sábado, 17 de noviembre de 2007

El mundo sin Cristo

En una declaración reciente, los señores Obispos de la Banda Oriental han manifestado su posición doctrinaria frente al aborto: “Nuestra postura contraria al aborto no está fundamentada prioritariamente en premisas de orden religioso, porque el derecho de un ser humano a nacer está inscrito en la misma naturaleza humana”.

Es una verdadera lástima que, siguiendo la moda nuevaolera de negarse a sí mismos como Apóstoles de Cristo, acudan a argumentos de derecho natural —verdaderos ciertamente— pero insuficientes en la boca de un obispo, quien es ante todo un indigno servidor de Nuestro Señor Jesucristo y necesariamente, Su testigo; fiel, dentro de lo posible. “Quien me confesare ante los hombres, Yo lo confesaré ante el Padre”, es el mandato singular que rige estas terribles circunstancias, en las cuales —lo admitimos— no se acierta ya a cuál remedio acudir para impedir este brutal crimen del aborto.

Sin embargo, la renuncia a Cristo, a ser Su Voz, Sus Manos, y aún su benévolo y paternal látigo, debería ser lo último en abandonarse o, mejor dicho, lo que jamás se debería abandonar: Yo vivo, más no soy yo, sino Cristo quién vive en mí, recordaba el Apóstol modelo.

¡Qué poco valor tiene esta vida de Cristo en uno! Y en el mundo si vamos al caso, como para que no quiera emplearse, ni siquiera, para aleccionar a los católicos contra un crimen infame y bestial; y a los no católicos, de amonestación sobrenatural sobre una verdad que los alcanzará igualmente algún día, tanto como a todos los bautizados. Por que en nadie está el poder de exonerarse ante del Juicio de Dios invocando su ateísmo: Dios mismo inscribió la ley natural en el corazón de todos los hombres y, cuando manda cumplirla, lo hace por que es bueno, además de ser bueno por que Dios lo manda; pero siempre lo hace como Dios. Y es en Su Santo Nombre que hay posibilidad de obtener el perdón. Pues Él es juez y juzgará con rigor estos crueles desamores; y toca a sus Apóstoles aleccionar al mundo en Su santo Nombre, advertirlo, amonestarlo y prepararlo para el día del Juicio que seguramente sobrevendrá.

La exigencia de la hora es el testimonio heroico de Cristo, de Su realidad histórica y sobrenatural y de Su Realeza social indiscutible e irreemplazable. ¿Para qué celebramos fiestas como la del Cristo Rey, si nada le debemos como rey por derecho originario, ni tan siquiera un modesto reconocimiento de ser Él, como tal, Vida completa y Vida eterna?

Nos llena de tristeza esta novedad —no de estupor, pues es pan diario nuestro el leer cosas déstas— y nos mueve a ponerlo por escrito el que, en la modestia de este medio, pudieran acaso reflejarse y retroceder aquellos que quieren salvar al mundo sin despreciar al mundo, pero recurriendo más y más a lo que, de por sí, ya está perdido y es causa misma de perdición, como el demonio y la carne. La desacralización tan parloteada no es, primeramente, una cuestión puramente litúrgica sino de adhesión viva y real a Cristo, una configuración a Él y con Él en todo y que, en el sacerdocio, se da de un modo pleno y total y por toda la eternidad; el sacerdote, al aceptar el llamado y la sagrada ordenación, renuncia al mundo —y desto es signo el negro de su sotana, al cual signo tampoco debería renunciarse— al amor meramente humano y a los criterios de este mundo, para buscar con sincero y creciente afán el elevarse con el Divino Maestro hasta la Morada Eterna. Grande será, así, su recompensa, si es fiel trasunto de Cristo.

Y si no, no quisiéramos estar en sus zapatos; ni siquiera si fuesen morados.



PS: En un discurso de pocos días atrás, Su Santidad Benedicto XVI recordó a los obispos allí presentes, portugueses en visita ad limina, que “la verdadera misión de la Iglesia: no debe hablar principalmente de sí, sino de Dios”. La noticia apareció recién en el servicio de ayer, así que la agrego hoy. Y porque algunos creen que no se debería decirle nunca nada a los obispos cuando se equivocan, (¡¿Y cómo va a saber uno, que no es naides, cuándo se equivocan, éh, éh!?) provistos como se encuentran de una idolatría nunca vista en la historia de la Iglesia, que era la historia de hombres libres, hijos de Dios, y no esclavos de una adherencia seca y vacía que se parece tanto a la obedicencia como una piedra de colores a un caramelo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy estimado Sr.

