viernes, 13 de julio de 2007

Subsistit in ...

Un triste día de 1972, que por la fecha debía serlo de alegre festejo, mientras Giovanni Battista Montini, a quien el mundo conocía mejor como “Su Santidad el Papa Paulo VI”, celebraba el día del Pontífice de aquel año, se le oyó exclamar las palabras más amargas que se han escuchado de boca de un Vicario de Cristo.

Él, que con un entusiasmo indoblegable había continuado la obra iniciada por el Papa Juan XXIII, concitando a todos los Obispos del mundo, reunidos en Roma desde 1963 en un Concilio Ecuménico, II del Vaticano, para remozar la Iglesia y relanzar el Mensaje de Cristo, se veía ahora burlonamente forzado a reconocer que, habiendo esperado en vano la llegada de una época de floreciente religiosidad, una soleada primavera de la Iglesia, se enfrentaba a una sorpresiva y fría era de nebulosas, plagada de dudas, de contestación, protesta y confrontación, que aparentaban tener por único fin, la destrucción de la Casa de Dios, como él mismo ha constatado poco tiempo antes. Culpa de ello al adversario, a quien llama “el diablo”, por haber realizado su obra de muerte y división, prácticamente sin oposición alguna interna de importancia, hasta allegarse inclusive al propio estrado del Altar: “El humo de Satanás —corrobora el horrorizado testigo— ha entrado en la Iglesia de Dios por algún resquicio” («da qualche fessura sia entrato il fumo di Satana nel tempio di Dio»); no lo dice como una interrogación —como se pretenderá hacerlo aparecer años después— ni al modo de San Pedro —cuya fiesta está celebrando— como una advertencia: llanamente, realiza ante su atónito público, una dolorosísima y espantosa verificación: El demonio se está apoderando de la Iglesia. Por eso, agrega allí mismo sin otro trámite: “Creíamos que el Concilio traería días soleados para la Historia de la Iglesia. Por el contrario, son días repletos de nubes, tormentosos, con niebla, días de ansiedad e incertidumbre”. Por los ojos de Pablo, otra vez Pedro está llorando su negación.

Ya cuatro años antes, no sin desagrado y con bastante sorpresa, ha constatado con intensa alarma la existencia de un trasfondo barroso que lo aturde y aniquila su voluntad, y ha tenido que comenzar a hablar de autodemolición de la Iglesia ante los aún más aturdidos seminaristas lombardos: «La Chiesa attraversa, oggi, un momento di inquietudine. Taluni si esercitano nell’autocritica, si direbbe perfino nell’autodemolizione. È come un rivolgimento interiore acuto e complesso, che nessuno si sarebbe atteso dopo il Concilio. Si pensava a una fioritura, a un’espansione serena dei concetti maturati nella grande assise conciliare. C’è anche questo aspetto nella Chiesa, c’è la fioritura. Ma poiché “bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”, si viene a notare maggiormente l’aspetto doloroso». Autodemolición: es un término tremendo, por que exige perentoriamente pensar en que la complicidad interna ha hecho expugnable la fortaleza, y ha rasgado la túnica inconsútil en varios lugares, permitiéndose el ingreso del diablo desde adentro. Pero él es el Papa, y aunque su torturada personalidad no crea que se pueda hacer cosa alguna, al menos no callará, y hasta él mismo se acusa; de hecho, resulta ser el Pontífice que con mayor precisión ha diagnosticado los males que sufría la Iglesia y quien con más frecuencia ha hablado de ello, acudiendo siempre a palabras, términos y tropos que señalan inequívocamente entrega, cobardía y por fin: la traición.

Anche nella Chiesa regna questo stato di incertezza. Si credeva che dopo il Concilio sarebbe venuta una giornata di sole per la storia della Chiesa. È venuta invece una giornata di nuvole, di tempesta, di buio, di ricerca, di incertezza. Predichiamo l’ecumenismo e ci distacchiamo sempre di più dagli altri. Cerchiamo di scavare abissi invece di colmarli.

