domingo, 26 de octubre de 2008

Cristo Rey del Universo ... y de este mundo

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En una indomable clase eterna de política, el Papa Pío XI ha proclamado que Cristo es rey. Jesucristo no es Rey por gracia nuestra, ni por voluntad nuestra, sino por derecho de nacimiento, por derecho de filiación divina, por derecho también de conquista y de rescate. Lo es también, recuerda el Papa, por derecho de excelencia, por cuanto es la más excelente de las humanas substancias y en la cual ha enraizado el Verbo de Dios.

O sea que, en resumidas cuentas, resulta ser que tanto la conquista (se ruega no confundir con la torpe “ocupación del vencedor”, que es exactamente lo contrario), como el rescate y la filicación, eran a fin de cuentas títulos legítimos para aspirar a un Trono; eran su legitimidad de origen. ¡Qué impactante, que insoportable es esto para un mundo que quiere vivir separado de Dios y apoyado en el despótico dictado político del número o de la revolucionaria munificencia de los representantes del pueblo, ficticios y sedicentes portadores de una voluntad que, a la postre, terminará intentando enviar nueva y eternamente al cadalso al Rey de Reyes!. Porque declarémoslo sin rubor alguno: La realeza de la que habla la Encíclia papal que establece esta fiesta litúrgica, es también de orden terrenal. Es decir: Cristo es Rey de este mundo.

Algunos, casi todos, no soportan la palabra “Rey”; no va con los tiempos, así que, para referirse a Cristo, prefieren los más modestos términos “Maestro”, o “pastor”, o “amigo” o cualquier otro que, por justificado que esté, oculte con alguna eficacia la reyecía de Cristo. Él dijo no ser su Reino deste mundo, es cierto, pero no negó que fuera para este mundo, empero proclamó en el momento más importante y decisivo de su vida, esto es, ante la muerte, no que fuera maestro, pastor o amigo o lo fuera: dijo ser Rey y que para esto había nacido y venido: para ser rey aquí. ¡Horror, Cristo era monárquico! Y peor aún ... ¡era y es Rey!

Cuando el imbécil de Pilato Le pregunta si era Rey, Cristo le responde: —Para eso he nacido y para esto he venido al mundo; para dar testimonio de la VERDAD... . ¡Esto es un rey, el que dice la Verdad! De manera que la legitimidad de ejercicio del Rey, es nada menos que la predicación de la Verdad. En todas su formas. Como procuración de la vida virtuosa en la sociedad, que es su fin verdadero, o como denuncia del error y prevención de sus funestas consecuencias ...

Hoy, que no tenemos verdad reluciente en parte alguna de este mundo en tinieblas y mucho menos en el ámbito de la política, y ni siquiera en la Casa de Dios se la quiere proclamar con la altura y la vigorosidad que la reyecía de Cristo merece, se nos hace mayor y muy sentida la necesidad de celebrar esta Fiesta litúrgica en su sitio y en su forma tradicional, donde y como estuvo desde su no tan antigua institución, y desde la cual se había celebrado el múltiple martirologio que la proclamación de la realeza de Cristo hubo desatado en el pasado siglo.

Por causa de todo lo cual, esta fiesta es la más insoportable de todo el calendario litúrgico católico.

Christus vincit, Christus regnat, Christus ímperat