jueves, 29 de noviembre de 2007

Tres escritores

León Bloy

EN los ardores laborales del final del año y a caballo de triquiñuelas electorales que parecerían ensombrecer el futuro de los hispanohablantes, pasó en noviembre el anivesario 90 de la muerte de León Bloy. Al socaire de una simpatía que deja en la penumbra toda buena razón a favor o en contra, Bloy se nos aparece como una contrafigura hecha de la misma materia que otro grande de las letras y la fe: G. K. Chesterton. ¿Por qué unir sus nombres? El ser contemporáneos no lo explicaría con suficiencia; ser defensores de una Fe hallada, en el primero, a golpes y rudamente; y en el segundo, con la firme placidez de un viaje al puerto seguro, marcaría todavía más diferencias de las convenientes para permitir unirlos en algo común. Sin embargo, resulta que las paradojas del inglés y los fenomenales arrebatos del continental, los unen por el extremo del absurdo como instrumental con que, cada uno con su estilo propio, juzgó el rumbo del mundo, se diría casi de la misma manera, exacta, precisa y nada optimista. Si uno acentuó el optimismo sobrenatural apelando al fin último del hombre, el otro no tuvo más remedio que impugnar la hipocresía de un mundo que no estaba preparado para ese fin, sino que,más bien, se alejaba dél a la velocidad de la luz ... o de las tinieblas, que —seguro— es directamente proporcional a la de la luz.

No era una consecuencia, solamente, de dos temperamentos diferentes, sino el resultado de dos vidas diferentes: Al gordo de Beaconsfield la paradoja le resultaba congenial, una humorada divina de la cual el hombre, cuanto más quisiera librarse della, más sufría su asedio; algo así como un remedio con cuyo uso solamente era consentido salvarse y nunca perderse, salvo traicionarlo. Maestro indiscutible de la paradoja, Chesterton jamás cayó en esa segunda natura del género que es el cinismo, como Bierce, o Shaw o Wilde, que intentaron cultivarlo sin desentrañarlo. Bloy vivió en una paradoja desde su nacimiento; el fué una figura paradojal: Era un príncipe obligado a vivir como un plebeyo en un mundo ramplón y atorrante en el cual no valía la pena ser príncipe ni atorrante; él, que había sido creado para dar a manos llenas, debía pasársela mendigando a cada instante. Escribía por amor, exclusivamente, y no por cálculo ni por placer, como cuando tuvo que desalentar a un novel escritor a quien no quería ofender, pero tampoco traicionarlo encareciendo un talento fementido. ¡Dios mío, que poco placer tuvo en escribir ciertas cosas!

—¡Usté macanea! Todo el mundo escribe al fin y al cabo por placer, por que nadie hace nada que no lo de algún placer, como dijo el gran fon Misesss dice el editor interesado.

En parte es cierto, a condición que nos pongamos de acuerdo sobre qué es el placer; algunos escriben por placer, al menos al comienzo y otros no, lo hacen por deber; lo mismo que las demás cosas de esta vida, algunas se hacen con placer y otras se hacen ... por que hay que hacerlas. Dios pone en la vida de cada uno una encrucijada, en la cual se debe elegir; y ordinariamente, se nos permite ver las consecuencias de nuestra elección. Sin embargo, casi todos eligen la via que consideran mejor, no la más placentera, sino la mejor, por que todo hombre obra bajo razón de bien, que no es lo mismo que el placer, aunque el bien procure un justo placer. Y esto, lo hacen igual los mediocres y hasta los malvados, que ven en su propio bienestar un fin bueno, aunque el mal nunca procure placer verdadero. La diferencia no es solamente la noción de placer, sino la vida moral de cada cual, o mejor dicho, la elevación de esa vida. Si además la vida religiosa —o sea nuestra relación con Dios y lo que nos figuramos, o a veces constatamos, que Dios espera de nosotros— es profunda, el único placer verdadero es alcanzar la vida Eterna por medio de la fuente de Agua Viva, como atestigua San Agustín.

