jueves, 31 de mayo de 2007

Desaparecida

Algunos amigos bientencionados —provistos de un optimismo enervante y un afecto a prueba de evidencias— nos han pedido que comentemos el documento final de los Obispos “latinoamericanos” reunidos en Aparecida, Brasil, del cual (confesamos paladinamente nuestra pereza) no hemos podido avanzar más allá del resúmen oficial publicado en el sitio correspondiente. El documento extenso, actualmente en la mesa del Papa para su aprobación, aún no se conoce. El dicho resúmen es lo que nuestro amigo Teófilo intenta que leamos.

No diremos nada nuevo si afirmamos, simplemente, que es algo completamente prescindible; lo único de interés que tuvo dicha reunión, a juzgar por lo publicado, han sido las palabras de Su Santidad el Papa y la notable, sugestiva e intempestiva irrupción del cardenal Castrillón Hoyos para parlar de cuestiones atinentes a su actual gobierno, asuntos ambos tratados con anterioridad.

El resto es más de lo mismo y se resume en una sencilla palabra: decepción.

Y no por que esperásemos mucho de los magnates, que es cosa vitanda, según el salmista, poner la esperanza en los hombrs; sino que, por costumbre de fe, prestamos mayor atención a los Apóstoles que a los hombres ... pero no cuando hablan como hombres. Y como hombres vulgares, además.

La Conferencia del CELAM

Afortunadamente, tenemos la creciente sospecha que a la mayoría de los católicos, estos papirotes les traen completamente sin cuidado, razón por la cual podemos sentir mitigada la vergüenza que nos causan como católicos y como ibero americanos.

El número 678 de la revista católica argentina “Cristo Hoy”, que se hace eco de los discursos y participaciones de Aparecida, está dedicado casi enteramente al problema de la migración de los católicos hacia las sectas de inspiración luterana o calvinista, como los evangélicos y los pentecostales; su éxito, según indican las disertaciones de algunos padres asistentes al Sínodo continental, se debería a su agresividad y a cierta inteligente explotación de las debilidades propias de la Iglesia. No consta que se hayan tratado en profundidad estas condiciones que hacen de la Religión verdadera, una bolsa pesada de llevar por la vida y de fluctuante contendio, convirtiéndola en una carga insoportable, ni de qué forma práctica se piensa transmitir las verdades eternas, a millones de sedientos seres humanos, que ante el vaciamiento del catolicismo, huyen hacia las sectas en busca de aquello que no se les da. Y lo de millones, lejos de ser una exageración, es un dato concreto publicado en el mismo periódico católico: cerca de un millón de católicos brasileños fluye, anualmente, hacia las sectas.

El apartamiento de la doctrina evangélica, clara, fuerte y alta, y la adopción universal paralela (y esperable) de una liturgia humanista, que so pretexto de acercar a los hombres entre sí, horizontaliza la relación del hombre con Dios, no han merecido un lugar destacado en el Senado eclesiástico, pese a su estridente evidencia y a su pavorosa claridad. Y ha sido así, no obstante la intervención del Cardenal Castrillón, que si no marramos demasiado el tiro, vino no tanto a advertir sobre una próxima disposición pontificia muy resistida (restaurar la Liturgia vigente hasta 1969, o mejor dicho, el Ritual Romano de 1962, íntegro) o a pulsar temores y temblores locales, como a exponer un rumbo señero en la Evangelización de América y poner como un ejemplo ruidoso, el camino que han tomado ciertas prácticas litúrgicas cuya defunción había sido vista por muchos con torpe alegría.

Concretamente, el cardenal reconoció el florecimiento de comunidades que, de un modo u otro, han acudido a la protección de la Comisión Ecclesia Dei o se han puesto bajo su régimen y cuyos integrantes son ya varios cientos de miles, sin contar a los seguidores de Monseñor Marcel Lefebvre, que son otro tanto. Desde luego, la actual apertura de los fieles hacia estas formas litúrgicas tradicionales, revela no solamente una posibilidad real para el mantenimiento y sostenimiento de la Fe probadamente apta, sino que señala un camino digno de ser transitado por la Jerarquía. Esto, parece ser, ha sido el mensaje subliminal dejado por el Cardenal Castrillón a la magna audiencia, que escuchó sin oirlo. Como hemos recordado en otra entrada, Pío XII enseñaba que la Liturgia de la Iglesia no engendra la fe católica, sino más bien es una consecuencia de la misma, y los sagrados ritos del culto dimanan de la fe, como un fruto del árbol: Eso explica la decadente liturgia actual y pone sobre el tapete el verdadero problema que hay detrás de ello: La Fe. El conocido liturgista Monseñor Klaus Gamber decía, apoyándose en textos antiguos, que la Liturgia es una Patria, en la cual nos encontramos con Dios mientras permanecemos en la tierra. Este sería, entonces, el velado mensaje que quiso dejar el cardenal Castrillón en Aparecida, no bien el Papa tomó su rumbo, de retorno a Roma.

