viernes, 30 de mayo de 2008

Al Sagrado Corazón de Jesús

Mármol con sangre, tu frente;
lirios con sangre, tus manos;
tus ojos, soles con muerte;
luna con muerte, tus labios.

Así quiero verte, Cristo,
sangriento jardín de nardos;
así, con tus cinco llagas,
cielo roto y estrellado.

Rojo y blanco, blanco y rojo,
te vio la niña del cántico:
bien merecido lo tienes,
por santo y enamorado.

Abismo reclama abismo:
¿o no lo sabías acaso?;
el amor llama a la muerte:
muerte y amor son hermanos.

Amor quema, amor hiende
carne y alma, pecho y labio.
Amor, espada de fuego;
amor, cauterio y taladro.

Así quiero verte, Cristo,
con sangre, lirios y mármol;
soles y lunas con muerte
en tus ojos y en tus labios. Amén.


domingo, 25 de mayo de 2008

La Virazón

Por providencial disposición, la fecha de hoy enlaza para nosotros el Santísimo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, hecho Presencia Real en la Sagrada Eucaristía, con el bienamado y desventurado nombre de la Patria Argentina, cuyas desventuras por poco no se asemejan a las del Divino Redentor a manos de los magnates contemporáneos; a lo menos, en la tribulación y perplejidad padecida por sus fieles.

En Sí misma signo sensible de Su promesa de permanecer con nosotros hasta la consumación del siglo, la Sagrada Eucaristía es la Segunda Persona de Dios mismo, Uno y Trino, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad presentes en cada partícula de la Sagrada Hostia y en cada mínima gota de Su Preciosísima Sangre que, bajo las apariencias de Pan y Vino, recibimos cual eterno regalo sobre el Altar.

No pase el día de hoy sin que honremos, con la humildad que es propia de las personas que lo hacemos, de los medios que empleamos y la ínfima modestia de las capacidades, el permanente Milagro del Santísimo Sacramento del Altar, fuente eterna de gracias y bendiciones —como recuerda el Cánon tradicional.

Y pluguiera a Dios Nuestro Señor concedernos, como resultado de esta providencial coincidencia con la Fiesta Patria, el milagro mucho más sencillo, fácil y definitivo de agregar para nuestra sufrida Patria el soplo fuerte, fresco y limpio de una definitiva virazón.


martes, 20 de mayo de 2008

Elogio de la urraca

Los días como hoy, húmedos y cálidos, nos hacen añorar una inspiración que, como el ángel esquivo de Sor Juana Inés, nos elude caprichoso y atrayente; hechicero y furtivo. Pero para consuelo, tenemos siempre a mano un saludable espíritu de rapiña y, como las urracas, córvidos nos hacemos por pura conveniencia. Para unir la bajo a lo alto, lo más a lo menos, la virtud al vicio y salir airosos, robamos hoy del nido de Los papeles de don Cógito una cita de San Luis María Grignon de Monfort, tocayo nuestro y admirable santazo francés que paseó por su Patria predicando a Cristo; igual que los cuervos, robando de los sepulcros la inspiración para vivir, evocando a la muerte para alabar a la Vida. Es una espiritualidad difícil, ruda, exacta y certera. Y sobre todo, realista. Nos recuerda aquello de San Pablo que tanta molestia dió a los espíritus místicos: Ahora vemos todo enigmáticamente en un espejo (videmos nunc per speculum in ænigmate). Quedáos con Dios.

PRERARACION PARA LA MUERTE
Disposiciones para morir bien.
DISPOSICIONES REMOTAS
I. Pensar todos los días en la muerte: 1.°, que es cierta; 2.°, que está cercana.; 3.°, que es engañosa; 4.°, que es terrible; 5.°, que es cruel; 6.°,que es semejante a la vida.
II. Vivir bien: 1.°; evitar el pecado mortal y el venial deliberado; 2.°, combatir la pasión dominante; 3.°, amar la cruz ; 4.°, frecuentar los sacramentos; 5.°, practicar la oración y la obediencia; 6,°, tener una gran devoción a la Santísima Virgen.
III: Hacer con tiempo el testamento: 1.°, hacer decir misas antes de la muerte; 2.°, hacer el testamento dicho en buena forma; 3.°, devolver los bienes mal adquiridos 4°, pagar las deudas.
IV. Ser fiel a ciertas practicas de los santos para pensar en la muerte y prepararse a ella: 1.°, al acostarse, tomar la postura de un muerto; 2.°, en cada comida tomar un bocado de pan como alimento de los gusanos que devorarán el cuerpo 3.°, mirar las enfermedades como corredores de la muerte; 4.°, tener una calavera en el aposento y meditar lo que es, lo que será. y reflexionar sobre sí mismo; 5.°, mandarse hacer su caja y su mortaja y besarlas todos los días.
San Luis María de Montfort. Preparación para la muerte


El pensamiento litúrgico de Paulo VI y la Reforma Litúrgica de 1969

Muchos juzgan, acicateados por la prensa en general y guiados por el criterio particular de algunos teólogos pseudo católicos y obispos ídem, que la liberación total del Misal de San Pío V dispuesta por S. S. Benedicto XVI sería una manera de religarse, por un lado, a cierta forma de continuidad tradicional con la Iglesia pre-conciliar; o bien, una herramienta de complacencia con los sectores católicos integristas y con el propósito de introducirlos plenamente en la disciplina eclesiástica. Hablando en plata: La reciente carta Apostólica Summorum Pontificum sería en realidad un gesto oportunista (bien sabido que el ladrón, a todos cree de su condición ...), un anzuelo para los “cismáticos” de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, o una moneda de transacción con la Iglesia nacional china (que, como pocos saben, sigue celebrando el Rito Tradicional), además de un gustito personal que ha decidido darse Benedicto XVI con relación a la pasada pompa litúrgica de la Iglesia que, es cierto, él siempre admiró y quiso ver repuesta. Pero de ninguna forma debe pensarse en una vuelta atrás en la “reforma del Concilio”, o también llamada “reforma de Paulo VI”. ¡Ah no, amigazo, eso sí que no!

