jueves, 29 de noviembre de 2007

Tres escritores

León Bloy

EN los ardores laborales del final del año y a caballo de triquiñuelas electorales que parecerían ensombrecer el futuro de los hispanohablantes, pasó en noviembre el anivesario 90 de la muerte de León Bloy. Al socaire de una simpatía que deja en la penumbra toda buena razón a favor o en contra, Bloy se nos aparece como una contrafigura hecha de la misma materia que otro grande de las letras y la fe: G. K. Chesterton. ¿Por qué unir sus nombres? El ser contemporáneos no lo explicaría con suficiencia; ser defensores de una Fe hallada, en el primero, a golpes y rudamente; y en el segundo, con la firme placidez de un viaje al puerto seguro, marcaría todavía más diferencias de las convenientes para permitir unirlos en algo común. Sin embargo, resulta que las paradojas del inglés y los fenomenales arrebatos del continental, los unen por el extremo del absurdo como instrumental con que, cada uno con su estilo propio, juzgó el rumbo del mundo, se diría casi de la misma manera, exacta, precisa y nada optimista. Si uno acentuó el optimismo sobrenatural apelando al fin último del hombre, el otro no tuvo más remedio que impugnar la hipocresía de un mundo que no estaba preparado para ese fin, sino que,más bien, se alejaba dél a la velocidad de la luz ... o de las tinieblas, que —seguro— es directamente proporcional a la de la luz.

No era una consecuencia, solamente, de dos temperamentos diferentes, sino el resultado de dos vidas diferentes: Al gordo de Beaconsfield la paradoja le resultaba congenial, una humorada divina de la cual el hombre, cuanto más quisiera librarse della, más sufría su asedio; algo así como un remedio con cuyo uso solamente era consentido salvarse y nunca perderse, salvo traicionarlo. Maestro indiscutible de la paradoja, Chesterton jamás cayó en esa segunda natura del género que es el cinismo, como Bierce, o Shaw o Wilde, que intentaron cultivarlo sin desentrañarlo. Bloy vivió en una paradoja desde su nacimiento; el fué una figura paradojal: Era un príncipe obligado a vivir como un plebeyo en un mundo ramplón y atorrante en el cual no valía la pena ser príncipe ni atorrante; él, que había sido creado para dar a manos llenas, debía pasársela mendigando a cada instante. Escribía por amor, exclusivamente, y no por cálculo ni por placer, como cuando tuvo que desalentar a un novel escritor a quien no quería ofender, pero tampoco traicionarlo encareciendo un talento fementido. ¡Dios mío, que poco placer tuvo en escribir ciertas cosas!

—¡Usté macanea! Todo el mundo escribe al fin y al cabo por placer, por que nadie hace nada que no lo de algún placer, como dijo el gran fon Misesss dice el editor interesado.

En parte es cierto, a condición que nos pongamos de acuerdo sobre qué es el placer; algunos escriben por placer, al menos al comienzo y otros no, lo hacen por deber; lo mismo que las demás cosas de esta vida, algunas se hacen con placer y otras se hacen ... por que hay que hacerlas. Dios pone en la vida de cada uno una encrucijada, en la cual se debe elegir; y ordinariamente, se nos permite ver las consecuencias de nuestra elección. Sin embargo, casi todos eligen la via que consideran mejor, no la más placentera, sino la mejor, por que todo hombre obra bajo razón de bien, que no es lo mismo que el placer, aunque el bien procure un justo placer. Y esto, lo hacen igual los mediocres y hasta los malvados, que ven en su propio bienestar un fin bueno, aunque el mal nunca procure placer verdadero. La diferencia no es solamente la noción de placer, sino la vida moral de cada cual, o mejor dicho, la elevación de esa vida. Si además la vida religiosa —o sea nuestra relación con Dios y lo que nos figuramos, o a veces constatamos, que Dios espera de nosotros— es profunda, el único placer verdadero es alcanzar la vida Eterna por medio de la fuente de Agua Viva, como atestigua San Agustín.

No hemos investigado si existe en Chesterton alguna referencia a Bloy o, si acaso, lo habría conocido —como escritor, decimos. Nadie nos discutirá si decimos que Chesterton es, seguramente, mejor escritor que León Bloy, por lo menos, en el aspecto formal. El barroquismo del francés, su exasperante prosa de párrafos extensísimos y la abundancia de figuras como martinentes y tropos violentísimos, crispan antes que serenar y ponen tanta distancia cuanto es posible hallarla, del estilo plácido, preciso y oportunamente jocoso del Tío Gilbert. Además, la incomprensión de Bloy hacia España y hacia la Conquista, probable hija de la envidia oficial francesa y más notoria en su Napoleón que en ninguna otra parte, lo hace antipático al lector peninsular. Cierto es que en ninguno de los dos hay debilidad ni vulgaridad siquiera; ambos suben hacia el Cielo desde el barro más negro en un instante y con facilidad flamígea, fusores como son, a través de las letras, del Cielo con la Tierra, con ese lenguaje con que nos hablan los profetas y a las que uno, chicato y retacón, no puede ni asomarse sino con ayuda exterior —como las crisis económicas. Escuchamos hace años a un notable sacerdote decir que las obras de algunos escritores son en cierto modo litúrgicas, en cuanto realizan, en forma esencialmente distinta a la Liturgia verdadera, desde luego, esa unión del mundo visible con el sobrenatural.