Por eso, seguir hablando de hipotéticos compromisos mundanos, aunque se trate de deberes de Justicia o de asistencia a los más pobres, o de cualesquier otros tópicos completamente alejados del fin eterno que propone la Iglesia como fin mismo de la vida presente, es alejarse de Cristo y vaciar la Iglesia de su contenido sobrenatural, aunque se llenen las iglesias (cosa que nos gustaría ver) y los cepillos de las colectas rebosen (cosa que no veremos).

Verdad, Sacramentos, Penitencia, Virtud, Castidad, Oración, Muerte, Juicio, Vida Eterna, Infierno, Purgatorio, veneración por las Sagradas Escrituras, ¡Apokalypsis! son enseñanzas que, casi, han desaparecido del lenguaje católico, y sus reemplazos no satisfacen a las almas, sedientas de Verdad Divina. Inclusive, cosa asombrosa, las referencias a la Santísima Madre de Dios, la Virgen María (a Quien ahora se alude con un confianzudo María a secas que, lo admitimos, nos parece una grosería) son más bien sociológicas antes que piadosas: se limitan a constatar una eclesiología mariana; y listo. El edulcorado Amor de la homilética actual, se ha convertido en una noción abstrusa que, de ordinario, se presenta como contradictoria con ciertas y determinadas virtudes consideradas como tales en la antigüedad, como la reciedumbre del ánimo, la irreemplezable Caridad de la Verdad o el efecto medicinal de la pena justa. La prioridad que por propio derecho tiene la Verdad sobre el Amor (prioridad de orden ontológico, al fin de cuentas) no figura en ningún lado, pese a ser la materia de una excelente predicación pontificia en los últimos tiempos. Y es que la deformación del Amor, que es el sentimentalismo (tan parecido al amor como se asemeja un cadáver a un hombre), ha reemplazado no solamente a su contrario, sino a la razón misma, sin la cual el hombre no puede conocer a Dios por medio de la Fe por que, bien se dice, ella es un obsequio de la razón.

De modo que, si el diagnóstico es aproximadamente certero, la pregonada actitud de “ver, juzgar, obrar” ha fallado en el último paso, o acaso, en todos los tres, pues se ha visto mal, se ha juzgado peor y se piensa obrar ... sólo Dios sabe cómo.

Por estas razones, querido Teófilo, no queremos hoy hablar desto.

domingo, 27 de mayo de 2007

Pentecostés

VENI CREATOR SPIRITUS

Veni Creator Spiritus,
Mentes tuorum visita:
Imple superna gratia
Quae tu creasti pectora.

Qui diceris Paraclitus,
Altissimi donum Dei,
Fons vivus, ignis, caritas,
Et spiritalis unctio.

Tu septiformis munere,
Digitus paternae dexterae,
Tu rite promissum Patris,
Sermone ditans guttura.

Accende lumen sensibus,
Infunde amorem ordibus,
Infirma nostri corporis
Virtute firmans perpeti.

Hostem repellas longius,
Pacemque dones protinus,
Ductore sic te praevio
Vitemus omne noxium.

Per te sciamus da Patrem
Noscamus atque Filium,
Teque utriusque Spiritum
Credamus omni tempore.

Deo Patri sit gloria,
Et Filio, qui a mortuis
Surrexit, ac Paraclito
In saeculorum saecula.
HIMNO AL ESPÍRITU SANTO

Ven del seno de Dios, oh Santo Espíritu,
A visitar las mentes de tus fieles,
Y haz que los corazones que creaste
Se llenen con tus dádivas celestes.

Tú que eres, con el nombre de Paráclito,
El altísimo don de Dios altísimo,
Y caridad y fuego y viva fuente
Y espiritual unción para tus hijos;

Tú que eres beneficio septiforme,
Índice de la diestra soberana,
Prometido del Padre sempiterno,
Generoso dador de la palabra:

Aclara con tu luz nuestros sentidos,
Infunde tu hondo amor en nuestros pechos,
Y fortalece con tu eterno auxilio
La flaqueza carnal de nuestros cuerpos.

Repele con tu ardor al enemigo
Y, dándonos la paz sin más demora,
Sé nuestro guía para que podamos
Evitar los peligros que nos rondan.

Haz que por tu intermedio conozcamos
Al Padre y a su Hijo Jesucristo,
Y que creamos, hoy y en todo tiempo,
En Ti que eres de entrambos el Espírítu.

Gloria sin fin al Padre y, con el Padre,
Al Hijo, resurgido de la muerte,
Y al Espíritu Santo que los une
Desde siempre, por siempre y para siempre.


Traducción y recreación: Francisco Luis Bernárdez

viernes, 25 de mayo de 2007

25 de Mayo

Dios te guarde
Patria Mía

miércoles, 23 de mayo de 2007

Hergé


EL 22 DE MAYO DE 1907 —cien años atrás—, madame Alexis Remi, nacida Elisabeth Dufour, daba a luz al niño Georges Prosper, quien familiarmente era llamado por sus conocidos Georges Remi; sus iniciales G. R., invertidas en “R. G.”, darían lugar al sobrenombre de “Hergé”, por el cual cuatro generaciones de jóvenes le conocerían en vida, y otras incontables después de su muerte el 3 de marzo de 1983.

