lunes, 29 de octubre de 2007

El Infierno está que arde ...

En una ceremonia oficial realizada en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Iglesia beatificó ayer, domingo, a 498 mártires del comunismo durante el período 1934 a 1939. Con lo presente, suman más de 1.000 el número de los canonizados y beatificados en éste y el anterior pontificado, que entregaron su vida en testimonio de Cristo en la España comunista de aquellos años. Algo más que los que obtuvo la persecución de Diocleciano.

Alguno que otro, presuntuosos de su falsa buena memoria, ha soltado por ahí, junto con el azufre indisimulable de su aliento, que el régimen surgido del Alzamiento nacional de 1936 había fusilado a 18 sacerdotes; el propósito evidente es contextualizar el sacrificio de los mártires en una lucha meramente civil para sostenerse, así, la tesis de la relativa ambigüedad de la posición de sendas partes en conflicto y —como quien se pasea por la Historia rapiñando cosillas de aquí y de allí, como en una verdulería— desmitificar el aplastante número de elevados a los altares y el hecho evidente de la motivación estrictamente religiosa de los asesinatos. Como no es cuestión atinente al asunto, no nos molestaremos en negar los fusilamientos de los 18 religiosos por los nacionales; pero tampoco pasaremos adelante sin hacer una modesta y doble declaración, a fin de dejar cerrado el punto: los comunistas mataron unos 7.000 religiosos y sacerdotes, del total de 16.000 víctimas mortales comprobadas y comprobables asesinadas en España expresamente por odio a la fe, entre 1936 y 1939, por comunistas, anarquistas, brigadistas y todos los ístas que se quiera imaginar, contra las ¡18 víctimas! que podrían exhibir estos resentidos olvidadizos. Si dicen —como lo hacen ahora y seguirán haciendo— que lo que importa es el hecho y no la cantidad, habrá que preguntarles por qué sus siniestros defendidos no se conformaron y detuvieron la matanza luego de los primeros asesinatos de sacerdotes, digamos unos 10 ó 20, sino que continuaron su camino de sangre hasta el exterminio de todos los miles nombrados, si con los primeros dejaban sentado el hecho de su interés. Pero sobre todo ello, que siendo patético es anecdótico, queremos afirmar que la Iglesia, que es la única que puede juzgar y fallar estos casos en forma definitiva, en el de los de los religiosos y eclesiásticos españoles beatificados y canonizados —y que abarca desde niños hasta un venerable anciano de 100 años— ha declarado solemnemente que han sido martirizados por odio a la Santa Fe y que ello, unido al insoportable perdón que brindaran a sus asesinos, basta para fijar la primer y tajante diferencia entre unos y otros; sin desmerecer a los no beatificados, pero sin hacer de éstos mártires y sin negar que sean o pudieran ser, solamente, pobres víctimas de alguna injusticia en el mejor de los casos. O como dijera de 16 de los 18 sacerdotes fusilados por las tropas nacionales el Embajador de Estados Unidos, Mr. Bowers: «esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis estaban luchando para salvar a la religión cristiana del comunismo». Este embajador lo dijo todo; pero en particular, que no fueron muertos por odio a su sacerdocio sino por política.

Un fusilamiento “político” ...

Esperamos haber sido claros, porque lo que ocurrió en España aquellos años no fue solamente un artero, premeditado y profusamente difundido ataque a la nación española, sino principalmente una persecución religiosa en debida forma, de manera tal que sería torpeza o malicia un negacionismo antihistórico o, siquiera, el menor atisbo del modernísimo e inmoral “equilibrismo” o contextualismo, consistentes en pretender compensar entre sí estos 7.000 asesinatos, más los de las restantes 300.000 de víctimas civiles y militares tras las líneas rojas cometidos sobre todo entre 1936 y 1937, con los fusilamientos que el régimen franquista impuso a ciertos delincuentes durante y después de la guerra civil. El mismo hecho de su diferente cronología predica esta verdad, si no se quiere apelar al argumento de su aplastante superioridad numérica y la saña enloquecida con que fueron cometidos. Pero sobre todo, milita en favor de los mártires otro contexto tan evidente como olímpicamente ignorado: la vesánica locura disparada desde la república contra todo aquello que fuera signo, símbolo o tuviera alguna apariencia de catolicismo; por poner un ejemplo (si no bastara el famosísimo de la fotografía), en Cartagena no quedada ni un sólo templo católico en pie cuando entraron las fuerzas nacionales, ni tampoco, nada en absoluto del ajuar de las iglesias destruidas. ¿Qué perentoria necesidad, como no fuera el odio inexorable que sube del infierno, pudo justificar esta inmensa tragedia? ¿Qué excusa existe para intentar poner en el mismo platillo, de la Gloria ya declarada, a ambos bandos, el uno descarada y manifiestamente sacrílego, el otro yendo a la muerte con palabras de perdón, confesión de la Fe verdadera e inimitable alegría cristiana? ¿Y cuál de los dos “bandos” ofreció su perdón al otro, y cuál dellos respondió con su resentimiento, su odio, su “Memoria” esquizofrénica y su hemipléjica moral de situación?

Y por eso, por esa gigantesca e inocultable desproporción, las iras del báratro han inundado por estos días la prensa en general con toda clase de infundios y mentiras, fuera silenciando las beatificaciones —excurso fallido, si los hay—, fuera contrariándolas como si de actos políticos (ciertamente, con 70 años de demora ...) se trataran. Consta, por lo demás, que ceñir la persecución religiosa en España al trienio de la guerra civil es, además de una inexactitud lo menos culposa y sospechosa de parcialidad, un arma de doble filo; si es verdad, se justifica indirectamente el Alzamiento, al dejar establecida una causa autónoma de suficiente gravedad y expedito el camino a la resistencia a la opresión. Pero además, se ignora que el anticlericalismo español y el asesinato de religiosos o el robo, profanación o incendio de bienes y edificios religiosos, viene fomentádonse sin prisa pero sin pausa y en creciente aumento desde el Trienio liberal de 1823 y la Revolución de 1834; y en el siglo XX, la Semana Trágica de 1909, las jornadas del 10 y 11 de mayo de 1931 o la Revolución de Asturias de 1934, injustificables excesos que también han entregado sus decenas de mártires a la Iglesia y su parte de gloria al catolicismo en España. Y que no pueden explicarse precisamente como una reacción circunstancial ante el Alzamiento. En cuanto al período de éste, es conocidísima la memoria sobre la cuestión y situación de la Iglesia, elevada por Manuel de Irujo al Gobierno republicano que él mismo integraba como ministro sin cartera y luego de Justicia ¡nada menos!, a mediados de 1937:

La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a cabo —los organismos oficiales los han ocupado en su edificación obras de carácter permanente. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda.

Y es que el asunto, como queda patentizado por la confesión de los propios inculpados, no menos que por la declaración de heroicidad de las virtudes y la libranza del derecho a la veneración popular, no es de ningún modo político: Aunque se pudiese, sin mentir en nada, llamar a estos muertos “mártires de la guerra civil”, o de España, o de la Cristiandad, puesto que son todo eso y mucho más, no sería justo con ellos, pues sería una verdad a medias o, acaso, una mentira bien disfrazada. Pues lo que interesa ahora por aquí, es que son derechamente “mártires de Cristo” y de su Iglesia; testigos heroicos e inmediatos, irrecusables y veraces de la Realeza y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, de su Señorío de allí arriba y de aquí abajo y de la Santidad de la Iglesia. Y aceptar esto, en pleno siglo XX y XXI, convengamos en ello, para el demonio es mucho pedir.

