Hoy hemos vuelto para honrar otra vez a un agobiado inolvidable. Porque ya lo hicimos hace algunos años.
Cuando menos, para pedir para él las oraciones que toda alma requiere una vez que ha abandonado este mundo. Lo dejó hace 80 años de mala manera, en una feroz atropellada con Tropezón y caída que contrarió las leyes de Dios y de la naturaleza; que son las mismas y por eso son eternas. Y que deben respetarse.
Pero no podemos olvidarlo; su prosa limpia y exacta, su poesía única y perfecta, sus maneras argentinas y castellanas que no han encontrado todavía paralelo ni parangón y que se resisten a dejar de ser la causa ejemplar y la referencia ineludible para las letras argentinas e ibero-americanas.
¡Esa pobre alma atormentada...! ¿Cómo olvidarla? Por eso lo encomendamos a las oraciones de nuestros (pocos) lectores. No nos importa porqué se mató ni nos gusta escribir ni difundir culebrones sobre el asunto, ni aprovechar su tragedia para engalanar gratuitamente o a una nieta guerrillera o endilgarle un hijo supuestamente torturador. Su muerte la habrá arreglado él mismo con Dios Nuestro Señor, el Creador. Nos importa, eso sí, que su figura inmensa, su pluma augusta y su nombre limpio no caigan en manos de oportunistas, logreros e hijos simulados de prosapias que ni las merecen ni las respetan. Ni queremos aprovecharnos de los mitos creados por un periodismo irresponsable, macaneador y pervertido —vamos, periodismo puro— que ha hecho del poeta un dilecto blanco para arrojar basura contra la Patria.
Por eso lo recordamos en esta hoja y pedimos para él oraciones al Altísimo. Los homenajes, por ahora ni los hacemos ni los queremos.
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