Su genial creación gráfica y moral, Tintín, se estrenó en enero de 1929 con Tintín y los soviets, una historieta de fuerte contenido católico y anticomunista que le fuera encomendada por un sacerdote belga, que por entoncs estaba encargado de la formación de las juventudes católicas belgas, e inspirador suyo en cuanto a la seriedad que debía observar en su documentación previa a cada creación. Esta obsesión por la perfección y la exactitud la conservaría toda su vida, en todas sus obras.

Este primer paso, que señalaría toda su obra futura por su fuerte y sostenido tono crítico contra el comunismo y los distintos desastres del liberalismo “occidental”, le hizo acreedor, como es conjeturable, a públicas o encubiertas persecuciones, inclusivas de la inevitable acusación de “colaboracionista” con la ocupación alemana entre 1940 y 1944, o por una posible pertenencia al movimiento rexista belga de León Degrelle. Su temperamento, sensible y algo neurasténico, no soportó estos ataques que lo acosarían hasta su muerte, provocándole agudas depresiones, tormentos psíquicos y, como consecuencia, desaveniencias familiares y personales. Hergé era en cierto sentido un hombre difícil, pues su innegable genialidad para la historieta ilustrada, llamada inciertamente comic, exigíale esfuerzos muy superiores a las limitaciones impuestas por la típica turbulencia ideológica de su tiempo, de su posición política tradicional; y hacía estragos en una personalidad de relativa inocencia, característica con que contaba para describir con riqueza inigualable a sus múltiples personajes, a los cuales prestó más atención que a sus argumentos; algo así como emanaciones de sí mismo. No hay nada que hacerle: el estilo es el hombre y, en el artista, se nota y se sufre mucho más.

La incomparable humanidad de sus personajes y su riquísima variedad, no tiene parangón ninguno en el ahora extendido género que cultivó. Cualquier semejanza posible cae bajo la demoledora personalidad que imprimió a cada participante de sus historietas, aún los de menor cuantía. La historieta moderna, decididamente mercantilizada, en su ramplona vulgaridad y urgida por la consiguiente necesidad de generar impactos visuales de baja moralidad y ninguna inspiración, no puede competir con la sencillez humana y cálida del realista y honrado Tintín; o con el nobilísimo marino, capitán Haddock, un alcohólico recuperado a medias, atacado seguramente de una melancolía perpetua por el mundo nada épico que le toca vivir; ni con el engolamiento torpe, simpático, ególatra, oficial y amistoso de los policías Dupont y Dupond. Ni qué decir de Milú, el perro más famoso de todas las historietas de todos los tiempos, objeto de la lealtad más que perruna de su famoso amo. El detallismo de Hergé es probervial y único: las inscripciones chinas que aparecen en las paredes dibujadas en la historieta ambientada en Shangai, son auténticos ideogramas chinos con proclamas políticas. El detallista Hergé no tuvo entre su gremio, desgraciadamente, ningún imitador en este renglón, prueba contante y sonante de la improvisación que reina en ese ámbito, pero también de una postura ideológica amiga de la indefinición.

En 1973, el Gobierno anticomunista de Taiwán lo invitó oficialmente a visitar la isla nacionalista como un homenaje a su obtra El loto azul, publicada en 1935 y ¡cuándo no! con un argumento totalmente a contramano del pensamiento oficial europeo de aquel tiempo, cuyos gobiernos (todos, sin excepción ...) veían con buenos ojos el avance del occidentalizado y ordenado Japón contra la tumultuosa China. ¡Pero Tintin estaba en contra! Y además, en la historieta se denunciaba la entente táctica entre los reyes del opio y los jerarcas comunistas, entonces en lucha contra el Partido Nacionalista chino.

El catolicismo visceral de su autor, lejos de ser su característica “a pesar de la cual” (como dice la envidiosa zurda) la obra es admirable, es el secreto mismo del éxito indisputado de Tintin, la historieta realista (no de ciencia ficción) más famosa de todas las épocas; y ese realismo católico europeo estilo antiguo régimen —curiosamente equivalente, en la novela policial, al chestertoniano Padre Brown— la clave de la atracción irresistible que sigue ejerciendo sobre jóvenes y grandes. Personajes libres, sin ataduras ideológicas ni poses partidistas, ni ninguna otra carga ni condicionamiento mental previos, más que una corajuda Moral tradicional a prueba de ... comerciantes y editores.

En la última escena de estas historietas, con alguna rara excepción, Tintín y el capitán Haddock, seguidos de cerca por Milú, emprenden el ingreso a casa. Moulinsart, el hogar, es el punto final de todas las aventuras; uno creería que es el motivo de todas ellas.




domingo, 20 de mayo de 2007

Ascensión del Señor


¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quién gustó tu dulzura.
¿Qué no tendrá por llanto y amargura?

Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

Ay, nube envidiosa
aún de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

Amén.



miércoles, 16 de mayo de 2007

El Motu Proprio, Castrillón y la virtud cristiana de la paciencia

Junto a una interesante intervención del cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos ante el CELAM, y referido a la misma cuestión, anda rondando por la web un texto recordatorio de la homilía inaugural del papado de S. S. Benedicto XVI, proseguido de una interrogación sobre si no será el caso que el Papa reinante haya cedido ante aquel tan temido temor a los lobos, que tanta preocupación le causara:


«Una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. “Apacienta mis ovejas”, dice Cristo a Pedro, y también a mí, en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento. Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros».