En la forma extraordinaria de la Liturgia latina y que es la únic que conocieron estos mártires, ayer Domingo, se celebró la Fiesta de Cristo Rey, fiesta mayor que en la forma ordinaria ha pasado al último domingo de noviembre. En su Encíclica Quas Primas, por la cual se instituye la Fiesta, afirma el papa Pío XI que Cristo es rey deste mundo por tres motivos, a saber: por filiación y derecho de primogenitura, por derecho de conquista a precio de sangre y por derecho de rescate a precio de Su Vida, y por derecho de excelsitud, en cuanto es el hombre más perfecto que haya existido jamás y en quien existe una supereminente Caridad, propia de la Unión Hipostática, que lo eleva por encima de todo lo creado y lo hace merecedor, en justicia, del reino terrenal. Recuerda el Papa que, siendo Cristo Ungido del Padre y Uno con Él, es por justa causa supremo legislador y supremo juez y que como tal, lo confiesan las Sagradas Letras. Y en efecto, lo vemos legislando y premiando a quienes lo obedecen: Quienes guarden sus preceptos demostrarán que Lo aman y guardarán la Caridad (Jn 14,15; 15,10). Los mártires son los primeros en la hora del Amor a Dios, y la conservación de la Caridad, la recibirán eternamente como recompensa por su perseverencia heroica en la Fe; por que la Fe es el principio y la Caridad el Fin.

¿Son acaso y en algún sentido “políticos” estos martirios? Acaso lo fueron en un sentido mucho más espiritual del que supusieron sus victimarios de sangre y los más insidiosos, los de hogaño, aquellos que ponen en crisis su virtud heroica con argumentos facciosos y rastreros; y en todo caso, en un sentido que se les oculta casi totalmente. Continua diciendo el Papa Pío XI:

... erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.

En algo presintieron bien sus asesinos, pues aquellos gloriosos mártires luchaban por su Rey, un rey eterno y terrenal que sobre los sanguinarios también extendía sus reales manos enclavadas, y cuyo cetro se extiende desde las cosas del cielo a todas las creadas, sin excepción. El Padre Castellani, en un brevísimo comentario sobre la realeza de Cristo, nos recuerda que cuando Cristo afirma ante Pilato que Su reino no es de este mundo, no dice que no se extienda hasta aquí abajo sino que no está causado ni originado aquí, pero que Su potestad lo alcanza a este mundo en el cual es Rey de Reyes con toda justicia, como que para eso mismo ha nacido y venido; por lo cual no ha querido dejarse coronar por los judíos que lo buscaban para hacerlo Rey, pues no necesitaba un título pasajero como el que da el mundo, como no había aceptado el que le ofreciera el maldito en el Desierto, por que la unión hipostática era supereminente causa para ser Rey por toda la eternidad y no, acaso, por el breve término una vida.

Una vida que, por eso mismo, gustoso daba Él —que no se la quitarían de no haberlo permitido— por obediencia al Padre y para satisfacción de Su Justicia.

Lo mismos pensamientos que tendrían los 498 nuevos mártires agregados al martirologio por S. S. Benedicto XVI.

Y seguro, víctimas del mismo odio ruin y desesperado del Enemigo acechante y fracasado.


viernes, 26 de octubre de 2007

Homenaje a un caído

El teniente aviador naval de la Armada Argentina don Agustín Alonso ha perdido la vida el pasado miércoles, a causa de la caída del avión de instrucción Aermacchi que tripulaba, causada por los desperfectos y pésimo mantenimiento de la aeronave que piloteaba. El restante tripulante se halla fuera de peligro.

No es la primera vez que esta máquina, ahora definitvamente perdida, y las restantes de la unidad, habían suscitado problemas a los aviadores navales, pues ya en otras ocasiones había planteado despefectos en su funcionamiento en pleno vuelo, que hacían recomendable bajo todo punto de vista el suspender su empleo. Pero para el Gobierno usurpador, la vida de un piloto representa un valor que no supera los 1.000 dólares mensuales; y la reposición de una máquina cuesta varios millones de la misma moneda. Como todo se mide en términos materiales, una vida humana, aunque sea de una excelente persona, no vale nada comparada con el dinero que debió gastarse en reparaciones y repuestos; y sobre todo, cuando con ese metálico se pueden realizar turbios negocios, olvidarse bolsas con el valor de la vida de los subordinados en los baños oficiales, o traficar divisas por montos equivalentes a una reposición a cero de un avión, aunque sea a expensas de las vidas humanas de los sacrificados jefes, oficiales y tropa de las Fuerzas Armadas.

Aermacchi de la Armada Argentina

Como en el caso del incendio del rompehielos Almirante Irízar —que gracias a la Divina Providencia, a la permanente intercersión de Stella Maris, la Virgen Capitana de nuestra Marina, y también a la pericia y decisión de su comandante, no provocó vícitimas fatales— toda la culpa es de los tiranos usurpadores del Gobierno político de la Nación Argentina, que sangra hoy nuevamente por la pérdia de uno de sus mejores hijos, muerto en cumplimiento de su deber de soldado. La falta de mantenimiento del material aéreo es devastadora al punto que su uso, en meras tareas de salvamento, importa un riesgo de muerte difícilmente soportable e imposible de compensar.

Las máquinas Aermacchi fueron radiadas de servicio después de las pérdidas sufridas por la 1ª Escuadrilla Naval de Caza y Ataque en la guerra de Malvinas, ante la imposibilidad de obtenerse en el mercado mundial repuesto para sus turbinas inglesas, a causa del embargo británino posterior a al guerra. El reflejo de esta situación puede verse más en esta página, en la cual se sugiere que la Escuadrilla naval había quedado sin operatividad merced a haberse radiado de servicio los aviones, semejantes al estrellado, por su notoria obsolesencia.

Para estos días, tristes como pocos por la pérdida simultánea de varios ilustres defensores de Dios, la Patria y la Familia, este golpe es difícil de sufrir sin el auxilio de la Gracia; en especial, por la indignación que brota de la indiferencia que fue causa de este nuevo agravio a la Vida y a la Patria.

Por lo cual encomendamos a este héroe a las oraciones de nuestros lectores

Teniente Aviador naval Agustín Alonso: ¡Presente!


jueves, 25 de octubre de 2007

La justicia terrenal y el Temple de los soldados de Cristo

Un 13 de octubre de 1307, daba comienzo público la persecución oficial del rey Felipe de Francia contra la Orden del Temple; merced a un engaño indigno de un caballero, el rey atrajo a los jefes del Temple a París, su propio señorío, en el cual podía ordenar su detención sin riesgo alguno, como en efecto mandó hacer. Luego de imponerlos a duras prisiones y tormentos, temiendo con razón su absolución por parte del Papa y su propia y consiguiente excomunión por haber puesto la mano sobre el Pontífice Romano, mandó quemarlos en la Isla de Francia, centro de París, en 1313, luego de trajines que resumiremos brevemente. En el espacio de todos estos escasos siete centenares de años, no se ha terminado de esclarecer, ni de escribir tampoco, una historia que permita conocer de manera definitiva la verdad sobre este obscuro episodio que, lejos de involucrar la responsabilidad de la Iglesia como querrían sus detractores, fue en verdad el verdadero comienzo de un calvario tremendo y causa nada despreciable del actual estado de postración, además de coincidir con el punto de arranque del ya floreciente cisma occidental y punto de inflexión en el abandono definitivo de la idea de instaurar una Teocracia católica, perdida del todo bajo León XIII. Pero de momento, el Temple era sin duda un obstáculo formidable para no temer que, por su mera existencia, peligraran los siniestros planes cesaropapistas del rey de Francia; la miopía eclesiástica no comprendió a tiempo que, cediendo interna y externamente a las inicuas exigencias temporales contra estos leales súbditos suyos, se entregaba la propia Santa Sede a sí misma, indefensa y maniatada, a las pasiones del mundo.