No hemos investigado si existe en Chesterton alguna referencia a Bloy o, si acaso, lo habría conocido —como escritor, decimos. Nadie nos discutirá si decimos que Chesterton es, seguramente, mejor escritor que León Bloy, por lo menos, en el aspecto formal. El barroquismo del francés, su exasperante prosa de párrafos extensísimos y la abundancia de figuras como martinentes y tropos violentísimos, crispan antes que serenar y ponen tanta distancia cuanto es posible hallarla, del estilo plácido, preciso y oportunamente jocoso del Tío Gilbert. Además, la incomprensión de Bloy hacia España y hacia la Conquista, probable hija de la envidia oficial francesa y más notoria en su Napoleón que en ninguna otra parte, lo hace antipático al lector peninsular. Cierto es que en ninguno de los dos hay debilidad ni vulgaridad siquiera; ambos suben hacia el Cielo desde el barro más negro en un instante y con facilidad flamígea, fusores como son, a través de las letras, del Cielo con la Tierra, con ese lenguaje con que nos hablan los profetas y a las que uno, chicato y retacón, no puede ni asomarse sino con ayuda exterior —como las crisis económicas. Escuchamos hace años a un notable sacerdote decir que las obras de algunos escritores son en cierto modo litúrgicas, en cuanto realizan, en forma esencialmente distinta a la Liturgia verdadera, desde luego, esa unión del mundo visible con el sobrenatural.

G. K. Chesterton

Lo que en Chesterton es crítica severa, a veces jocosa y siempre buen fundada, en Bloy es explosión de indignación inaudita y de estelares dimensiones. Un caso: la pobreza como mal social (no como virtud), tiene en Chesterton un crítico notable y le lleva, casi naturalmente, hacia la exposición del distributismo como doctrina alternativa al liberalismo y al socialismo; en Bloy la pobreza es simplemente un modo de vida, su propio modo de vida, el único que tiene y del cual no puede dejar de escribir por que es su hermana gemela de la que jamás apostataría, y arranca en rugidos de irritante protesta que, a más de un siglo de proferidos, aún retumban con fuerza. Así, algunos vieron en uno y otro comunistas en ciernes, donde ellos veían la malicia pecaminosa de la angurria y la codicia desmedidas —que son propiamente dos pecados de copiosa desmesura y egoísmo.

Lo más destacado es que los dos vieron el mundo como un espejo medio ahumado, al modo paulino en Corintios XIII, 12, y de los grandes místicos, donde el mal presente es bien futuro y viceversa. Y esa es la razón por la cual no ventilaban quejas sobre los males que ellos sufrían, acaso voluntariamente aceptados, pero se airaban contra los males infligidos a los demás y que dañaban tanto a sus autores como a las víctimas. Para Chesterton, la paradoja era el modo regular —si se nos consiente la licencia de decirlo así— de explicar la Gloria Eterna que debe ser la aspiración de todo hombre; Bloy en cambio, excretó su condena, vociferante, a la cara de una civilización —o lo que quedaba de ella— que rehuía la santidad como el sapo a la guadaña, pero que igual terminaría degollada por su impiedad.

De un artículo de Borges sobre Bloy, extraemos algunas ideas muy interesantes, que el argentino no pudo continuar hasta su evidente conclusión, quizá por dos razones: una, porque, talentoso para el decir, el buen hablar y el buen escribir, era un fracaso total para pensar ( ¡Dios da pan al que no tiene dientes ...!), y la otra, por que las consecuencias eran aterradoras...; y dice así: La tercera (se refiere a unas cartas de Bloy sobre el sentido paradojal de la vida y las cosas) es de una carta escrita en diciembre: “Todo es símbolo, hasta el dolor más desgarrador. Somos durmientes que gritan en el sueño. No sabemos si tal cosa que nos aflige no es el principio secreto de nuestra alegría ulterior. Vemos ahora, afirma San Pablo, per speculum in ænigmate, literalmente: en enigma por medio de un espejo y no veremos de otro modo hasta el advenimiento de Aquel que está todo en llamas y que debe enseñarnos todas las cosas”. La cuarta (carta) es de mayo de 1904. “Per speculum in aenigmate, dice San Pablo. Vemos todas las cosas al revés. Cuando creemos dar, recibimos, etc. Entonces (me dice una querida alma angustiada) nosotros estamos en el cielo y Dios sufre en la tierra. ” La quinta es de mayo de 1908. “Aterradora idea de Juana, acerca del texto Per speculum. Los goces de este mundo serían los tormentos del infierno, vistos al revés, en un espejo. La sexta es de 1912. En cada una de las páginas de L’Ame de Napoleón, libro cuyo propósito es descifrar el símbolo Napoleón, considerado como precursor de otro héroe — hombre y simbólico también— que está oculto en el porvenir. Básteme citar dos pasajes: Uno: “Cada hombre está en la tierra para simbolizar algo que ignora y para realizar una partícula, o una montaña, (de los materiales invisibles que servirán para edificar la Ciudad de Dios.” Otro: “No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es, con certidumbre. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero Nombre en el registro de la Luz... La historia es un inmenso texto litúrgico donde las iotas y los puntos no valen menos que los versículos o capítulos íntegros, pero la importancia de unos y de otros es indeterminable y está profundamente escondida.”