El Cardenal ha expuesto sus juicios y opiniones a propósito de las funciones de la Comisión Ecclesia Dei, que él preside y que, aunque no sean enfoques históricamente completos y se haya dejado al márgen el caso de los centenares de miles, o acaso millones, de fieles que, sintiéndose asociados a las formas litúrgicas anteriores a 1969, no participaron ni ingresaron al movimiento religioso de monseñor Marcel Lefebvre, deja en claro varias cosas de elevado interés, dignas de estudiarse por separado.

Primeramente —y citando al pie de la letra al cardenal— afírmase que el «Santo Padre tiene la intención de extender a toda la Iglesia latina la posibilidad de celebrar la Santa Misa y los Sacramentos según los libros litúrgicos promulgados por el Beato Juan XXIII en 1962. Por esta liturgia, que nunca fue abolida, y que, como hemos dicho, es considerada un tesoro, existe hoy un nuevo y renovado interés y, también por esta razón el Santo Padre piensa que ha llegado el tiempo de facilitar, como lo había querido la primera Comisión Cardenalicia en 1986, el acceso a esta liturgia haciendo de ella una forma extraordinaria del único rito Romano».

Quedan así, fuera de toda duda las siguientes cuestiones: a) la existencia del famoso y demorado Motu Propio liberando el uso del Misal Tradicional; b) el dictamen de la Comisión de Cardenales de 1986, que indicara la vigencia del Rito Tradicional latino y la imposibilidad de su derogación y supresión de hecho, según dejara traslucir un reportaje al cardenal Alfons Stickler de hace unos años; y finalmente, c) ¡que el Motu Proprio sería un acto innecesario!

Efectivamente si, como indica el cardenal Castrillón Hoyos, Su Santidad es de la misma opinión, respecto a la vigencia de la Misa Tradicional, que manifestase la Comisión que él mismo, siendo aún cardenal Joseph Ratzinger, integrara en 1986, resultaría al menos curioso que ahora considerase necesaria una norma jurídica más actual, para dar renovado vigor jurídico a una Bula que jamás lo ha perdido.

Advierte el disertante que ello no implicaría un retroceso a los tiempos anteriores a 1970; lo cual sería, además de ontológicamente imposible, una temida consecuencia que, en principio, en nada estaría emparentada con la posible restauración del uso de la Santa Misa Tradicional, pues él mismo lo llama, con discutible precisión, “una forma extraordinaria” del único Rito latino; pero la asociación de ideas del Cardenal —según parece— denuncia más una excusa no pedida, un pensamiento recurrente pero retenido, que una verdad necesitada de explanación pública. El proclamado carácter irrevocable de la “reforma litúrgica conciliar”, fuera de suscitar renovadas dudas jamás aclaradas, pues en ningún texto expreso del Concilio se mencionó la inmensa cantidad de innovaciones puestas en vigor en 1969 (sin contar la reforma conciliar de 1965, que dejó el Misal Tradicional intacto, aunque recitándose algunas partes en castellano y dándose vuelta el altar; o mejor dicho, al celebrante), refuerza la hipótesis de quienes piensan que, a poco de liberarse la ahora embargada Misa Tradicional, es probable que el Ritual inaugurado por Paulo VI caiga rápidamente en desuetudo por gravitación propia, es decir, por su intrínseca aridez, que le impide mantenerse intacto con el transcurso del tiempo y, sobre todo, la verificable imposibilidad formal de transmitir el Misterio Eucarístico al pueblo fiel, con una mínima precisión. Siempre que, antes, no caiga deshecho por los incontables abusos que periódicamente la Santa Sede se ve forzada a denunciar y corregir.

Sin duda, el Cardenal abriga las mismas dudas, que antes que él muchos estudiosos de la Liturgia han expresado sospechando si acaso no veremos consumirse el Rito de 1969, a causa de la fortaleza inaudita que ha mantenido vivo el que ahora se restauraría, y la suerte que correría la Misa de Paulo VI si fuese optativa frente al Rito Tradicional. Y eso lo prueban con las periódicas intervenciones de la Santa Sede en su defensa, lo que no ocurrió casi nunca con el Rito Tradicional, que manifiestan que el Rito nuevo no está definitivamente logrado, motivo por el cual está sumido en un mar de innovaciones de nunca acabar, y de las correlativas reacciones vaticanas, de nunca arreglar nada. Y esto mismo, el abuso, la inestabilidad y su aridez intrínseca, lo harían perecer por sí sólo y por la fuerza arrolladora de la Liturgia Restituta. Pensamos que el cardenal, con picardía, ha dejado tranquilos a aquellos partidarios a ultranza de la reforma de 1969, garantizándoles que jurídicamente ésta no peligra, pero sin dejar de anotar ante su selecto público de obispos, la preferencia de que goza, en números contantes y sonantes, la Liturgia tradicional. Que si el cálculo no falla, trepan los contabilizados a un buen millón y medio de fieles.