Al presente, parece ser voluntad de la Santa Sede dar a la publicidad un volúmen conteniendo facsímiles de los documentos determinantes del proceso canónico a los caballeros Templarios, incluyéndose la sentencia absolutoria y testimonio elocuente de su completa y perfecta inocencia de los cargos de herejía y que, dictada por el Papa Clemente V, fuera conocida y publicada pocos años atrás bajo el nombre de “Pergamino de Chinon”; sin duda, su aparición ha dado un giro completo a la cuestión templaria, no solamente absolviendo de culpabilidad en los delitos imaginarios a la Orden, sino también al propio Papa de felonía, situándolos con bastante exactitud donde quedaron el Papado y el Temple luego de este triste asunto: en el duro papel de las víctimas de los feroces apetitos políticos y el odio del mundo.

Pero la tenacidad del rey francés ya lo tenía resuelto a apoderarse de Europa, comenzando por expandir sus fronteras (bastante menos extensas que el actual territorio francés) aunque, para lograrlo, le fuera preciso secuestrar y retener extorsivamente a su máximo pontífice, y contando para este nefasto propósito con el ingenio diabólico del valido real, ministro Nogaret. El cesarismo real se sumó a una imperiosa necesidad de dinero que la liquidación de los cuantiosos bienes templarios podía sufragar sin esfuerzo, si se jugaba la carta con ingenio; estaba pendiente de satisfacción contra el Papado, además, una afrenta reciente contra el poder temporal, estrictamente a causa de que el anterior papa, Bonifacio VIII librara, como respuesta fulmínea a ciertas inicuas pretensiones reales, una declaración solemne definiendo la supremacía del poder espiritual sobre el poder político, por medio de la bula Unam Sanctam; acto ejecutado antes de morir el Papa Bonifacio, avergonzado a causa de las humillaciones recibidas de Nogaret en la ciudad de Anagni donde lo mantuvieran secuestrado por orden del infame monarca. El conflicto se suscitó cuando Felipe, a fin de perjudicar más aún el poder papal, deteriorado ya con la declinación al trono de Pedro del papa Ceferino, apresó, juzgó y condenó a un sacerdote por delitos imaginarios violando la jurisdicción exclusiva pontificia, montándose para ello un espectáculo circense con pretensiones judiciales, testigos falsos y la exposición minuciosa de horrorosas fantasías y estrafalarias mentiras; y poniendo a punto la maquinaria que se utilizaría pocos años después contra el Temple. Pero ¡estaban los templarios!, así que se decidió poner cerco a este único escollo serio y temible que existía en defensa de la libertad de la Iglesia y de la persona del Papa y que era defensor incondicionalmente favorable al Pontificado Romano; para esas fechas, la Gran Orden del Temple, el poderoso ejército de monjes guerreros, estaba asentada definitivamente por toda Europa, tras la caída y retirada de Jersualém, bastión que fueran los últimos en abandonar dejando tras de sí una incontable cantidad de muertos en los combates por asegurar la partida de los reyes cruzados.

Los años, acaso también una vergüenza mal disimulada y de fea causa y, sobre todo, ese trágico compás humanista y modernista de complejos de culpa —nacidos a la par de la pérdida del sentido de su misión sobrenatural— y el trasluz de arrepentimientos públicos tan innecesarios como inoficiosos, formaron en la Iglesia (institucional) una suerte de generalizado desprecio oficial por la que fuera una de sus creaciones espirituales más exitosas y gloriosas y sólo comparable a la Conquista de América: la Caballería —producto del infalible genio apostólico del gran Bernardo de Claraval— y quintaesencia y compendio de la futuras virtudes militares por todo el mundo. La luminosa inspiración del doctor Seráfico, convirtendo salteadores y bandoleros trashumantes en caballeros andantes, mutando más su finalidad que su oficio y edificando sobre barro hediondo una catedral espiritual jamás repetida en la Historia, no solamento no ha merecido un justo reconocimiento de la Historia contemporánea, sino que ha sido vilipendiada en la era moderna porque, aburguesada como está, no resulta congenial con las virtudes de la Caballería, ni con el procedimiento del Santo, ni con ... la santidad.

Desertando de su hontanar de principios, la era moderna que se abre con el Renacimiento, se ha visto cargada proporcionalmente de prejuicios y ya no discierne entre verdad y mentira, mito, leyenda o historia y está preparada para digerir acríticamente todo suerte de mentiras y difamaciones, a condición de presentárselas decentemente revestidas. Los templarios fueron acusados de homosexualismo justo al comienzo de una era vergonzosa por el aplauso descomedido y cómplice que, dispendiosa y estúpida, prestó a todos los desvaríos paganos que el cristianismo había arrinconado; de ser fuente de desorden, cuando en los extremos orientales de Europa, era la única garantía de orden; de homicida, cuando su sola presencia era disuasivo a malandras y asesinos. El problema serio no era aquí la Verdad, sino la fidelidad de estos caballeros al Papado y el rey francés lo sabía muy bien, temiendo que —resuelto ya a apoderarse del papado y del papa, y también de la Religión— fuera a tener que enfrentarse, armas en mano, con la poderosa Orden. Optó entonces por llamar toda clase de testigos falsos, estimulados por el soborno o con el terror, que declararon lo que se les ordenó, sin temor alguno a la contradicción ni, penoso es decirlo, a las consecuencias en la Vida Eterna. Los conmilitones del régimen, los logreros de siempre, prestaron su concurso con alegría y decisión, contando con obtener así el beneplácito y favor reales. El Papa, en un intento tan desesperado como inútil y tardío, sujetó entonces la Orden a la Inquisición romana bajo su directa potestad, pensando librar a los reos del tormento casi cotidiano que les infligía el inquisidor real (algo así como un comisario de instrucción) para obtener unas “confesiones” de culpas imaginarias, no obstante la formal condena del tormento como método de instrucción judicial que, desde hacía 10 siglos, había formulado la Iglesia. Como cualquier historiador serio no ignora pero tampoco se anima a declarar, la Inquisición romana era empleada por la Iglesia para librar a los reos de la mano, mucho más pesada y menos imparcial, de los gobiernos civiles, transfiriéndolos a los jueces canónicos que extendían su manto protector y acaso también el proceso, bastante más allá de la vida natural del reo y de los caprichos políticos. Las grandes “víctimas” de la Inquisición, como Galileo Galilei, pueden atestiguar esta verdad que salvó sus vidas de las garras de los políticos; y también, por contradistinción, las centenares de miles de víctimas que asó la Inquisición luterana surgida a mediados del siglo XVI, al socaire de la loca unificación del poder político y religioso. Lo cierto es que el Papa, fuera miope o cobarde o cómplice, fracasó en sus reiterados intentos de retener para la Iglesia y para sí la competencia sobre los Templarios, ya perdidos entre las garras del cruel francés Felipe IV sin ver, o tal vez sin fuerza para impedirlo, que en ello iba enancada su propia (mala) suerte; en realidad, se acobardó ante el rey más de lo necesario, pues estaba visto que Clemente no tenía pasta de mártir ni de héroe, aunque sí tal vez de cómplice, y que el rey no tenía tanto poder como decía. No obstante y a pesar dello, honra la verdad recordar que en agosto de 1308 libró su sentencia de formal y completa absolución que hemos referido más arriba (y que algunos reputan un simple borrador sin valor jurídico alguno ... ¡conservado 700 años como un tesoro!), sin acertar por ello a mejorar la situación del Temple, pero sí, empeorando la suya propia y comprometiendo seriamente su triple corona, ya decididamente sujetas al triste poblado de Avignón, al rey francés y al venidero cisma occidental.