Sin duda que, no obstante que este podría ser el núcleo predominante del pensamiento único y lineal con respecto a este asunto, algunos obispos han resultado algo más combativos, urgidos por lo que adivinan como una verdadera catástrofe, y se han puesto más que colorados de rabia contra el regreso de la Misa Tradicional fulminando jupiterinas amenazas a diestra y siniestra, llegando en algunos casos a provocar sínodos locales para “moderar” el motu proprio pese a la expresa prohibición allí contenida; como en Italia —conato abortado con energía por un valiente cardenal— o Polonia o Alemania o Suiza. También ha ocurrido, como en la mayor parte de Hispanoamérica, que se ha preferido guardar un distante y desdeñoso silencio, teñido casi siempre de algún gesto discreto de autoritarismo crematístico o, simplemente, mostrando su absoluta y silenciosa desaprobación a quien atente la celebración de la Misa Tradicional.

El cardenal Castrillón Hoyos consideró conveniente, en medio de tanto lío y previendo el que se veía venir, salir a decir otra vez que, aunque la Carta Apostólica no cercena el derecho de los Obispos en materia litúrgica, lo cierto es que ni la Santa Sede ni los Obispos pueden coartar, ni moderar, ni entrometerse, en el derecho y consiguiente libertad de cada presbítero, de celebrar la Santa Misa según el rito tradicional, cómo quiera, dónde quiera y a la hora que le plazca. Y que el Papa desearía que existiera una Misa tradicional dominical en todas las parroquias de la tierra. Así nos lo informa, en medio de un interesantísimo reportaje concedido por el cardenal Castrillón Hoyos, nuestra página amiga Una Voce Argentina

Desde luego, no sin una evidente intencionalidad se sigue hablando del “Misal del beato Juan XXIII”, olvidándose que la primera disposición del Motu Proprio expresa, textualmente, que lo que jamás ha sido abrogado es, en realidad, el “Misal de San Pío V”

Missale autem Romanum a S. Pio V promulgatum et a B. Ioanne XXIII denuo editum habeatur uti extraordinaria expressio eiusdem “Legis orandi” Ecclesiae et ob venerabilem et antiquum eius usum debito gaudeat honore. Hae duae expressiones “legis orandi” Ecclesiae, minime vero inducent in divisionem “legis credendi” Ecclesiae; sunt enim duo usus unici ritus romani.
el cual, por lo tanto, solamente ha sido promulgado nuevamente por S. S. Juan XXIII.

Consta, en cambio, de cierto que S. S. Paulo VI jamás promulgó con solemnidad —precisamente él, tan afecto como era a las fórmulas solemnes y hasta pomposas, como demostrara durante el Concilio Vaticano II al sancionar los distintos documentos votados por los padres conciliares— el nuevo rito conocido como Novus Ordo, y que ningún documento formalmente expedido por él como ley de la Iglesia universal y publicado en el boletín oficial de la Santa Sede, tuviera por propósito derogar la Misa Tradicional o reemplazarla con el Nuevo Misal; ni tampoco, la finalidad de imponer su exclusividad.

Entonces ¿Qué pensaba Paulo VI de la reforma litúrgica emprendida por él mismo a partir de 1967? ¿Derogó él el Rito Tradicional, o lo reemplazó formalmente...?

Hay otra forma de abordar la cuestión, y sería: ¿es que es cierto entonces, que nunca estuvo derogado el Misal de San Pío V? El Papa felizmente reinante, S. S. Benedicto XVI, afirma sin hesitación alguna en su reciente motu proprio que, de derecho, nunca estuvo prohibido ni abrogado; aunque resulte incontestable que, de hecho, estuviera remprimido su uso, lo que vino a justificar la necesidad del dictado de Summorum Pontificum. El Papa Paulo VI, en el Consistorio del 24 de mayo de 1976 afirmará por su parte que, en principio, el Misal antiguo está llamado con el tiempo a ser reemplazado totalmente por el Novus Ordo y por eso se permitirá, de momento, su vigencia restringida a ciertos casos especiales:

E ciò è tanto più grave, in particolare, quando si introduce la divisione, proprio là dove congvegavit nos in unum Christi amor, nella Liturgia e nel Sacrificio Eucaristico, rifiutando l’ossequio alle norme definite in campo liturgico. È nel nome della Tradizione che noi domandiamo a tutti i nostri figli, a tutte le comunità cattoliche, di celebrare, in dignità e fervore la Liturgia rinnovata. L’adozione del nuovo «Ordo Missae» non è lasciata certo all’arbitrio dei sacerdoti o dei fedeli: e l’Istruzione del 14 giugno 1971 ha previsto la celebrazione della Messa nell’antica forma, con l’autorizzazione dell’ordinario, solo per sacerdoti anziani o infermi, che offrono il Divin Sacrificio sine populo. Il nuovo Ordo è stato promulgato perché si sostituisse all’antico, dopo matura deliberazione, in seguito alle istanze del Concilio Vaticano II.