Párrafos de los cuales el maestro porteño, sin ninguna duda una pluma eximia y admirador incodicional de los dos anteriores, no pudo extraer su principal sentido, a saber: Que en el estado actual del hombre, en naturaleza caída, no se puede ver ni comprender los misterios del propio bien eterno sino de una manera obscura, imprecisa, vacilante y espasmódica. Y que por lo tanto, sin el auxilio de la Fe, que reemplaza la impotente razón como un espejo es ícono de un ser vivo que está fuera de nuestro ángulo de visión, no existe verdadera gnosis, sino paparruchadas de ilusionista.

Y por último, resta declarar que esto es un homenaje (quizá dos) y no un ensayo, de manera que nuestros eruditos y temidos lectores no lo vayan a tomar en más de lo que es y se nos vengan encima.


sábado, 17 de noviembre de 2007

El mundo sin Cristo

En una declaración reciente, los señores Obispos de la Banda Oriental han manifestado su posición doctrinaria frente al aborto: “Nuestra postura contraria al aborto no está fundamentada prioritariamente en premisas de orden religioso, porque el derecho de un ser humano a nacer está inscrito en la misma naturaleza humana”.

Es una verdadera lástima que, siguiendo la moda nuevaolera de negarse a sí mismos como Apóstoles de Cristo, acudan a argumentos de derecho natural —verdaderos ciertamente— pero insuficientes en la boca de un obispo, quien es ante todo un indigno servidor de Nuestro Señor Jesucristo y necesariamente, Su testigo; fiel, dentro de lo posible. “Quien me confesare ante los hombres, Yo lo confesaré ante el Padre”, es el mandato singular que rige estas terribles circunstancias, en las cuales —lo admitimos— no se acierta ya a cuál remedio acudir para impedir este brutal crimen del aborto.

Sin embargo, la renuncia a Cristo, a ser Su Voz, Sus Manos, y aún su benévolo y paternal látigo, debería ser lo último en abandonarse o, mejor dicho, lo que jamás se debería abandonar: Yo vivo, más no soy yo, sino Cristo quién vive en mí, recordaba el Apóstol modelo.

¡Qué poco valor tiene esta vida de Cristo en uno! Y en el mundo si vamos al caso, como para que no quiera emplearse, ni siquiera, para aleccionar a los católicos contra un crimen infame y bestial; y a los no católicos, de amonestación sobrenatural sobre una verdad que los alcanzará igualmente algún día, tanto como a todos los bautizados. Por que en nadie está el poder de exonerarse ante del Juicio de Dios invocando su ateísmo: Dios mismo inscribió la ley natural en el corazón de todos los hombres y, cuando manda cumplirla, lo hace por que es bueno, además de ser bueno por que Dios lo manda; pero siempre lo hace como Dios. Y es en Su Santo Nombre que hay posibilidad de obtener el perdón. Pues Él es juez y juzgará con rigor estos crueles desamores; y toca a sus Apóstoles aleccionar al mundo en Su santo Nombre, advertirlo, amonestarlo y prepararlo para el día del Juicio que seguramente sobrevendrá.

La exigencia de la hora es el testimonio heroico de Cristo, de Su realidad histórica y sobrenatural y de Su Realeza social indiscutible e irreemplazable. ¿Para qué celebramos fiestas como la del Cristo Rey, si nada le debemos como rey por derecho originario, ni tan siquiera un modesto reconocimiento de ser Él, como tal, Vida completa y Vida eterna?