Come è avvenuto questo? Il Papa confida ai presenti un suo pensiero: che ci sia stato l’intervento di un potere avverso. Il suo nome è il diavolo, questo misterioso essere cui si fa allusione anche nella Lettera di S. Pietro. Tante volte, d’altra parte, nel Vangelo, sulle labbra stesse di Cristo, ritorna la menzione di questo nemico degli uomini. «Crediamo in qualcosa di preternaturale venuto nel mondo proprio per turbare, per soffocare i frutti del Concilio Ecumenico, e per impedire che la Chiesa prorompesse nell’inno della gioia di aver riavuto in pienezza la coscienza di sé. Appunto per questo vorremmo essere capaci, più che mai in questo momento, di esercitare la funzione assegnata da Dio a Pietro, di confermare nella Fede i fratelli. Noi vorremmo comunicarvi questo carisma della certezza che il Signore dà a colui che lo rappresenta anche indegnamente su questa terra». La fede ci dà la certezza, la sicurezza, quando è basata sulla Parola di Dio accettata e trovata consenziente con la nostra stessa ragione e con il nostro stesso animo umano.

Pocas entregas atrás, recordábamos que San Agustín encuentra justo que Dios, que es omnipotente, demuestre esta infinita potestad, principalmente, cuando saca bienes de males, por que desta forma altera inclusive la causalidad natural de las cosas, pero sin alterar nada en realidad; que es como decir (si no fuera una herejía hecha y derecha) que el mal casi le viene como anillo al dedo, para probar su infinita sabiduría y poder. Montini, quien carecía de la más mínima confianza en sí mismo y cuya elección por Dios como Papa fue para él mismo, según nos cuentan sus amigos, un misterio jamás dilucidado del todo, tuvo de todas formas la dignidad y el buen gusto de no convocar ninguna comisión especial para evaluar la crisis y efectuar el diagnóstico, consciente de la traición que lo rodeaba: con toda sencillez, y armado exclusiva y solitariamente de su atormentada y anulante personalidad, enfrentó el humo de Satán como pudo y supo, que fue bastante mal según parece; y a sabiendas —refiere Jean Guitton— que su extremadamente dubitativo carácter le impedía adoptar cualquier remedio eficaz, por lo que suponía haber sido misteriosamente preferido por Dios, para Su mayor gloria, justamente por su apabullante nulidad, como intuyó en sus últimos meses de vida. Y, así, entregó su alma al Creador. Desta manera, pues, tan sencillamente terrorífica, quedó configurada y diagnosticada una enfermedad nueva, inaudita en la Iglesia de Cristo, como era esa paulatina destrucción desde adentro y hacia afuera, como si estuviera minada por sus propios miembros; como si aquello que le había sido dado para su bien, fuera ahora la misma causa de su mal.

Estas “rendijas”, o rajaduras, del Papa Paulo VI, han quedado abiertas desde entonces —sino desde antes— y el humo sulfuroso del adversario ha ingresado a designio hasta los tuétanos de la Iglesia, corrompiéndolo casi todo y aumentando hasta la saciedad los males descriptos por aquel Papa martirizado.

Y que sepamos, nunca nadie hasta ahora, se ha preocupado de cerrarlas como era debido; acaso, se han abierto más con el paso de los años y la lógica revolucionaria (“contestataria”, decía Paulo VI) de los miembros más bochincheros de la contra—Iglesia; sumado a la poca atención que se ha prestado, de hecho, a estas tremendas palabras de este aún más asombroso Vicario de Cristo. Hoy, a no ser por el clero “tradicionalista”, o al menos expresamente antimodernista, la clerecía sería un oficio prácticamente vacante por falta o deserción de las vocaciones, crecientemente desde 1969. Se cuenta que cuando Juan Pablo II asumió su pontificado, suspendió el trámite de más de 100.000 solicitudes de reducción al estado laical de otros tantos sacerdotes. La frecuentación de los Sacramentos se tornó tan rara como la predicación de su necesidad para la Salvación, y la Iglesia quedó convertida en una obra social de dimensiones universales...

Hasta ahora.