Esta miopía, de paso, ha arrojado la memoria de los monjes soldados a los pies de esos enemigos de Dios y mercachifles de la verdad, negociantes impenitentes del pasado, que son los masones; que como cualquier rastacueros que se precie, buscan apropiarse de una honorable genealogía ajena para alzarse más allá de sus escasas facultades y nulos méritos; e intentando curarse en salud de una irremediable vulgaridad y una más fatal chocarrería. Pero esa es otra historia; interesante, sí, y parte del cruel e injusto olvido en que se ha sepultado a estos pobres caballeros, y dato de relevancia del tremendo abandono irenista en que se ha sumergido la Iglesia por la pérdida de —digámoslo así— su autoconciencia de Cuerpo Místico de Cristo, de ser la evangélica Sal del mundo y no la Reina de la Noche de “La Flauta Mágica”.

Las consecuencias, tal vez imprevisibles en el día, han sido concausa de 100 años de cisma occidental, de prisión papal en Aviñón, de humillación del Cuerpo Místico y de pruebas inenarrables de los fieles ministros del Señor. Un error produce un desgarramiento, el desgarramiento una herida y la herida, la infección y la muerte.

El “asunto templario” se precipitó cuando, buscando el Papa dar un último golpe para salvar a la Orden y a sí mismo, creó una comisión de cardenales que debían oír otra vez las defensas de aquellos caballeros que quisieran exponerlas a nombre de su ilustre corporación, pero sin detener las presiones reales ni sus propios temblores; llegados a París los legados, cansado el rey de las desatenciones pontificias de los últimos años, ordenó asesinar por el fuego a todos sus prisioneros sin esperar el casi seguro veredicto absolutorio, o al menos dilatorio, de los emisarios papales. La leyenda de la intimación lanzada por Jacques de Molay a comparecer ante el juicio de Dios antes del año, proferida en 1313 desde la hoguera, no la afirmamos ni la negamos; pero en ese período de tiempo los tres involucrados, el Papa Clemente V, el Rey Felipe IV y el maligno Nogaret, comparecieron efectivamente ante el Trono divino.

No consta cómo les haya ido a ese trío ante tan definitivo Tribunal de Uno Solo; sí constan los males que se siguieron de tanta felonía, cobardía y abandono y los dolores que la Iglesia tuvo que sufrir por abandonar a los suyos en las garras, sedientas de sangre santa, del gobierno de las naciones.

Ese mismo poder mundano que, temblando de odio y terror ante la cercanía del Justo de Dios, ofreciera Satanás en el Desierto al Ungido a ver si lograba que se postrara y lo adorase. Y aunque allí fracasó para siempre, es de su natura el no poder evitar intentarlo todo el tiempo hasta el fin de los siglos. Y cuentan que, de vez en cuando, le va bien.


domingo, 14 de octubre de 2007

Summorum Pontificum es un engaño ...

Pero no, no nos estamos refiriendo a la Carta Apostólica de Su Santidad Benedicto XVI levantando las fantasmales, pero largamente efectivas, restricciones sobre la Misa Tradicional. Aludimos a la traducción del importantísimo párrafo 5º, § 1º del motu proprio, en el cual se ordena a los párrocos acceder a las peticiones para la celebración regular del Rito Extraordinario en ciertas condiciones.

¿En qué condiciones, realmente? Según algunos, diz que dice el motu proprio, cuando exista un “grupo estable” de fieles. Razón por la cual, un hombre nada sospechoso de ser adherente a, ni simpatizante con las “formas litúrgicas anteriores”, monseñor Camile Perl, a quien siempre hemos considerado un poco fiel secretario de la Comisión Ecclesia Dei, al condenar con vehemencia y con toda razón a los obispos y episcopados desobedientes que se niegan a cumplir esta disposición pontificia o se toman el atrevimiento de limitarla, sostuviera pocas horas atrás que «abbiamo ricevuto la facoltà di preparare questa nota per la definizione di alcuni aspetti del Motu Proprio papale quale, ad esempio, quello del gruppo stabile. Dovremo cioè chiarire per gruppo stabile cosa si intende, quante persone precisqamente dovranno chiedere al proprio parroco di celebrare con il rito pre-conciliare» (hemos recibido la facultad de preparar esta nota para la definición de algunos aspectos del Motu Proprio papal, por ejemplo, lo referido al grupo estable. Deberemos aclarar que se entiende por grupo estable, y cuántas personas deberán solicitar al párroco la celebración con el rito pre-conciliar)

Cuando hace unos meses llegaban a nuestra mesa de trabajo (¡si las mesas hablaran!) borrador tras borrador del futuro motu proprio, veíamos con sumo agrado que S. S. el Papa se negaba a poner un número mínimo de fieles como requisito para crear la obligación del párroco. ¿Será que ahora, por vía de interpretación de un órgano inferior al autor que creó la Carta Apostólica, se creará una exigencia que fue desechada y que, por consiguiente, no existe en el texto? Veamos qué hay detrás de todo esto. Porque ...

¡Nada es lo que parece!

(A partir de aquí, se han tomado algunos textos de la página del P. John Zuhlsdorf)

El problema proviene de las versiones que existen en línea en Internet. Principalmente, en las copias del Motu propio que se pueden encontrar en la website de la USCCB, la Conferencia de Obispos católicos de EE. UU. Pero las dudas se agravan al nivel de sospecha, cuando se observa que en dicha página, donde inexplicablemente coexisten dos versiones latinas distintas entre sí, sólo una de ellas ha sido tomada como base para todas las traducciones al castellano, y que se trata justamente de aquella que no es oficial de la Santa Sede.

Veamos qué dice el texto oficial de la Santa Sede y cuál sería su traducción posible:

Art. 5, § 1. In paroeciis, ubi coetus fidelium traditioni liturgicae antecedenti adhaerentium continenter exsistit, parochus eorum petitiones ad celebrandam sanctam Missam iuxta ritum Missalis Romani anno 1962 editi, libenter suscipiat.

Nuestra Traducción: En las parroquias donde hubiere continuamente un grupo de fieles adheridos a la tradición litúrgica previa, reciba el párroco con largueza las peticiones para celebrar la Santa Misa según el Rito del Misal Romano editado en 1962.

Existen algunos términos en latín que son engañosos o difíciles de traducir a las lenguas modernas, no obstante su semejanza fonética o morfológica con vocablos parecidos. Por ejemplo: no está claro que extensión tenga el término coetus. Ni tampoco, pensamos, que exsistit pueda interpretarse alternativamente como emergente o existente, pues podría ser ambas cosas.

El término latino continenter es un adverbio y, por lo tanto, se aplica y corresponde como modo propio únicamente al verbo de la oración; y el verbo es exsistit. Por lo tanto, el adverbio no puede ser aplicado a coetus, o grupo, por que gramaticalmente no corresponde hacerlo en ningún caso: coetus es un substantivo y el adverbio, por definición, modula la acción verbal. Luego, “grupo estable” no se corresponde de ninguna manera con coetus continenter exsistit, lo cual sucede por que no se está traduciendo correctamente el texto del artículo 5º, § 1 del motu proprio, y de consiguiente se altera en su misma substancia la aplicación de esta parte tan determinante de la Carta Apostólica.