Nos llena de tristeza esta novedad —no de estupor, pues es pan diario nuestro el leer cosas déstas— y nos mueve a ponerlo por escrito el que, en la modestia de este medio, pudieran acaso reflejarse y retroceder aquellos que quieren salvar al mundo sin despreciar al mundo, pero recurriendo más y más a lo que, de por sí, ya está perdido y es causa misma de perdición, como el demonio y la carne. La desacralización tan parloteada no es, primeramente, una cuestión puramente litúrgica sino de adhesión viva y real a Cristo, una configuración a Él y con Él en todo y que, en el sacerdocio, se da de un modo pleno y total y por toda la eternidad; el sacerdote, al aceptar el llamado y la sagrada ordenación, renuncia al mundo —y desto es signo el negro de su sotana, al cual signo tampoco debería renunciarse— al amor meramente humano y a los criterios de este mundo, para buscar con sincero y creciente afán el elevarse con el Divino Maestro hasta la Morada Eterna. Grande será, así, su recompensa, si es fiel trasunto de Cristo.

Y si no, no quisiéramos estar en sus zapatos; ni siquiera si fuesen morados.



PS: En un discurso de pocos días atrás, Su Santidad Benedicto XVI recordó a los obispos allí presentes, portugueses en visita ad limina, que “la verdadera misión de la Iglesia: no debe hablar principalmente de sí, sino de Dios”. La noticia apareció recién en el servicio de ayer, así que la agrego hoy. Y porque algunos creen que no se debería decirle nunca nada a los obispos cuando se equivocan, (¡¿Y cómo va a saber uno, que no es naides, cuándo se equivocan, éh, éh!?) provistos como se encuentran de una idolatría nunca vista en la historia de la Iglesia, que era la historia de hombres libres, hijos de Dios, y no esclavos de una adherencia seca y vacía que se parece tanto a la obedicencia como una piedra de colores a un caramelo.

martes, 13 de noviembre de 2007

¿Por qué te callas?

Un sonado, o más bien súper difundido episodio, ha tenido por actores —en el más estricto sentido de la palabra, nos parece— al rey Juan Carlos de España y al presidente Hugo Chávez de Venezuela.

De Chávez, un cholito carón y resentidillo no vale la pena hablar, pues su carrera como agente yanki recién comienza y tiene todavía un largo camino que recorrer, para llegar a encontrarse en la posisición de su amigo y admirado Fidel; aunque sus estudiadas boutades, concebidas para mejorar su imágen pública, resulten insuficientes para alterar el natural y lento decurso de su aburridez congénita, ni para aligerar su sonsonete zurdillo y vulgarón.

Hoy un juramerto ...

Juan Carlos de Borbón es otra cosa: Nieto del último rey de España, fue elegido por Francisco Franco, el Caudillo de España, para instaurar a partir de él una estirpe monárquica en la España de la posguerra. Cuando aún “no era nadie”, su educación, su noviazgo, su casamiento principesco, su sostenimiento cotidiano, sus vacaciones extensísimas y hasta su sastre, los pagó el ahora oprobioso régimen de Franco, al cual está a punto de traicionar por enésima vez, como felón y perjuro que es. Una típica Ley zurda, denominada con trampa y sin ingenio como de la Memoria falsa, ha sido aprobada por el PSOE (el mismísimo partido causante de la expulsión tramposa de su abuelo y de muchas de las muertes por asesinato de los mártires españoles), a fin de condenar en bloque y legislativamente al régimen político nacido de la victoria sobre el comunismo de 1939. Una revancha estilo Jólibúd, digamos: no te gano en la realidad pero te ridiculizo en el cine.

Para don Juan Carlos, quien desde luego no asistió —ni él ni ninguno de su familia— a la beatificación de los 498 mártires españoles realizada en San Pedro el último domingo de octubre, el problema es enorme y específico, pues de no vetar la ley en cuestión —que además de ser un dislate histórico es un disparate legislativo, pues la ley ordena para lo futuro y nunca prejuzga de lo pasado, por que es irretroactiva (menos para los peronistas)— dará su personal aprobación a la condena definitiva e inapelable pronunciada contra la rama en la cual está tan cómoda y orondamente sentado; la cual, a no dudar, será serrada con indecible deleite por muchos más de los que él cree. Por que si existe algún monumento o recuerdo del franquismo que realmente se encuentre vivo y presente entre los españoles más que ningún otro, ese es el rey Juan Carlos

Mañana una traición ...