Sin embargo, lo cierto es que el Novus Ordo jamás fué formalmente promulgado como ley exclusiva de la Iglesia en materia litúrgica, ni tampoco fué decretada la abolición del rito antiguo, lo cual consta de la lectura de la colección de los boletines de AAS de la época; y no deja de sorprender que el Papa llame a todos a adoptar el nuevo rito únicamente en nombre de la Tradición y no en nombre de la disciplina eclesiástica, como debió haber sido de estar promulgado el Novus Ordo en toda y debida forma; de todas maneras, Paulo VI padecía con relación a este asunto algún error, pues a renglón seguido afirmaría

Non diversamente il nostro santo Predecessore Pio V aveva reso obbligatorio il Messale riformato sotto la sua autorità, in seguito al Concilio Tridentino.

cuando, en realidad, no fue así, pues San Pío V ni fue reformador del Misal, al cual solamente compiló y purificó en cuestiones tan nimias que solamente un especialista podría distinguirlo del utilizado en los siglos IV y V, ni lo impuso tampoco obligatoriamente, sino que lo benefició con todo clase de privilegios, excepciones, indultos y ventajas para que nunca, nadie, pudiese reformarlo ni prohibirlo —algo que, suponemos, Paulo VI tuvo en su mente siempre, evitando tanto una derogación impiadosa como una promulgación sospechosa. Por otra parte, el Misal de San Pío V no tenía vigor sino allí dónde no existiese un derecho particular o donde no estuviesen en uso Misales con una antigüedad superior a los 200 años; de manera que al principio y en la práctica, el Misal Romano únicamente tuvo vigencia inmediata en la propia ciudad de Roma, casi exclusivamente. Las misiones, especialmente las americanas y africanas que alcanzarían su mayor esplendor en pocos lustros más a partir de 1570, utilizarían este Misal por devoción al Papa y por tratarse de diócesis nuevas sin privilegios ni derechos particulares que excusasen el uso del Misal de San Pío V.

Esta afirmación de Paulo VI era, pues, incomprensible en el contexto litúrgico conocido y, de hecho, era demostrable exactamente la verdad contraria; sin embargo, si se repasa la totalidad del discurso pronunciado en aquel Consistorio, se verá que su propósito era, en realidad, quejarse contra monseñor Lefebvre, a quien nombra varias veces, pero sin refutar uno sólo de los argumentos y puntos que le fueran propuestos tanto por el arzobispo emérito de Dákar, como por los cardenales Ottaviani y Bacci en su conocidísimo Estudio sobre el Novus Ordo, o por el Abbe de Nantes, entre muchos otros. Esta actitud papal —que sin embargo y a pesar de todo no era jurídica ni tenía fundamento jurídico— universalizó, a la vez, la masiva conducta adoptada en la Iglesia desde 1970 con relación a este problema litúrgico: un negacionismo obtuso y cerril con referencia a la Misa Tradicional. Y que recién con el papa reinante, Benedicto XVI, han encontrado algún cauce, todavía en ciernes, de fraterna y amable solución.

¡Qué hombre contrdictorio era Paulo VI! En el Concilio, se había decretado que las formas litúrgicas tradicionales no debían ser tocadas en su substancia y, en todo caso, eran merecedoras de respeto y conservación; debía conservarse el latín como lengua litúrgica propia de la Iglesia sin perjuicio de adoptarse la lengua vernácula para algunas porciones menores de la Santa Misa, como las lecturas (aún no existía lo que hoy se llama “Liturgia de la Palabra”) o algunas oraciones; además, el sinodo especial convocado para analizar las reformas denominadas como Misa Normativa, habíala rechazado por el voto casi unánime de los prelados asistentes por no responder a las instrucciones de los Padres conciliares y apartarse notablemente de la teología católica; pero ahora, contrariando este importantísimo hecho y su propia opinión anterior volcada en la Encíclica Mysterium Fidei, Paulo VI substituye el rito litúrgico que el concilio le había recomendado preservar, con las innovaciones de los audaces, y hasta pretende que, en algún futuro, reemplace por completo la Liturgia tradicional.

Pero entonces, él ¿qué piensa? Pues el texto parece bastante claro a este respecto: En 1976, cuando dirige este discurso al Consistorio, afirma que la Misa de San Pío V alguna vez deberá ser reemplazada por el Novus Ordo, lo que implica que tiene in mente hacerlo alguna vez durante su reinado. Sin embargo, es un hecho que jamás se promulgaría tal reemplazo, como tampoco se había promulgado formalmente (al menos, con la misma solemnidad con que promulgara San Pío V el Misal que lleva su nombre) el llamado Novus Ordo.