Por eso nos llama tanto la atención que un funcionario de cierto nivel de la Comisión Ecclesia Dei pueda decir que, por orden pontitificia, se estaría preparando un documento explicativo sobre una regla jurídica que, en realidad, es inexistente.

El caso es que la traducción tendenciosa se ha repetido hasta el infinito arrojando dudas sobre la aplicación de la regla del art. 5º, por la imposibilidad de fijar el concepto de “grupo estable” que, en la realidad, no existe en el texto original. Si se piensa que “grupo estable” podría significar que el grupo de fieles que soliciten la Misa Tradicional deberían ser parroquianos, o bien, que acaso implique que el grupo no deba cambiar en alguna característica; o, tal vez, que el grupo debería estar formado en tiempo previo a formularse la petición, se comprenderá mejor el propósito de esta fea maniobra. La alteración del adverbio continenter por el adjetivo “estable” aplicado al sustantivo coetus, en reemplazo del correspondiente a la acción verbal exsistit, ha introducido una importante alteración en el sentido de toda la frase.

Pero veamos la causa probable, y después, resuelva Ud. mismo la incógnita, si puede y lo dejan.

Art. 5, § 1. In paroeciis, ubi coetus fidelium traditioni liturgicae antecedenti adhaerentium stabiliter existit, parochus eorum petitiones ad celebrandam sanctam Missam iuxta ritum Missalis Romani anno 1962 editi, libenter suscipiat.

Está claramente anotada la diferencia con el texto anterior, proporcionado por la Santa Sede y, leído a la ligera por quienes tienen conocimientos superficiales de latín, pareciera que encajaría mejor con aquello de “grupo estable” (que es la forma mentis instroducida machaconamente ...), pese a que stabiliter, por ser también un adverbio, debería aplicarse igualmente al verbo de la oración y no a un sustantivo.

¿Sorprendidos? Este texto modificado se puede encontrar en el sitio de la conferencia de Obispos católicos de los Estados Unidos ... junto al texto oficial de a Santa Sede ¿Quién les habrá dado permiso para modificarlo y, sobre todo, para publicar uno junto al otro en aparente paridad jurídica...?

Santa Sede página oficialUSCCB (Conferencia EE.UU.) pdf en línea
Art. 5, § 1. In paroeciis, ubi coetus fidelium traditioni liturgicae antecedenti adhaerentium continenter exsistit, parochus eorum petitiones ad celebrandam sanctam Missam iuxta ritum Missalis Romani anno 1962 editi, libenter suscipiat.Art. 5, § 1. In paroeciis, ubi coetus fidelium traditioni liturgicae antecedenti adhaerentium stabiliter exsistit, parochus eorum petitiones ad celebrandam sanctam Missam iuxta ritum Missalis Romani anno 1962 editi, libenter suscipiat.

Ahora conocemos el probable origen de todas las traducciones castellanas erróneas que circulan por ahí.

¿Cuál es el resultado práctico de todo esto? Dos cosillas a nuestro entender, quedarían aquí comprometidas, a saber: La primera, que si la Carta Summorum Pontificum no ha puesto ninguna restricción de tipo cuantitativo ni temporal a la posibilidadad de pedir y obtener la celebración parroquial de la Misa Tradicional, no deberían ponérselas aquellos que solamente estan concernidos a obedecerla sin interpretarla ni condicionarla; Monseñor Ranjith ha dicho de ellos que son ni más ni menos como instrumentos del demonio. Segundo: Otra vez, se pone de manifiesto el peligro diabólico que acecha siempre a toda iniciativa pontificia, o de cualquier otra autoridad eclesiástica, ordenada a la restauración plena de la Iglesia, en peligro de desaparición por los conatos de autodemolición, o sea, destrucción interna o desde dentro iniciados con febril locura desde el Concilio Vaticano II, como recordada S. S. Paulo VI. Y pensamos que algunos obispos desobedientes, están sirviendo al demonio todavía mejor de lo que cree Monseñor Ranjith.


sábado, 13 de octubre de 2007

Por la Patria, la Vida y la Familia

Para pedir por estos bienes necesarios y tan maltratados por propios y ajenos, el Foro por la Vida y la Familia ha organizado lo que denomina “Sitio de Jericó” en la capilla del Corazón Eucarístico de Jesús, conocido localmente como “Las Esclavas”, ubicada en la calle Montevideo 1372 de la Ciudad de Buenos Aires.

Consiste ello, substancialmente, en Adoración, Misa y rezo del Santo Rosario ante el Santísimo Sacramento durante 7 días, implorando, como el pueblo hebreo ante las murallas invencibles, que Dios haga caer la muralla de odio que está destruyendo la Argentina, la Familia y la Vida.

Comienza hoy, sábado, con una Misa a las 8 de la noche y continúa hasta el fin del séptimo día, 20 de octubre, con Misa Solemne y Procesión con el Santísimo Sacramento.


jueves, 11 de octubre de 2007

Un problema ordinario

Una señora nos ha remitido una carta que hemos juzgado conveniente publicar, aunque no nos haya pedido hacerlo. Como víctima, que la consideramos, de la ordinariez que va ganando lentamente a la Nación comenzando por sus lugares más venerables y personas más espectables, le ofrecemos, además de cederle gustosísimos nuestro espacio, la comprensión que sin duda no ha encontrado en otros ordinarios.

La admisión en la Villa Marista
¿la aprueban los marxistas…?

Buenos Aires, 10 de octubre de 2007

«Juntóse con la negligencia de los pastores,
el engaño de falsos profetas» (Mem.II, 9)

Al Hermano Provincial y Consejo de los Hermanos Maristas
A la comunidad de Luján

Para todo el que quiera ser sinceramente fiel al Evangelio y a la Iglesia, consideramos que la persecución del mundo, del demonio –príncipe de este mundo y padre de la mentira por antonomasia- y de la carne es natural y necesaria, pues forzosamente los pensamientos y caminos de aquéllos no son los de Dios (+Is 54,8). Quienes nos vemos inmersos en el mundo pero por el bautismo renunciamos a sus criterios, no podemos dejar de sentir en carne propia su rechazo. Esto no es un simple capricho de algunos, sino expreso anuncio de Jesucristo a sus verdaderos discípulos (Jn.15, 18-21), y por lo tanto previsible, por lo cual no puede ser nunca vivido con sorpresa, sino con alegría. San Pablo nos advierte que «todos los que aspiran a vivir religiosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2Tim 3,12).

Leemos en una de las obras del p. J.María Iraburu: “¿Qué sentido tiene, pues, que un laico, o un obispo, o el director de un colegio católico, o un periodista o político, renuncie a ciertas acciones cristianas, y calle el testimonio de la verdad de Cristo, o ponga en duda su oportunidad, porque prevé que a causa de esas acciones y palabras se le habría de venir encima la persecución del mundo? …Hablando y obrando cristianamente ¿esperaba quizá del mundo –incluso de los hombres de Iglesia mundanizados, que son tantos– otra reacción distinta, acogedora y favorable?...”(El martirio de Cristo y de los cristianos, Fundación Gratis Date, cap.7).

Sepan pues, hermano Provincial de los Maristas, y estimada comunidad de Luján, que el cierre de puertas para el Círculo de Formación San Bernardo de Claraval en la Villa Marista luego de 10 años de permanencia de nuestros Encuentros de aquí en más (cf. http://www.semanariopresente.com.ar/6-10-07/14.htm, “A la comunidad de Luján”), no nos toma por sorpresa. Personalmente, habiendo conocido como ex alumna marista sus formas y procederes, supuse el escozor que les debe haber causado este año la celebración del Centenario de la Pascendi, cuando en algunas de sus casas toleran a un marista que imparte moral renegando de la enseñanza de Juan Pablo II como digna de toda refutación; minimizando todos los desórdenes sexuales en la adolescencia como aconsejables, o no se escandalizan cuando se enteran de que uno de sus más antiguos profesores se sonríe escéptico y burlón ante la Virginidad de María Santísima, y otro ridiculiza la existencia del Infierno, niega la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía como simple “símbolo”, y se burlan, en general, del Magisterio, llamándolo “la cana eclesiástica”.