La decisión papal

Se nos ocurre que es preciso distinguir entre el temor a los lobos, que andan siempre rondando la Silla de Pedro, mordisqueando sus patas con la esperanza de verla mostrenca algún día, del otro peligro concomitante, como lo es espantar a la ovejas que han sido corrompidas o engañadas, de una manera u otra, por los lobos.

Siguiendo a Aristóteles (Política, II, c. 5), ya Santo Tomás de Aquino advertía, en S. Th. I IIæ,q. 97, art. 2, contra las violentas modificaciones en la ley, que causan desconcierto, perplejidad y no pocas veces, violentas reacciones. Aunque es cierto que el sayo le cae como de sastrería al caso de la imposición del Novus Ordo de 1969, repetir aquella experiencia, aunque sea para desfacer un serio entuerto y cancelar, de una buena vez, la proscripción de hecho que pesa sobre la Santa Misa tradicional y, con ello, recuperar una inapreciable paz y armonía para una considerable porción de fieles —no decimos recuperarlos para la Iglesia, dentro de la cual ya están— es cuestión prudencial que, a Dios gracias, no nos toca juzgar a nosotros. Aunque sí comprenderla. Sobre todo, cuando de cuestiones litúrgicas se trata por que, como enseñara Pío XII: La Liturgia de la Iglesia no engendra la fe católica, sino más bien es una consecuencia de la misma, y los sagrados ritos del culto dimanan de la fe, como un fruto del árbol (Munificentissimus Deus, A.A.S. 1950,760); enseñanza reiterada en Mediator Dei, nº 32.

A ninguna persona de buen juicio se le ocultan las pesadas amenazas de cisma que se ciernen sobre la Sede Apostólica (y entiéndase bien que no nos estamos refiriendo de ningún modo a los miembros de cualquier jerarquía de la Fraternidad San Pío X), a propósito de esta controvertida cuestión; que ha estallado, inclusive, en insolentes reclamos provenientes de aquellos mismos que, por su legítima condición apostólica, su antigüedad en la fe y su privilegiada situación de primogénitos en el Bautismo, debían con mayor razón adherirse a sus promesas lustrales y comprometer su fidelidad sin obscuro cálculo ni penoso retorcimiento.

A esta altura, ya es indudable que el Papa confía más en la solidez de la fe y la paciencia de quienes esperamos resignada y sumisamente la liberalización de la Misa Tradicional —posición que incluye a quienes el cardenal Castrillón llama autores de actos cismáticos—, en quienes ve fortalecida, por lo menos, la virtud de la perseverancia, que en aquellos otros revoltosos que amenazan con mandarse mudar de la Iglesia no bien su presente capricho (sulfuroso capricho, diríamos) quede inconsiderado. La tribulación siempre ha sido un signo que Dios permite en sus elegidos.

No se trata de efugios atrayentes, pero falsos, destinados a allegarse fuerzas para superar esta frustración creada por una espera confusa y continuada, sino de comprender, como solamente algunos pueden hacerlo, la profunda lucha sobrenatural que el retorno glorioso de la Misa Tradicional significa, como adventicio anuncio del Otro Retorno, del cual nadie desespera, pese al clamor, todavía en expectativa, por la Segunda Venida.

Aunque siempre hemos estado ansiosos por ver recuperada la carta de ciudadanía plena de la Misa Tradicional, no perdamos de vista que estamos hablando ¡nada menos! que de una lucha que nuestros ojos no son capaces de percibir, con la misma transparencia con que la aprehende el sensus fidei del pueblo fiel. La liberalización de la Santa Misa Tradicional, siguiendo las enseñanzas transcriptas de Pio XII, es ni más ni menos que la confirmación de una fe jamás desmentida —si acaso, algo obscurecida— a la que el mundo odia, detesta y, por encima de todo, teme.

En este último tiempo —¿quién duda que lo es?— el mandato divino es resistir a todo trance la tribulación presente, por que el premio eterno es para quienes emerjan de ella incorruptos y con la fe intacta; y no para aquellos otros que, guiados por buenas razones y aún prendados por generosas intenciones, resolvieron abandonar el Arca y entregarse a la aguas procelosas y contaminantes de este diluvio de amargura, hiel y pecado que es el mundo —moderno.

Si el Pastor, forzado a buscar ovejas extraviadas, debe alejarse un rato de las 99 ovejas fieles, lejos está de merecer una crítica por un hecho que Jesuscristo mismo alaba.