Juan Carlos es un hombre que acostumbra callar a tiempo y destiempo (salvo que exista algún beneficio en hacer lo contrario), vicio que denota oportunismo, o cobardía o complicidad. Calló cuando lo de Tejero (que obedecía a su rey antes que a sus impulsos); calló cuando lo del divorcio, cuando lo del aborto, cuando ... ¡tantas cosas! Su vida ha sido un dechado de silencios reveladores, traicioneros y culpables, digamos, a partir del juramento que profiriera en noviembre de 1975 comprometiéndose a respetar las Leyes Fundamentales del Reino de España ... franquista.

Ahora, si calla siguiendo una costrumbre inveterada y que lo ha mantenido a flote por 32 años, se hundirá en el fango que no quiere denunciar; por que él primero que nada, es una reliquia insigne y excepcional del Régimen franquista. A Chávez, pues, en un momento de relajación, le ha revelado el secreto de su permanencia donde lo puso Franco: ¿Por qué no te callas? no fué una admonición, sino un consejo de correligionario.

Allá él, que poco nos importa. Pero sí nos importan España y la Monarquía española, de la cual estas provincias fuéramos parte principalísima en su día; y por las cuales rogamos a Dios Nuestro Señor que, en recuerdo de San Fernando, el santo rey de Castilla y León, ejemplo de caballerosidad, lealtad e hidalguía, las salve nuevamente de los indignos que en ellas se aposentan.



lunes, 12 de noviembre de 2007

La Revolución

El 7 de noviembre de 1917, hace 90 años, daba comienzo la Revolución Bolchevique en Rusia mediante el asalto del Palacio real de San Peterburgo y la toma de unidades administrativas y militares en Moscú y otras ciudades.

Las más de 100 millones de víctimas mortales que se cobró la aventurilla, dislocan completamente el argumento socorrido de la “tiranía” zarista —un régimen más liberal que los liberales posteriores, más modernos, y ciertamente mucho menos mortal que la Revolución Comunista— y dejan sin explicar una derrota militar ante Alemania que costó muchos sacrificios y privaciones a Rusia, y sobre todo, dejó al Comunismo como culpable del delito de felonía. Esa falta horrenda cuya infamia, en palabras del más ilustre soldado del siglo XIX, “ni el sepulcro puede borrar”.

¿Qué importancia tendría todo eso para el partido? Ninguna: el partido, la ideología o “la causa”, por inexplicables motivos psicológicos dignos de otro estudio pormenorizado, se antepuso a aquellos bienes que tradicionalmente se ponían por delante de la propia vida y por cuya vigencia, ésta se entregaba con gusto y hasta alegre desinterés: la Iglesia, Patria, la lealtad jurada, la camaradería, la familia, el amor al suelo, al terruño y a los paisanos ... ¡el rey!. Homenajeando abstracciones de mortal resultado, afanes idílicos de nunca conquistado bastión, se abatieron aquellas banderas que portaban las más dignas realidades —las más dignas de ser vividas—, lábaros de las cosas prójimas y amables que pasaron, inexplicablemente, a engrosar las filas del enemigo más acérrimo.

La vida del pobre o del rico se volvió, insensiblemente, portadora de una tristeza metafísica, un horror al ser y a ser, dejándose así paso a una vida llevada adelante solamente por el tedioso trabajo de no matarse.

Entre 1925 y 1935, los planes quinquenales stalinistas mataron de hambre (en forma real, no literal) unos 40.000.000 de ucranianos, rusos, bálticos, polacos ... ¡El partido estaba primero! ¡Dios “estado”, ese invento demoníaco de Juan Bodino, como nuevo Moloch, requería los sacrificios del pueblo! Desde luego, tanto sacrificio era contra nada, contrapartida estéril de una fantasía malparida, una ilusión de gabinete saturado de drogas, alcohol y azufre; una fanfarronada cruel del destino misérrimo de millones de nuevos pobres “redimidos” por el anticristo.

El mundo “occidental” lo supo y, canalla y cómplice, según es su hábito regular desde 1789, calló.

El Cielo habló por boca de su Madre en Fátima, y la Iglesia juzgó y condenó, y por mejor decir: gritó la condena más profunda, el rayo más fatal, que háyase podido lanzar desde la Cátedra petrina. Intrísencamente perverso” lo llamó la Esposa del Cristo, con unas palabras que ni siquiera el Adversario ha merecido jamás. Y es lógico, pues al menos satanás y los hombres son obra de Dios, nada intrísecamente malos sino sólo accidentalmente —y por eso es condena y no beneficio el Infierno eterno—; pero el Comunismo es obra del maligno y de hombres malos de consuno: superior tenía que ser a cada uno de sus autores.¡Intrínseca perversidad que, de la mano de misteriosos hermanos de encrucijada, alcanzó a alzarse con la Santa Rusia y ha esparcido sus errores por el mundo, como anticipó el Cielo en Leiría en 1917!