…Cómo no comprender –aunque no sin dolor, por supuesto!- que hablamos idiomas distintos (tan distintos, parece, que esto imposibilitó la más elemental norma de cortesía que hubiera sido una notificación de la medida en forma personal, antes de hacerla pública en los medios…), cuando en los mismos días en que nosotros realizábamos el X Encuentro de F.C., en la misma Villa se realizaba un encuentro de catequistas en cuyo programa del domingo no figuraba la Santa Misa, reemplazándola con una “Celebración de la Palabra” por falta de tiempo (¡!)…

Por ésta y otras varias cuestiones no nos sorprende, hermanos, que hayan cedido finalmente a las presiones de los pasquines marxistas de Luján, a la instigación de las Madres de Plaza de Mayo (tan cercanas a los círculos de amigos del p. Torres Carbonell, párroco de la basílica), y a la de algunos padres de alumnos, según nos han informado. Interpretamos que sin duda no podrían haber consentido el riesgo de malquistarse con cierto sector de la vecindad -aunque se trate de francos enemigos de la Iglesia- por defender tan sólo a un grupo de católicos! Si no nos sabemos mantener en el aséptico y sacrosanto relativismo que todo lo admite, es lógico que se nos niegue el acceso a “espacios civilizados”! ¿no es así?...Perfectamente entendido.

Nos caben, no obstante, algunas apreciaciones que nos gustaría compartir con ud., y con algunos lectores amigos, esperando con ello arrojar algo de luz en un asunto algo sombrío.

Muchos personajes seguramente comenzarán a festejar esta medida, y otros, en cambio, a lamentarla suponiendo que esta ha sido una derrota desgraciada. A unos y a otros les decimos en cambio que concebimos la espiritualidad cristiana como una espiritualidad pascual (alegre, vital, vigorosa)- martirial (testimonial, anclada en la Cruz), desde que el martirio de Nuestro Señor es fuente y razón de toda nuestra vida. Es El Quien nos dice que “Quien quiera salvar su vida [en el mundo presente], la perderá [para el mundo futuro]; y quien perdiere su vida por mi causa, la salvará» (Lc 9,24; + Mt 16,25; Mc 8,35). La Iglesia, esposa fiel, en todos los tiempos, ha seguido ese ejemplo especialmente en un sinnúmero de mártires, y también la de nuestro tiempo. De los 40 millones de mártires habidos en toda la historia de la Iglesia, cerca de 27 millones son del siglo XX (según se informó en el Jubileo del 2000). Y Juan Pablo II ha dicho de ellos que “No buscan «salvar su vida» a toda costa, menos aún pretenden situarse confortablemente en el siglo presente, aceptando para ello las complicidades que sean precisas en pensamientos y costumbres. Entienden bien que, siendo luz en medio de tinieblas, han de ser distintos del mundo. Entienden claramente que no es posible ser discípulo de Jesús sin tomar cada día la cruz. No piensan, ni de lejos, evaluar el cristianismo considerando su eventual éxito o fracaso en este mundo. Tampoco se les pasa por la mente despreciar a la Iglesia cuando la ven rechazada y perseguida por los paganos. No sueñan siquiera que pueda ser lícito omitir o negar aquellas doctrinas o conductas que vienen exigidas por el Evangelio, pero que traen consigo marginación, penalidades y muerte. Y están dispuestos a perder prestigio, familia, situación social y económica o la misma vida con tal de seguir unidos a Cristo, colaborando así con Él en la salvación del mundo.” (Celebración Jubilar de los testigos de la fe en el siglo XX).

Plenario de ordinarios en la profanación de la Basílica histórica:
el Gran Ordinario y su mujer
y el ordinario del lugar

Pero también ha habido, en todos los tiempos, cristianos que avergonzados de la Cruz de Cristo, han rechazado el martirio quebrando el seguimiento de nuestro Redentor. Sin embargo, cabe señalar que nunca como en nuestros tiempos esta apostasía ha sido tan frecuente. Y estos pobres cristianos relajados, no se han alejado de Cristo y su Iglesia debido a las persecuciones del mundo, sino a las seducciones de éste, y a los engaños del maligno, prefiriendo rabiosamente la apostasía al martirio (recomendamos ampliamante la lectura de “De Cristo o del Mundo”, también del padre J. M. Iraburu). A veces ese descenso ha sido gradual, casi imperceptible, comenzando por mundanizarse en pensamientos y costumbres de tal modo que se fue haciendo inconciliable la vida de fe, la vida sacramental, y en fin, la vida en la Iglesia.

Pero lo más grave, a nuestro entender, y peligroso, es que en el orden de las ideas, esta negación y fuga sistemática del martirio se ha ido convirtiendo entre los cristianos en doctrina explícita; no es ya sentida como una traición, sino incluso es justificada y hasta vista como “necesaria” para vivir el cristianismo. Un Cristianismo adulterado, por cierto, que sin querer, abraza en su corazón más fidelidad al Cristo “de Serrat” (“al que andaba en la mar”), que al del Gólgota, en donde nos compró el Cielo y la auténtica Libertad. Hoy pareciera que uno de los deberes principales de todo buen cristiano “prolijito” es evitar el martirio y todo “ruido molesto” en las conciencias… Y evitar, a toda costa, claro, todo género de persecución. Y esto se da, convergentemente, por diversas causas: la pérdida de devoción, y hasta el horror por la Cruz; el amor desordenado hacia la riqueza y el respeto humano; el voluntarismo fruto del semipelagianismo, que pone el énfasis desmedidamente en el esfuerzo y mérito de nuestras pobres obras, más que en la gracia (“siempre es mejor conservar mi cabeza, por la maravillosa obra que estoy haciendo para Dios!”), y en el relativismo generado por el liberalismo.

Es razonable que desde esta perspectiva, el solo planteo de una espiritualidad centrada en la Cruz y el “riesgo” del martirio, es una espiritualidad de fanáticos, e impracticable. Nos preguntamos entonces por qué será que las congregaciones en que más vocaciones florecen son aquellas en que se conserva este tipo de espiritualidad, mientras que las que más alardean de su “conciliación con el hombre de nuestro tiempo” se convierten progresivamente en enormes geriátricos con empleados laicos, reduciendo cada vez más sus condiciones de ingreso (no más liturgia de las horas, ni adoración al Santísimo, ni “estrecheces” horarias), desvirtuando el genuino espíritu del fundador, atolondrados por la escasez alarmante de nuevas vocaciones…

Hemos dicho que lamentablemente, estos cambios de actitud se generan por un cambio profundo en las ideas, difundidas, claro, por “expertos” maestros del error (teólogos, superiores y pastores) que «no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos» (Rm 16,18). «Son enemigos de la cruz de Cristo. El término de éstos será la perdición, su dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que tienen el corazón puesto en las cosas terrenas» (Flp 3,18-19).