En una entrada anterior tuvimos oportunidad de comentar nuestra impresión referida a que las famosas y horrorosas verificaciones de Paulo VI sobre el ingreso del “humo de Satanás” a la Iglesia de Cristo, estaban dirigidas a las devastaciones en la Liturgia y a los efectos del Concilio, preferentemente. Pocos días ha, el ahora anciano cardenal Virgilio Noé, ex ceremoniero del Papa Paulo VI, ha confirmado estas hipótesis con mayor extensión a la sospechada. De nuestro admirado colega Secretum Meum Mihi, hemos tomado la traducción del reciente reportaje que se pude leer aquí (y repasar los excelentes artículos que hay allí), en el cual se describen con toda crudeza los sentimentos del Papa Paulo sobre los efectos de su reforma litúrgica. Leamos algunos pasajes descollantes:

Montini por ‘Satanás’ quería clasificar a todos aquellos sacerdotes u obispos y Cardenales que no rinden culto al Señor al celebrar mal la Santa Misa debido a una errada interpretación y aplicación del Concilio Vaticano II. Habló de humo de Satanás, porque sostenía que aquellos sacerdotes que hacían paja de la Santa Misa en el nombre de la creatividad, en realidad estaban poseidos de la vanagloria y de la soberbia del Maligno. Por lo tanto, el humo de Satanás no era otra cosa que la mentalidad que quería distorsionar los cánones tradicionales y litúrgicos de la ceremonia Eucarística.

Él condenaba los ánimos de protagonismo y el delirio de omnipotencia que siguieron a la liturgia del Concilio. La Misa es una ceremonia sacra, repetía a menudo, todo debe estar preparado y estudiado adecuadamente respetando los cánones, nadie es el ‘dominus’ de la Misa. Desgraciadamente, muchos después del Vaticano II no lo han entendido y Paulo VI consideraba el fenómeno un ataque del demonio.

Después, vendrían cosas aún peores, como la Sagrada Comunión en la Mano, práctica que Paulo VI detestaba con toda el alma, y consideraba especialmente provocada por ataques de soberbia demoníaca que intentó contener como pudo.

Se puede consultar la Instrucción sobre la prohibición de la Comunión en la mano de los fieles, conocida como Memoriale Domini, en la cual el Papa Paulo VI denuncia esta práctica como ilegal y abusiva, además de considerarla peligrosa para la veneración y respeto debidos al Santísimo Sacramento y exponerLo a profanaciones; como, en efecto, se ha comprobado con inmensa tristeza todos estos años. En su ya recordada Encíclica Mysterium Fidei, la cual se puede, y diríamos se debe, leer toda entera en el enlace que dejamos arriba, el Papa Montini expondrá su doctrina, la de la Iglesia, sobre este tristísimo abuso litúrgico:

Ni se debe olvidar que antiguamente los fieles, ya se encontrasen bajo la violencia de la persecución, ya por amor de la vida monástica viviesen en la soledad, solían alimentarse diariamente con la Eucaristía, tomando la sagrada Comunión aun con sus propias manos, cuando estaba ausente el sacerdote o el diácono [Cf. S. Basilio, Ep. 93 PG 32, 483-6].

No decimos esto, sin embargo, para que se cambie el modo de custodiar la Eucaristía o de recibir la santa comunión, establecido después por las leyes eclesiásticas y todavía hoy vigente, sino sólo para congratularnos de la única fe de la Iglesia, que permanece siempre la misma.

Como se desprende de este breve estudio, el drama de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX se ciñó a una rigurosa centralidad bimilenaria: la Presencia Real de Cristo en medio de su Iglesia; y tuvo por calificadísimo testigo crítico al propio Papa Paulo VI; en muchos sentidos, autor él mismo de unas cuantiosas reformas que, apresuradas o no, exageradas o atrevidas, solamente dieron lugar a que su autor sufriera en vida la triste y horrenda decepción de haber sido, por lo menos, causa oportuna de su derrame sobre toda la Iglesia.

Pero acaso, también, todo esto pueda llegar a ser causa de un florecimiento futuro nunca visto, presentido pero no prometido, mas en esta ocasión verdadero, milagroso, hecho desde el Cielo y no desde los gabinetes asfixiantes de los teólogos de biblioteca y los liturgistas de salón; después de todo, para Dios sacar bienes de males es más fácil que robarle sonrisas a los chicos; o mucho más fácil que eso. Y será digno de verse, si llegamos a tiempo y rezamos lo suficiente.


viernes, 9 de mayo de 2008

La Conquista del Desierto y el capitán Rufino Solano

Un extensísimo e interesante artículo nos ha sido enviado en forma de "comentario" (y que por su extensión no sabemos como llevarlo a forma de artículo, como desearíamos), a la entrada sobre la beatificación de Ceferino Namuncurá, y con el evidente propósito de ilustrar a los equivocados y confudir a los bandidos que niegan la innegable obra piadosa de conversión al catolicismo de los indios pampas, y la generosidad política de “hacerlos gente” e incorporarlos a una vida civilizada donde el rapto de mujeres, el robo de haciendas, el homicidio y toda clase de rapacería no constituyesen el modo habitual de vida. Y los muy vivos nos dieron nuestro primer Beato ¡qué tal! Eso es aprovechar bien las cosas que Dios pone en el camino.

Lo que vino después no es culpa nuestra, es decir de los argentinos ahora en el exilio, sino de la demosgracia libertina, falaz y descreída, que vino muy luego; o sea, cuando la mariconería, predominante ahora, juzgó que podía lanzarse sin peligros a la calle por que los benditos soldaditos de frontera y los curas de Don Bosco, habían puesto en orden al temible desierto, que estaba hai' nomá', dejando sus huesos blanqueando al sol en tan arduo intento. Y que fue la última Cruzada propiamente dicha que vio la era moderna. Vale.