G. K. Chesterton

Lo que en Chesterton es crítica severa, a veces jocosa y siempre buen fundada, en Bloy es explosión de indignación inaudita y de estelares dimensiones. Un caso: la pobreza como mal social (no como virtud), tiene en Chesterton un crítico notable y le lleva, casi naturalmente, hacia la exposición del distributismo como doctrina alternativa al liberalismo y al socialismo; en Bloy la pobreza es simplemente un modo de vida, su propio modo de vida, el único que tiene y del cual no puede dejar de escribir por que es su hermana gemela de la que jamás apostataría, y arranca en rugidos de irritante protesta que, a más de un siglo de proferidos, aún retumban con fuerza. Así, algunos vieron en uno y otro comunistas en ciernes, donde ellos veían la malicia pecaminosa de la angurria y la codicia desmedidas —que son propiamente dos pecados de copiosa desmesura y egoísmo.

Lo más destacado es que los dos vieron el mundo como un espejo medio ahumado, al modo paulino en Corintios XIII, 12, y de los grandes místicos, donde el mal presente es bien futuro y viceversa. Y esa es la razón por la cual no ventilaban quejas sobre los males que ellos sufrían, acaso voluntariamente aceptados, pero se airaban contra los males infligidos a los demás y que dañaban tanto a sus autores como a las víctimas. Para Chesterton, la paradoja era el modo regular —si se nos consiente la licencia de decirlo así— de explicar la Gloria Eterna que debe ser la aspiración de todo hombre; Bloy en cambio, excretó su condena, vociferante, a la cara de una civilización —o lo que quedaba de ella— que rehuía la santidad como el sapo a la guadaña, pero que igual terminaría degollada por su impiedad.

De un artículo de Borges sobre Bloy, extraemos algunas ideas muy interesantes, que el argentino no pudo continuar hasta su evidente conclusión, quizá por dos razones: una, porque, talentoso para el decir, el buen hablar y el buen escribir, era un fracaso total para pensar ( ¡Dios da pan al que no tiene dientes ...!), y la otra, por que las consecuencias eran aterradoras...; y dice así: La tercera (se refiere a unas cartas de Bloy sobre el sentido paradojal de la vida y las cosas) es de una carta escrita en diciembre: “Todo es símbolo, hasta el dolor más desgarrador. Somos durmientes que gritan en el sueño. No sabemos si tal cosa que nos aflige no es el principio secreto de nuestra alegría ulterior. Vemos ahora, afirma San Pablo, per speculum in ænigmate, literalmente: en enigma por medio de un espejo y no veremos de otro modo hasta el advenimiento de Aquel que está todo en llamas y que debe enseñarnos todas las cosas”. La cuarta (carta) es de mayo de 1904. “Per speculum in aenigmate, dice San Pablo. Vemos todas las cosas al revés. Cuando creemos dar, recibimos, etc. Entonces (me dice una querida alma angustiada) nosotros estamos en el cielo y Dios sufre en la tierra. ” La quinta es de mayo de 1908. “Aterradora idea de Juana, acerca del texto Per speculum. Los goces de este mundo serían los tormentos del infierno, vistos al revés, en un espejo. La sexta es de 1912. En cada una de las páginas de L’Ame de Napoleón, libro cuyo propósito es descifrar el símbolo Napoleón, considerado como precursor de otro héroe — hombre y simbólico también— que está oculto en el porvenir. Básteme citar dos pasajes: Uno: “Cada hombre está en la tierra para simbolizar algo que ignora y para realizar una partícula, o una montaña, (de los materiales invisibles que servirán para edificar la Ciudad de Dios.” Otro: “No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es, con certidumbre. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz... La historia es un inmenso texto litúrgico donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es indeterminable y está profundamente escondida.”

Párrafos de los cuales el maestro porteño, sin ninguna duda una pluma eximia y admirador incodicional de los dos anteriores, no pudo extraer su principal sentido, a saber: Que en el estado actual del hombre, en naturaleza caída, no se puede ver ni comprender los misterios del propio bien eterno sino de una manera obscura, imprecisa, vacilante y espasmódica. Y que por lo tanto, sin el auxilio de la Fe, que reemplaza la impotente razón como un espejo es ícono de un ser vivo que está fuera de nuestro ángulo de visión, no existe verdadera gnosis, sino paparruchadas de ilusionista.

Y por último, resta declarar que esto es un homenaje (quizá dos) y no un ensayo, de manera que nuestros eruditos y temidos lectores no lo vayan a tomar en más de lo que es y se nos vengan encima.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Ludovico: Lejos de caerle encima, así como de la categoría de erudito en cualquier tema, que menciona al final, les escribo para felicitarlo por este excelente post que, una vez más, me deleita doblemente: Primero por ayudarme a apreciar más a un querido autor como el tio Gilbert; y segundo por ayudarme a conocer una figura casi desconocida para mí como Blum.
Gracias