lunes, 14 de mayo de 2007

Un viaje (de regreso) a la Verdad

Continuando con la práctica de los últimos Papas de convertirse en predicadores viajeros, S. S. Benedicto XVI resolvió abrir personalmente una conferencia local de Obispos zonales en el santuario de Santa María de Aparecida, Brasil. Para no desperdiciar el largo viaje hasta el Brasil, Su Santidad resolvió emprender, paralelamente, un viaje de regreso a las verdades sencillas, profundas y eternas de la Religión católica, y explicó a los Obispos allí reunidos —más interesado en el eco que en los oyentes, bueno parece decirlo— que nunca habrá sacerdocio femenino, por que no habiéndolo querido Nuestro Señor, es imposible; que el aborto es un pecadazo mortal como quiere se lo mire; y que, por su trascendencia política y social, la Iglesia amonesta a cualquiera que tenga parte en este delito, en su perpretación, preparación, o facilitamiento, como por ejemplo, los políticos, con pena de excomunión. Recordó que el divorcio es el peor cáncer que mina la sociedad, la familia y la salud; que a los hijos hay que bautizarlos y educarlos en el catolicismo, para que sean felices en esta tierra y se vayan al Cielo; y los padres también. Defendió el matrimonio y la castidad cristiana, como virtud y no como conveniencia. Les advirtió a los traficantes de drogas que deberán responder ante Dios por sus actos; para los adictos, afirmó ser preferible, además de los tratamientos médicos y psiquiátricos, la oración fervososa y confiada, por que (no pudimos evitar citarlo en la bella lengua portuguesa) «Não basta curar o corpo, é preciso adornar a alma». Se despachó contra los indigenistas, a los cuales calificó con dureza y los llamó algo parecido a atrasados; defendió la catequésis del siglo XVI y sobre todo ¡no pidió perdón! Llamó “sectas” a las avanzadillas protestantes y su dureza se suavizó cuando habló de la “sed de Dios” que obliga a los hombres a volverse a aquellas, porque los Obispos locales no la sacian... El secularismo, el hedonismo y el relativismo merecieron, como es habitual en este Pontífice, un lugar destacado en la galería de peligros siniestros y acechanzas modernas contra los cuales levanta su aviso sacerdotal y que ponen en peligro la vida de la Gracia. Todo lo dijo con sencillez y firmeza, absteniéndose de circunloquios que no son, al menos en él, otra cosa que adorno prescindible y cortina de humo.

Si se nos autoriza una síntesis personal, el Papa, lo que ha hecho, es volver a las simples verdades evangélicas encerradas tras las tres palabras más sencillas y elementales que construyeron la Cristiandad; por lo cual, en el último siglo, han sido objeto de las más agresiva y escandalosa difamación: Salva tu alma.

Años atrás, cuando se estrenaba el reformismo protestante en la Iglesia católica latina (en la anglosajona databa de varios siglos atrás) acostumbrábamos oir, como si fuera un descubrimiento de última hora, esta dura sentencia: «¡Salva tu alma! ¡Jé! tres palabras, tres terribles herejías». Para los teólogos de ocasión, nadie se salvaría sin su prójimo, por más fuerza que fiziere en su carne, en su alma y en las cosas que lo rodeaban, por que Cristo había sancionado la Ley del Amor al prójimo (cuya relación nadie era capaz de explicar adecuadamente), lo que significaba que, sin ese amor al prójimo, encarnado concretamente en múltiples y mundanas actividades (que cada cual describía a su gusto), no se entraría al Reino de los Cielos.

—¡Qué macana ...! Con lo que me gustaría salvarme...— pensaba más de uno, creyendo que ser bueno, adorar a Dios, confesarse seguido y recibir los Sacramentos, hacer todo el bien que se pudiera y morir en paz, ya no era suficiente —¡Y esos bestias de los anacoretas, o los cartujos! ¿se habrán de ir todos al infierno...? Por que muy projimero no eran ....

De hecho, la frontera de la salvación fué puesta más allá de uno mismo, de la religiosidad personal, en un plano ininteligible de trasfondo social cuyo acabamiento, que sería lo que conocíamos antes como la Salvación, quedaba siempre como un objeto remotísimo e inalcanzable ... salvo para el “pueblo de Dios” en marcha, pero nunca para uno solo. ¡Qué esperanza, éso se acabó! Ni se pregunte en qué cosa se convirtió la causa de la Salvación, ya no más la Redención operada por Nuestro Señor, que había pasado a un segundo o tercer plano, como mito que en realidad era, como todos los Evangelios; la Salvación pasó a ser más bien un misterioso conjunto de banalidades políticas, sociales o culturales sin otra cohesión interna que la satisfacción de necesidades (reales o ficticias) puramente terrenales ¡y nada más!. Antes, el Cielo se ganaba en la Tierra; pero ahora, parecía que el Cielo se ganaba con la Tierra. ¡Qué raro era todo, que vacío, que poco apetecible! Era absolutamente previsible, desde luego, que de allí a la “integración” del resto del género humano a cualquier precio, concediendo y cediendo mucho más de lo conveniente, había un solo paso, que efectivamente se dió ...

En su Diario (revista Gladius, nº 67, pág. 67/68; Buenos Aires, diciembre 2006) el Padre Leonardo Castellani anotó:

«La pregunta de San Ignacio era ésta: “¿Cómo se puede ser hombre religioso en este tiempo?” —y a eso responde su mensaje. La pregunta se transformó lentamente en ésta otra: “¿Cómo se puede dominar a estos tiempos por medio de la religión?”. Es el paso de la salvación propia a la salvación de los demás sobrepuesta a la propia, lo cual es absurdo; y falsifica incluso la salvación de los demás, exteriorízandola.