Para que se sepa lo que era aquello, contamos una sola anécdota: Después de la terrible batalla de San Carlos contra las huestes de Calfucurá, en marzo de 1872, donde la indiada, reconociendo en el capitán a un viejo amigo, le pedía a gritos que se pasara de bando, las relaciones con la toldería no podían ser peores. Enterado que el Emperador de la Pampa está en las últimas, Solano (en la foto, a la extrema izquierda, junto al padre de Ceferino) va a visitarlo, más o menos un año después de la batalla que puso fin al Imperio pampa. Calfucurá lo recibe con gran cariño y el soldado cristiano le ruega que le entregue las cautivas que tenga, para que no sean sacrificadas a su muerte, como era tradición india. El gesto de Calfucurá es inmenso de magnanimidad: le dice a Solano que parta esa misma noche con las cautivas, por que en pocas horas él morirá y no le será posible evitar que el malón lo mate a él y a las mujeres huincas. Y con este último gesto de gran señor, Calfucurá entrega su alma a Dios esa misma noche, cuando Solano ya huye a toda marcha, distante de la toldería lo suficiente para ponerse a salvo de los furiosos caciquejos que, muerto el Emperador, lo persiguen a muerte sin darle alcance.

La diferencia entre los indios de aquellos tiempos y los criminales patricidas de hoy en día, es el arrepentimiento, esa extraña forma de nobleza repentina, divina inspiración, que corona la testa del más bruto y cuya ausencia rebaja al más pintado. A cuidarse mucho, pues

Conjetura sobre San Martín

De la pluma de un amable y estudioso lector y a modo de comentario a nuestra anterior entrada ¡Que nos lo llevan!, nos ha llegado este escrito que, por su interés y enjundia, merece un lugar principal que, gustosísimos, le damos. No sin declarar antes que, en lo substancial, estamos en completo acuerdo.

Yo tengo una conjetura esbozada - casi un "borrador" y que el amigo "Cruz y Fierro" conoce parcialmente - que la copio por lo que pueda servir para el debate

Fernando Romero Moreno

a)El caso de San Martín es un caso polémico en ambientes tradicionalis-tas y católicos. Es innegable que al pedir la baja del Ejército español en 1811 – cuando toda España estaba ocupada ya por Napoleón – y decidir su vuelta a América, estaba influenciado por cierto liberalismo al estilo inglés, moderado y nada anticlerical. Su pertenencia a la Masonería no está probada y, lo que es más importante, toda su actuación pública revela un accionar contrario a los intereses de Inglaterra, de la Masonería y de los liberales criollos o peninsulares. Eso no implica que no pudiera pertenecer a cierta masonería irregular, lo que explicaría ciertas conductas, escritos y hechos de su vida. Cierto pensamiento ilustrado lo mantuvo a lo largo de su existencia (se nota en muy pocas cartas privadas, en la semblanza de algún contemporáneo y en las Máximas a su hija) pero el tono general de su vida privada y sobre todo su actuación como hombre público (como Jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo, como Gobernador de Mendoza, como Jefe del Ejército de los Andes, como Protector del Perú, como enemigo del gobierno laicista de Rivadavia y como admirador de la dictadura tradicionalista y católica de Rosas) es la de un hombre profundamente respetuoso de la tradición católica americana y, a su manera, el de un católico más o menos práctico. Muy difícilmente un liberal hiciera rezar diariamente el Rosario en el Ejército como lo hacía San Martín, pedir más capellanes para sus oficiales y soldados, tener él un capellán y oratorio personal, honrar a la Virgen del Carmen como Patrona del Ejército de los Andes, declarar al catolicismo la religión oficial del Perú, fundar una Orden aristocrática (la Orden del Sol) bajo el patrocinio de Santa Rosa de Lima…y proyectar una gran monarquía católica americana e independiente, con un Príncipe Español a la cabeza y sin la Constitución de 1812, como le propuso al Virrey La Serna en la Hacienda de Punchauca (siendo obstaculizado en esto por el masón General Valdés, enviado por Fernando VII) o, fracasada la pro-puesta del príncipe español, enviar a buscar Príncipes europeos (ingleses, rusos, austríacos, etc) con la expresa condición de que fueran católicos y vinieran a garantizar la Independencia americana. Como afirma un historiador americano, la historia de la Independencia es la de la lucha de los Libertadores (San Martín, O´Higgins, Bolívar, Iturbide) contra los liberales. Los conflictos que pudo tener San Martín con ciertas autoridades eclesiásticas no fueron de índole religiosa, sino política (como en el Perú), y además fueron algo excepcional.

b)Los proyectos de San Martín se remontan al momento de su llegada al Río de la Plata (1812), cuando discute con Rivadavia - oponiéndose a la exigencia masónica de instalar repúblicas en América - , y se extienden a lo largo de toda su vida, siendo de especial importancia sus recomendaciones monárquicas al Congreso de Tucumán (1816) y las propuestas en el Perú (1821-22).