La guerra, ese clamor de realidad vejada, reclamó sus fueros y en 1941 se restablecieron los servicios litúrgicos, se volvió a hablar de Rusia en lugar de Unión soviética, de patriotismo y de camaradería en vez de lucha de clases, porque, como es sabido, nadie entrega su vida por el sistma métrico decimal, por una fantasía o una abstracción, sino por cosas concretas y próximas. Ni la Patria, con ser todo lo que ella es, concita tanto fervor como los bienes más próximos: el camarada, la familia, el hermano ... Así que el régimen restableció temporariamente unas realidades que, desde sí mismas, vocaban los hombres a las armas mejor que la fantasía demoníaca; admitiendo así y de paso, su propia e ilevantable inepcia, su condición antihumana demostrada en esa incapacidad manifiesta de no convocar a nadie ni por medio del más sacrosanto temor.

La mancha repugnante de expandió al socaire de la decidida protección brindada por la hermandad anglosajona, pervadió primero Europa oriental, luego China y el sudeste asiático, más tarde algunos países africanos e hispanoamericanos; y es que, en efecto y como advirtiera la Virgen Nuestra Señora: sus errores se han esparcido por todo el mundo. No solamente como forma singular y nueva de tiranía política, sino como criterio secular, como LA filosofía predominante frente a la vida y a las cosas de este mundo, y del otro también. El comunismo, substituyendo idealmente al Paraíso; exigiendo, eso sí, más sacrificios que aquél, pues sobre no ser voluntarios ni facultativa la elección de los medios para alcanzarlo, todo en él es compulsión y violencia, terror, vacío y tristeza sin fin y nada dichoso, pacífico o contemplativo.

Anglosajonia se ha preocupado con eficaz esmero de proporcionar puntualmente recursos, defensa armada y argumentos existenciales al Comunismo intrínsecamente perverso. Los órganos de difusión en todas sus formas profieren, como la bestia apocalíptica, blasfemias y mentiras, opiniones falseadas, verdades a medias y, en todo sentido, propaganda comunista. Es probablemente la etapa final, la prevista por Antonio Gramsci como la aurora del verdadero triunfo, cuando toda la cultura (al menos la disponible con cierta facilidad) sea comunista.

La última foto de Lenin

El principal fautor de la Revolución de octubre-noviembre, Lenin, moriría pocos años después probablemente enloquecido, obseso o poseso, a juzgar por las horrorosas descripciones que sus biógrafos más profesionales y menos comunistas nos han dejado sobre sus últimos tiempos. Una imagen, que dejamos aquí para testimonio, parecería darle razón a los más pesimistas de estos autores. Consta sin duda alguna que él y Sverdlov dieron la orden fatal que terminaría con la vida de toda la familia imperial, crimen tan inútil como todos los demás, pero muy representativo del valor que se daba a la vida por aquellos tiempos, en esos lugares, por esa gente.

El “derrumbre” de 1989, las glasnost, perestroikas, Gorbachoves, Yelstines y demás marionetas de los años '90 no engañan a nadie sobre el futuro de esta gran revolución, posiblemente la última, que ha asolado al mundo. El noticiero perpetuo, el Apokalypsis, prefigura este hecho con la aparición de la cabeza coronada que, supuestamente muerta, vuelve a las andadas hasta la Segunda Venida. ¡Y qué andadas!

No podemos sino pensar que, la Revolución Comunista, goza de muy buena salud y mantiene prisioneros a cientos de millones de seres humanos, sin Dios, sin familia, sin Patria, sin amigos, sin esperanzas ...

La Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María Santísima y, por consiguiente, la conversión de Rusia, están pendientes y esperan su hora de la verdad. El mal dispersado por Rusia comunista cesará, pero será tarde para detener sus efectos mortíferos para el alma y el cuerpo, que ya se sienten en todo el mundo como el incómodo dolor de huesos del condenado a morir. ¡Si hasta una simple beatificación de 498 mártires del comunismo es materia de escándalo generalizado, antes que de arrepentimiento! Consta, pues, que sus autores lo harían de nuevo, si pudieran. Uno de ellos, al menos, nonagenario ya, espera pacientemente su hora; y no se diga que no sabe esperar. ¿Qué no harían otra vez, si pudieran, si Dios no se interpusiera ...?