Y en esta confusión, que pregona el culto de la “normalidad” y hasta del antihéroe, el mártir es un inadaptado social (“¿Qué se ha creído, para dar su vida por la verdad? ¿Acaso estima, pobre ignorante, que tiene el monopolio de ella frente a todos?”), un excéntrico, y se filtra incluso un aire calvinista, que plantea las cosas en términos de éxito o “prosperidad”: Si el sujeto (o la institución) tiene éxito, está en el buen camino, si le va mal, significa que ha errado”. En esta democracia liberal idolatrada, creen muchos cristianos que, si sus pensamientos y caminos difieren de los de la inmensa mayoría y son rechazados, vacila mucho en su convicción, y por supuesto, ni se plantea poner en riesgo su prosperidad mundana por esas verdades, que bien puede “guardar prudentemente en su corazón”, como esconde su medallita debajo de la ropa, “para no ofender a los no creyentes”.

No resistimos a la tentación de citar textualmente un párrafo de la obra ya citada del p.Iraburu, que ilustra nuestra situación magníficamente:

Cuando el bien y el mal es dictado por la mayoría, trátese de una mayoría real o ficticia, inducida por los poderes mediáticos y políticos, el martirio aparece como una opción morbosa, excéntrica, opuesta al bien común, insolidaria con la sociedad general. Según esta visión –insisto, muchas veces inconsciente– el obispo, el rector de una escuela o de una universidad católica, el político cristiano, el párroco en su comunidad, el teólogo moralista en sus escritos, es un cristiano impresentable, que no está a la altura de su misión, si por lo que dice o lo que hace ocasiona grandes persecuciones del mundo. Con sus palabras y obras, es evidente, desprestigia a la Iglesia, le ocasiona odios y desprecios del mundo, dificulta, pues, las conversiones, y es causa de divisiones entre los cristianos. Debe, por tanto, ser silenciado, marginado o retirado por la misma Iglesia. Aunque lo que diga y haga sea la verdad y el bien, aunque sea el más puro Evangelio, aunque guarde perfecta fidelidad a la tradición católica, aunque diga o haga lo que dijeron e hicieron todos los santos. Fuera con él: no queremos mártires. En la vida de la Iglesia los mártires son un lastre, una vergüenza, un desprestigio. No deben ser tolerados, sino eficazmente reprimidos por la misma Iglesia (…)Cuando vemos que una cristiana de doce años se encara con el tribunal imperial, afirmando sin vacilar palabras de vida que le van a ocasionar la muerte, y miramos a un obispo actual que permite en su Iglesia herejías y sacrilegios para evitar enfrentamientos con los progresistas y para que no se produzcan ataques de ciertos medios de comunicación, llegamos a pensar que estamos ante dos nociones de la Iglesia muy distintas: en una se acepta el martirio, en la otra se rechaza.(“El martirio de Cristo y de los cristianos”).

Nos preguntamos, a todo esto, también, algo que a más de uno le daría que pensar: ¿puede ser que en una ciudad-santuario nacional, como es Luján, las conciencias de los pobladores sean manipuladas insensible y a-críticamente por ideólogos marxistas, que nada tienen que ver con el sentir de la Iglesia, sin que nadie se los advierta?... A voces muchos católicos nos preguntamos si los pastores se han dormido, mientras los lobos hacen su festín con el rebaño.

Digamos, en fin, que nuestro santo Patrono no era hombre de compromisos o componendas a expensas de la Verdad, y cuando analiza el papel que le toca a la autoridad de velar por la salud espiritual de su rebaño, dirá, refiriéndose especialmente a los pastores de su tiempo: «quisiera Dios que fuesen tan vigilantes en desempeñar las funciones de sus cargos como son ardientes en pretenderlos. Velarían sobre sí mismos y no darían motivo a que pudiera decirse de ellos: “mis amigos y mis deudos se juntaron contra mí para combatirme” [Sal 37,12]. Nuestros centinelas no se contentan con no guardarnos de las asechanzas de los enemigos, sino que, además de esto, nos hacen traición entregándoles la plaza.

Sumidos en el más profundo sueño, no se despiertan ni al estallar sobre sus cabezas los rayos de las divinas amenazas, sin percatarse siquiera de su propio peligro. De ahí se sigue que no cuidan para nada de alejar de sí ni de sus rebaños el terrible peligro que les amenaza, pereciendo en la común catástrofe pastores y ovejas» (Cantares 77,2; cf. Sobre la consideración, De las costumbres y oficios de los obispos).

Entonces nos preguntamos también: ¿cuál ha sido el “detonante” por el cual los apóstoles de la discordia han instigado a los Hermanos Maristas a que el C.F. San Bernardo de Claraval no apareciese más por la Villa Marista?:¿la presencia de Monseñor Baseotto? ¿Y acaso el obispo de Luján no intercede ante un agravio a un hermano en el Episcopado, repudiando el ridículo repudio?. ¿O es la procesión pública, con una explícita mención al Reinado de Cristo, lo que ya no soportan?...¿Y los maristas no creen en ello, acaso?... Veamos: creemos que en realidad, sólo los propagadores de este escándalo, y nosotros, tenemos claro qué es lo que molesta. Es el horror a la definición como católicos y a una Patria Mariana.

No sé, hermanos maristas, si uds. se dan cuenta de qué es lo que sucede en el mundo y en la Patria. No sé si se dan cuenta cabal de que, retrocediendo esta vez, permitiendo displicentemente que “les doblen el brazo”, están permitiendo a sus propios verdugos, avanzar un paso más, y que algún día, tal vez, reaccionen con espanto viendo el verdadero rostro de estos personajes, a quienes ustedes mismos les abren las puertas, permitiéndoles envalentonarse como dueños de casa en tierras de María, para dispersar a Sus hijos.

En la absurda “declaración de personas no gratas” hacen mención innecesaria del juicio al padre Von Wernich. ¿Tampoco se dan cuenta de que todo ese circo romano fue una excusa para lograr que se regodeen en humillar a la Iglesia sus enemigos de siempre?...Nuestra “expulsión” de la querida Villa Marista es otro episodio pequeño de la misma comedia, a la que ustedes se han prestado. Es una pena, y por supuesto, de corazón los perdonamos, si lo desean, agradeciéndoles la oportunidad de seguir enarbolando la Cruz como Victoria.

Por nuestra parte, seguiremos caminando, si Dios quiere, y aquí o allá, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para resistir a la Bestia que acecha a América, hija dilecta de la Guadalupana. San Miguel Arcángel nos asista y defienda en las batallas, y nos alcance fidelidad.

En María Reina del Cielo y de la Tierra,


M. Virginia O. de Gristelli
-Presidenta del C.F. S. Bernardo de Claraval-
Jorge E. Gristelli

sábado, 6 de octubre de 2007

Joseph Ratzinger, la reforma litúrgica de 1969 y el odio a la Misa Tradicional (I)

El reciente desembargo del Misal tradicional ha suscitado la desgraciada, pero previsible, ventura de la aparición contemporánea de corifeos, catilinaristas, comentariólogos, expertos e intérpretes de toda laya. Junto al temido, temible y ya presente cisma provocado por (y desde) las filas progresistas, que ahora y según su mentalidad episcopalista protestante, quieren sobrepujar al poder papal sobreponiéndose ilegal e insidiosamente a la suprema autoridad pontificia —que les ha quitado expresamente una competencia que ellos ahora reasumen de propia mano— se encuentran las distintas tesis con que se busca ocultar el pavoroso hecho.