c) Que San Martín estuvo vinculado a los ingleses no ofrece mayor dificultad: toda la España que combatía a Napoléon lo estaba. Que tenía algunas influencias liberales en su pensamiento ( como se desprende de los recuerdos de Mrs. Graham, de alguna carta a Guido, de las Máximas a su hija o de las referencias al estilo de la leyenda negra) tampoco, pues poco influyeron en su vida política y no fue-ron permanentes en su intimidad. En su vida pública San Martín obró habitualmente - con alguna excepción - en sentido católico, monárquico y si no tradicionalista, al menos conservador. Escribió además en contra de las teorías liberales, socialistas y comunistas y en favor de la religión y la tradición. Lo de la masonería regular no está probado y si estuvo ligado a una suerte de masonería irregular, lo importante es que obró en sentido contrario y le costó el exilio y casi la vida. Que por otro lado no obedeció a los intereses ingleses se desprende de su lucha constante por la Independiencia, hecho que Gran Bretaña no apoyaba desde 1808. Esto es importante aclararlo, pues aún hoy se sigue insistiendo en que Inglaterra fomentó la Independencia americana: eso fue así hasta la invasión napoléonica a la Península, luego actuó como intermediaria, procurando que los gobiernos americanos garantizaran la libertad de comercio y la libertad de cultos, pero procurando un entendimiento con Fernando VII. En el Río de la Plata esto es conocido, sobre todo siguiendo la actuación de Lord Strangford. Y en lo que a San Martín se refiere, el Libertador - que había dicho en 1816 que nada se podía esperar de los ingleses - se propuso precisamente lo que Inglaterra no quería: la Independencia de Sud América, tratados comerciales favorables a España y la construcción de una gran monarquía que uniera Chile, Perú y el Río de la Plata bajo la Corona de un Príncipe Español.

d) Este ofrecimiento de Punchauca y Miraflores parece sincero porque a pesar de la carta a Miller, lo dicho allí se contradice con la que le escribió a Riva Agüero, y además están los testimonios contrarios de Guido, Abreu, García del Río, más la última carta del propio San Martín a La Serna, poco antes de Guayaquil. Y las tratativas que hizo a través de su hermano Justo Rufino, que trabajaba en la Secretaría de Guerra en España. Mitre, que tuvo toda la documentación sobre el Libertador en sus manos, la da por cierta, criticándolo porque de este modo se perdía el apoyo de EE.UU, nos ligábamos a la política "reaccionaria" de la Santa Alianza y se abandonaba el camino "republicano" de la Independencia (república que en realidad nunca estuvo en la cabeza de los protagonistas de la Independencia - salvo la minoría liberal -, como puede advertirse conociendo la discusión al respecto del Congreso de Tucumán)

e)El conflicto con la masonería peruana y rioplatense se deduce leyendo las Memorias de Iriarte. Y probablemente sea cierta la interpretación de que eso ex-lique el "secreto" de Guayaquil, como sugiere Steffens Soler.

f)La postura contraria de algunos "tradicionalistas" se refuta diciendo que de obrar en sentido contrario, San Martín hubiera tenido que seguir peleando en una España que en 1812 casi no existía (¡y al mando de Beresford, el jefe de las tor-pas británicas que invadieron Bs. As en 1806!) o luego ser cómplice de los militares iluministas que nos mandó Fernando VII (Morillo y más precisamente Valdés, el General masón, Venerable de la Logia en Perú y que fue quien se opuso al ofrecimiento de Punchauca). O aceptar la unión con España de un modo contrario a la Tradición: aceptando la Constitución de 1812 (como pedía el Rey en 1821, luego de la Revolución de Riego) y bajo un régimen centralizado, contrario a la autonomía que América tenía desde tiempos de Carlos V. ¿Quién era pues más tradicionalista? Lo de Punchauca es similar al Plan de Iguala de Iturbide, y de allí que fuera alabado por algunos monárquicos europeos de la Santa Alianza.

g) El hilo conductor parece ser este: San Martín comenzó a pelear por la independencia de América cuando la Península estaba ya totalmente ocupada por Napoléon y luego contra la testarudez de Fernando VII, a pesar de los ofrecimientos de paz del gobierno rioplatense (en 1814) o del propio San Martín en el Perú. Con España o sin España, San Martín propuso la unión de Perú, Chile y el Río de la Plata bajo una monarquía católica. Fueron los masones Valdés y Rivadavia quienes combatieron este proyecto hasta lograr vencer a San Martín, quien sin embargo de apo-yar al Partido Federal y sobre todo al Restaurador, que defendían los intereses americanos y la Tradición hispano- católica en el Río de la Plata.

h)Todo esto está muy bien documentado en los libros de Ibarguren, Díaz Araujo y Steffens Soler. Hay que leerlos detenidamente y que el árbol (cierto liberalismo marginal de San Martín) no tape el bosque (el proyecto de monarquía católica con príncipe español a la cabeza y luego el apoyo a Rosas).