Roguemos a Dios Nuestro Señor y a Su Madre Santísima, quiera abreviarnos lo más posible este mal trago, por amor a Su Misericordia.


jueves, 1 de noviembre de 2007

Dies Iræ


DIES IRÆ

(Secuencia de la Misa de Difuntos)

Dies irae dies illa,
solvet saeclum in favilla,
teste David cum Sibylla.

¡Oh, día de ira aquel en que el mundo se
disolverá, como lo atestiguan David y Sibila!

Quantus tremor est futurus,
quando judex est venturus,
cuncta stricte discussurus.

Cuán grande será el terror cuando el juez venga a juzgarlo todo con rigor.

Tuba mirum spargens sonum
per sepulcra regionum
coget omnes ante thronum.

La trompeta, al esparcir su atronador sonido por la región de los sepulcros, reunirá a todos ante el trono.

Mors stupebit et natura,
cum resurget creatura
judicanti responsura.

La muerte se asombrará, y la naturaleza, cuando resucite lo creado, responderá ante el Juez.

Liber scriptus proferetur,
in quo totum continetur,
unde mundus judicetur.

Se abrirá el libro en el que está escrito todo aquello por lo que el mundo será juzgado.

Judex ergo cum sedebit.
Quidquid latet apparebit,
nil inultum remanebit.

Entonces el Juez tomará asiento. Cuanto estaba oculto será revelado, nada quedará oculto.

Quid sum miser tunc dicturus?
Quem patronum rogaturus,
cum vix justus sit securus?

¿Qué diré yo, miserable? ¿A qué abogado acudiré cuando aun el justo penas está seguro?

Rex tremendae majestatis,
qui salvandos salvas gratis,
salva me fons pietatis.

¡Oh Rey de terrible majestad, que a los que se han de salvar salvas gratuitamente! ¡Sálvame fuente de piedad!

Recordare Jesu pie,
quod sum causa tuae viae:
ne me perdas illa die.

Acuérdate, piadoso Jesús, de que por mí has venido al mundo; No me pierdas en aquel día.

Querens me sedisti lassus,
redemisti crucem passus.
Tantus labor non sit cassus.

Al buscarme, fatigado, tomaste asiento, me redimiste padeciendo en la cruz. Que no quede en vano tanto trabajo!

Juste judex ultionnis,
donum fac remissionis
ante diem rationis.

Oh justo juez de las venganzas, concédeme el perdón en el día en que pidas cuentas.

Ingemisco tamquam reus,
culpa rubet vultus meus;
suplicanti parce Deus.

Gimo como reo, la culpa ruboriza mi cara. Perdona, Señor a quien te lo suplica.

Qui Mariam absolvisti
et latronem exaudisti,
mihi quoque spem dedisti.

Tú que perdonaste a María (Magdalena), y escuchaste al ladrón y a mí mismo me diste la esperanza.

Preces meae non sunt dignae,
sed Tu bonus fac benigne,
in perenni cremer igne.

Mis plegarias no son dignas; pero Tú, buen Señor, muéstrate benigno, para que yo no arda en el fuego.

Inter oves locum praesta,
et ab haedis me sequestra,
statuens in parte dextra.

Dame un lugar entre tus ovejas y apártame del infierno, colocándome a tu diestra.

Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis.
Voca me cum benedictis.

Arrojados los malditos a las terribles llamas, convócame con tus elegidos.

Oro supplex et acclinis,
cor contritum quasi cinis,
gere curam mei finis.

Te ruego, suplicante y anonadado, con el corazón contrito como el polvo, que me cuides en mi hora final.

Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla.
Judicandus homo reus,
huic ergo parce Deus.

¡Oh día de lágrimas, aquel en el que resurgirá del polvo el hombre para ser juzgado como reo! A él perdónale oh Dios.

Pie Jesu Domine,
dona eis requiem.
Amen

Piadoso Señor Jesús: dales el descanso eterno.
Amen.



Requiem æternam dona eis, Domine; et lux perpetua luceat eis
In memoria æterna erit justus; ab auditione mala non timebit