En la primera regla de la S. J. apunta el fin de esta sociedad como siendo “la salvación y perfección de las ánimas propias y también intensamente la ídem ídem de los prójimos”. Ya es un poco peligroso poner estas dos cosas juntas y como en un mismo plano; pero en fin, la salvación propia está primero. Luego se interpretó esto como si las dos cosas hubieran de ser simultáneas (Suárez, Ricardo) y cada uno de los fines, medio del otro. Esto ya es erróneo: la única verdadera y primordial acción religiosa del hombre religioso es la salvación propia con la ayuda de Dios; la salvación del prójimo es acción de Dios que pasa en todo caso a través del hombre como de un instrumento, “acción transeúnte”, mientras que la santificación propia es acción inmanente. Finalmente se antepuso en la práctica la “salvación del prójimo” (acción exterior, exterioridad, propaganda) a la propia (interioridad, contemplación) —lo cual constituye fatal falsificación y “vuelco hacia lo exterior”.

Contra esta falsificación ha y que oponer esta negativa rotunda “Nosotros no podemos salvar al prójimo” ...

Pues de lo que se trata, entonces, es de alertar contra una forma más de “la religión de la exterioridad” —no otra cosa parece ser el modernismo—, la religiosidad “barroca”, que lleva de la mano a las “teologías deicidas”, a ignorar toda forma de santo abandono religioso, a reírse de la vida contemplativa y a no comprender que la verdadera unión con Dios comienza en el interior del hombre, y no en el mundo, en lo exterior. Cristo llama “el mundo” a varias cosas, generalmente asidas por el lado de lo condenables o peligrosas; y una dellas es la exterioridad, que se traduce en el relativismo de quien es incapaz de cualquier contemplación, por que no cree en la Verdad; esa hipocresía farisaica que tanto alarmó y entristeció a Jesucristo, contra la cual empeñó su Vida; y en manos de cuyos cultores la perdió.

Parece evidente que el Papa está siguiendo el camino paralelo. —¿Y el viaje a Aparecida que tiene que ver con todo ésto ...?. Es que las parelelas se juntan en el Infinito...



martes, 8 de mayo de 2007

Cosas de la Democracia


El domingo pasado, día de elecciones en Francia, se clasificó ganador de la presidencia, el candidato Nicolás Sarkozy, como todo el mundo esperaba. En general, cuando la gente puede hacerlo, vota bien; pero es un hecho que no sucede con frecuencia. Sarkozy se ha presentado como conservador y católico, a pesar de algunas sombras obscuras en su carrera política y que enturbian su vida personal, y que lo asemejan más a un desfasado yuppie que a un político postcristiano. Su triunfo, aunque no necesariamente molesto para la izquierda, demora la conquista del poder por parte de los socialistas en, lo menos, seis años; se aleja así el matrimonio homosexual, esa burla canallesca de la soberbia sodomita contra la familia, y un pasito más en su rebeldía contra Dios; se aleja otra vez, la restauración de la “entente socialista” europea, a cuya concreción poco o nada ha contribuido el socialista, anacrónico y masónico parlamento europeo. O sea que algunos motivos para estar rabiosos, existen.

La candidata derrotada, Segolène Royal, para festejar la democrática fiesta y celebrar al triunfador, cumplió su promesa de lanzar a la calle a sus huestes zurdas que, en forma natural y perfectamente concertada, han tenido a Francia en vilo durante 48 horas. La fiestita de la disconformidad socialista deja hasta ahora un saldo prometedor para los fabricantes de automóviles: «plus de 730 voitures incendiées...», para los abogados «...592 personnes interpellées...», pero resultó poco estimulante para el reclutamiento policial «...et 78 policiers blessés».

Las celebraciones se extendieron durante varias horas en Marsella, Lille, Nantes, Nanterre, Rennes, Caen, Orleans... y otras importantes ciudades francesas, según informó Le Figaro. Los socialistas manifestaron una neta predilección por los automóviles, de los que dejaron un tendal incendiados, volcados o destruidos de mil ingeniosas formas distintas; y también por los adoquines que, extraídos de su natural reposo superficial, pasaron raudamente a decorar con sus impactos los cascos y escudos policiales, a exorbitantes velocidades. En fin ¡una verdadera fiesta de la Democracia, señores!

Suponemos que la izquierda podría brindar alguna explicación de este extraordinario episodio, ejecutado con notable precisión por sus fuerzas de choque e incuestionablemente sellado por la disciplina partidaria; pero, como siempre, no lo hará, continuando en su permanente papel de víctima —por que esta vez no solamente no podrán endilgarle los desastres a los musulmanes, sino que consta que fueron anunciados por los jerarcas marxistas varios días, y hasta horas, antes de los desmanes. Aunque, es bastante claro, cuando sucesos de estas características son cometidos por socialistas, no son desmanes, ni sus autores inadapatados o delincuentes, sino jóvenes estudiantes que se manifiestan inocentemente por sus convicciones, y son objeto de la represión policial.