Ejerciendo Dios Nuestro Señor su potestad de confundir a sus enemigos, en 2005 fue electo Papa un antiguo teólogo modernista y asesor del Concilio que decíamos al comienzo, con casi ninguna formación tomista —se diría— aunque provisto de una fuerza crítica poco común para estos tiempos de relativismo y chanchullo. Su primer intervención, próximas las Navidades de su primer año como Papa, fue verificar que si la Iglesia fuese rupturista con la Tradición, con su pasado, poco crédito merecería Su Divino Fundador, que la habría dejado a la intemperie, y al voleo de los tiempos y las modas. Y así lo dijo. Enseguida, anunció la publicación de un libro propio dél, en el cual demostraba que, contrariamente a lo que sostiene la predominante hipercrítica bíblica católica criptoprotestante, Cristo Jesús, el Mesías, verdadero Dios y verdadero hombre, es el mismo y único personaje histórico que narran los Evangelios. Y si es así, resulta contrario a toda lógica creer que lo más —la Fe en el hombre Dios— salió de lo menos —las comunidades apostólicas primitivas— resultando más probable que haya sucedido a la inversa, o sea que las comunidades primitivas de los tiempos apostólicos, surgieron de la Divina Predicación. Nunca, pero nunca, insistiremos demasiado en la importancia de este “descubrimiento” llevado a cabo por un teólogo de formación pseudo protestante y alejado, tanto como se pueda estarlo sin dejar de ser católico, de las definiciones del Syllabus, el Concilio Vaticano I o el decreto Lamentabili, y acostumbrado a estudiar que la fe católica no es obra de Dios, ni la Iglesia el Cuerpo Místico de Su Divino Hijo, sino el concurso constante de los hombres en un mismo objeto de creencia. Digamos: algo así como una fe sociológica (si no fuera una estupidez la frase). Por que evidentemente, revela una inteligencia orientada por la FE; y eso, es un don del Cielo, como nos enseña la Sagrada Teología. Y además, es un cauterio seguro contra la herejía.

Resultó quel hombre era consistente hasta la ... germanofilia, y consideró que no podía romperse la Tradición bajo ningún pretexto y restableció, pocos días atrás, la forma tradicional de elegir al Papa. El sábado pasado, saltando sobre sí mismo y sellando una rendija fenomenal, restauró en todo su esplendor la Liturgia Tradicional y, en especial, la Santa Misa, dando así un paso tan largo como el tiempo de la desazón de los últimos 40 años. O más. Ayer, hizo que la Curia romana repitiera en voz alta y clara, que la única Iglesia verdadera es la católica, apostólica y romana, (casi) sin dejar ningún tipo de recoveco (resquicio o rajadura) para la relativización desta esencial verdad, connatural con la Divina institución de la Iglesia. Cierto es, que se trata únicamente de una aclaración lingüística y no de un documento teológico —por otra parte innecesario. Pero si alguien pudiera creer poco clara esta afirmación, léanse las protestas de los protestantes, los anglicanos y ¡los budistas!, que la han entendido perfectamente bien, como que para ellos estaba destinada.

Las afirmaciones referidas a obscuros ecumenismos, pues, van encaminándose hacia el significado tradicional de este término, tal como la Iglesia lo ha entendido siempre (Mortalium animos).

Entre medio, ha restaurado la teología correcta y verdadera sobre el Santo Sacrificio de la Misa, como el Sacramento central de la Fe cristiana que es, y hacia el cual confluyen los demás, mediante una Exhortación Apostólica que ha tenido la virtud de cerrar —además de la boca de ciertos charlatanes profesionales dotados de profesorales dignidades— algunas rajaduras en la trabazón litúrgica básica; como por ejemplo, destacar que la Liturgia es objetiva, pues es la Oración de Cristo ante el Padre. No está nada mal.

Hoy mismo, sin respeto humano de ninguna especie, mutiló —no, cabezas esta vez, no— un papelón que hicieran los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, que bordeaba peligrosamente la insubordinación, la herejía, el sarcasmo y la insolencia, todo a una.