J)No se comprende esto, por otro lado, sin conocer el contexto en que se dio el proceso emancipador: el progresivo incumplimiento de los Borbones respecto al pacto explícito de Carlos V con los Reinos de Indias (1519) - Tratado de Permuta de 1750, expulsión de los Jesuitas, Conferencia de Bayona, alianza del Virrey Elío con los portugueses, represión violenta de Fernando VII a las Juntas americanas - que condujeron a los pueblos del Nuevo Mundo de un planteo inicialmente autono-mista a uno más decididamente emancipador. Los argumentos jurídicos esgrimidos en el Manifiesto del Congreso de Tucumán son claros en ese sentido. Lo mismo fue expuesto por Mariano Moreno en su polémica con el Marqués de Casa Irujo, por Fray Francisco de Paula Castañeda (quien dijo que debíamos emanciparnos con el honor propio de quienes habíamos sido hijos y súbditos de la Corona, porque entre otras cosas, "por Castilla somos gente"), por Don Juan Manuel de Rosas en su discurso de 1835 y por las cartas al propio Rosas de Tomás Manuel de Anchorena - partícipe de los hechos de Mayo de 1810 y congresal en Tucumán -. Que en la Independencia actuaron también liberales y masones es algo similar a lo que ocurrió en España en la Guerra contra Napoléon. Pero el primer grito de autonomía se dio en el Río de la Plata bajo el lema "por Dios, por la Patria y el Rey". La Guerra de la Independencia no fue una guerra ideológica (hubo tradicionalistas y liberales en ambos bandos),ni étnica (hubo criollos y peninsulares en un lado y en el otro) ni religiosa (masones y católicos actuaron por igual a favor o en contra de la emancipación americana). Fue una guerra separatista, fundada no en los principios abstractos del nacionalismo moderno (principio de las nacionalidades, autodeterminación de los pueblos) sino en aquellos derechos concretos reconocidos en el Fuero Juzgo, las Leyes de Partidas y sobre todo las Leyes de Indias, que garantizaban para nuestro caso que América era intangible, inalienable y autónoma

Fernando Romero Moreno


jueves, 8 de mayo de 2008

Nuestra Señora de Luján

No nos hemos olvidado de Tí, Madre y Señora Nuestra. El rigor de humana natura nos persigue y nos quasi amordaza y al Padre San Benito rogamos por auxilio —como patentemente dejamos asentado en nuestro margen con la exposición de su infalible exorcismo.

Así que, un día déstos, con el inapreciable auxilio del Compadre, daremosTe las honras del caso.


viernes, 2 de mayo de 2008

¡Que nos lo llevan!

El angustiado grito galvanizó los corazones y unificó las voluntades del pueblo de Madrid; en especial la de aquellos más humildes y olvidados, como el pueblo llano y la nobleza vieja, paulatinamente desplazada por la nobleza de toga y de favor que iban creando estos extraños reyes extranjeros. Los franceses se llevaban a la jaula de oro de Valençay al último Infante de España que quedaba en la villa y Corte; y eso, ya no se podía permitir. De manera espontánea, el pueblo asaltó a cuanto francés se interpuso en su camino, no olvidando tampoco a los afrancesados, individuos de esa nueva aristocracia borbónica los más, que veían con buenos ojos la invasión francesa a España. Ellos, los afrancesados, pensaban que esta invasión podría concluir esa especie de revolución francesa sin jacobinos, y manteniendo la cabeza de los reyes en su sitio. Pues que la lección de los primos borbones de Francia no querían repetirla los borbones españoles en ellos mismos; de modo que, en todo cuanto les fue posible permitieron —¿o sería más justo decir: fomentaron?— la revolución “francesa” en su propio país, a condición que se respetasen sus vidas, sus haciendas y se hiciera poca bulla. El pueblo llano y la nobleza tradicional nunca llegaron a comprender, por lo menos a tiempo, ese extraño patriotismo de esa escandalosa familia instalada en la Corona de España desde 1714 y, acostumbrados como estaban a una familiaridad tradicional con sus monarcas, juzgaron era llegado el momento de dar la vida por ellos con la misma sencillez con que se da por un padre en peligro.

El castillo de Valençay
en imagen fotográfica hecha por Hipólito Bayard
a los pocos años de la Guerra de Independencia española

Por de pronto, ignoraban que el hijo de Carlos IV, don Francisco de Paula Borbón, ese último Infante que quedaba en Madrid aquel 2 de mayo de 1808, tomaba filosóficamente sus prisiones que, al socaire de un Tratado firmado en 1807, debía “interpretarse” de la misma manera como ahora se juzga la “protección” que ofrece la mafia a cambio de suspender una extorsión. El Tratado de Fontainebleau, una supuesta excusa para pasar por España y atacar a Portugal, aliada de Inglaterra, había dado a Francia en los hechos, el control militar de la capital y de las principales rutas españolas y favorecido la instalación local de un poderoso ejército al mando del general Joaquín Murat, un aguerrido y valiente botarate que causaría a Madrid, a España, a Europa y al propio Emperador —su cuñado— muchos de los momentos más amargos y crueles de su existencia contemporánea; y que terminaría su vida frente a un justiciero pelotón de fusilamiento en 1815.

Mientras la sangre corría por las calles de Madrid, la ópera bufa de la familia real —como con innegable gracejo nacional llamaría más tarde un historiador a estos episodios— seguía su curso en el lujoso castillo de Valençay. Carlos IV y su mujer, soñando con sustanciosas recompensas y sórdidas presencias, abanonaban en las manos del Corso una herencia sagrada que no les era permitido poner en manos de extraños; y a su propia desventura, a un pueblo que no merecían y cuyos arrestos harían sonreir al Cid desde los luceros. ¡Ay Dios bendito: qué buenos vasallos si hubiese buen señor!

Creyendo, pues, que los españoles serían gráciles y asustadizas empanadas “que se comen con solo abrir la boca” —según la genial y breve descripción que de sus compatriotas hiciera más tarde don José de San Martín— Murat ordena el mismo día 2 de mayo y el siguiente un crudelísimo escarmiento, consistente en la ejecución, por cualquier medio disponible e imaginable, de varios centenares de madrileños y cuyo número exacto hoy mismo no es posible precisar, pero que acaso superaría los dos millares.