Y conste que no apoyamos, mayormente, a la institución policial moderna, como policía de seguridad, a la cual estimamos no solamente uno de los peores inventos de la Revolución Francesa, sino un ejército interior del régimen que se usa con fines partidarios principalmente; y esto, sea dicho sin desmerecer la heroica actuación de los policías concretos, a quienes defendemos y admiramos —y no al revés, o sea, defender la institución policial y criticar a sus miembros, hipocresía que no compartimos. Pero estas algaradas revolucionarias, como demostración de fuerza y como advertencia y amenaza neta contra un Gobierno que aún no se estrenó, son un regreso a las prácticas mafiosas y extorsivas de la izquierda revolucionaria, inauguradas con las revoluciones de 1848, la Comuna de París, los espartaquistas berlineses o cualquiera de las asonadas comunistas de cualquier capital europea en cualquier época, y prueban la comunidad de origen, actuación y estrategia de las organizaciones de la izquierda revolucionaria, se llamen partidos políticos, movimientos o como se quieran llamar.

Y todavía más, prueban la estupidez cómplice de la democracia liberal de partidos; el sistema más corrupto, menos popular, más caro, más despótico y menos amado de todos los tiempos.



Nª Sª de la Pura y Limpia Concepción del Río Luján

Ego flos campi,
et lilium convallium

Nuestra Señora de Luján, en Tu día, acuérdate de los hijos tuyos de estas comarcas


lunes, 7 de mayo de 2007

Aclaración referida a la entrada anterior

Nobleza obliga: Nuestra redacción del párrafo final de la entrada inmediatamente anterior, parece sugerir que la agencia noticiosa que transcribió las distintas reacciones institucionales en Estados Unidos, es objeto de nuestra crítica.

Nada más lejos de la realidad: ACI Prensa transmite las reacciones que deploramos, pero de ninguna forma debe interpretarse como una crítica a esta esforzada agencia de noticias llevada adelante por católicos peruanos con la cual, aunque alguna vez tuvimos alguna discrepancia, jamás se nos ocurriría criticar sus siempre interesantes contenidos, que utilizamos frecuentemente.

Vale.



viernes, 4 de mayo de 2007

El estrambótico caso del fallo de la Corte norteamericana

HUBO INCOMPRENSIBLE ALEGRÍA; un torpe atisbo de regocijo público asomó en muchos bienintencionados círculos y cultas personas, cuando pareció que, al fin, la justicia humana más encumbrada, la del frío y crudo Norte, abría tímidamente su toga tutelar hacia los más desamparados de los seres humanos: los nasciturus, los que están por nacer. Resultaba que el máximo órgano judicial de Estados Unidos, el país con mayor cantidad de abortos en todo el mundo —en términos relativos o absolutos, como gusten, así que se ruega no preguntar “en qué sentido lo decimos”— declaraba inconstitucional el aborto por decapitación, mientras confirmaba una ley anterior que, en ese mismo sentido, se había aprobado en 2003 por el muy provida presidente Bush. La decapitación, dice el sesudo fallo, resulta una forma especialmente repugnante de practicar este horrendo delito, por lo cual fuera prohibida, como venimos diciendo, por una ley del Congreso Federal que la consideraba ... ¡inhumana!

La Gran Democracia del Norte había descubierto ¡por fin! que este homicidio, en su forma más repugnante y cruel, era inhumano. Y así la Corte local, al confirmar la constitucionalidad de la ley del Congreso, afirmaba que el llamado aborto por decapitación o de “nacimiento parcial”, no se trata propiamente de un aborto —que es práctica legítima y está tutelada en Estados Unidos por otro (aborto) fallo anterior: el caso “Rae vs. Wade”, de la misma Corte Suprema local— sino que es en realidad un infanticidio, cuya práctica es “intolerable en una nación civilizada”, como la que acuna a estos jueces, estas pobre embarazadas, y todos estos lodos ... En cambio, un aborto rápido, higiénico, seguro y nada traumático para la “madre” (que es la manera como llaman algunos infelices a la aún más infeliz mujer que resuelve asesinar a su hijo) es, sí, más propio de las naciones civilizadas.

De modo que ¡prestar mucha atención!: Un aborto es una cosa seria que la Corte Suprema de Yankilandia dijo que se debe hacer bien y no de cualquier manera, es decir, como una porquería donde el desparramo de sesos, huesitos y materia orgánica del bebe queden tirados por cualquier parte, lo que asustaría a la desprevenida mujer, que es una pobre víctima de su incontinencia y que debe pasar ese duro trance para bien de su cuerpo embromado por un embarazo inesperado; y que, acaso, cargará ya con algún otro trauma anterior; o lo que es más seguro, será víctima de incontrolables espasmos causados por el violento ataque de risa que le provocará el oir llamar “jueces católicos”, a unos individuos que aseguran la pacífica continuidad del aborto en Norteamérica. Pero eso sí: a condición de no ensuciar nada y, sobre todo, no hacerlo de tal modo que parezca un homicidio, por que eso no es civilizado.

Algunos noticieros católicos, (no malos, no, pero asombrosamente necios) al leer este fallo explotaron de alegría porque Estados Unidos —aseguraron— “es cada vez más provida”; nosotros, que somos bastante más pesimistas respecto de la actual condición humana, creemos que el gobierno de Estados Unidos es cada vez más hipócrita, Bush cada vez más criminal y los sedicentes católicos, incorregiblemente idiotas.