Hizo renunciar sin miramientos a tres obispos (uno dellos de una sede primada y cardenalicia) por haberle mentido el primero, y por maricuetes los otros dos; sellando desta manera la rajadura de las malas costumbres, que se había convetido en una lepra de la Iglesia; y de todo el mundo ¡vamos!.

Es cierto que Benedicto XVI no ha dejado expresamente declarado que la Iglesia de Cristo, más que “subsistir en”, ES la Iglesia católica. En realidad, ha hecho algo mucho mejor: lo ha probado, volviendo a presentar al mundo, en sus propias manos, la túnica inconsútil del Divino Fundador.


8 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena nota.

Respecto a los últimos años del pontificado de S.S. Pablo VI, está bueno recordar el retiro cuaresmal que dictó el entonces cardenal Wojtyla y cuyos textos fueron publicados más tarde bajo el título "Signo de contradicción", y que contienen un intrigante mensaje de contenido escatológico.

Y no olvidemos el discurso del entonces cardenal Ratzinger a los cardenales poco antes de su elección donde condenó el "totalitarismo relativista" pues creo que tuvo algo de discurso programático.

Saludos

Muret dijo...

Querido Ludovico: He leído con muchísima atención este post. Y quisiera, después de haberlo disfrutado como un buen y raro vino, felicitarlo de todo corazón por el exclente gusto que me ha dejado.
Vaya entonces mi enhorabuena y agradecimiento por sus palabras que dejan, como el buen vino, una especie de consuelo, coraje y esperanza en el alma de quienes bien lo beben.
Saludos cordiales

Embajador dijo...

extraordinaria entrada. Muchas graciasb

Anónimo dijo...

Cuarenta años pasó Israel en el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida. Los mismos 40 que corren del final del Concilio a la asunción de SS Benedicto XVI. Deo Gratias.
Un misterio debe añadirse: El olvido de las profecías que a muchos permitieron cruzar el desierto sin mengua de esperanza: Las profecías de La Salette ya cumplidas. ¿No es igualmente sorprendente que tantos prefieran todavía dejarlas olvidadas?

Anónimo dijo...

Hizo renunciar sin miramientos a tres obispos (uno dellos de una sede primada y cardenalicia) por haberle mentido el primero, y por maricuetes los otros dos; sellando desta manera la rajadura de las malas costumbres, que se había convetido en una lepra de la Iglesia; y de todo el mundo ¡vamos!.

A quienes se refiere?
Gracias.

+Miguel Vinuesa+ dijo...

Efectivamente, y como ya lo ha dicho Muret, no podemos sino felicitarle. Un post exhaustivo y a la vez apasionante de leer.

Gracias!

Ludovico ben Cidehamete dijo...

¡Ah! Lectores buenos y generosos...
En cuanto a la pregunta de Anónimo sobre quiénes son los Obispos indicados en la nota, permítame decirle, mi querido lector, solamente ésto: No me ponga en el horrendo trance de tener que señalar a los pecadores, cuando les he declarado el pecado. Fíjese que las faltas acusadas son bastante gravísimas, como decía un sobrinito mío.
Pero si su necesidad de conocer estos nombres fuera apremiante, repase las noticias del pontificado de Benedicto XVI y los descubrirá con toda facilidad, pues en todos los casos hubo escándalo; como no podía ser de otro modo.
Otro Anónimo nos recuerda La Salette y la fortaleza suplementaria que el Cielo enviara en las sucesivas apariciones de María Santísima. No solamente coincidimos plenamente, sino que hemos dedicado muy recientemente una entrada a este mismo asunto.
Cordiales saludos para todos los amigos, desconocidos pero de siempre, en el día del Señor.
L. b-C.

Anónimo dijo...

Es una gracia de Dios que debemos tener en altísima estima el que nos haya enviado este Papa Santo y como su nombre lo dice BENDITO.

El nos va a restaurar la integridad Católica. Que el Señor lo conserve, le de vida lo haga felíz en la tierra y no permita que caiga en manos de sus enemigos. amen.

Sobre todo que le de vida y no caiga en manos de sus enemigos , que son muchos incluso dentro de la Iglesia.