La reacción nacional fué instantánea y fulminante

Señores Justicias de los pueblos a quienes se presentase este oficio, de mí el Alcalde de la villa de Móstoles:

Es notorio que los Franceses apostados en las cercanías de Madrid y dentro de la Corte, han tomado la defensa, sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre; como Españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer un pesado yugo, Después de haberse apoderado de la Augusta persona del Rey; procedamos pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los Españoles lo son.

Dios guarde a Ustedes muchos años.
Móstoles dos de Mayo de mil ochocientos y ocho.

Andrés Torrejón, Simón Hernández


y el incendio se propagó por toda España con una velocidad y precisión que, aún hoy, hace meditar a los propulsores de las comunicaciones electrónicas. Gran parte de este alzamiento patriótico débese el espíritu local y foral que todavía animaba a los españoles, aún nada aturdidos por las modernas lisonjas del “bienestar” a cualquier precio, ni empachados de asistencialimos y otras tiranías viles, que un carácter todavía viril no estaba dispuesto a soportar.

¡Viva el Rey católico, mueran los malos gobiernos! se oía por todas partes —probándose hasta la saciedad, como solo pudo ocurrir en España, que ese pueblo era dueño indiscutible de una madurez política pocas veces vista en un Occidente ya casi completamente apóstata y creciemente —¡ironías de la revolución!— democrático.

Pocas semanas después, los invencibles ejércitos imperiales morderán el polvo de su primera y más feroz derrota en el paso de Baylén, obligando al Emperador a abandonar todos sus proyectos concebidos para su nueva Europa, y marchar a toda prisa para atender esa Península díscola, valiente e invencible. Pero ya no había remedio y el principio del fin estaba asomando; y el Emperador, acaso el hombre más talentoso que hayan dado estos siglos, lo comprendió enseguida y perfectamente. Y acaso, también, olfateó la repugnancia que hedía desde Valençay, por la cual tantos españoles daban alegremente sus vidas y —nobleza obliga el decirlo— con innegable grandeza de alma no quiso nunca utilizarla para desmoralizar a los sublevados, echándosela a la cara. Como fuese, lo cierto es que Napoleón no intentó vencer la resistencia anti-francesa denigrando los símbolos que mantenían unidos a los españoles, contentándose con poner a su hermano en el trono.

Mas la suerte echada estaba; y estos hechos fueron el detonante de la Guerra de la Independencia. De ambas guerras de la Independencia, la española y la americana.

Napoleón, que contaba con importar a España la Revolución de que era portaestandarte, con el auxilio de la propia casa real, vio su (doble) fracaso y separó a los Borbones de España, en un último, inútil y desesperado intento por apaciguar los ánimos y evitar esa guerra a dos puntas que terminaría con su amada y hasta ese momento ascendente estrella.

Lo demás es historia archisabida y casi nada comprendida; pues lo que recordamos hoy es una gesta patriótica esencial, no sola ni principalmente un hecho histórico aislado o acreedor a una aburrida evocación escolar o militar de circunstancias. Una gesta de la misma natura que aquella que, poco después, emprenderían los reinos americanos empeñados en buscar la restauración de Fernando el deseado, contra los ejércitos invasores de la Pepa (la constitución afrancesada y liberal de 1812), que suprimía los derechos del rey de Castilla a estos reinos.

Sin embargo, un oportunista borbonismo, excesivamente comprometido con la Revolución o con su propia supervivencia, se ensañaría más tarde con esos mismos reinos de ultramar y se dedicaría a desnaturalizar la gesta americana —tanto o más monárquica que la madrileña— intentando, por cualquier medio, demostrar que la Independencia transatlántica era consencuencia de un tan imposible como insostenible iluminismo americano y no lo que realmente fue: un rechazo del propio Fernando VII —el más repelente de los hombres públicos de su tiempo— a su misión real, y consecuencia inmediata y exacta de al orfandad a que este episodio redujo a su súbditos americanos.

Estas Américas, que un año y dos años antes habían probado su enconada fidelidad al rey batiendo en el campo de batalla a los contingentes ingleses invasores, esos mismos ingleses que los bonapartistas decían querer abatir, a su vez, en Portugal, no deseaban ni buscaban su indendencia del REY, sino de la España liberal y afrancesada, a la que igual amaban.

Por lo que, se ve, lo real es que los tiros y navajazos del 2 de mayo de 1808, sonaron desde Madrid en ambas márgenes del Atlántico mar.

Hay poco o nada escrito sobre todo esto, aunque haya demasiado papel impreso sobre las Guerras de Independencia en ambas márgenes del Imperio Español. El posterior y paralelo camino que seguirían las guerras civiles americanas y españolas y que arrancan de la introducción en la política de los gérmenes revolucionarios por parte de la propia Familia Real española, aún con su más y sus menos de detalles suplementarios y meramente anecdóticos —Constitución liberal de Cádiz de 1812, unitarios y federales en la Argentina, apostólicos y liberales y México, isabelinos y carlistas en España, conatos monárquicos en América— no hará más que remarcar la semejanza y señalar un destino común quebrantado y pisoteado por sus propios custodios, aunque las neblinas de la distancia y el tiempo y los afanosos intereses de los facciosos busquen desautorizar hecho tan principal y esclarecedor; y con ello, aléjese su posible comprensión histórica definitiva, necesariamente unitaria.