimiento, si a la distancia de veinte siglos seguimos aún hablando de ese niño.

Desearía hacer de esas palabras la expresión de un deseo a todos los padres y madres que, como Isabel y Zacarías, viven el momento de la espera o del nacimiento de un niño: ¡que también vosotros podáis gozaros y alegraros en el niño o en la niña que Dios os ha confiado y os alegréis de su nacimiento por toda vuestra vida y por la eternidad!

Ludovico ben Cidehamete dijo...

Apreciado Anónimo:
Es muy ilustrativo el comentario del P. Cantalamessa sobre la cuestión del Limbo, pero convengamos, no tiene nada de definitivo. Por cierto, deja la cuestión tal como estaba, en el terreno de las convicciones personales, y lejos de su ámbito propio, que es el teológico.
Si se lee con desapasionamiento la entrada la Comisión Teológica, se comprenderá que, lejos de ser una cuestión concluída y definida, ha quedado en realidad más obscura que antes, pues en todos los casos, los defensores de la salvación eterna de los no bautizados que mueren en estado de inocencia, acuden al argumento de los "medios ordinarios" por contraposición a los "medios extraordinarios".
Pero declaran que descononcen cuáles serían estos otros medios, admitiéndose desde el comienzo, que no es algo que pueda responderse desde los textos revelados, que no contienen ninguna referencia a ellos.
Se trata pues, de una entelequia a la que denominan "conciencia cristiana", que se apoyaría en una nebulosa "comprensión actual de las Escrituras", las cuales, como se ha dicho (y lo ha reconocido expresamente la Comisión Teológica) nada refieren al respecto, fuera de los casos de bautismo de sangre y de deseo que hemos repasado antes, siendo probablemente el más elevado de todos los ejemplos el del Bautista; "el más grande hombre nacido de mujer", en palabras de Nuestro Señor.
El Beato Pío IX, que a estos efectos es un Papa contemporáneo, ha declarado que pasar más allá de nuestra actual inspección sobre estos "medios extraordinarios" es ilícito, tal como va puesto en el recuadro del artículo.
De paso, debemos aclarar que aquí no se discute si el no nacido, o el bebe nacido y muerto sin bautismo, es persona o no, pues incuestionablemente lo es y tiene todos sus atributos, cualquiera sea el régimen jurídico local que se quiera dar a esta cuestión.
Sin duda alguna, es una cuestión abierta a la discusión, mientras no exista una declaración pontificia con intención de definir una cosa que deba ser creída con fe católica, pero no se puede por eso echar a la basura e ignorar la opinión sustentada durante 2.000 años de "conciencia católica" de la Iglesia, adquiridos a fuerza de innegables inspiraciones del Espíritu Santo, que sigue guiando a la Iglesia a través de la historia por medio de Santos y Doctores.
La fórmula de la Tradición (la tercera "pata" de la Revelación) señalada por San Vicente de Lehrins sigue siendo que es verdad lo que la Iglesia ha creído siempre, en todas partes, en todos los tiempos.
Y si un juicio como el que Ud. afirma no está sostenido por la Escritura, ni el Magisterio, ni la Tradición, sino más bien a la inversa, sería temeridad considerar cerrada sin más la cuestión por la opinión adversa de doctores privados, por respetables que parezcan.
En la víspera de la solemnidad del Bautista, lo saluda cordialmente.
L. b-C.