La ley papal contenida en la Carta Apostólica Summorum Pontificum, en el sentimiento de muchas conferencias episcopales debe ser “interpretada”, “moderada” o en general —según sea el término que el ingenio circunstancial permita hallar— revisada o pasada por los sínodos locales —a la manera de la facultad implícita de los antiguos parlamentos o cabildos locales medievales respecto a las órdenes reales— contrariando el texto expreso y el sentido de la regla pontificia, otorgada por el Pastor Supremo Universal, así como el carácter divino de la institución petrina. En la Iglesia, donde el Papa tiene esta jurisdicción suprema, plena, inmediata y universal, es imposible la revisión de sus decisiones por parte de un Concilio particular o Ecuménico; y la simple apelación en ese sentido, acarrea ordinariamente la pena de excomunión o entredicho, cánon 1372, como se sigue además de los cánones 331, 333, § 3 y 1404 CIC. Esto visto ¿No serán cismáticos los obispos desobedientes (¿o les llamaremos simplemente disidentes?), que pretenden extender su potestad a cuestiones, o situaciones, por encima de decisiones ya adoptadas por el Romano Pontífice? Y sin embargo, es exactamente lo que está sucediendo en Alemania, Polonia y Suiza; y lo que pudo pasar en Italia, según informáramos días pasados.

Una síntesis algo grosera de las grandes explicaciones, brindadas por aquellos a quienes nadie les ha preguntado nada —y a expensas del hecho de que se les haya quitado la facultad, que ahora emplean, de responder a ciertas preguntas molestas— podría exponerse así: Un primer grupo, considera que la finalidad de Summorum Pontificum sería conceder un gesto de condescendiente benevolencia hacia la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, es decir los lefebvristas, con el propósito de reintegrarlos plenamente a la comunión católica; la consecuencia más inmediata de este razonamiento es que los obispos, juzgando por sí mismos que en sus respectivos territorios no existiría ningún problema litúrgico que merezca la atención especial del Motu Proprio, prohíban, restrinjan o tuerzan la celebración de la Santa Misa según dicho Misal plenamente reconocido, o sancionen y persigan a quienes, haciendo uso de un derecho pontificio singularmente privilegiado, celebren la Santa Misa según el rito de 1570 nuevamente promulgado en 1962. Un segundo grupo —que, provisoriamente no considera conveniente emplear el argumento anterior, por considerarlo algo infantil y, sobre todo, por que entraña en lo formal una flagrante desobediencia al Sumo Pontífice— pretende que esta novedad jurídica no es de ninguna forma —ni debe entenderse así— un regreso al pasado; demostrando de esta manera, además de que su comprensión de la Sagrada Liturgia es apenas moderadamente terrenal y prácticamente nada celestial, aunque sí razonablemente luterana, que apunta más cerca del corazón de la cuestión. Si la Liturgia es la celebración del Cielo en la tierra dada por Dios mismo, no existe un antes o un después ni un atrás ni un adelante adonde ir ni desde dónde referirse, por que es el Sacrificio continuo de Cristo ante el Padre, realizado una vez para siempre en la Cruz e instituido en el Cenáculo para todas las edades, hasta el fin del mundo y continuado en la Santa Misa. Veamos algo de todo esto, porque, modestamente, pensamos que serán los argumentos por venir.

La causa de la discordia

La inocultable preocupación episcopal se cursa generalmente hacia una interpretación del reciente desembargo de la Misa Tradicional que no condice ni con el texto de la Letra Apostólica, ni con su sentido, ni con la Carta adjunta que Su Santidad plegara al acto legislativo, para ilustración y consejo de sus lectores. El problema es bastante agudo, porque muchos obispos saben que los derechos repromulgados por S. S. en esta Carta Apostólica, reconocen como causa motiva próxima, política o prudencial, su propia negligencia en el campo litúrgico y el general desafecto con que fuera recibido, en 1988, el motu proprio de Juan Pablo II Ecclesia Dei afflicta, cuyo acatamiento hubiera evitado, tal vez, esta verdadera desposesión de competencia de que les hace objeto ahora por medio de Summorum Pontificum.

Detengámonos en la más frecuente e ilícita interpretación —no se olvide que el intérprete auténtico de una norma cualquiera es el mismo que la dictó, y no quienes deben acatarla o aplicarla— en la cual se sostiene que, tratándose de una diligencia que la generosidad del Papa ha dispensado a los lefebvristas para intentar una reconciliación, no tiene sentido aplicarla allí donde no exista, o donde los forzados intérpretes no vean o no quieran ver, la “cuestión” de la Fraternidad San Pío X o la existencia de una feligresía de número aparente suficiente, que se encuentre a la búsqueda de las formas litúrgicas tradicionales. Por lo cual, muchos obispos han resuelto perseguir violentamente a los sacerdotes diocesanos que atenten la celebración de la Misa Tradicional, persuadidos que no se daría, en esos casos, aquel interés principal que, juzgando la situación por ellos por sí mismos, habría tenido Su Santidad en miras al equiparar ambas formas rituales. Si hacemos abstracción del hecho que la Carta Apostólica no dice una sílaba sobre esta supuesta intención del Santo Padre que la sanciona, lo cierto es que las distintas manifestaciones de adhesión a la Tradición Litúrgica, como quiera que sea y tal como lo recordó el cardenal Castrillón Hoyos en su inesperada intervención en la Conferencia de Aparecida, no se limitan a la Fraternidad San Pío X y concitan hoy a algo más de 2.000.000 de fieles a lo largo y ancho del mundo, en forma inorgánica y dispersa, la mayoría de las veces. En cuanto a los lefebvristas, que suman algo menos del tercio del total de esta cifra, están presentes prácticamente en todas las grandes arquidiócesis y diócesis del mundo, y muchísimas otras pequeñas. El problema de la Misa Tradicional ha dejado de ser, pues, un fenómeno local europeo, o de Francia, Suiza o Roma o de algunas diócesis americanas como Wáshington, Buenos Aires o Nueva York, para convertirse en una especie de clamor universal bastante bien conocido con casi 40 años de “militancia”, que requiere desde luego una solución, y no un palo; pero que, sin embargo y a pesar de todo ello, que es como un efecto, pero no la causa misma, no es el motivo principal que el Papa tuvo en vista cuando sancionó el motu proprio.

Los más perspicaces o menos audaces o, tal vez, más calculadores, comprenden que no es de su resorte ni conveniencia intentar explicar negativamente un acto pontificio, sin desacreditarse simultáneamente ellos mismos, viciando de este modo su propia autoridad episcopal. Por ello, recurren a explicaciones bien diversas y ocurrentes (como aquella que circulara hace dos meses, en al cual se suponía que Su Santidad tenía en miras con el motu proprio, solucionar el conflicto con la Iglesia de China; que ciertamente, no es litúrgico) pero, como quiera que sea, cuidándose de aclarar que esto no debe suponerse jamás, nunca, de ninguna manera, ni entenderse, como un “regreso al pasado” o un temible y temerario (más bien: temido) “salto para atrás”. Como adelantamos unas líneas antes, la Liturgia es, por esencia, atemporal, “eternidad en el tiempo”, y no está circunscripta ni determinada por el pagano dios Cronos; sus tiempos —que ciertamente los tiene, juxta modo— son más bien celestiales, en cuanto aunan misteriosamente el Cielo y la tierra. Pero como el argumento queda rozado por aquel axioma de que excusa no pedida, verdad admitida, ha de prestársele alguna atención, porque como decimos antes, raya más alto y, por consiguiente, ronda más cerca de la verdad. Luego, esta explicación tampoco es la verdadera, pero solamente por incompleta.

¡Pero que serio ha de ser todo esto, para que tantos, se atrevan a tanto!

—¿Y Usté qué sabe, me puede decir?

Yo no sé nada; pero el Papa sabe por qué ha hecho esto; y vamos a preguntarle. En unos días, pues, la respuesta. Así que: ¡paciencia!.