Hay infinidad de interpretaciones sobre el sentido de las palabras “catolicismo” e “iglesia”, en tanto cuanto referidas a la Iglesia de Cristo. Las modernas interpretaciones, como algunas que se pueden consultar en documentos emanados de Conferencias Episcopales locales o continentales, y también y mucho más grave, en instrucciones litúrgicas, eluden casi siempre la doctrina tradicional, que de hecho queda abrogada por mero reemplazo o postergación, en beneficio de los abusos lingüísticos favorables a posturas sociologistas, humanistas o “asambleístas”.
Así y por ejemplo, el término “asamblea” ha perdido su sentido prístino, referido por antonomasia —como ahora veremos— a una reunión en torno a algo superior, para ser reemplazado por una mera y voluntarista multitud autocongregada, que es únicamente un sentido segundo, extensivo o análogo. Es realmente notable como el erróneo empleo de una lengua viva y el abuso de las traducciones con criterios alejados del sentido original (del origen) se prestan a toda clase de confusiones. Acaso nada inocentes.
Pero veamos qué decía un Padre de la Iglesia sobre todo esto:
La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y por que de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también, por que induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales.
Con toda propiedad se llama Iglesia o convocación (o asamblea), ya que convoca y reúne a todos, como dice el Señor en el libro del Levítico: Convoca a toda la asamblea a la entrada de la Tienda de Reunión. Y es de notar que la primera vez que la Escritura usa esta palabra «convoca» es precisamente en este lugar, cuando el Señor constituye a Aarón como sumo sacerdote. Y en el Deuteronomio Dios dice a Moisés: Convoca el pueblo o asamblea, para que Yo le haga oir mis palabras y aprendan a temerme. También vuelve a mencionar el nombre de Iglesia cuando dice, refiriéndose a las tablas de la ley: Y en ellas estaban escritas todas las palabras que el Señor os había dicho en la montaña, de en medio del fuego, el día de la iglesia o convocación; es como si dijera más claramente: «El día en que, llamados por el Señor, os congregásteis». También el salmista dice: Te daré gracias, Señor, en medio de la gran iglesia, te alabaré entre la multitud del pueblo. Anteriormente, había cantado el salmista: En la Iglesia bendecid a Dios, al Señor, estirpe de Israel. Pero nuestro Salvador edificó una segunda Iglesia, formada por los gentiles, nuestra santa Iglesia de los cristianos; acerca de la cual dijo a San Pedro: Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del infierno no la derrotarán.
En efecto, una vez relegada aquella única iglesia que estaba en Judea, en adelante se van multiplicando por toda la tierra las Iglesias de Cristo, de las cuales se dice en los salmos: Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la Iglesia de los fieles. Concuerda con esto lo que dijo el profeta a los judíos: Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, añadiendo a continuación: Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones.
Acerca de esta misma santa Iglesia católica escribe Pablo a Timoteo: Sabrás ya de este modo como debes conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad. San Cirilo de Jerusalén, Catequésis 18, 23-25. PG 33, 1043-1047
No está demás recordarlo, en los tiempos de terribles e irreconciliables divisiones como los que corren.
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