exelente su artículo.-
Salvo en un lapsus que--creo--sebe Ud. corregir para el futuro.-
Con el debido respeto la digo que ACTUALMENTE Y DESDE HACE MAS DE UN SIGLO--dejamos de ser la BANDA ORIENTAL para ser una NACION con un DESTINO en el universo de las naciones de este mundo.-
NI PROVINCIA ORIENTAL NI CISPLATINA MAL QUE LES PESE AUN HOY A LAS OLIGARQUIAS GERENCIALES DE NUESTROS DOS RESPETABLES VECINOS.-
Y A NUESTRA OLIGARQUIA...POR SUPUESTO

UNO de los tantos
CATOLICO DE DOCTRINA ORIENTAL Y ARTIGUEÑO
(Mal que pese)

Ludovico ben Cidehamete dijo...

Muy apreciado amigo:
Tenga en cuenta que lo nuestro no es ofensa, sino simple cariño.
¡Una sola gran nación! partida al medio por el invasor, para mejor vengarse del gran Artigas y sacarle la lengua a San Martín, dos de los más grandes argentinos, y domar a los bravos hijos destos pagos. Así lo ve este rioplantense, por cuyas venas corre sangre Saravia y Tavares, por si algo significan para Ud.
Permítale a este hombre algo vetusto, mantener en uso unos términos familiares que le hacen creer que, todavía, conserva intacta su patria grande, al menos como posibilidad o, acaso, como ilusión. Y que el Río grande sirve más como escuela de santa paciencia, como un inmenso letargo parduzco antes de alcanzar la alegría de divisar la otra orilla, pero nunca para separar nada, como no sea esas ilusiones comunes frustradas en 1825.
Ser "oriental", para nosotros, no significa ser chino o japonés, sino natural de la otra Banda: gente de valor y respeto que no se arrea con arreador de goma; la provincia argentina más bella, añorada y querida de todas. La única que conserva en su suelo, argentinos bien educados.
Las oligarquías arruinan a su pago tanto como al nuestro y más que todo, nuestras opiniones; o algo menos a lo suyo, si prefiere, por que los oligarcas son de aquí y somos más para embromarnos.
Pero lo puedo asegurar que nunca, nunca jamás, pensaré de un oriental como un extranjero, ni me sentiré tal cosa en su país.
¿Qué quiere que le diga? Un tratado hecho a la fuerza, o el ficticio derecho internacional, o un límite pactado entre sonrisas falsas, o un Domingo sin Misa y con fútbol, no alcanzan para elevar una frontera en la cual no creo, ni mucho menos para derogar mi corazón.
Un cordial abrazo
L. b-C.

Anónimo dijo...

Muy estimado Sr:
Agradezco sus reflexiones.-
Muy compartibles.-Jamás pensé--viniendo de Ud.--en una ofensa.-
Mirando hacia el futuro--ansiosos de su bien--es absolutamente imprescindible abandonar algunos resabios del pasado:
--las ideologías "nacionalistas católicas" inconducentes
--formar a los jóvenes "buenos americanos" en una praxis conducente
--educar en Religión
, Familia y Trabajo
--Comenzar; por encima de fronteras con los que sean;combatiendo el imperio del número con la Fe del Apostolado.-

LA DESUNIÓN HA SIDO Y ES CAUSA PERMANENTE DE NUESTROS MALES Y ES PRECISO QUE ELLA CESE ANTES QUE NUEVAS CONVULSIONES COMPLETEN LA RUINA DEL ESTADO.-
MIENTRAS QUE EXISTAN EN EL PAIS LOS PARTIDOS QUE LO DIVIDEN, EL FUEGO DE LA DISCORDIA SE CONSERVARA OCULTO EN SU SENO PRONTO A INFLAMARSE CON EL MENOR SOPLO QUE LO AGITE
BRIG. GRAL. MANUEL ORIBE

oriental y artigueño
orientalyartiguenio@gmail.com

Luis de Guerrero Osio y Rivas dijo...

Estimado Ludovico, las cosas son sencillas. Dí por favor a estos jerarcas que ostentan su pertenecer al ancho mundo de lo humano, que si de verdad se oponen al aborto y sobre bases universales --es decir jurídico-penales-- que deben exigir la cárcel para los políticos culpables. El delito exige ser perseguido como tal.

Diles que genocidas no son sólo los promotores activos, sino los que al no exigir justicia, el inmediato encarcelamiento lo son también por omisión con agravante de hipocresía... Diles que para representar a Jesucristo deben distinguirse por hablar como Él, saliéndose de entre los fariseos hipócritas; raza de víboras, y sepulcros blanqueados.

Este feo asunto del aborto es el parteaguas.